domingo, 23 de agosto de 2020

FOTOS CON HISTORIA, OTRA VEZ PEÑAHORADA


Carretera blanca, pañolones negros

Posible trillero de Cantalejo, con su ayudante,
atravesando Peñahorada camino de Burgos


Arco hoy desaparecido, procedente de la ermita de 
Nuestra Señora de las Arenas 

Lavadero en laguna hoy desaparecida bajo La Peñuela
¡Tiempos de agua!


FOTOGRAFÍAS: Imágenes de Peñahorada (Archivo Cortés-Archivo Municipal de Burgos)

Siguiendo con la estela de Peñahorada, quiero traer hoy a estas Memorias cuatro fotografías de este lugar que fueron hechas por el artista burgalés Juan Antonio Cortés a finales del siglo XIX. Las cuatro pertenecen al ya muy conocido Archivo Cortés, hoy en propiedad del Archivo Municipal de Burgos. A este respecto puedo confesaros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, que descubrí dichas fotografías por casualidad, cuando aún la magna colección apenas era conocida y en el Archivo Municipal, que hacía poco la había adquirido, aún quedaban por identificar convenientemente la totalidad de cada escena y el lugar donde fue tomada. Me encontraba yo mismo revisando la colección, para algún trabajo que ahora no viene cuento, cuando ante mis ojos aparecieron, ¡oh sorpresa!, cuatro fotografías que me resultaban muy familiares, tan familiares que eran escenas captadas en mi querido Peñahorada, el pueblo que me tiene cautivo desde hace casi medio siglo. ¡Qué emoción!, no solo por verlas, en su crudeza decimonónica, sino por poder colaborar con mis amigos del Archivo Municipal al proporcionarles una identificación que no tenían. ¿Lo recuerdas, Yolanda?
La fatalidad quiso que estas fotografías no llegaran a tiempo para haberlas incluido en el pequeño libro que yo mismo publiqué sobre mi pueblo “adoptivo” (“Peñahorada. Dos hermanas de piedra y un camino en el desfiladero”, 2009), pues aparecieron después de ser publicado. Por eso ahora siento la necesidad de compartirlas con todos vosotros, queridos amigos, en cierto modo es una manera de hacer justicia.
Poco hace falta explicar el contenido de las imágenes, pues hablan por sí solas. La foto antigua es el espejo lejano en el que nos miramos y vemos, y en estas en concreto lo que vemos son espejismos de nuestras vidas, sobre todo de los peñatos que nos precedieron.
Que las disfrutéis

viernes, 21 de agosto de 2020

LOS ATARDECERES DEL VIRUS

11 DE MARZO DE 2020

4 DE JUNIO DE 2020

5 DE JUNIO DE 2020

9 DE AGOSTO DE 2020

9 DE AGOSTO DE 2020
18 AGOSTO 2020

18 AGOSTO 2020

26 AGOSTO 2020

6 0CTUBRE 2020

8 OCTUBRE 2020

8 OCTUBRE 2020

FOTOGRAFÍAS: Atardeceres en Peñahorada (2020) 


        Disfrutar de los atardeceres es gratis, no hay que sacar entrada para el acceso al teatro donde se representan (de momento). Se necesita solo cambiar de ambiciones, estar en el preciso momento donde se producen y tener ojos de ver y comprender la belleza; si no hay ojos para ello, no hay nada.
        Desde mi privilegiada platea en Peñahorada he tenido ocasión de aplaudir cada tarde de este agosto de mascarillas (menos mal que no nos tapan los ojos) al espectáculo. Es breve su duración, apenas un cuarto de hora, pero cada segundo cambia de escenario, a cada cual más bello, cosa que ninguna otra obra iguala. 
     Todas las tardes el sol se desploma detrás del montuoso escenario, con distintas pinceladas y contraluces, da lo mismo que haya virus o no. Si os fijáis en las fechas a pie de foto veréis, queridos amigos de este Cajón de Sastre, que el primer ocaso está captado pocos días entes de la declaración del Estado de Alarma. Después vinieron otros, igual de espectaculares, y así hasta hoy, que seguimos igualmente alarmados. "Teniendo un cielo tan lindo, quién lo dijera., un manto negro envuelve a mi pobre tierra..".

(Año del Coronavirus, agosto 2020) 

domingo, 9 de agosto de 2020

PEÑAHORADA CON VUESTRO PERMISO, QUERIDOS PEÑATOS

En estas noches de canícula, contemplando las estrellas en el mismo lugar de todos los veranos, bajo el mismo coro de grillos de todos los años, uno siente la tentación de pensar que son las estrellas las que cantan y los grillos los que brillan. Las dos magias se confunden y se me antojan posibles en este pedazo de cielo que me tocó en suerte, en buena suerte.

Poco antes de que salieran las estrellas de sus escondrijos y antes también de que los grillos se aunaran en coral, un amigo peñato me había pedido una fotografía, una de tantos cientos como guardo de mi elegido y querido lugar en el mundo, de mi pueblo adoptivo. Y aquí, queridos amigos, en ese embrujo de la noche, se desató tal tempestad de recuerdos que no he podido resistirme a reproducir el introito-confesión que un lejano día escribí en un pequeño libro para dar salida a aquello que necesitaba salir.


