martes, 25 de diciembre de 2012

SANTOS IBEAS, MAGO DE LA LUZ Y EL CINE

Santos Ibeas, memoria de la luz.

Fábrica de luz de la Compañía de Aguas
en la plaza de Alonso Martínez. 

Santos Ibeas en una prueba ciclista en Lerma.
Como ganador, conquistó
una dinamo para su bici.

Transformador de la Central Eléctrica
de Castañares.
Véase en demolición el viejo
 Palacio Arzobispal.

¡Tantos testimonios, tantas confidencias, tanta generosidad! Llegué a tiempo de conoceros, de rescatar una parte de vuestra memoria, y con ella la de la ciudad. Hecho la vista atrás y os veo a todos, en mis sueños, como  sombras mágicas del pasado, habitando ventanas y balcones, aceras y tejados, de día y en la oscuridad, en los aullidos del invierno que nos afirma, de puente a puente. Os veo y recuerdo como hacedores de lo que fuimos y de lo que somos. Gracias.  

FOTOGRAFÍAS: Santos Ibeas. (Gentileza de Santos Ibeas). Interior de la fábrica de la Compañía de Aguas de Burgos. Transformador de la Central Eléctrica de Castañares ((A.D.P.BU.).  


Agosto de 1995, 5 de la tarde. El calor hace que el balcón de la sala donde nos encontramos esté abierto de par en par a la Plaza Mayor. Santos Ibeas, testigo y luminoso protagonista de la mayor parte de este agonizante siglo, rebusca afanoso en los cajones de sus recuerdos una fotografía en la que, asegura, debe aparecer su padre trabajando en el interior de la fábrica de luz que la Compañía de Aguas de Burgos tenía en la plaza de Alonso Martínez. “¡Si la tengo que tener –exclama contrariado-, pero ahora no la encuentro!”. No importa, su memora histórica abarca los tiempos arqueológicos de la luz eléctrica en Burgos.  No hace mucho, Santo hubo de revivir también para este cronista dormidas historias de cine en el Salón Parisiana, no en vano fue su segundo cámara. Hoy, de nuevo, reverdece mocedades al recordar su trayectoria profesional como electricista. Fue uno de los pioneros, y compañero de fatigas de Miguel Bravo, el legendario mantenedor de El porvenir de Burgos, la fábrica de luz escondida en los cañones del Ebro.

 “Mi padre era electricista de la Compañía de Aguas, y cuando le tocaba guardia en la fábrica, yo, siendo un chaval de diez o doce años, le llevaba la cena, y mientras él cenaba yo me quedaba sentado viendo funcionar las turbinas.  Aquello era muy bonito, porque no veías el agua, sólo el bloque hermético de hierro fundido. Me acuerdo también de las dinamos y de sus escobillas, que en vez de ser de carbón eran de cobre..., es que entonces la corriente era continua”.

Así recuerda este burgalés sus inicios en el universo de la electricidad. Pura tradición familiar. Pero sólo tradición de padre, porque la luz eléctrica no llegaba más lejos en el tiempo. Su abuelo, a lo sumo, podría haber sido farolero del aceite o del gas en el XIX. Conoce, pues, como nadie hoy la evolución tecnológica del alumbrado eléctrico en Burgos, y lo mismo puede hablar de las bombillas de filamento de carbón –“que daban una luz muy apagada”-, que de las bujías, “porque en los primeros tiempos la intensidad de las bombillas se medía por bujías; lo del watio fue más tarde, aunque watios y bujías venían a ser la misma cosa”.

