Hace un año luz, o menos, con motivo de conocer la hoya de Guadix, donde según los arqueólogos acababan de aparecer en Orce restos humanos que hacían la competencia a los de Atapuerca, me acerqué a visitar las famosas casas trogloditas del lugar. A este respecto tengo que decir que, habiendo tenido la oportunidad de visitar una de estas viviendas y de recorrer todas sus estancias, quedé profundamente impresionado por su confortabilidad y por sus buenas condiciones ambientales, tanto de temperatura como de humedad y como por su aseo. Era verano y en el interior se encontraba uno como en la gloria. Y si no fuera por la oscuridad (pues no disponía de luz natural, solo eléctrica), poco diferenciaría aquella vivienda de cualquiera otra de bloques de pisos, ya que la distribución venía a ser la misma. Quedé impresionado, ya digo, quizá porque por aquellos años yo ejercía de explorador de cuevas en Burgos y todo lo que significara subterráneo me atraía especialmente. El hecho es que hace algunos años supe que en Pampliega hubo familias que vivieron en cuevas artificiales, en cuevas excavadas a los pies de lo que los pampliegueños llaman El Castillo. Ello me recordaba a Guadix y algo me decía entonces que habría de volver a la ciudad asociada al visigodo Wamba para conocer mejor el tema, como así ha sucedido. Hace apenas una semana volví de nuevo a Pampliega, en un día en el que desde el mirador de la iglesia pude disfrutar de la vega del Arlanzón como nunca antes la había disfrutado. Describir el paisaje primaveral de aquel océano verde, con los pueblos, cercanos y lejanos, rodeados de espigas puede ser una tarea ociosa, pues nunca habrá palabras que ensalcen la postal como merece. Pero, en fin, lo disfruté, y además, gratis. Bueno, al grano. Tras el flipe del mirador, encaminé mis pasos hacia la parte más alta del pueblo, donde debían encontrarse las cuevas-vivienda. Eran las primeras horas de la tarde, y cuanto más arriba del caserío la vega aparecía más esplendorosa. En lo que parecía un camino de ronda (luego supe que es por donde va una conducción de agua), antes de llegar a la picota del “castillo”, vi al mismo nivel lo que creí bodegas reformadas con mayor o menor gusto. ¿Serían algunas de aquellas posibles bodegas las viviendas que buscaba? Difícil saberlo, sin nadie que pudiera informarme en aquellos momentos. ¿Nadie? Nadie, no. Vi a un hombre que se acercaba lentamente en dirección al pinar donde yo me encontraba. Qué bien. Le interrogué: ¿Usted conoce a alguien que pueda informarme sobre familias que vivieron en unas cuevas que había por aquí? “Yo mismo” ¿¿?? ¿Y usted podría mostrarme dónde se encontraban las cuevas? “Claro”. Hacemos el recorrido por el camino del agua. “Se llamaban las Cuevas de la Mota y había seis. Seis familias llegaron a vivir en ellas. Mire: aquí, en esto que ve hundido, había una, en ella vivía una mujer que llamaban La Marión. En esta, que mi hermano la arregló para hacer un bar, vivimos nueve hermanos, cinco chicas y cuatro chicos, más mis padres, en total once personas”. ¿Nueve hermanos viviendo en la cueva? ¡Pues tenía que ser muy grande! “La cueva tenía un pasillo, dos habitaciones, con puertas, una a la izquierda y otra a la derecha, más la cocina, que estaba al fondo, donde ahora ve usted aquella chimenea. Y había también cuadras para gallinas y palomas, todo en la oscuridad”. No podía dar crédito a lo que oía, once personas viviendo en aquel angosto subterráneo me parecía algo extraordinario. ¿Y cómo se iluminaban? “Pues con velas y candiles de aceite. Cuando se hacía de noche, a dormir, y cuando salía el sol, todos afuera, como los caracoles”. ¿Y no se ahogaban con el humo de la cocina? Pues no, salía bien por la chimenea”. Hagamos cuentas: si mi informante vivió, como asegura, hasta los 20 años en la cueva, y ahora tiene 64, quiere decir que al menos hasta 1968 algunas viviendas trogloditas de Pampliega estuvieron habitadas. Un dato a tener en cuenta para la historia de la preciosa villa del Arlanzón, y de Burgos, sin duda.