Dentro del desfiladero existió un agujero en la roca, una ventana  natural que fue la que dio nombre a Peñahorada. Desapareció en los años veinte del pasado siglo al hacerse una trinchera para el ferrocarril Santander-Mediterráneo, hoy también desaparecido.





 PEÑAHORADA CON VUESTRO PERMISO, QUERIDOS PEÑATOS


"Un agujero en la roca, desaparecido por culpa de las vías de un tren que también han desaparecido. Un desfiladero entre calizas que costó millones de años en horadar, callejón de sombras con riachuelo y un viejo camino que lo atraviesa. Un menhir prehistórico, de roca madre engendradora de hermanas de piedra y leyenda. Dos manantiales, uno de salud y otro de vida. Mézclese todo y se obtendrá la razón de ser de Peñahorada. Todo lo demás son voces del cielo y la tierra, susurro de pasos perdidos, de recuerdos. 


Dicho lo anterior, permitidme, queridos vecinos de Peñahorada, los que ya fallecisteis y os llevasteis vivencias y recuerdos imposibles de recuperar, los que os marchasteis a la ciudad porque creísteis que en ella seríais más felices, y los que de manera heroica aún permanecéis en el pueblo, saboreando el cielo que os vio nacer, llorando las puertas cerradas, permitidme, digo, que os tutee.  Dejadme también tener la osadía de hilvanar algunos retazos de la historia de vuestro pueblo, que es también el mío, el de mi esposa y el de mis hijas, aunque sólo lo sea como consecuencia de una larga y cálida adopción.
Antes de ahondar en esa historia, sin embargo, os pido lugar para una confesión. Seguramente, muchos de vosotros, sabios del sol y la luna, los que un día me acompañasteis en el huerto y en los paseos campestres, y los que aún lo hacéis, los que compartisteis conmigo indescriptibles, felices reboradas al alcance de la mano, allá por donde asoman las tierras de Ubierna, los que escuchasteis conmigo el silbato del tren cuando se acercaba a La Peñuela, seguramente, digo, os habréis preguntado alguna vez el porqué de mi llegada a vuestro pueblo hace ya cuatro décadas. Cuál o cuáles fueron los motivos que nos llevaron a mí y a mi familia a recalar en vuestra aldea entre montañas y a convertirnos en peñatos. Os cuento. 
Siendo yo niño, lo cual viene a coincidir con una Era de necesidades, eran muchas las distracciones que los chicos de Burgos teníamos, y todas en la calle, porque entonces no existía la locura colectiva de los autos, y además había muchos espacios libres de casas, que es como decir mucho campo. Una de las distracciones era la de alquilar bicicletas por un determinado tiempo, generalmente una o dos horas, en talleres que en distintos puntos de la capital había al efecto. Ahora me viene a la memoria uno de estos establecimientos bicicleteros, el que había a mediados de los cincuenta junto al Banco de España, lo que ahora es la Subdelegación del Gobierno, y que es al que yo solía acudir para mis alquileres. Las bicis... ¡vaya bicis!, todas de deshecho, la mayoría sin frenos, sin guardabarros, con cubiertas desgastadas y tubulares con infinitos parches. ¡Parecían esqueletos rodantes! Con decir que casi siempre las devolvíamos con las ruedas sin aire, y a veces (creédmelo) hechas un ocho... Pero bueno, con aquellos artefactos aprendimos los chicos de mi generación a rodar en bici, eso sí, a fuerza de recibir un sinfín de trompazos, por aquello de la falta de frenos.
El precio del alquiler no era excesivo. Por un duro, a la sazón cinco pesetas de las de Franco, podías pedalear durante un par de horas por donde más te apeteciera. Lo más normal era ir hasta Fuentes Blancas, o más allá, pero había quien gustaba de desplazarse a los pueblos cercanos. Con dos horas, y a pesar de la cochambre de bicis que te dejaban, podías incluso llegar hasta Peñahorada, beber en su fuente y regresar sin más al punto de partida. Que fue así cómo, queridos convecinos y amigos peñatos, en una de estas expediciones heroicas llegué a sentir fascinación por vuestro pueblo, que es ya el mío. Repetí el viaje en varias ocasiones y después dejé de ser chico para hacerme mayor, pero la imagen de Peñahorada entre montañas ya no se alejaría nunca de mí, y andando el tiempo tuve la feliz oportunidad de poder acompañaros en vuestras alegrías y penas. Hice casa, y mis hijas dicen ahora: “mi pueblo”, porque en él crecieron.  
El librito que aquí os presento es de consumo interno, es solo para vosotros y para aquellos por los que doblaron ya las campanas, porque es vuestra voz y vuestros recuerdos los que le han hecho posible. No esperéis otra cosa: es vuestra voz".  



Peñahorada, un pueblo-camino bajo Peña Monte