Cinema Castilla nació en 1953 |
Restos del cinema. Aún se conserva la embocadura de la pantalla |
FOTOGRAFÍAS: Cinema Castilla en La Horra (Tomadas en julio e 2016)
Bajé a la
Ribera, esta vez sí, en busca de brindis, de testimonios del vino en la poesía
popular. Revolucioné la calmada mañana de Olmedillo, también la de Anguix y
Sotillo, buscaba brindis y me salió un cine en La Horra, nada que ver. Pero el
cine, los viejos cines de los cincuenta, es otra de mis muchas debilidades, y
el gusanillo encontró la manera de cambiar la ruta de lo que me llevaba.
Bueno,
divagaciones aparte, alguien de un grupo arremolinado en torno al panadero
ambulante nos sugirió que visitásemos a Benito Royuela, un horrense de 90 años
que sabía mucho de la otra vida, de la de antes de la televisión, y quizá
también sobre el tema folklórico que nos interesaba. "Acompáñalos
tú", dijo una de las mujeres que esperaban el pan a su marido, también presente
cerca del corro y que era demás familiar de Benito.
Que fue así
cómo nos plantamos en la casa del nonagenario y fuimos recibidos con gran
amabilidad. Pasen, pasen. Y pasamos hasta la salita donde se encontraba Benito
Royuela, sentado en su butaca y acompañado de su esposa. Nos presentó nuestro
acompañante, Narciso Cob, haciéndole saber
nuestra intención de recopilar y grabar brindis. “Yo hice una poesía”
dijo, y nos recitó una que algo tenía que ver con el vino pero que no era un
brindis ni se le parecía. Luego, la cosa derivó por otros derroteros gracias a
una fotografía que colgaba en una pared, en la que se veía una original
tartana, guiada por un hombre a pie,
por una de cuyas bocas sobresalían fajos de telas. “Es mi marido”, dijo
la esposa, “es nuestro padre que iba vendiendo por los pueblos”, dijeron dos
hijas de Benito que se sumaron a la
reunión. Ya éramos muchos en la sala y las palabras iban de un sitio a otro, a
veces formando batiburrillos incomprensibles. Para lograr una mejor audición,
arrimé la grabadora a la boca de Benito, consiguiendo así oír, con nitidez, la
primera parte de su vida, la de vendedor ambulante.
VENDEDOR AMBULANTE
“Yo
he hecho muchas cosas en mi vida. En mi vida no ha habido más que trabajar.
Desde que tenía once años... A los treces iba yo a vender a la Ventosilla, porque tenía un hermano que se fue a
... era cuando la guerra... me llevaba a mí cinco años, y él se fue a la guerra
y yo tuve que ir a vender a la granja de La Ventosilla, y llevábamos entonces
ultramarinos. ¡Que no pasé yo frío entonces! Íbamos con un carro, no con este [de
la fotografía, sino] con otro.
[Iba] con mi hermana, mi hermana me llevaba a mí ocho años, y ella se liaba
con las [chicas] de su edad y no se acordaba de... ¡Pasaba yo más frío
entonces! ¡Se helaba el aceite! Ya a
los quince años iba yo solo a vender”.
La venta ambulante fue tradición en la familia de
Benito. “Mis padres también fueron vendedores ambulantes, ahí les tengo en
las fotos”, dijo señalando un cuadro con sus progenitores colgado en una
pared, aunque “mi madre era la que más entendía”.
Cuando ya solo atendía con sus ultramarinos a La
ventosilla, Benito buscó una salida profesional de mayor rentabilidad, y dio con
la venta de tejidos. Diseñó un nuevo carro, más acorde con el nuevo producto, y
siguió igualmente peregrinando por los pueblos:
“Los tejidos nos los servían de Barcelona, de [la
fabrica de tejidos de] Roca Umbert. [Y es que] para ser un buen comerciante
hay que ir donde [te sirven buen género]”, considera el
ambulante de La Horra.
