martes, 24 de enero de 2023

WILLIAM TURNER, GRAFITIS EN EL ÁLAMO PLATEADO


Grafitis en el álamo plateado, justo debajo de la marca de agua.


William se subió a lo más alto del álamo plateado
para grabar su nombre


FOTOGRAFÍAS: Álamo plateado en la ribera del Arlanzón. Río Arlanzón (Tomadas en enero de 2023 y mayo de 2020).

Echo la vista atrás, cierro los ojos, y apenas puedo creerlo. ¿Fue un sueño o fue realidad? ¿De verdad hubo un tiempo, reciente, en que estuvimos confinados en nuestras casas, sin poder salir de ellas salvo permiso concedido de una hora, como si estuviéramos presos en una cárcel de barrotes y nos dejaran salir al patio durante ese tiempo para estirar las piernas? ¿De verdad que al ver llegar de frente a otras personas por el camino nos separábamos de ellas como si fueran apestadas, como si nosotros mismos lo fuéramos? “No pudo ser, es imposible”, quizá digan generaciones venideras. Pero lo cierto es que todos lo sufrimos, sabemos que unos más dolorosamente que otros. Personalmente aquella mascarada paralizante, que tantas desgracias causó, la llevé sin mucha frustración. Y, a decir verdad, hoy la recuerdo con cierta y positiva melancolía, no por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor (que no fue mejor), o por el tonto orgullo de ser testigo y haber vivido un importante acontecimiento histórico, sino porque los sesenta minutos que se nos concedía a los de mi edad para salir a la calle, y los cortos trayectos que se nos puso como límite para movernos me permitieron dar deliciosos paseos diarios por las orillas del Arlanzón. Ah, qué paseos tan gratificantes. Paseos del Covid, los bauticé, tan cortos, pero tan intensos, y tan diferentes en la valoración. Los recuerdo ahora y veo en ellos el bosque de ribera, con sus chopos plateados, sauces y abedules escoltando nuestro gran río, que corría más libre y veloz que nunca lamiendo las patas de una solitaria garza. Todo me parecía más hermoso que nunca. Una hora de libertad vigilada me permitía saborear todo hasta límites que nunca hubiera sospechado: el camino, el bosque, el cielo y el río, como si en ello me fuera la vida. De aquellos paseos recordé hace poco un poderoso chopo-álamo, el ejemplar más grueso de todos los que jalonan el camino junto al río, cuya imagen, de tanto pasar junto a ella se me hizo familiar. Me llamó la atención entonces por su gran porte, sin embargo no fue hasta hace poquitos días, en otro de mis paseos por el mismo recorrido, con libertad de tiempo, cuando descubrí que el árbol guardaba una sorpresa. En lo más alto del tronco principal columbré un grupito de grafitis, a tamaño mínimo, en el que, a pesar de la altura, acerté a leer un nombre, WILLIAM TURNER, una fecha, XXII-X-XV y la descripción de la especie del árbol, ÁLAMO PLATEADO. Igualmente columbré otros signos en otra gruesa rama, también inaccesible para los no preparados, pero estos no se veían claros y no los pude descifrar. Aquello despertó mi curiosidad, tenía que fotografiarlo, y para ello volví de nuevo con cámara de alcance.

A la vista de dichos grafitis, pregunto al viento, ¿a quién si no?:  ¿Quién fue este William Turner que tanto arriesgó para hacer su obra? ¿Fue acaso un anglohablante, caminante de Santiago despistado que no pudo resistirse a la piel tan clara y fina del álamo plateado? Me temo que nos quedaremos sin respuesta, aunque seguir su pista podría ser bonito tema para una novela. Lo que sí parece seguro es que, con su escalada a las cumbres del árbol, el autor pretendió que su nombre no pudiera ser borrado fácilmente.


Durante el Covid el Arlanzón seguía su camino,
como si nada ocurriera.


domingo, 22 de enero de 2023

LICENCIADO HIDALGO

Escudo de hidalguía para el apellido Hidalgo

Cartela bajo escudo
                        

FOTOGRAFÍAS: Escudo en un lugar de la Patada del Cid (Tomada en 2019).  

        Esos pueblos y aldeas de la que hoy, con todo derecho del mundo, llamamos "España Vacía" esconden en su olvido testimonios de un pasado histórico que siempre, por mínimos que sean, invitan a la reflexión. Así, suele ocurrir con mucha frecuencia que dichos testimonios se manifiesten en forma de escudos y que estos luzcan maravillosas labras, todo con un afán de recordar glorias o triunfos personales alcanzados, seguramente por alguien que en su día se jactó de ellos pero que hoy ya nadie recuerda. Para comenzar el año en esta bitácora, queridos amigos, me ha parecido que no estaba de más recordar, o sacar del olvido, a un vecino de la Patada del Cid que alcanzó licenciatura (no sabemos aún en qué disciplina) en 1689, y que para mejor presumir de ella quiso que su nombre y apellido se perpetuaran en lápida adherida bajo las armas de su propio escudo. EL LICENCIADO PEDRO HIDALGO, puede leerse en la cartela, así como también, en sombrerillo sobre el casco, la citada fecha.  
        EL apellido Hidalgo es común en los pueblos del entorno de la Patada del Cid, de eso no cabe duda, pues lo tenemos bien constatado, lo que quizá no sea tan frecuente es el hecho de que una persona con ese apellido tenga también la condición de hidalgo, como bien parece evidenciarlo el propio escudo. Así, pues, estaríamos ante una dualidad interesante y digna de estudio. Pero, de verdad lo digo, hágase pronto ese estudio, ya que en la España Vacía, desprotegida en su soledad y angustioso abandono, la conservación e integridad del patrimonio no augura un buen futuro, y este licenciado en piedra, convengámoslo, es frágil ante el expolio, tan frágil como si fuera de vidrio.