viernes, 13 de septiembre de 2024

EL OTRO CEMENTERIO

      


Dos cementerio en Castrillo, uno vivo y otro muerto


FOTOGRAFÍAS: Cementerios de Castrillo Solarana (agosto de 2024)

En un tiempo no tan lejano y en lo que respecta a las costumbres en torno a la muerte en nuestros pueblos, hubo muertos de primera categoría y muertos de segunda, o lo que podría ser lo mismo, muertos que se enterraban en los cementerios santos (Camposanto) y muertos que, por ciertas circunstancias, se enterraban fuera de ellos, en hoyos pegados a sus muros o en corralitos construidos junto a ellos. Estos corralitos, por ser destinados a enterrar a no bautizados o suicidados, seguramente no fueron conocidos ni considerados como camposantos. Así eran las cosas de la muerte hasta no hace tanto, la Iglesia tenía sus normas y el pueblo las cumplía a rajatabla. Probablemente, si visitáramos hoy uno por uno los cementerios de todos los pueblos burgaleses encontraríamos más de un corralito para dichos muertos de segunda, bien adosados al cementerio principal o bien separados de él. Quizá uno de los ejemplos mejor conservados sea el de Castrillo Solarana. Se trata de un pequeño y bien definido cuadrilátero, hecho con tosco sillarejo, con apenas tres metros de lado y un vano de puerta que comunica con el cementerio mayor. Hoy en él no se advierte signo de enterramiento alguno, no hay cruces, probablemente nunca las hubo, no hay flores, solo hierbajos…, tal vez recuerdos.

  

 TESTIMONIOS

 

 

“Si no estaba bautizado se le enterraba fuera del cementerio”.

 

LUGAR: Leva. Fecha de recogida, 14-1-1998

 

 

 “A los que se suicidaban los enterraban también dentro del mismo cementerio, pero en un sitio aparte, separados, en un rincón”.

 

LUGAR: Celada del Camino.  Fecha de recogida, 22-7-2003

 

 

“A los que morían ahorcaos se les enterraba fuera del cementerio”.

 

LUGAR: Castildelgado. Fecha de recogida, 2-2-1998



            "[A un niños sin bautizar] no le enterraban donde se enterraban a los demás, había un departamento, un cacho [de tierra aparte} para ellos". 


LUGAR: Vizcaínos. Fecha: de recogida, 21-8-1998  



Un recinto para el recuerdo


miércoles, 4 de septiembre de 2024

UNA EXCURSIÓN BAJO UN CIELO NEGRO


Un cielo negro y amenazador se aproximaba a Villaveta.


FOTOGRAFÍAS: Bodegas en Villasandino y Villaveta. Iglesia de Villaveta.  (Tomadas el 31 de agosto de 2024). 

Hay excursiones que por uno u otro motivo se hacen inolvidables. De la que os voy a hablar, queridos amigos de este Cajón de Sastre, es una de las que permanecerán para siempre en el recuerdo de este cronista. Fue el 31 de agosto (del presente año, por supuesto), día en que las compuertas del cielo se abrieron sobre las 16 horas y las trompetas del apocalipsis sonaron en Villaveta con descomunal fuerza. Y diréis: ¿y qué hacías tú, y quienes te acompañaban en ese desguarnecido pueblo, cuando la oscuridad que se acercaba por Castrillo era tan negra y amenazadoramente premonitora? Vayamos por partes.

VISITA A LAS BODEGAS DE VILLASANDINO

         Siguiendo con el tema de las bodegas, mi compromiso aquel día era visitar nuevos conjuntos, especialmente los de Villasandino, los de Arriba (“El Tablar”) y los de Abajo (“Bodegas del Viento”), que ya conocía de cuando contacté por primera vez con la Cofradía de los Chisteras, de eso hace la friolera de 30 años. Me guiaba la intención de ver en qué había quedado la costumbre de socializar en las bodegas de los vecinos de este pueblo, y de otros de su entorno. Me interesaba esto. Ya vimos en entradas anteriores cómo, en algunos pueblos, por diversos motivos esa socialización prácticamente se ha perdido; los conjuntos bodegueros se han convertido en “despoblados”, donde solo algunos recalcitrantes entrados en muchos años las visitan y disfrutan con cierta asiduidad. La juventud, dicen estos resistentes, ya no quieren saber nada, ni de hacer vino ni de las bodegas, prefieren otras actividades y diversiones. Sin embargo, en la visita a Villasandino pude comprobar que esto no es del todo así. Era sábado por la mañana, era agosto, y había cierto movimiento en los barrios del vino. En las bodegas de Abajo vi que había algunas con la puerta abierta, personas haciendo reparos, dentro y fuera de ellas, y bicicletas aparcadas junto a sus entradas, lo que me llevó a pensar que el abandono no era del todo total. Mayor actividad social pudimos encontrar en las bodegas de Arriba, a una de las cuales, la que me pareció más antigua y de cierta nobleza, su dueño, el señor Anselmo, nos invitó a entrar y a compartir un vinito churrillo, con otros vecinos que le acompañaban, en el lugar entablado donde un día se pisó la uva. Fue así cómo pudimos disfrutar de las entrañas de una bodega que, según supe más tarde, era conocida como “El Senado”, en contraposición a otra que visitamos más arriba, conocida como “La Moncloa”, donde se arremolinaba en la “hora del vermú” un buen número de Villasandineses de todas las edades, con muy buen humor, todo sea dicho. La socialización en las bodegas, pues, no se ha perdido del todo, pensé.