miércoles, 25 de mayo de 2011
CUEVAS DE LA MOTA, VIVIENDAS TROGLODITAS EN PAMPLIEGA
Hace un año luz, o menos, con motivo de conocer la hoya de Guadix, donde según los arqueólogos acababan de aparecer en Orce restos humanos que hacían la competencia a los de Atapuerca, me acerqué a visitar las famosas casas trogloditas del lugar. A este respecto tengo que decir que, habiendo tenido la oportunidad de visitar una de estas viviendas y de recorrer todas sus estancias, quedé profundamente impresionado por su confortabilidad y por sus buenas condiciones ambientales, tanto de temperatura como de humedad y como por su aseo. Era verano y en el interior se encontraba uno como en la gloria. Y si no fuera por la oscuridad (pues no disponía de luz natural, solo eléctrica), poco diferenciaría aquella vivienda de cualquiera otra de bloques de pisos, ya que la distribución venía a ser la misma. Quedé impresionado, ya digo, quizá porque por aquellos años yo ejercía de explorador de cuevas en Burgos y todo lo que significara subterráneo me atraía especialmente. El hecho es que hace algunos años supe que en Pampliega hubo familias que vivieron en cuevas artificiales, en cuevas excavadas a los pies de lo que los pampliegueños llaman El Castillo. Ello me recordaba a Guadix y algo me decía entonces que habría de volver a la ciudad asociada al visigodo Wamba para conocer mejor el tema, como así ha sucedido. Hace apenas una semana volví de nuevo a Pampliega, en un día en el que desde el mirador de la iglesia pude disfrutar de la vega del Arlanzón como nunca antes la había disfrutado. Describir el paisaje primaveral de aquel océano verde, con los pueblos, cercanos y lejanos, rodeados de espigas puede ser una tarea ociosa, pues nunca habrá palabras que ensalcen la postal como merece. Pero, en fin, lo disfruté, y además, gratis. Bueno, al grano. Tras el flipe del mirador, encaminé mis pasos hacia la parte más alta del pueblo, donde debían encontrarse las cuevas-vivienda. Eran las primeras horas de la tarde, y cuanto más arriba del caserío la vega aparecía más esplendorosa. En lo que parecía un camino de ronda (luego supe que es por donde va una conducción de agua), antes de llegar a la picota del “castillo”, vi al mismo nivel lo que creí bodegas reformadas con mayor o menor gusto. ¿Serían algunas de aquellas posibles bodegas las viviendas que buscaba? Difícil saberlo, sin nadie que pudiera informarme en aquellos momentos. ¿Nadie? Nadie, no. Vi a un hombre que se acercaba lentamente en dirección al pinar donde yo me encontraba. Qué bien. Le interrogué: ¿Usted conoce a alguien que pueda informarme sobre familias que vivieron en unas cuevas que había por aquí? “Yo mismo” ¿¿?? ¿Y usted podría mostrarme dónde se encontraban las cuevas? “Claro”. Hacemos el recorrido por el camino del agua. “Se llamaban las Cuevas de la Mota y había seis. Seis familias llegaron a vivir en ellas. Mire: aquí, en esto que ve hundido, había una, en ella vivía una mujer que llamaban La Marión. En esta, que mi hermano la arregló para hacer un bar, vivimos nueve hermanos, cinco chicas y cuatro chicos, más mis padres, en total once personas”. ¿Nueve hermanos viviendo en la cueva? ¡Pues tenía que ser muy grande! “La cueva tenía un pasillo, dos habitaciones, con puertas, una a la izquierda y otra a la derecha, más la cocina, que estaba al fondo, donde ahora ve usted aquella chimenea. Y había también cuadras para gallinas y palomas, todo en la oscuridad”. No podía dar crédito a lo que oía, once personas viviendo en aquel angosto subterráneo me parecía algo extraordinario. ¿Y cómo se iluminaban? “Pues con velas y candiles de aceite. Cuando se hacía de noche, a dormir, y cuando salía el sol, todos afuera, como los caracoles”. ¿Y no se ahogaban con el humo de la cocina? Pues no, salía bien por la chimenea”. Hagamos cuentas: si mi informante vivió, como asegura, hasta los 20 años en la cueva, y ahora tiene 64, quiere decir que al menos hasta 1968 algunas viviendas trogloditas de Pampliega estuvieron habitadas. Un dato a tener en cuenta para la historia de la preciosa villa del Arlanzón, y de Burgos, sin duda.
