FOTOGRAFÍAS: Hogueras de Cabañes de Esgueva y Arroyal (2007 y 2010)
En otro lugar de este cajón de sastre ya comentamos la fiebre desatada últimamente en los pueblos burgaleses por revivir hechos históricos. Decíamos que el personal se disfraza a la antigua usanza, de medieval, de francés napoleónico, o de lo que sea. Empuña espadas y báculos, simula escenas bélicas, batallas famosas, traiciones, amores locos. Todos los pueblos compiten, todos quieren enseñar su historia, sus tradiciones hace tiempo olvidadas, y cuando no las tienen, las crean. Todo en beneficio de atraer al turismo (“A lo mejor salimos en televisión”), o simplemente para divertirse. Y eso está bien. Al fin y al cabo vivimos en un a época de la imagen, en la que cualquier motivo es bueno para lo lúdico, incluso para la juerga.
Y entre tanta recreación, se advierte una falta notable de autenticidad. Dejando a un lado los hechos históricos, y ciñéndonos ahora a las tradiciones, uno observa una falta de realismo, de sinceridad. Algo natural, ya que la mayoría de los que participan en las celebraciones sólo conocían de oídas su significado. Pasó su época, y los que ahora retoman las creencias de sus padres y abuelos, están desprovisto de la espiritualidad natural, mágica y arcaica. Nada es sincero ahora, por mucho que el fuego arda con las mismas llamas.
Viene todo esto a cuento porque el pasado día 17 del corriente estuve en un pueblecito cercano a Burgos que revivió la quema de escobas que, tradicionalmente, se llevaba a cabo, hasta casi medio siglo atrás, en el día-noche de San Antón. La mayoría de los que portaban antorchas encendidas no sabían el por qué de la costumbre, los más viejos ya no estaban para contarlo. Y quienes algo sabían era porque ese mismo día lo habían buscado en internet. “Es para ahuyentar a los malos espíritus”, me dijeron, a la vez que me entregan una antorcha. Después, en larga y decidida luminaria, subimos hasta una ermita cantando a coro:
San Antón pardo,
que me quemo,
que me ardo.
Que viva San Antón,
con un lechón”.
Como todos los años desde hace siglos, esta noche pasada del 19-20 de enero, festividad de San Sebastián, también se habrá encendido la tradicional hoguera en Cabañes de Esgueva, cuyas llamas habrán durado toda la noche, y se habrá quemado el enebro donde ataron al santo para su suplicio. Este fuego, aseguran los más versados en las tradiciones de su pueblo, conmemora el alejamiento de una gran plaga de gripe. Cada vecino habrá contribuido echando una rama a la hoguera.
En otro lugar de este cajón de sastre ya comentamos la fiebre desatada últimamente en los pueblos burgaleses por revivir hechos históricos. Decíamos que el personal se disfraza a la antigua usanza, de medieval, de francés napoleónico, o de lo que sea. Empuña espadas y báculos, simula escenas bélicas, batallas famosas, traiciones, amores locos. Todos los pueblos compiten, todos quieren enseñar su historia, sus tradiciones hace tiempo olvidadas, y cuando no las tienen, las crean. Todo en beneficio de atraer al turismo (“A lo mejor salimos en televisión”), o simplemente para divertirse. Y eso está bien. Al fin y al cabo vivimos en un a época de la imagen, en la que cualquier motivo es bueno para lo lúdico, incluso para la juerga.
Y entre tanta recreación, se advierte una falta notable de autenticidad. Dejando a un lado los hechos históricos, y ciñéndonos ahora a las tradiciones, uno observa una falta de realismo, de sinceridad. Algo natural, ya que la mayoría de los que participan en las celebraciones sólo conocían de oídas su significado. Pasó su época, y los que ahora retoman las creencias de sus padres y abuelos, están desprovisto de la espiritualidad natural, mágica y arcaica. Nada es sincero ahora, por mucho que el fuego arda con las mismas llamas.
Viene todo esto a cuento porque el pasado día 17 del corriente estuve en un pueblecito cercano a Burgos que revivió la quema de escobas que, tradicionalmente, se llevaba a cabo, hasta casi medio siglo atrás, en el día-noche de San Antón. La mayoría de los que portaban antorchas encendidas no sabían el por qué de la costumbre, los más viejos ya no estaban para contarlo. Y quienes algo sabían era porque ese mismo día lo habían buscado en internet. “Es para ahuyentar a los malos espíritus”, me dijeron, a la vez que me entregan una antorcha. Después, en larga y decidida luminaria, subimos hasta una ermita cantando a coro:
San Antón pardo,
que me quemo,
que me ardo.
Que viva San Antón,
con un lechón”.
Como todos los años desde hace siglos, esta noche pasada del 19-20 de enero, festividad de San Sebastián, también se habrá encendido la tradicional hoguera en Cabañes de Esgueva, cuyas llamas habrán durado toda la noche, y se habrá quemado el enebro donde ataron al santo para su suplicio. Este fuego, aseguran los más versados en las tradiciones de su pueblo, conmemora el alejamiento de una gran plaga de gripe. Cada vecino habrá contribuido echando una rama a la hoguera.
En los pueblos del Alfoz de Santa Gadea y otros próximos se celebra el día 21 de Febrero LA HOGARETA , los mozos iban con los carros al monte y traían ramas hasta formar una gran hoguera que era quemada durante la noche. Desconozco el origen, quizás pueda ser la muerte al invierno, la semana siguiente eran LAS MARZAS, bienvenida a la primavera.
ResponderEliminarTienes razón. Me da a mi la impresión que la globalización también hace mella en este ámbito. Las festividades cada vez se parecen más todas unas a otras, buscando lo fácil para atraer al público y perdiendo buena parte de su idiosincrasia.
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