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Arada, siembra, siega, carga de lo segado, trilla
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Trabajos de ayer para el pan llevar |
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Exposición mural en la nave |
FOTOGRAFÍAS: Murales en Tapia (Tomadas el 6/1/2024)
De
un tiempo a esta parte vengo dándole vueltas a un tema que no es que me
preocupe, pero sí que me invita a la reflexión. Me refiero a la moda que se ha
instalado en los pueblos de decorar sus caseríos con murales, más o menos
afortunados, pintados por artistas locales o foráneos. Cuando empecé a verlos,
en mis constantes viajes por los pueblos, pensé que dicha moda podría ser algo
transitorio y que la cosa no iría más allá del explayamiento puntual de
aficionados a la pintura que además sentían nostalgia por unas formas de vida
perdidas, las que conocieron ellos mismos en su niñez o las que les relataron
sus padres y abuelos. Sucede, sin embargo, que se ha llegado a un punto en el
que ya no son únicamente artistas locales los que, con mayor o menor acierto
artístico, convierten medianas de las casas, almacenes agrícolas o rincones de
todo tipo en exposiciones al aire libre, generalmente de contenido etnográfico,
si así pudiera decirse, dados los temas por lo común pintados. Ya no solo son
artistas nativos de los pueblos los que desarrollan estas obras pictóricas,
sino que al convite se han agregado artistas de gran preparación, que trabajan
por encargo y ejecutan obras de gran calidad e impacto visual. Y aquí es donde se
me presentan las dudas, la principal de ellas es la posible afectación de estas
obras a la personalidad de los pueblos. Me pregunto: ¿alteran, de alguna manera, estos
murales la visión y formas tradicionales de los caseríos que hemos conocido? ¿Cambian
estas pinturas nuestra manera de ver o mirar los pueblos? ¿En las visitas que hacemos
o hagamos a partir de ahora los capitalinos, iremos buscando y fijándonos más
en estas exposiciones al aire libre que en las sugerentes tramas urbanas, la arquitectura
y materiales constructivos tradicionales, sus principales valores? ¿Nos
fijaremos más en la iglesia pintada que en la de verdad, teniéndola a pocos
metros? Probablemente seremos capaces, de momento, de valorar, distinguir y asimilar
todo a la vez, veremos si más adelante, cuando la moda se haya generalizado o masificado,
seguirá siendo así. Habrá quienes piensen que es más atractivo ver la gran nave
agrícola decorada con escenas perdidas de nuestros antepasados que contemplar los
vacíos y fríos enlucidos de cemento, o que el arte de los muros será una manera
de revitalizar los pueblos y que todo vale para ayudar a frenar la
despoblación, incluso si se pintan de rojo o azul todas las casas y la iglesia
de amarillo. Quizá tengan razón. Si lo último llegara a suceder mis reflexiones
habrán sido una simple divagación, cuando no una provocación, y deberán ir directamente
al basurero de la extravagancia pensante.
Al
hilo de mi visita a Tapia el 6 de enero de 2024
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Plácido sueño en el trillo, al arrullo del perfume de la gavilla |
LA
CHICA DURMIENDO EN EL TRILLO
Todo
lo anterior ha venido a cuento por los magníficos murales que tuve la
oportunidad de contemplar en Tapia el pasado día de Reyes. Junto
con mi inseparable, me desplacé a este lugar por un comentario anónimo recibido
en este blog, concretamente en la entrada titulada “Los pueblos como
galerías de arte. Muralidad de la nostalgia”, donde se informaba
de la existencia en Tapia de unos “murales muy interesantes”. Y en honor a la verdad,
tengo que decir que razón no le faltaba al informante anónimo.
Fue el día de Reyes, antes del mediodía, el sol debatía y se batía con los nubarrones, la pequeña
población estaba en silencio, dormida todavía en su quietud invernal. Algunos árboles
pelados tenían colgados en sus ramas adornos navideños, bolas de distintos colores
que parecían sustituir a las hojas caídas, señal de que hubo celebraciones
navideñas y de que el pueblo aún se mantenía con vida.
Buscando
los citados murales recorrimos las calles mudas. Nada, ni un alma a quien
preguntar. Fuimos observando las paredes de las casas y ninguna estaba pintada.
Cuando ya desesperábamos de encontrar pintura alguna, dimos con el yacimiento al
salir del pueblo por el oeste, una gran nave cuya pared del mediodía lucía un interesante
panel, dividido en cuadrículas, representando escenas campesinas, a todo color
y de gran realismo. La arada, la siembra, la siega, la carga de la mies en el
carro, la trilla, todo un compendio de actividades perdidas y ejecutado con gran
verismo. Se notaba la profesionalidad del artista (Hoy me dicen que se deben a
Cristian Sasa, no sé si lo escribo bien).
Recorrimos
la nave, y al llegar a su ala oeste se nos presentó un nuevo mural que ocupaba toda
la pared. La escena, en escala de grises, es una visión de la cosecha en la era,
de grano apilado y sacos llenos, en la que llama la tención una chica dormida
en el trillo, una chica de expresión relajada que disfruta con el sueño de lo cosechado apoyada su cabeza en una gavilla. Pese a la desproporción de una de sus manos,
me quedo con esta figura, hay algo en ella verdadero que, en cierta manera, me reconcilia
con este arte mural campesino, el que puse en cuestión al principio de todo.
NOTA: Pasado un tiempo desde que publiqué esta entrada, tuve la suerte de ver en Madrid la exposición "España Oculta", de la gran fotógrafa Cristina García Rodero, en la que la escena de la chica del trillo figuraba entre las obras expuestas.