jueves, 19 de mayo de 2011
EN UN PUEBLO DEL VALLE DEL OCA
Campanario, chimenea y parabólica, trino indiscutible. ¿Se trata de un lugar de culto religioso a falta de otro templo mayor, seguramente ya arruinado? No lo parece, si no fuera por el campanario ¿Se trata de una peña recreativa del pueblo a la vieja usanza de los teleclubs? Tampoco parece que lo sea, por culpa del campanario. ¿Se trata quizás de un edificio de usos múltiples, de esos que ahora tanto se crean en los pueblos a pesar de sus paupérrimas poblaciones? Muy pequeño aparenta el edificio para tal cosa. ¿De qué se trata, pues? Es algo excéntrico, sin duda. Si fuera lo primero, cabe imaginarse el campanillo sonando para una población de muy escasas almas. Si fuera lo segundo, bien podría uno sentir el campanil, a media tarde, llamando a la partida, de mus si hubiera hombres o de brisca o julepe si hubiera mujeres. Si se tratase de un edificio de usos múltiples, uno pensaría que habrían de convivir demasiado apretados el cura y los feligreses, el médico y sus pacientes, el alcalde y la Junta Vecinal, más los que ven la tele o echan la partida, a pocos que fueran. Cabría, por último, la posibilidad de que el exento híbrido fuera obra de algún artista iconoclasta de la tierra buscador de nuevas expresiones. Aquí dejo las interrogantes.
miércoles, 18 de mayo de 2011
"ROBLE BORRACHO", EL ÁRBOL DE LOS SIGLOS
De Ecos de la lluvia y el aire (Inédito)
Es el guardián, Aire. Es el jalón de los pasos en la nieve cuando los viajeros de alforja se arriesgaban por la serranía profunda camino a Burgos. Se lo pensaban en la tronca centenaria, allí se sentían seguros, pues dudaban de si saldrían con bien de los barrancos de lobos, bajo el Mencilla guía que todo lo ilumina y todo lo ensombrece. Lo sé Lluvia, conozco bien el vegetal, unas veces lo mecí hasta dormir su otoño y otras doblé con violencia sus brotes de terciopelo. Conozco sus constantes, sus latidos junto a la ermita, en el pando de Santa Julita. Sé que está ahí desde antiguo, creo que desde que empuje las velas de Colón por el Gran Océano. Como hermano mayor en el rebollar, preside la ruta de serranos perdidos. Camino de Burgos, dicen que es aquel por donde van-iban los de Valdepez a La Pinta para llegar a la capital. Lugares difíciles de transitar, entre oscuros hondones, arroyos ebrios de nieves y ejércitos de robles cansados, muertos vivientes dormidos. El Roble Borracho lleva con dignidad su vejez, sigue ahí, eterno, ejerciendo de guardián para respiro de caminantes y pastores que hubo. Cinco serranos de brazos largos hacen falta para abarcarle, cinco que fundían el hierro bajo la ermita lo intentaron y se quedaron cortos. Es fortachón el árbol, Aire, sus raíces deben llegar al centro de la tierra. Quizá por eso, ni siquiera el Año de las Nubes, cuando estuve regando cuarenta días y cuarenta noches sin tregua, llegué a ablandar sus cimientos. Ni yo cuando el gran huracán de los tejados volando. No está borracho el roble del áspero camino, nadie le ha visto inclinarse, más bien puede decirse que se encuentra sobrio y erguido al pie del camino de Burgos.