Benito Royuela Esteban con su carromato para la venta ambulante de tejidos |
CINEMA CASTILLA, EL PARADISO DE LA
HORRA
Persona
de gran emprendimiento, Benito Royuela construyó en 1953 un cine en su pueblo,
en la calle mayor. Le llamó Cinema Castilla y estuvo en activo doce años, hasta
1965, que es cuando ya la televisión venía apretando.
Taquilla del cinema |
Bancos corridos en el gallinero |
Alfredo Mayo, Sara Montiel... marcaron épocas |
"Entendían bien las películas del oeste" |
¡Y las folclóricas! |
El
de La Horra fue uno más de los muchos cines de domingo que se instalaron en los
pueblos importantes de Burgos en los años de posguerra, y su historia debe ser
la misma que la de cada uno de ellos. A través del relato de Benito, uno pude
imaginarse las mismas escenas vividas en cada sala, la misma perplejidad de los
vecinos antes la magia que se les ofrecía en pantalla, las mismas protestas,
los mismos silbidos. Era lo nunca visto. Cuenta el empresario que “La gente
de aquí, de La Horra, no estaban preparados, no entendían las películas.
[En cierta ocasión] vieron la película Más dura será la caída,
que fue una película maravillosa, y que fue muy alabada por la prensa... en
cambio, aquí, que era el día de la fiesta cuando se puso, se salió la gente [de
la sala]..., pues porque no la entendieron, no estaba la gente preparada
para ver estas películas. Las que entendían bien eran las del oeste o las de
cante, como La Lola se va a los puertos....; hombre, echamos
muchas películas, como A mí la legión, El derecho de nacer....”.
En este punto, la esposa de Benito, que guarda una lista de las películas que
se proyectaron en el cinema de su marido, menciona otras como Balarrasa,
Plácido, Ana Karenina, Lo que el viento se llevó...
Las
películas llegaban al Cinema Castilla procedentes de Arévalo. “Tenía un
hermano en Arévalo y cuando iban los viajantes de películas a Arévalo pues mi
hermano era el que contrataba las películas allí.
La
proyección estaba a cargo de “un cuñao mío, que murió ya. Aquí vino uno de
Aranda [para
enseñarnos], el que tenía el cine de Aranda nos mandó el [cámara] que
tenían y él nos enseñó”.
ALGO DE AMBIENTE
“La
gente gritaba y silbaba, eso lo aprendieron enseguida. No estaban preparados
para películas que no entendían, pero para eso... Por ejemplo, si salía una
película que los letreros no salían al principio, como a la hora de hoy hay
algunas que no salen al principio, pues creían que estaba cortada, ¡oye, y qué
silbidos!
Al
cine venían de todos los pueblos de alrededor, de Anguix, Sotillo..., y solo se
ponía los domingos. Y a la más
mínima, llegaba la censura “El cura
decía que todo aquel que se tenga por cristiano, que no vaya a ver la
película”.
Cinema
Castilla era un cine de pueblo, sí, pero con butaca de patio y gallinero,
como casi todos los de su especie. Y tenía también sus carameleros, uno para arriba y otro
para abajo. Uno de ellos, Narciso Cob, fue precisamente quien nos condujo hasta
Benito Royuela. Él lo describe orgullosamente así: “¡Y
tuvo carameleros! Yo estuve de caramelero, llevaba una cestita así. [Benito] no me
pagaba, sólo la propina que me daba la tía”.
Narciso Cob fue caramelero en el Cinema Castilla |
¡Ah, aquellos viejos cines, donde yo mismo vendí
caramelos y bombones entre piernas de chicas y chicos, de hombres y mujeres, de soldados de caballería oliendo a establo!
Restos del naufragio. Carretes para rebobinar las películas |
Un cuarto muy angosto |
Con mi profundo agradecimiento a
Benito Royuela Esteban y su familia