jueves, 19 de julio de 2012

MEMORIAS TURCAS (Continuación)


FOTOGRAFÍAS: Mayo, 2010


Es verano, tiempo de descanso y viajes para quien se lo pueda permitir. Obligaciones y pereza son fuerzas que presionan por igual en el pálpito de este Cajón de Sastre. Para vosotros, queridos amigos y seguidores, que habéis quedado o vais a quedar varados frente a la pantalla de vuestro ordenador, permitidme que os traiga aquí, como recurso veraniego y continuación de pasadas entradas, algunos retazos de las memorias turcas que tuve ocasión de hilvanar con motivo de un inolvidable viaje a Turquía en compañía de mi familia. Serán retazos, ya digo, sin ningún rigor de orden ni de concierto, ni de exposición. Un día podré mostraros ciudades rupestres, otro, maravillosas pinturas bizantinas, otro, conjuntos eremíticos excavados en Capadocia, y quizá también os pueda hablar del laborioso, extendido y pintoresco barrio de zapateros de Estambul; de todo ello y más encontraré escarbando en mi baúl de memorias.

NOTA: Para datos históricos tendréis que buscar en otros lugares.


OZLÜCE SUBTERRÁNEA

Ozlüce Es una diminuta aldea turca donde existe una ciudad subterránea, una de las decenas que, al parecer, han sido descubiertas en Capadocia. Es famosa la de Derincuyu, pero nos apetecía también ver otras no tan conocidas, y Ozlüce es una de ellas. A nuestra llegada, ya en la puerta de la undergraund city, una anciana con indumentaria atávica barre encorvada, con una escoba sin mango, manteniendo aseado el entono de la entrada. Otra mujer atiende a unos niños que lloran en la calle. No hay nada en el ambiente que distinga el lugar como un destino turístico. Quizá esta ciudad todavía no ha sido suficientemente publicitada. Llegan al tiempo que nosotros dos mujeres extranjeras en moto, parece que quieren visitar también el subterráneo. Suena estridente la alarma de nuestro coche alquilado y no acertamos a apagarla, al final lo conseguimos, seguramente tras haber puesto de los nervios al apacible pueblo anatolio. Ni una protesta. La entrada al hipogeo artificial, abierta en un rústico muro de piedras sin labrar y con la consabida bandera roja de la media luna y la estrella, es de lo más humilde, tal vez un poco surrealista a nuestros ojos; pero nada lo explicaría mejor que la fotografía que se adjunta.


Acceso a la ciudad subterránea de Ozlüce.
  
Una especie de hall oscuro, tenebroso, da paso a la entrada a la “ciudad” excavada. Somos los únicos visitantes, junto a las dos mujeres de la moto. Pagamos la entrada a la mujer de la escoba y nos sumergimos, solos, en un hábitat hipógeo del que nunca antes habíamos oído hablar. Recibe el nombre de Yeralt Sehir. No tenemos guía que nos acompañe, nos dejan a nuestro aire. La iluminación es muy pobre, y la negrura de las paredes, a consecuencia de largos y viejos hollines, acentúa lo tétrico del hábitat. En la oscuridad fría, lo primero que vemos es una sala con una gran piedra circular al fondo tras la cual se ve continuación de galería; esta rueda debió servir como cierre para la ciudad en momentos de peligro o asedio, o quién sabe, quizá se ponía todas las noches; en todo caso, sólo se podía cerrar desde dentro. Por algún lado debía haber orificios de ventilación o respiraderos. No progresamos mucho, en realidad, la parte habilitada es pequeña, aunque seguro que debe haber otras salas, conductos y niveles inferiores que se desconocen, o que se han acotado porque está en vías de investigación. Hititas, selyúcidas, bizantinos y cristianos viejos, son nombres que se entrecruzan en la historia cuando se quiere buscar el origen de estas ciudades o a quienes las ocuparon en diferentes épocas. Imaginemos. 

Una gran piedra circular cerraba el paso al interior
 de la ciudad subterránea. 

