miércoles, 26 de agosto de 2009

PASOS DE MONTAÑA II



EL PORTILLO DEL INFIERNO

Inédito
24 de agosto de 2009


Era una asignatura pendiente que tenía desde hace muchos, muchos años. Por fin, ayer pude satisfacer mis enormes deseos de conocer, “personalmente”, el Portillo del Infierno, uno de los pasos de montaña más emblemáticos y míticos de la provincia, no por su altura, pues no está en cordillera de alta montaña, sino por la aureola de leyenda que siempre le ha acompañado.

El Portillo del Infierno es un paso arrimado a la peña La Ulaña que comunica las tierras del bajo Tozo y las vallejadas y planicies del partido de Villadiego. Generalmente era utilizado por los habitantes de San Martín de Humada y Fuencaliente de Puerta cuando se dirigían a los mercados y ferias de Villadiego con sus reatas de mulas y burros llevando toda suerte de productos y animales menores.

Hoy día existe una pista nueva que sube desde San Martín hasta las antenas de La Ulaña incluso con coche, pero años atrás, cuando todavía los pueblos estaban llenos de vida, pasar el Portillo del Infierno era cosa imprescindible. El ascenso tiene lugar a un kilómetro al este de San Martín de Humada; un viejo camino, hoy bien remarcado por la parcelaria, nos deja prácticamente al pie de la peña en la que se halla el portillo, que a su vez se encuentra entre dos peñones calizos, que son prolongación de la formidable barrera de La Ulaña. Habiendo remontado el ascenso, por un camino entre rebollos, quejigos, avellanos, arces y endrinos, aparece, ya descarnado, el verdadero Portillo del Infierno, una estrechísima hendidura entre dos paredones, con gran pendiente, por la que continúa el camino hacia Los Barrios de Villadiego. A su derecha, en oposición, parte otro ramal, que es el camino que conduce hacia los Ordejones y que pasa debajo de la peña La Ulaña, junto a un espeso pinar y al Morro el Bolantín. Este camino fue también utilizado por los vecinos de los dos pueblos citados cuando, con sus burros, iban a moler el grano al molino de los Ordejones.

Los bandoleros del Portillo del Infierno y La Caseta de los Guardias

Cuando se ha sobrepasado el Portillo del Infierno y se da vista a las tierras de Villadiego, aparece, al poco, otro gran peñasco con una pared vertical de unos veinte metros de altura en cuyo pie, donde ahora buscan refugio las vacas, un día se guarecieron los guardias civiles que protegían a las personas que regresaban de las ferias con los dineros obtenidos en las ventas. Las personas más mayores de la zona cuentan historias de los asaltadores del Portillo del Infierno que, apostados en el paso, salían a robar por la noche a los que transitaban por él. Al parecer, los asaltos llegaban a producirse con tanta frecuencia que los vecinos solicitaron la protección a las autoridades, las cuales autorizaron la presencia en el lugar de dos guardias. Para el refugio nocturno de éstos se buscó acomodo bajo la mencionada peña, muy cerca del Portillo, donde se construyó una pared para cerrar el abrigo rocoso existente; de ahí deriva lo que se llamó Caseta de los Guardias.

Un congelado en el Portillo del Infierno

Si ya en seco era dificultoso el tránsito por el Portillo del Infierno, más cuando se arrastraban animales de tiro, qué no sería cuando estaba cubierto de nieve. Sobre este particular, es de dominio público en la zona un hecho trágico que ocurrió en este angosto paso hace años (no se precisa la fecha). Debió ser por Noche Buena. Dos vecinos de Fuencaliente habían ido a llevar a sus hijas a Villadiego para aprender a coser. De regreso, cargados con sendos sacos de grano, al llegar a Los Barrios, ya cuando anochecía, les sorprendió una fuerte nevada. Los vecinos de este lugar intentaron convencerlos de que no siguieran, de que se quedaran en aquel pueblo hasta que pasara la tormenta. Pero no atendieron las recomendaciones porque uno de ellos había dejado en su pueblo, Fuencaliente, a su mujer a punto de dar a luz y quería llegar cuanto antes. Decidieron, pues, continuar en medio de la nevada. Y tanta era la fuerza de la ventisca que se perdieron. Extenuados por el esfuerzo de caminar sobre la nieve, de cargar los sacos de grano que se caían constantemente de las caballerías, de hacer senda para que éstas pudieran seguir, y aterido de frío uno de ellos, que al parecer era el más débil, decidieron que, en vista que éste no podía continuar, se quedara refugiado en una oquedad de la peña mientras el otro regresaba a Los Barrios para pedir ayuda. Así lo hicieron: el más fuerte volvió sobre sus pasos, pero se perdió de nuevo en la nieve y en lugar de llegar a Los Barrios fue a dar a Villalbilla de Villadiego, ya al amanecer y cuando cantaban los gallos. Buscó socorro en este pueblo, de donde, inmediatamente, salió un grupo de rescate provisto con una escalera para, a modo de camilla, poder transportar al presuntamente congelado. Y en efecto, debía estar con síntomas de congelación, porque una vez rescatado, cuando llegaron de nuevo a Villalbilla, de inmediato fue introducido en un montón de estiércol en fermentación, que era la manera con las que los habitantes de la zona combatían semejantes contingencias.

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