Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

sábado, 25 de diciembre de 2021

DE MINAS Y MINEROS BURGALESES (II)


                  ODISEA DEL CARBÓN EN JUARROS

Las minas de Puras de Villafranca habían ahondado en mí la vena de admiración hacia la vieja y desaparecida industria extractiva en Burgos. Decidí por ello continuar con el tema, rastreando a continuación las pistas del hierro, un fascinante mundo de la era preindustrial burgalesa donde se entremezclan, además de las numerosas minas ferruginosas abandonadas, ingredientes como el de la accidentada historia del mítico ferrocarril minero de la compañía inglesa The Sierra Company Limited, o el de los hierros y ferrerías en torno al río Pedroso, cada uno de ellos una aventura distinta y apasionante.

Pronto, sin embargo, pude darme cuenta de que el hierro, siendo un capítulo interesantísimo para el devenir del desarrollo burgalés, requeriría un análisis mucho más profundo de lo que aquí se podría. En todo caso, seguía siendo la figura romántica del obrero subterráneo lo que me llevó al episodio minero que más huella dejó en la provincia: el del carbón.


Grupo de mineros a la entrada de la mina juarreña de El Trampal.
En 1964 todavía no era obligado el uso del casco
y la boina era un buen aliado del minero.



       Resultaría muy difícil, por no decir imposible, seguir la pista humana de la mina Esmeralda, de San Adrián de Juarros, de las de Brieva y de todas las que, demarcadas en 1841, funcionaban ya en 1846. Como lo sería también rastrear la huella de los hombres que trabajaron en las dos “minas de carbón piedra” situadas en el Diccionario de Pascual Madoz en Pineda de la Sierra, o en las de Urrez, Villasur de Herreros, San Adrián, Monterrubio y Barbadillo de Herreros hacia 1862. La documentación de la época, fundamentalmente memorias y estudios mineros, habla de una inusitada efervescencia por esos años en dichas zonas, y en otras de menor desarrollo, como Rupelo, Hortigüela o Salas de los Infantes.

De aquel tiempo glorioso, dominado por empresas extranjeras, quedaron los nombres de las minas, no así el de quienes las excavaron. Las Casualidad, Generosa, Milagrosa, Restaurada, Africana, entre otras, son nombres míticos en la minería burgalesa que, si pudieran hablar, describirían dramática historias escritas en una época en la que las condiciones de extracción a buen seguro llegarían a poner los pelos de punta incluso a los actuales mineros de Guardo, Villablino o Hunosa, tan curtidos ellos, con minas de mayor seguridad pero igualmente siempre cercanos a la tragedia.  

Empresarios y oficios mineros

         Desde aquella mitad del siglo XIX no cesó la vida minera en la llamada Cuenca del Valle del Arlanzón, con periodos de mayor o menor actividad, pero esa es una historia ya escrita, aunque para su elaboración no se contara con el componente humano de boina y casco, que, en definitiva, fue el que la hizo posible.

No resultó difícil encontrar obreros dispuestos a contar parte de aquella negra aventura. En la capital burgalesa arrastran su silicosis y su jubilación precoz, desde finales de los 60, decenas de mineros que trabajaron en la última fase de la extracción del carbón, aquella en la que lo hacían para Ibercominsa. Esta empresa nació como resultado de la compra por parte del leonés Pascual Eguiagaray de las pertenencias de la mítica Ferrocarril y Minas, creada en 1920, en un tiempo en el que brillaba con luz propia el avezado empresario y técnico minero, Pablo Pradera, suegro de Eguiagaray.

Pude encontrar en la taberna de Villasur de Herreros a José Ramón López, de 67 años, chófer e hijo de Simeón López, el que fuera encargado general de las minas de San Adrián y de las dos centrales eléctricas que hubo en Villasur de Herreros (Nueva Eléctrica de Villasur y Electra del Arlanzón). Me habló de cuando la compañía Ferrocarril y Minas tenía las oficinas en el desaparecido Balneario de Arlanzón, así como de cuando en este lugar los ingleses montaron también una serrería de madera accionada con una locomóvil, teniendo además otras tres para v el servicio de las minas. Me habló igualmente de los casi cincuenta mineros que llegaron a trabajar en las minas de Villasur, entre barrenistas, maderistas, vagoneros, rampleros, terreristas o camineros, tuberos y cabestrantes o maquinistas.

Por José Ramón supe también que el carbón se llevaba a Burgos, Miranda de Ebro y Logroño, para tejeras y caleros, y que la galleta y la galletilla para el consumo doméstico se llevaba a Burgos, a Carbones Castellanos, que estaba detrás del Gobierno Militar, mientras que lo más menudo “se llevaba a la fábrica de hacer ovoides de La Ventilla”.