 DERINKUYU LA CÉLEBRE     

Al abandonar Yeralt Sahir volvemos a la carretera general, la que nos llevará a Derinkuyu. Permitidme que os diga que siento una emoción muy grande al conducir por estas tierras de la Anatolia Central, me parece estar viviendo una aventura como la que pude soñar cuando aún era un adolescente, influido por extrañas lecturas. No sé por qué, pero asociaba este territorio con el de Mongolia, quizá fuera por los caballos que trajeron los mongoles cuando invadieron y arrebataron a los bizantinos toda Anatolia. Me dejaba llevar por un ambiente que quizá yo mismo me había creado. Y mientras conducía por la carretera sin tráfico, esa nube de confusa historia que me envolvía no me impedía disfrutar de los colores de la tierra volcánica a izquierda y derecha, en algunas partes estratificados y semejando un trozo de tocino de buenas vetas; me hubiera gustado parar y hacer fotos, como también me hubiera gustado acercarme a una línea de seis o siete mujeres musulmanas que, con azadas, escarbaban y quitaban malas hierbas de una pedregosa finca, al igual que lo hacían mujeres burgalesas no hace tanto tiempo. Seguimos por la carretera tranquila hasta llegar a Derinkuyu. Me pareció un pueblo plano y diseminado. Aparcamos el coche en una gran explanada, a modo de plaza mayor, donde había algunos autobuses de turistas y algunos puestos de recuerdos. Aquí es donde debe estar la más famosa ciudad subterránea, pensamos, como así fue. Para ser uno de los grandes lugares de turismo en Turquía, no había mucha gente, quizá por la época del año, no tan de masas en movimiento. De todos modos, algo de movida sí encontramos en el hipogeo, gente que subía de los pisos inferiores echando el bofe. Nosotros, como siempre, en sentido contrario, esperando a que salieran. Me resulta costoso describir o hilvanar sobre algo que ya está ampliamente escrito y descrito (de Derincuyu creo que debe estar todo dicho). Pero sí que me parece oportuno resaltar nuestro sentir tras la visita: ¡pues no es para tanto! Pero claro, es esta una percepción con malas influencias, quizá porque nosotros, de laberintos subterráneos, sabemos un montón, los hemos mamado en Ojo Guareña y otros antros burgaleses. Aun así, creo no equivocarme si digo que lo que más nos impresionó fue la escuela, o madrazza, con sus arcos a modo de iglesia, y sus enormes bancos corridos labrados en la roca. Y es que cabe imaginarse a los tiernos infantes, en su noche eterna, aprendiendo cómo era la vida en el exterior al tiempo que recibían un ramalazo de aire fresco procedente de alguna chimenea de aireación. “¿Qué es esto que me acaricia la cara y que tanto me agrada?”, preguntó un niño a sus padres. “Es el aire que respira el enemigo en un lugar en el que vive la luz”, contestó el patriarca hitita en su vieja lengua cuneiforme, o el imán suffí, o el profe bizantino, o el eremita casado. Uno se imagina la vida y encierro en estos antros oscuros y le entran escalofríos de terror. Pero, en fin, era la opción: convertirse en gusanos, hormigas o topos lapidados si se quería sobrevivir, en aquellos tiempos de continuas invasiones, que parece que invadir era el deporte mundial por excelencia entre las grandes “civilizaciones”. Y es que los pueblos son como los terremotos que van asentando con sus respiraciones y latidos el planeta tierra, tienen sus propios movimientos tectónicos hasta que logran, o creen lograr, el más perfecto asentamiento. Digo yo, porque vaya usted a saber... 


Madrazza subterránea (Derinkuyu).

Un pequeño recorrido por el caserío de Derinkuyu nos permitió saborear la arquitectura tradicional de la zona, llamándonos especialmente la atención un casa, que más nos pareció palacio delas mil y una noches, decorada su fachada con suma elegancia. ¿Y qué pasa con esta arquitectura civil tan bella?, ¿las guías de turismo no la conceden interés alguno? Pues no saben lo que se pierden. Una viejecita turca, sentada junto a la entrada del monumento, le da un colorido especial, y hubiera sido una casa digna de figurar en una postal, con dibujo romántico de David Roberts, por ejemplo, si no fuera por los artilugios de nuevas tecnologías que la envuelven y que también hacen su juego. Fijaos en la portada de la casa, ¡pero si parece la entrada a una iglesia románica castellana!



1 comentario:

  1. Buenos días, Elías Rubio Marcos:
    Tienes razón. En nuestra geografía estamos acostumbrados a ‘cuevas’ parecidas y laberintos subterráneos. Y las construcciones se repiten, como las gentes y los pueblos.
    Qué pinturas tan bonitas las de David Roberts.
    He visto que hay un cuadro -de Burgos- en el Museo del Prado: “La celebración de la Santa Cruz en la Capilla del Condestable, óleo sobre lienzo, 46,5 x 64 cm, firmado, 1855”.

    Saludos.

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