lunes, 16 de mayo de 2011
SE FUE DAMIÁN MONTERO, EL ÚLTIMO MULERO
FOTOGRAFÍA: Damián Montero Rodríguez, "El Peseta", en su casa de San Martín de Elines (Tomada el 13 de octubre de 2009).
jueves, 12 de mayo de 2011
EL PALACIO BLANCO
Siguiendo a los vendedores ambulantes por la vega del Arlanzón (¿qué tendrá la vega del Arlanzón, que tanto me atrae?), el pasado martes entré una vez más en Villaverde Mogina, el pueblo de los lagares vaciados. Y como sé que a algunos seguidores de este Cajón de Sastre, que han venido dejando sus comentarios en entradas anteriores, les puede interesar especialmente, les ofrezco una imagen nueva del palacio de los Barahona, la que pude obtener dicho día y después de que hayan sido retirados los andamios que le ocultaban y haberse limpiado o tratado la piedra del edificio. Ahora, aunque la restauración continúa, el monumento luce blanco, blanquísimo, como probablemente nunca lució. Tiene una guinda el pastel, la que seguramente todos vosotros, leales amigos del patrimonio, descubriréis al contemplar fotos de antes y después. Además, para mi amigo César, que se interesó en una ocasión por la cigüeña que anidaba en uno de los pináculos, le traigo la imagen de la zancuda palaciega justo en el momento del despegue, en el ocaso de la tarde. Tranquilo, amigo mío, la cigüeña ha vuelto, a pesar de las obras.
viernes, 6 de mayo de 2011
JARAMILLO DE LA FUENTE Y EL CONSTRUCTOR DE PUPITRES
(Colección Emilio-Nazario Martínez Martín, julio de 2009).
miércoles, 4 de mayo de 2011
MÁQUINAS DE OTRO TIEMPO. LO QUE EL VAPOR SE LLEVÓ
FOTOGRAFÍAS: Arqueología industrial. Artefacto de los tiempos del vapor ferroviario en los jardines de ADIF, en Burgos (mayo de 2011). Depósito de aguadas en la estación de Lermilla-Quintanarruz (2009).
En esta época del silicio (¿o quizá este elemento esté ya anticuado?), donde lo más pequeño se nos hace familiar e “imprescindible”, y donde los dedos de nuestras manos tienden a disminuir de tamaño, ver una máquina como la que hoy os traigo, queridos amigos y seguidores de este ya carcomido Cajón de Sastre, es todo un espectáculo. Desde hace años la llevo viendo en su actual emplazamiento, jardines de ADIF en la calle de la vieja estación, de Burgos. Pero no me preguntéis de dónde procede, ni siquiera sé claramente para lo que sirvió, parece un cómico robot doméstico, pero imagino que se trata de una bomba para el llenado de algún depósito de aguadas en alguna estación de tren, de cuando las locomotoras eran a vapor, aunque no lo puedo asegurar; o quizá pueda ser también la caldera de vapor que dio energía a una bomba; siendo tantos los apéndices y grifos que le brotan del tronco, vaya usted a saber. Y aquí se me cruzan, amigos míos, imágenes antiguas, de cuando la niebla se colaba por las rejillas de los asientos en los vagones. Me viene a la memoria la imagen de otra máquina de similares características que conocí en la estación de Lermilla-Quintanarruz, de eso hace ya veinte años. Un día, siguiendo la huella de los hombres que trabajaron en el fc. Santander-Mediterráneo, llegué a este pueblo de Las Torcas, donde el tren hacía un quiebro de escalofrío, y vi que la estación, aunque ya abandonada, estaba prácticamente entera, con su plateado depósito enfrente y una caseta para el fogonero de aguadas que cobijaba una joyita de la tecnología del vapor (la caldera que alimentaba a la bomba de elevar el agua desde el río, me dijeron que era). Volví al año siguiente para ver qué había sido de aquella máquina, pero ya no estaba. Si algún día encontrara la fotografía de aquel entrañable monstruito, no dudéis de que os la daría a conocer.