Muerte en la mina Salvadora

         Con especial emoción recuerda José Ramón la tragedia minera ocurrida en la mina Salvadora, de Brieva de Juarros, en 1948. Murieron en ella varios mineros y él mismo estuvo en el equipo de rescate: “El accidente ocurrió al pinchar desde la galería en la que se estaba trabajando otra de una explotación antigua que se encontraba inundada. La primera se inundó también y se ahogaron diez mineros, a los que pudimos rescatar después de ocho días de sacar agua. Con una bomba alimentada con un grupo electrógeno que nos dejaron los militares del Dos de Mayo. Salieron tres hombres con vida, agarrados al cable que subía los baldes con un torno de mano. Los familiares de los accidentados esperaron al pie de la bocamina todos esos días. Por eso, y para evitar las lógicas escena de dolor, los sacamos a las doce de la noche y los llevamos al depósito de cadáveres de Brieva”.

         Dejé a José Ramón con sus recuerdos y busqué a continuación, en el barrio de Gamonal, a Aurelio Simón, un jubilado que fue concesionario de la cantina de San Adrián en la época dorada de la hulla, los años 50 y 60. Era esta cantina, entonces, único lugar de lúdico encuentro para la rudeza minera en este pueblo de Juarros, que contaba con una legendaria ciudad subterránea sin nombre. Una ciudad cuyas galerías se desploman ahora para cerrar capítulo.


José Santamaría en la entrada a la mina La Salvadora.
en Brieva de Juarros 


El baile de los mineros

Aurelio, el cantinero, trabajó intensivamente atendiendo a los tres turnos. Daba de beber y comer, fiaba e incluso pagaba un canon al Ayuntamiento por la organización de un baile con gramola en una de las eras del pueblo. Un baile que le costó Dios y ayuda organizar, porque desde el primer momento tuvo que luchar contra la oposición del cura: “Entonces había muchas mozas en el pueblo, y además venían las de los pueblos de alrededor. El cura advertía a los padres del peligro que suponían los bailes para estas mozas”.

El cantinero me puso también sobre la pista de otros veteranos mineros jubilados y desperdigados por Burgos. Fui a buscarlos y algunos ya habían fallecido.

El polvo de la piedra, la silicosis y el sanatorio de Oviedo 

         Fidel Castañón, otro de los héroes de esta historia, vino a las minas burgalesas de Juarros en 1958. Doce largos y oscuros años los pasó en unas minas que, según su particular relato, “aunque no tienen gas, son peores que las asturianas y las de León. El polvo de la piedra era muy malo, tan malo era  que solo cuatro años barrenando son suficientes para coger silicosis. El barrenista era el que más fácilmente enfermaba, pero no se libraban ni los rampleros. Muchos murieron, yo conocí a más de veinte silicosos, y bien jóvenes. Muchos de aquí tuvieron que pasar por el Sanatorio de Silicosos de Oviedo”.

         Fidel tiene ahora 67 años y lleva jubilado por la enfermedad maldita desde los 43. Recuerda a su padre minero, capitán del bando republicano durante la Guerra Civil, quien después de salir del penal de Burgos fue en busca de trabajo a las minas de León, encontrando allí un ambiente hostil. Por ello, “cuando salieron las contratas de Burgos se vino para las minas de San Adrián. Entonces había que rellenar una ficha en el cuartel de la Guardia Civil y mi padre tuvo que estar durante tres años haciendo acto de presencia una vez al mes en dicho cuartel, que estaba en Arlanzón”.

Pajas de centeno para la dinamita

Las famosas minas Pozo Pablo y El Trampal, esta con más de 800 metros de profundidad, fueron en las que trabajó Fidel varios años asido a una barrena: “En una repisa de una de sus galerías -recuerda-, encontramos las pajas largas de centeno con la que, antiguamente, dicen que cuando los carlistas, se hacían las mechas llenándolas de pólvora”. Este minero confirma así lo que escribió José Luis Reoyo en el libro Explotaciones mineras de la provincia de Burgos: “La Juarreña, las más celebrada de las minas burgalesas, fue la primera mina de España en la que se usó la dinamita”; un hito, histórico, sin duda, que pone de relieve la importancia del foco carbonífero de Juarros a nivel nacional. 

A estas alturas del relato, habiendo conocido abundantes datos e historias sobre las minas, se habían apoderado de mí irrefrenables deseos de ver in situ este fabuloso y excavado mundo. Tras describirme cómo vivían los mineros en San Adrián (“los que éramos casados teníamos casa propia, otros con derecho a cocina, y los solteros dormían en la residencia para mineros que había en el pueblo, o en los pajares”), me puse en contacto con José Santamaría, otro minero con silicosis con quien tuve ocasión de hacer una expedición a las minas.

Una excursión a las minas

         Fue una tarde de mayo. Desde Burgos se veía por la sierra el cielo negro, barruntando el aguacero. Aun así, partimos. Antes de llegar a Brieva, por un camino pizarroso nos internamos en la espesura del robledal. Pronto aparecieron uno y mil caminos entrecruzándose, un laberinto de vías de acceso a las minas por los que sería fácil perderse. Dejamos el coche junto a una cata inundada y seguimos caminando en busca de Salvadora, la traicionera mina que guarda en su memoria los ecos de espanto de los diez ahogados. José nos condujo con paso decidido, conoce bien el dédalo minero de este fantástico paraje, no en balde pasó diez años de su vida bajo sus entrañas, no en vano en ellas contrajo la silicosis que le llevó a una anticipada jubilación. Por fin, llegamos a Salvadora, cuya boca se nos apareció siniestra, inundada y poblada por una nube de mosquitos. “Ya decía don Pascual Eguiagaray que no quería minas con nombre de mujer” escupió el minero hacia la impracticable mina.