Santos vivió muy de cerca la época de reñida competencia entre las tres productoras de electricidad que hubo en Burgos hasta los años treinta: Compañía de Aguas, Electra de Castañares y El Porvenir de Burgos. Tan cerca como que, “de chaval”, trabajó para la segunda de ellas: “Por ahí si tenía 13 años cuando ya iba a ayudar a reparar los hilos y postes que se rompían en La Quinta cuando, por tormentas o vendavales, caían árboles  o ramas sobre ellos”. En aquella época, “la turbina primitiva de la Central de Castañares, que era de rodete, se cambió por una moderna que trajeron de Suiza, y al mismo tiempo se montó un alternador también nuevo. Todo ello bajo la dirección del ingeniero de la central, Juan Espinosa. Recuerdo que la transmisión del eje de la turbina al alternador se hizo con una correa de eslabones hecha con cuerda de camello; era muy silenciosa, no se oía nada”.

Aquellos artefactos, la turbina, al alternador y la correa de camello, todos ellos en aparente buen estado, se encuentran en un edificio ahora amenazado de ruina. ¡Qué espléndido papel haría este conjunto lucernario en algún museo de arqueología industrial!.

UN RECADO PARA RAQUEL MELLER 

También por entonces (hacia 1920), Santos aprendió a andar en bicicleta, incluso llegó a ganar una carrera en Lerma: “con una bici que pesaba un demonio. De premio me dieron una dinamo para la luz de la bici”. Y fue, precisamente, ese dominio a lo Indurain lo que le valió que la Electra de Castañares le empleara como lector de contadores eléctricos, en sustitución de  “un hombre de más de sesenta años que estaba a cargo de la central  y que el pobre ya no podía subir las escaleras de las casas. Porque, claro, entonces no había ascensores. El único edificio que tenía ese lujo era el Hotel París, que estaba frente al Condestable”. 

Al nombrar el Hotel París, brillan los ojos tras las gafas de Santos. Como un tesoro escondido en su vieja memoria, guarda el día en que “estando trabajando ya en el Salón Parisiana, me mandaron llevar un recado a Raquel Meller, que estaba hospedada en el Paría. Recuerdo que entré en su habitación y la vi allí, en el tocador, medio desnuda y arreglándose”.

Leyó, pues, el viejo electricista los contadores de la Central de Castañares, ejercicio en el que “empleaba tres días”, y nadie antes pudo hacer semejante trabajo  por la sencilla razón de que “con la corriente continua no se podían poner contadores, y la alterna se empezó a producir en la Electra de Castañares.  Antes de ponerse los contadores se cobraba a tanto el alzado, es decir, un tanto por bombilla instalada, gastaras lo que gastaras. Generalmente, las casas venían a tener, como mucho, dos o tres bombillas instaladas de 10 o 15 watios, entre otras cosas, porque las centrales no producían suficiente potencia”.

LUCES DE LA ALDEA

Ya consumado instalador electricista, Santos llenó de luz infinidad de hogares burgaleses, de la ciudad y de los pueblos. Sobre estos últimos explica: “Antes de ponerse [la central] de El porvenir de Burgos, en Quintanilla de Escalada, ya había pueblos con pequeñas centralitas de electricidad. Los rodetes de los molinos se aprovechaban para mover las dinamos que producían la corriente. Había incluso quien iluminaba sus casas con dinamos de los coches. Yo mismo hice una instalación con una de éstas a un amigo de Santa María del Invierno, y le puse bombillas de 5 o 10 watios, que era, pues fíjate, casi como estar a oscuras”.

Eran otros tiempos”, sueña, mientras continúa buscando en los cajones la fotografía tazada y sepia de su padre al pie de las turbinas de la Compañía de Aguas.

Publicado en Diario 16 Burgos, el 11 de noviembre de 1995


1 comentario:

  1. Buenas noches, Elías Rubio Marcos:

    Cuántas personas sencillas y admirables nos has dejado conocer en tus escritos y viajes.
    Después de leer esta entrevista, he mirado ‘La linterna mágica’ y he visto en la pág. 29, la fotografía en la que -como muy bien titulaste- están “Santos Ibeas Prado y José María Herrera, históricos operadores de cine, junto a la puertas cerradas del Teatro Principal”.
    He preparado una entrada en mi blog.

    Saludos.

    P.D.: Dejo un vídeo que he encontrado en YouTube de ‘La violetera’ interpretada por Raquel Meller

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