A la bodega de Anselmo se la conoce como "El Senado".


Las bicicletas son para las bodegas. 


VILLAVETA, DONDE EL CIELO SE DESPLOMÓ

Siguiendo nuestro periplo bodeguero recalamos en Villaveta, un pueblecito en el que, creo, no había estado nunca, pero vaya usted a saber, después de tantas vueltas. También este lugar tiene dos barrios de bodegas, aunque solo nos dio tiempo a visitar uno de ellos, que por cierto parece un poblado de esos que salen en las películas “del oeste” (quizá algún  ojeador de lugares para cintas de esta naturaleza algún día se percate del interés paisajístico y urbano que ofrecen estos barrios bodegueros con sus merenderos y lo ofrezca a algún productor cinematográfico para el rodaje de alguna película, sería una oportunidad para mitigar la despoblación, solo haría falta para completar el cuadro poner un par de cardos voladores y un saloon con puertas abatibles de doble hoja). 


Bodegas de Villaveta (Barrio de Arriba).
Para una película "del oeste".


Y en esas estábamos, curioseando y fotografiando bodegas del barrio de arriba, cuando vimos que del sur se iba aproximando un inmenso y amenazador nubarrón, negro como pocas veces habíamos visto. ¡Uy, uy, uy!, “esto se pone feo”, dijimos, y acordamos que era momento de salir pitando, de ponerse a resguardo. Que fue así cómo llegamos a Villaveta. Fue a la entrada del pueblo cuando se desató el diluvio. Pero aun y con eso, fugazmente nos dio tiempo a contemplar de frente un mural del artista urbano Christian Sasa, creo que copia de un Velázquez, pero esto no es seguro, porque los goterones en las lunetas nos impedían ver con claridad. En un primer instante quisimos aparcar el coche frente a la iglesia, pero la tormenta se manifestaba ya tan colosal, con vientos tan salvajes que parecían salidos de otro planeta, que decidimos buscar otro aparcamiento más seguro, no fuera ser que alguna teja o algún pináculo se desprendiera del templo y cayera sobre nosotros. Así, sin apenas visión por la lluvia encabritada, que con inusitada fuerza atacaba por todos los lados, aparcamos en una callejuela, sin saber si en ella estábamos más seguros. Y aquí, queridos amigos, fue donde pensamos que nuestras vidas no estaban seguras, que, de un momento a otro, como sucede en los tornados, nuestro coche y nosotros dentro íbamos a ser succionados y salir volando hacia un destino incierto. Aún con el motor en marcha, el pobre Peugeot se movía en bandazos por el empuje de un viento endiablado que presionaba por todos los flancos, era una máquina indefensa que nada podía hacer para defenderse de una tormenta nunca vista ni sufrida. No podíamos escapar, salir, imposible abrir las puertas, y aunque hubiéramos podido, cómo y donde refugiarnos? Las calles hechas ríos, los canalones de las casas impotentes para recoger tantísima lluvia, remolinos de agua y viento enloquecidos formaban una estampa que nunca habremos de olvidar.

Fue media hora de gran tensión. Pero todo lo que empieza tiene su fin, poco a poco la tormenta perfecta se fue marchando hacia el norte, seguramente para asustar a nuevos y desvalidos pueblecitos. La bestia se había civilizado y convertido en plácida lluvia, quizá en algún lugar cercano a nosotros alguien apagó la vela a Santa Bárbara. 


CRUCERÍAS DE ENSUEÑO

         La puerta de la iglesia, que a nuestra llegada estaba cerrada (mal cerrada, a lo que se ve), el viento la había abierto y el agua se había metido dentro del templo formando charcos. De los dos árboles que se alzan a uno y otro lado de la portada, uno había perdido una gruesa rama, la que hubiera caído sobre nosotros si allí hubiéramos aparcado el coche como fue nuestra primera intención. Con el portón abierto pudimos entrar en la iglesia. Y esa fue la parte buena de todo, pues de esa manera pudimos disfrutar de las bóvedas de crucería rurales más bellas que jamás habíamos visto. Su contemplación vino a apaciguar la zozobra vivida, que aquí sí cabe aquello de que no hay mal que por bien no venga.

FINAL DE LA EXCURSIÓN EN CASTRILLO MOTA DE LOS JUDÍOS

        La relativa calma había llegado también a Castrillo, probablemente el ojo del huracán. Un hombre de 91 años que encontramos, asustado todavía por lo que habían vivido, nos dijo que nunca había conocido una tormenta semejante y lloraba sus frutales tronzados. "No vayan por ahí, que la carretera es un río", nos dijo a modo de despedida..            


Iglesia de Villaveta.
Bóvedas dignas de una catedral


Crucerías salidas de un sueño.