A continuación, ascendimos por un vallejo lleno de escombreras grises y negras. Al poco apareció ante nosotros una en la que se abría, descubierto, un profundo e inundado pozo, pensamos que con evidente peligro para andarines despistados y animales. Junto a él pudimos ver la chimenea de ventilación, por donde circulaba “el aire acondicionado” al fondo de la mina, y a su alrededor restos de almacenes, salas de compresores, etc.


Restos de lo que pudo ser el economato de los mineros



A las doce crujían los entibados

En el corazón del bosque, engullidos por la calma chicha y humedad reinante, y bajo el síndrome de lo que fue y ya no es, José tuvo un recuerdo para las maderas de los entibados que, con siniestros quejidos, “se resquebrajaban siempre al mediodía y a las doce de la noche. Era en esos momentos, cuando se las oías crujir, y lo pasabas verdaderamente mal”.

Al coronar el monte, ya en el término de San Adrián y después de haber dejado otros profundos pozos al descubierto, así como algunas casas de mineros arruinadas, llegamos a El Trampal, la mina donde transcurrió la vida hipogea de José. ÉL mismo colaboró en la construcción de los seis pisos que tenía. Pero la boca ya se hundió, y quién sabe los sentimientos que embargaban a nuestro guía en aquel reencuentro, al ver desaparecida la puerta de lo que en vida fue su entierro.

Reivindicaciones laborales. La Guardia Civil vigilaba las minas

Habló José con cierta nostalgia (incluso los trabajos más duros pueden provocarla si estás vivo) de los lavaderos y cintas transportadora, del economato y de las oficinas que estaban un poco más arriba; de los compañeros de fatigas, entre los que abundaban asturianos y andaluces, y de cómo después de haberse cerrado las minas acudió de nuevo a ellas, en solitario y en numerosas ocasiones, a sacar carbón para el consumo de su hogar. Luego nos dirigimos a la galería de acceso del mítico y profundísimo pozo de San Ignacio, aquel en el que “se ahogaron un fraile y un sacristán hará unos treinta años”. Vértigo y miedo da asomarse en su boca y comprobar su inacabable profundidad. Al pie de ella José Santamaría recordó el cierre de las minas juarreñas entre 1970 y 1971; su opinión era que “en cierto grado fueron culpables los sindicatos, que empezaron a moverse por aquí sobre el 68 [1968] y los capataces estaban hasta el gorro de tantos problemas”. Probablemente fuera así, pero antes de que los sindicatos llegaran a las minas los mineros ya reivindicaban mejoras en sus condiciones de trabajo y salarios. Cuando esto ocurría, según José, “la Guardia Civil, por denuncias de los capataces, obligaba a los cabecillas a entrar en la mina y se quedaban en la boca vigilando”.

Asegura también José que “Los primeros trabajadores en Burgos en cobrar el paro fueron los mineros, concretamente los empleados en las minas del empresario Juan González, de Villasur de Herreros, a quien apodaban Pachucho. Después fueron los de San Adrián”. Datos todos que, sin duda, son de gran interés para la historia de la lucha y reivindicaciones obreras en Burgos.


Cargadero de carbón junto al Pozo San Ignacio
en San Adrián de Juarros 


 

jueves, 23 de diciembre de 2021

AMANECER EN EL DOLMEN DE LA CABAÑA



El sol abriéndose paso hacia la cámara mortuoria





Testigos de la luz recortados sobre el túmulo



Sombras sobre el dolmen festejando una luz única 


FOTOGRAFÍAS: Dolmen de La Cabaña, en Sargentes de la Lora (18/12/2021) 

En estos días de solsticio invernal uno puede dejarse llevar por la rutina de siempre, cantar villancicos o buscar emociones fuertes. En mi caso preferí salir, en plena noche, en busca del amanecer para comprobar que, por estas fechas, estando los dólmenes orientados a la salida del sol, los primeros rayos iluminan la embocadura del corredor y avanzan hacia la cámara mortuoria. Y os diré, queridos amigos, que el madrugón mereció la pena. Primero fue un preámbulo en la oscuridad y a contraluz, emoción bajo el cielo estrellado del páramo de La Lora. A continuación, cuando las estrellas se fueron a adormir, apareció el astro rey y se produjo ese momento, fugaz, mágico e indescriptible, en el dolmen de La Cabaña. No estuve solo, por supuesto que no, otros veinte madrugadores esperaron, expectantes y a 7 grados bajo cero, la llegada de una luz única y maravillosa. Una experiencia para no olvidar y que recomiendo especialmente para el próximo solsticio. 

martes, 21 de diciembre de 2021

DE MINAS Y MINEROS BURGALESES (I)


Más de setecientas entradas duermen apretadas en este Cajón de Sastre. Y siendo tantas, me sorprendo al hacer revisión de no haber encontrado ninguna dedicada a la minería burgalesa, ni a los mineros, trabajadores de los infiernos por los que siempre he sentido profunda admiración.  

