FOTOGRAFÍAS: Entrañable Felipe Peraita, memoria viva de Valdepez. Al pie del depósito de la central. Canal para La Pelotera. La central está en funcionamiento.
Su madre dio luz a Felipe Peraita Peraita el mismo día que la luz eléctrica llegó a Valdepez, de eso hace ahora 97 años. “Nací con la luz”, dice con justo orgullo este valdepecero. Quiere decir con la luz eléctrica que empezó a alumbrar las casas de Barbadillo del Pez. Aquella luz que salía de la central hidroeléctrica La Pelotera, a orillas del Pedroso, la que cuidó su padre, Patricio Peraita, y en la que él mismo durmió tantas noches mecido por el sordo ruido de la turbina y del torrente que la animaba. Resulta anecdótico también que la inauguración coincidiera con la boda de un hijo de uno de los empresarios que montaron la central.
Sentados juntos en un banco, en el sol y sombra de los viejos soportales, Felipe, con voz tenue y sosegada, me cuenta algunos detalles de su vida relacionada con los voltiamperios (me derrito cuando alguien me cuenta historias de la luz, de la primera luz, de las primeras bombillas que alumbraron los pueblos). A la central, que fue puesta en marcha por una sociedad creada entre ricos hombres de Barbadillo, de los que se dice “contaban su monedas con medias fanegas”, se la bautizó como La Pelotera, por un motivo serio:
A nosotros [los de Barbadillo] nos llaman los peloteros.
No hay más qué decir sobre el tema.
Según describe Felipe, al principio la línea salida de Eléctrica la Pelotera, suspendida en troncos de árbol sin labrar, hacía la distribución a los pueblos de Barbadillo del Pez, Quintanilla, Vallejimeno y Huerta de Abajo. Aunque
más tarde, la prolongaron a Los Tolbaños y Huerta de Arriba.
La cama a pie de máquina
Una central eléctrica de los primeros tiempos requería gran atención por parte de un profesional, no como ahora, que todo está automatizado y prácticamente se manejan solas:
Mi padre estuvo en la central 17 años, desde el año 20 aproximadamente, guardándola por la noche, atendiendo las líneas y las casas, si había averías... Y todas las mañanas, todos los días, limpiaba el rodete. Cuando quitábamos la luz, la limpiaba. Había que limpiar también la rejilla para que no pasara broza al depósito [que alimentaba a la turbina], un depósito para el salto de agua. Se helaba también la rejilla en tiempo malo... Pasaba muy mala vida allí.
Cuando se fundían los plomos o así, cogía una marcha tremenda. Y cuando empezaban a apagar [las luces], que la gente se subía a la cama, subía la máquina que se mataba, y había que bajarla, [que tenía] un volante [para la regulación].
[Mi padre] dormía allí, para vigilar (dormíamos, porque yo también he dormido, en una camita al pie de la maquinaria). Ganaba [de sueldo] medio duro [2, 50 pesetas] y tenía que atender a poner las instalaciones de las casas, o si se marchaba la luz.
Postes que el viento tiró
Ahora vemos que son torretas metálicas las que sustentan los tendidos eléctricos, pero en los tiempos pioneros de la luz de aquello no se gastaba, y en su lugar
eran palos de pino malos, na más cortaos así [sin labrar]. Había días que venía un airón y a lo mejor tiraba cuatro o seis pinos, porque tiraba uno, y uno tiraba a los otros. Y ya, a otro día, pues a arreglar la línea. Ahora, le mandaban obreros [para ayudarle a mi padre], pero él tenía que enganchar la instalación.
De casi muere una boyada
Un año, a poco más se muere una yeguada de Huerta de Abajo, porque se cayó un pino con la línea, y si pegaba en la tierra, rodaba la luz y no pasaba nada, pero resulta que se quedó así, en vuelo, [suspendida] entre espinos; y entonces, mi padre no lo echó a deber [no lo advirtió], porque como llegaba la luz... Y pasó una boyada, una manada de vacas y igual se había quedao... [electrocutada].
Bombillas. Una conmutada para la cocina y la cuadra
En los primeros tiempos de la luz algunos racionaban el número de bombillas instaladas. Por norma general en las casas de los pueblos se ponía una en la cocina y otra en las cuadras. Es natural: la cocina era el lugar más habitado y codiciado, sobre todo en las horas punta. Y las cálidas y efervescentes cuadras, que habitaban los animales, soporte fundamental de las economías campesinas, eran también el servicio, retrete o como quiera llamarse al evacuatorio (¿a quién no le ha picado el trasero una gallina en el momento más inoportuno?); y en ocasiones eran el lugar de reunión y partida en las noches de invierno. Es normal, pues, que fueran estos dos lugares los mejor alumbrados.
Pues ponían las [bombillas] que querían, pero los más, [ponían] una conmutada: ponían [una bombilla] en la cocina y [otra] abajo, en las cuadras, ande los animales. La conmutada eran dos y la fija una. La una valía 1, 50 y la conmutada no sé si era dos [pesetas].
... Y estaba el médico, que era médico y abogado, y claro, aquel pagaría 7 u 8 pesetas; pero claro, tenía unas cuantas bombillas.
Mi padre les daba las cuentas [a la sociedad]. Dejaba la central en aquellos años [unos beneficios de] 6000 pesetas libres al año. Y mi padre ganaba 2, 50 pesetas, medio duro [al mes].
Acabado el tema de la luz, Felipe me acompañó al cercano despoblado de Urria. Pero esa es otra historia