Hoy, queridos amigos de este Cajón de Sastre, quiero reparar esta ausencia en el blog reproduciendo un artículo que, con el título de El abuelo fue picador, publiqué en 1993 en el extinto Diario 16 Burgos, y después en el libro Burgos en el recuerdo II (1998). El reportaje trata de la minería del manganeso en los Montes de Oca y del carbón en tierras de Juarros, con sus esforzados protagonistas como eje principal. Sirvan las líneas derramadas entonces como homenaje de este blog a todos aquellos que enfermaron, e incluso murieron por el polvo de las minas burgalesas.

 

 

       EL ABUELO FUE PICADOR 

 

El manganeso de Puras de Villafranca

Conforme me iba acercando al gran salto, el estruendo del río precipitándose en las profundidades se hacía más insoportable. ¿Qué era aquello, una mina o en verdad el mismo infierno? ¿Pudo algún ser humano no solo adentrarse, sino también permanecer horas, días, noches, arañando el manganeso en las galerías de aquel averno? Por un momento, al avistar la cascada y la sima con entibados caídos, atravesados y en descomposición, recorrió mi cuerpo un estremecimiento de terror. Todos mis años vividos explorando el subsuelo como espeleólogo de nada me sirvieron para soportar aquello que imaginaba en la negrura del fondo: un dédalo de galerías siniestras, inundadas y concrecionadas por gritos de dolor.

Desde que la mina fue abandonada, el impetuoso discurrir del agua debió ser incesante, erosionando todo lo que encontraba a su paso. Pese a ello, en mi escalofrío, pensaba que no podía haber borrado la huella de las páginas mineras escritas con sudor y barrena, no era posible que lo hubiera borrado todo. De pronto, sentí la imperiosa necesidad de salir cuanto antes del antro, y ya en contacto con la luz exterior, junto a la boca de la mina, prometí seguir los pasos de los hombres que construyeron y sufrieron el angustioso subterráneo que había dejado atrás.

No tuve que esperar mucho. Por un camino paralelo al río, el que de Puras de Villafranca conduce a la mina del término de Los Valladares, observé que se acercaba, con lentitud, un hombre anciano con su cachaba. Lo esperé al pie de la bocamina. Me dijo su nombre, Eulogio Garrido, y sus años, noventa. Él no trabajó en el interior, pero su relación con el manganeso y la minería de Puras estaba perfectamente clara, al haber sido guardián del polvorín de la empresa minera. “Está usted en la mina de Los Valladares, me dijo. En esta es donde más mineral se sacó. Sobre los años veinte fue explotada por un tal Pradera. Esto, entonces, parecía la guerra, todos los días se escuchaban los estampidos de los barrenos. ¿Ve al otro lado del río aquella escombrera, ahora tapada de hierba?, pues allí hay otra mina que se comunica con esta. Al lado estaban las oficinas y el almacén del mineral”. 

Tras estas primeras explicaciones nos dirigimos lentamente hacia el pueblo. Por el camino, Eulogio iba dando rienda suelta a su memoria y a sus recuerdos, y en un momento me hablaba de la precaria luz del candil de petróleo de los mineros (“cuando no había luz eléctrica”), y en otro del vendaval que hubo en Puras en 1940, que llegó a derribar trescientas hayas: “Con el dinero que se sacó de la venta de aquellos árboles pudimos montar una pequeña central eléctrica con la que se abasteció el pueblo”. Me hablaba de un tiempo en el que “el manganeso se sacaba a las vagonetas por medio de tornos de mano”. 


Mina de Los Valladares en Puras de Villafranca


Un pueblo sobre el vacío. No sabían que estaban enfermos. “El agua nos entraba por el cuello y nos salía por las zapatillas”

Llegados a Puras, al pie mismo de la gran grieta-mina que, como una cremallera, desgarra la montaña, me informa Eulogio de que “las galerías pasan por el pueblo” y de que “debajo de él todo está hueco”. Me recomienda, por último, que visite a alguno de los mineros que todavía viven en el pueblo: “Habla con Isaac, ese lo sabe todo”.

Encontré a Isaac en la parte más elevada del pueblo, en la última casa y frente a una surgencia que, impetuosa, brota de la pudinga. Buen conocedor de las entrañas mineras, donde laboró como barrenador y entibador, no tiene reparos en afirmar que “cuando trabajábamos en las minas no se nos hacía reconocimiento médico alguno. Así que, cuando las cerraron, hace 26 años, nadie de los que habíamos trabajado en ella sabíamos que estábamos enfermos  de silicosis. Pero un día llegó al pueblo un coche de reconocimiento y nos auscultaron, y comprobaron que todos teníamos esa enfermedad. El ingeniero nos decía que en estas minas no había silicosis, pero al final fue que sí”.

Uno de los principales obstáculos, sino el mayor, para la explotación de estas minas, fue el agua, contra la cual la lucha era constante. Y es que, según Isaac, “el manganeso de Puras, que salía de las piedras, estaba donde estaba el agua. Por eso, cuando hacíamos u agujero con un barreno solía brotar un chorro a presión que había que taponar con rapidez. Es decir, que teníamos que estar continuamente, incluso los domingos, achicando el agua de las galerías, con dos bombas que había de 15 y 10 caballos. Pero pese a esta humedad, no disponíamos de ropa ni rajes especiales; había veces que el agua nos entraba por el cuello y nos salía por las zapatillas.

Cuando la empresa Cegasa, de Oñate, cerró en 1968 las minas de Puras, donde encontraron ocupación gentes de Belorado, San Miguel de Pedroso y otros pueblos cercanos, este precioso rincón burgalés y sus habitantes pudieron descansar del estruendo de la dinamita, pero la estela dejada por el manganeso en la zona fue únicamente de paro y enfermedad: “Total -cuenta Isaac-, por un sueldo de 85 pesetas el día que más, unas cuatro mil al mes”.

Tras mi primer contacto con los mineros del manganeso, sentí un irrefrenable deseo de saber más sobre los otros cientos de burgaleses, la mayoría de ellos labradores y ganaderos que, convertidos de la mañana a la noche en mineros, sin reciclaje alguno, descendieron osados al fondo de la tierra en busca de una riqueza que tocaron pero que nunca les llegó.



Restos de la explotación del manganeso.
Se observa el desgarro en la montaña.
 
(En la construcción reza este cartel: 

PROHIBIDO TIRAR BASURAS FUERA DEL POZO

MULTA 1000 PESETAS)


Continuará...

lunes, 8 de noviembre de 2021

DE NUEVO CASA LA VEGA, UN DIBUJO APROXIMADO DE CÓMO PUDO SER EN ORIGEN ESTA CASA DE RECREO DE LOS CONDESTABLES DE CASTILLA


Vista aérea de Casa la Vega en tiempos modernos  

Columnas hexagonales y arcos conopiales en
galería de Casa la Vega

Imagen aproximada del Casa la Vega en tiempos de Juana I de Castilla
Interpretación y croquis de José Muñoz Domínguez 


FOTOGRAFÍAS: Aspectos de Casa la Vega (Tomadas en distintas fechas)

 

Lo expuse y propuse en 2002, allí donde creí que debía hacerlo, pero nadie tuvo en cuenta mi humilde opinión. Sugerí que la ya desaparecida Casa la Vega, o algún testimonio de ella, se convirtiera en un hito y referente de la ruta cultural que ahora se está creando en torno al viaje que hizo la reina con el cadáver de su marido Felipe el Hermoso por los campos del Arlanzón y del Cerrato. Pero pudieron más los planes de desarrollo urbanístico que los idealismos históricos, y de Casa la Vega hoy no queda nada, ni rastro, sólo su recuerdo en la memoria de muchos burgaleses y en los archivos.

Casa la Vega fue en tiempos una finca de recreo de los Condestables de Castilla a las afueras de Burgos, junto al río Vena. En una de sus dependencias se alojó la desventurada reina Juana I de Castilla, durante casi dos meses y tras la muerte de Felipe el Hermoso, hasta que partió hacia la Cartuja de Miraflores, el 20 de diciembre de 1506, dispuesta a recuperar el cadáver de su marido y emprender con él el viaje más alucinante que imaginar se pueda (Ver en mi libro “El año de la Gripe” el itinerario completo que hizo la reina).

 

Lo anterior fue escrito en una entrada de este blog del 4 de septiembre de 2019. En ella aportaba sendas cartas al Alcalde de la ciudad y al Delegado Territorial de la Junta, ya ha llovido desde entonces. Mi denuncia pública sobre la triste  desaparición de Casa la Vega motivó que muchos lectores escribieran a Memorias de Burgos ofreciendo sus comentarios, y lo que es más importante, aportando fotografías inéditas y algunos datos sobre Casa la Vega que desconocíamos, todo lo cual fue publicándose en nuevas entradas.

En estos días, desde Segovia me han llegado dos interesantes comentarios y generosas aportaciones de José Muñoz, un antiguo seguidor de esta bitácora que lleva trabajando años en tesis doctoral sobre las Casas de Recreo Hispánicas. Ha de llenarnos de gozo que, como otros seguidores que abrieron sus archivos y nos hicieron partícipes de ellos, haya tenido la generosidad de enviarnos un croquis sobre cómo pudo ser Casa la Vega en tiempos de Juana I de Castilla. Probablemente sea una visión un tanto hipotética, pero no debemos olvidar que José Muñoz ha investigado mucho hasta llegar a su conclusión planimétrica; debemos por ello tomarla como un testimonio de suma importancia, pues quizá constituya la primera imagen veraz de Casa la Vega en su origen.   

Por su interés, reproduzco aquí los dos últimos comentarios que me han llegado de José Muñoz junto con su espléndido y sugerente dibujo. Así mismo, incluyo también otras fotografías que me fueron enviadas en fechas pasadas para contextualizar dichos comentarios.

 

COMENTARIOS AL BLOG DE JOSÉ MUÑOZ

“Buenas tardes. Soy José Muñoz otra vez y espero poder aportar algo más sobre la Casa de la Vega en la parte que dedico en mi tesis doctoral. Como me ocupa de muchos otros ejemplos de casas de recreo hispánicas, la tesis está resultando la historia interminable, pero esta parte burgalesa está casi terminada. Precisamente estaba actualizando algunas referencias sobre la Casa de la Vega cuando me he topado con la aportación que aquí hace Ángel Cossío y me gustaría contactar con él para conocer algún detalle (el plano y descripción de 1909 sería providencial para mi trabajo). Debo decir que en mi texto ya incluía la mayor parte de los datos que él ofrece, aunque no coincido en la valoración: considero de mayor interés este conjunto de recreo, una de las obras clave en nuestra arquitectura de placer, bien diferente de la palaciega”.  festinalente@hotmail.com /5 de noviembre de 2021". 


Casa la Vega antes de su demolición

"Hola, de nuevo , Elías. Como he comentado recientemente en tu estupendo blog estoy actualizando datos sobre diversos casos de estudio de mi tesis doctoral y, en lo que respecta a la Casa de la Vega burgalesa, compruebo con satisfacción que el tema sigue interesando y que se dispone de nuevo material gráfico. Hoy me he topado con la espléndida imagen del pórtico que publicaste en abril de 2020 y veo que coincide con mis datos y con la hipótesis que manejo desde hace años, así que me decido a enviarte un croquis que hice un año antes de que publicases tal fotografía y en el que verás dónde situaba yo ese pórtico y la probable galería superior: al parecer no me equivocaba. No sabía entonces que el cierre de los vanos se realizaba mediante dinteles conopiales y no mediante los arcos escarzanos  que puse entonces, asimilando el diseño del pórtico  y galería de la casa suburbana de los Fernández de Velasco al de sus equivalentes en el palacio urbano del linaje, la fachada de la Casa del Cordón orientada hacia el jardín.  Si te parece de interés, publica el croquis junto con estas observaciones: el jardín o huerta trasera sería algo más extenso por el sur (parte inferior del dibujo); en el recinto delantero sólo habría un palomar (probablemente el situado en el ángulo sur); los ventanales serían mucho más pequeños y discretos. El nuevo material gráfico me permite redibujar esta hipótesis de forma mucho más certera, con lo que podré dar por terminada esta parte de mi tesis. Un abrazo grande desde Segovia. José Muñoz". 


ULTIMO COMENTARIO DE JOSÉ MUÑOZ 

REFIÉRESE AL ASPECTO PRIMIGENIO DE CASA LA VEGA 

"Buenas tardes. El dibujo que publica ahora Elías es de 2019, a quien agradezco su difusión, y recoge lo que entonces sabía sobre este ejemplar tan interesante de casa de recreo o de placer hispánica, pero prometo una versión actualizada dentro de unos días, gracias al nuevo material gráfico también publicado en este blog y otros documentos. Quizá la mayor diferencia entre mi hipótesis gráfica y lo que recuerdan los burgaleses es el cerramiento y recrecido del inmueble por su parte delantera, mucho más reciente. En realidad la Casa de la Vega primigenia, la que fue construida por los condestables en torno a 1484-1492 y conocida por la reina Juana poco después, se encontraba en la parte trasera y se mostraba con el característico esquema en "U" de la casa de placer hispánica, formada por una crujía central con galerías entre cuerpos macizos laterales: así consta en documentos antiguos y, por lo visto en la fotografía de 1924, todavía quedaba algo de ello en las primeras décadas del siglo XX. Saludos. José Muñoz". 

jueves, 4 de noviembre de 2021

GRAN COSECHA DE BELLOTAS EN EL ÁRBOL DE LA PROVINCIA


Un marco románico e incomparable para
el árbol de todos


Una copa como nunca hubiéramos soñado y una
cosecha histórica


FOTOGRAFÍAS: Árbol de la Provincia en Jaramillo de la Fuente (tomadas en noviembre de 2021)

Para aquellos que habéis seguido todo el proceso del Árbol de la Provincia, de aquella encina que plantamos en Jaramillo de la Fuente, en un ya lejano marzo de 2009, y para todos vosotros, amigos seguidores de este Cajón de Sastre, tengo la satisfacción de comunicaros que el monumento vegetal goza de excelente salud, que ha crecido como nunca hubiéramos soñado y que este año nos ha deparado una gran cosecha de bellotas, la primera gran cosecha. Tantas bellotas tiene o ha tenido (algunas ya han caído) que incluso han debido superar en número al de pueblos burgaleses con sus tierras que le acompañan y dan vida (¡1233!). Esta misma semana he podido abrazar a nuestra encina, tras año y medio de no poder hacerlo (algo de culpa tendrá el Covid), y he sentido una enorme alegría al ver su generosa producción. Quiero compartir con todos vosotros esa alegría y deciros que, intentando un símil vinícola, la cosecha del 2021 será recordada como la primera gran cosecha de bellotas del Árbol de la Provincia, el de todos; recordada también por la calidad del fruto, que os aseguro es excelente. Enhorabuena a todos, y en especial al pueblo de  Jaramillo de la Fuente, que tanto mima a su ilustre vecino vegetal. 


Algo más que un fruto

viernes, 29 de octubre de 2021

ESPLENDOR DEL OTOÑO BURGALÉS

Dos ríos, uno amarillo y otro azul, desde Covanegra

Puente sobre el río San Antón

Jardín vertical sobre el río Rudrón 

Chopos encendidos en la ribera del Arlanza 

Esplendor del quejigal en Las Torcas 

Hojas y reflejos en Jaramillo de la Fuente 

Una trucha saltó en el Rudrón y produjo reflejos de otoño 
en movimiento



Moral de Tañabueyes, un viejo conocido 




FOTOGRAFÍAS: Otoño burgalés (Tomadas en octubre de 2021)

Llegaron las lluvias, pronto los colores otoñales de nuestros bosques y jardines desaparecerán y el gris húmedo se apoderará del ramaje desnudo. Pero su recuerdo perdurará entre nosotros a través de las fotografías que hayamos hecho. La policromía del otoño suele ser un fenómeno efímero, aunque este año, por una climatología seca en Burgos, con días continuados de pleno sol, hemos podido disfrutar como pocas veces de ella. Arces, chopos, hayas, frutales…, casi todos los árboles, se embellecieron para nuestro regocijo, quizá para contrarrestar la calamidad del Covid que nos aflige. Y lo disfrutamos, ¡vaya si lo disfrutamos! Este Cajón de Sastre se siente contento y satisfecho de guardar, junto a otras de otoños pasados y de distintos lugares, algunas imágenes del esplendoroso otoño burgalés. Son imágenes para la memoria, y son para vosotros, queridos amigos, especialmente para los que, por uno u otro motivo, habéis tenido la desgracia de no poder salir en su busca. Que las disfrutéis. 


jueves, 14 de octubre de 2021

UNA VENTANA EN LA TORRE CAÍDA DE ESPINOSA DE LOS MONTEROS


  


Ventana en Torre Caída


Escudo tapado en Torre Caída




Ventana en el muro occidental de la torre
A la derecha se puede ver el escudo



Un muro de hormigón como fondo

 


FOTOGRAFÍAS: Torre caída en Espinosa de los Monteros (Tomadas en octubre de 2021)

Nadie le presta atención, es una ruina y punto. Pasamos delante de ella y pasamos de ella, ni se sabe desde cuándo. Pero no deberíamos ser tan despreciativos con ella, pues se trata de una ruina histórica, de tanta importancia como la que tienen todas las demás hermosas torres y casonas, enteras, que tanto abundan en Espinosa de los Monteros (en un aparte os digo, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, que a poco que lo intentara la villa pasiega, y si es que así lo quisiera, podría entrar en el libro Guinness de pueblos con mayor número de estas edificaciones históricas en su casco urbano, en relación a su población, claro).

Llamo a esta ruina “La torre caída”, por su estado y porque no conozco su nombre de pila, quizá el escudo que luce en el esquinal de unos de los muros en pie podría darnos alguna pista de su primigenio origen. Lo dejo para los estudiosos de la heráldica. Esta ruina, este noble resto entre el inmenso patrimonio arquitectónico de Espinosa, probablemente de los siglos XV o XVI, se encuentra en el arranque de la carretera a Picón Blanco. Visto de frente llama la atención por un agresivo y moderno paredón blanco, probablemente de hormigón, que sustituye a uno de los muros caídos. Una pena de imagen.

En cualquier caso, traigo hoy aquí dicha ruina porque en ella descubrí recientemente una ventana merecedora de ocupar lugar en el ya dilatado repertorio de ventanas nobles que llevamos guardadas. La ventana, con original arco conopial y situada en muro occidental, tiene un escudo de los que aquí siempre hemos llamado “vacíos”, pues, como tantos que tenemos localizados, no tiene armas incisas, solo la superficie lisa, aunque pienso que ni falta que le hacía, ya que a su derecha, en un esquinal del mismo muro, se conserva el escudo antes mencionado, y esta vez sí, esta vez con sus armas y correspondiente timbre heráldico, que será lo que delate el señorío de esta torre.   

Bien harían los espinosiegos en consolidar los restos de esta torre, para que no llegue a perderse en su totalidad.   

domingo, 10 de octubre de 2021

EL CHOPO GRABADO

                                                


Ermita grabada en tronco de chopo, con campanario resquebrajado
y a punto de derrumbarse.  


Virgen grabada en el mismo tronco.


FOTOGRAFÍAS: Un chopo de las Merindades (Tomadas en octubre de 2021)

 “Hay gente pa`tó”, suele decirse, y es verdad. Referido a los árboles, hay quien graba en ellos el nombre o las siglas de su enamorada (casi siempre es enamorada y no enamorado), por lo general acompañado de un corazón atravesado por una flecha a la manera de Cupido. Hay también quien gusta de grabar su nombre allí donde la corteza del árbol lo permite, a veces acompañado de una fecha, un año, quizá en un afán de pervivencia (Infelices, ¡como si los árboles fueran eternos!). Andando el tiempo, hay quien vuelve al árbol para comprobar si lo grabado sigue allí, y puede suceder que a veces sigue, quizá envejecido y desdibujado por el paso de los años, y a veces, no, como el amor no cuidado. Pero hay también quien se aparta de los estándares, se explaya y hace grabaciones que llaman la atención por sus caprichosas y esmeradas maneras artísticas. De estas dan fe las dos descarnaduras que descubrí ayer mismo en un chopo que empezaba a vestirse de otoño (no digo donde está este chopo por si al cafre de turno se le ocurriera borrar lo inciso, ya llegará el día en que árbol y grabados desaparezcan por sí mismos). 

lunes, 27 de septiembre de 2021

CASTIL DE LENCES, UN LUGAR PARA EL RELAX

                       


En los años noventa del pasado siglo embellecían las calles
entrañables vecinas, y el antiguo empedrado
casi había desaparecido. 



En el mismo lugar, hoy embellecen las flores
y el empedrado ha cambiado.
¿Qué fue de aquellas vecinas?


FOTOGRAFÍAS: Imágenes de Castil de Lences (Tomadas en 1995, 2014 y 2021)

No sé si será el tañido-horario de las campanas del convento, cuando irrumpe en el silencio del pueblo detenido en el tiempo, la presencia de la clausura femenina cisterciense, o la voz cantarina y perenne del agua cuando, salida intramuros de la huerta conventual, se precipita en riachuelo y cuesta abajo por el centro del caserío, susurrando y arrullándolo todo, lamiendo el viejo molino, hoy modificado para otros usos. No sé si será todo eso junto, probablemente lo sea, lo que relaja y equilibra los sentidos. Mas, si a ello sumáramos el espectacular circo montañoso que cobija al pueblo, el nacedero de aguas a sus pies, o la iglesia románica con ciprés tan alto como el campanario, o la arquitectura traventina que todo lo envuelve, obtendríamos un conjunto de muy alto valor sedante, suficiente como para sustituir algún ansiolítico que otro.  

En los últimos ¿quizá diez años? Castil de Lences ha sufrido una transformación en su imagen tal, que cuesta reconocer lo que fue a quienes lo conocimos muchos años atrás. No tengo ni idea de quién ha sido la iniciativa para que Castil se haya convertido en un pueblo muy cuidado, florido y mágico, pero por mi parte, si es que algún valor tiene, que no quede el reconocimiento. 



Ciprés y moral de la iglesia románica.


El viejo molino convertido,



El río surge del convento. Durante el día arrulla
y en la noche se convierte en nana. 





martes, 21 de septiembre de 2021

VENTANAS DE LA ALDEA

                                   

Ventana para ver y para lucir escudo


Casona de noble porte, belleza de otro tiempo  



A imagen y semejanza de Villapanillo


FOTOGRAFÍAS: Ventanas en casona de La Aldea (Tomadas en septiembre de 2021)

Tras largo tiempo de no abrir el arcón de las ventanas, hoy me ha costado Dios y ayuda poder destaparlo. Han gemido los goznes como condenados, tanto como los herrumbrosos carcelarios del conde de Montecristo. Y es que como bien sabéis, queridos amigos de este Cajón de Sastre, el tiempo puede llegar a oxidar todo, incluso el alma. Por eso hoy he decidido echar un poco de tres en uno, para que aperturas venideras no sean tan dificultosas. En fin, el hecho es que tras muchos esfuerzos he podido guardar una ventana que descubrí el pasado sábado en el lugar de La Aldea. He tenido que hacer sitio para acomodarla, también con gran esfuerzo, pues el arcón se halla repleto, tan lleno y apretado que barrunto que será difícil guardar otra ventana más que se presente (estoy pensando en que quizá tenga que habilitar un cofre nuevo).

Una excursión por las faldas de La Tesla, me llevó a La Aldea, un lugar en el que hacía 25 años que no me detenía, entonces para otros asuntos. Y allí saltó la sorpresa, cuando ya pensaba que en el Gran Norte no habría más ventanas que registrar, apareció una casona en la que no una, sino tres ventanas, decoraban su noble y principal fachada. La central, con esbelto y remarcado escalonado, a modo de alfiz y con escudo en su interior, es en verdad una maravilla, como lo son también las dos superiores, ejecutadas a imitación del arco y torre de Villapanillo, que en algún escondido lugar del arcón guardamos también. Por si a alguien sirviera, apunto la posibilidad de que ambas obras fueran ejecutadas por el mismo maestro cantero.