viernes, 12 de julio de 2013

CONFESIONES PARA EL DORADO DE CASTILLA




FOTOGRAFÍAS: Campos de Castilla y Muñó (Abril, 2013). Amigos (valle de Valdivielso, 1996).

Recientemente, un par de amigos burgaleses se propusieron rescatar del olvido un suplemento cultural que, durante algunos años, acompañó un día a la semana a Diario 16 Burgos, medio de comunicación escrito, ya desaparecido, en el que tuve la gran suerte de colaborar. Querían rescatar lo que aportó a Burgos aquella revista de papel periódico, y para ello pensaron en quienes en ella escribimos. Algunos aceptamos a dar nuestra versión de lo que el suplemento significó en nuestras vidas. Al final, sumando un puñado de nostalgias,  salió en mayo de este año un pequeño libro-homenaje que, como no podía ser de otra manera, se tituló “El Dorado de Castilla”. Yo les conté mis sentimientos sobre aquella experiencia periodístico-cultural, otros contaron los suyos. 



Se me ofrece que cuente mi experiencia en El Dorado de Castilla. Y yo, tozudo y rectilíneo como soy, no veo la forma de deslindar lo que representaron para mí este suplemento cultural y Diario 16 Burgos, una experiencia imborrable en un mundo desconocido. En mi caso, como creo que en el de todos los colaboradores que desfilaron por este periódico, se trataba de participar, de echar una mano, con la modestia de los no profesionales, para que un nuevo medio en la ciudad, una diferente y regeneradora voz, pudiera tener un recorrido que otros experimentos anteriores, con semejantes pretensiones, no tuvieron. Me parece oportuno recordar que muchos de los colaboradores, por no decir la mayoría, no éramos periodistas, aunque bien es cierto que algunos, tras años de errores y aprendizaje, llegamos a creernos del gremio en Diario 16 Burgos. Pero a lo que vamos, en realidad, cuando en aquella prehistoria escribía mis artículos y reportajes para este diario, lo digo con total sinceridad, no lo hacía pensando en fronteras establecidas entre páginas y contenidos, pues lo mismo me daba que mis aportaciones vieran la luz en un suplemento cultural, que emparedadas entre noticias locales, que cerca de las necrológicas, aquellas que siempre se negaron a D.16. A fin de cuentas, lo importante era colaborar, en la medida de lo posible, en el crecimiento de la criatura. Por eso, y lo digo con todo el cariño y respeto, más hubiera querido escribir sobre el periódico en su conjunto que sobre un suplemento como El Dorado, por muy luminoso y brillante que el objeto llegó a ser. Así hubiera podido recordar y agradecer a José Ángel Esteban, subdirector en la égida de Arsenio Escolar, que fue quien me llamó por primera vez (octubre de 1989) para ofrecerme colaborar con el recién nacido; también a Patxi Larrosa, director que sucedió y que acogió siempre con ternura y paciencia mis peregrinas ideas colaboracionistas (¡hasta un crucigrama dominical, “bastante burgalés” y a toda página, me permitió el bueno de Patxi, ahí es nada!). Después de los anteriores recaló en la dirección de D.16 José Luis Estrada. Llegó de León con Esther Bajo, reconocida periodista, compañera e ideóloga, con tantas ganas de lucha por sacar adelante el periódico como los anteriores, si no más. Y este Director y esta Redactora Jefe me permitieron de todo. Por su benevolencia rompedora llegué a disponer hasta de ¡cuatro páginas! para desarrollar mis artículos, una barbaridad, un exceso, lo nunca visto. Cómo agradecer... Y puesto que me lo permitían, yo abusaba de ellos y de los lectores, también de los maquetadores, y de los fotógrafos; primero en el suplemento Dossier, después en Alfoz, y más tarde en El Dorado de Castilla, el que hoy evocamos desde una distancia de muchos años, tan lejano que parece un sueño. De José Luis Estrada, que recientemente nos dejó, para nuestro gran desconsuelo, los que le conocimos muy de cerca podríamos escribir y no parar, y siempre con las palabras más agradecidas y sentidas para un hombre bueno que, desde su puesto de mando en el periódico, trató de insuflar aire fresco allí donde había tanta contaminación. Junto con Esther Bajo, madre y gestora del suplemento, José Luis acogió en El Dorado de Castilla formas de expresión nuevas, a escritores y artistas que tenían algo que contar y que decir pero que no disponían de canales apropiados para sus desfogues culturales, gente rara y liberal los más, poetas, pintores, cineastas, etnólogos, historiadores, novelistas, críticos, agrupaciones..., toda una pléyade que no estaba en el establishment de la cultura en Burgos pero que se movía y revelaba en las sombras. 


Añoranza.

Pocos años después del cierre definitivo de D.16, en un ejercicio de inútil nostalgia, pasé por los locales que el periódico tuvo en la calle Maese Calvo y pude contemplar, a través de los sucios ventanales, un desolador panorama. El espacio vacío, sin mesas ni sillas, sin ordenadores, sin periodistas estresados y a punto de infarto, sin nada que recordara lo que allí se fraguó y vivió, salvo una inmensidad de papeles y periódicos salvajemente desparramados por el suelo, me hizo sentir una gran desazón. Allí, en aquel no lugar, hubo durante años una lucha diaria por la supervivencia, por sacar adelante un proyecto de prensa libre, único y seguramente irrepetible. Quizá allí, entre aquel revoltijostio de papel mancillado, se encontraban galeradas de artículos olvidados, quizá alguna perteneciente a algún trabajo mío para El Dorado, que mi amiga Laura picó y maquetó; podría ser que hablaran de resineros,  de canteros, de ferrones, de fábricas de luz, de boineros, mineros, buhoneros..., de tantas actividades enterradas en el olvido, con protagonistas convertidos en muertos vivientes. Quizá también, debajo del alfombrado de papel se encontrara alguna rancia fotografía de un tren de vapor, o una cuartilla arrugada, torpemente mecanografiada y con título de arqueología industrial o de pueblo abandonado. Y eso me llevó a pensar en la brevedad de las cosas, pero también en esa barbarie que hace que los lugares abandonados sean tan pronto presas de la destrucción, llámese una redacción de periódico o el acuartelamiento de un polvorín, por poner sólo un ejemplo; aquel polvorín de Hontoria que visité con Esther Bajo y cuyo vandalismo tanta impresión nos causó. En fin, las instalaciones mueren y se destruyen, pero la memoria y las ideas no, hasta ahora.





Elías Rubio Marcos
3 de abril de 2013

  

2 comentarios:

  1. No sé si es la décimoquinta o vigésima vez que leo esta entrada. Lo hago para volver a ver a José Luis y para verme a mí misma a través de tus ojos; para revivir esos años de trabajo a pecho partido y de amistad imperecedera. Sigues escribiendo y describiendo como cantan los grandes cantantes de ópera, que consiguen hacer maravillas con su voz de modo que parezca tan fácil como si cantaran en la ducha. Tú siempre has dado el do de pecho, con ese trabajo concienzudo y a pie, y luego lo escribías y, con toda naturalidad, hacías que lo pueblos abandonados se llenaran de voces perdidas, de recuerdos, de vida... Sigues haciéndolo: transmitir, con tan aparente facilidad, las más líricas emociones y épicos empeños.

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  2. Gracias, Esther, por tu emotivo comentario. Intento pasar por la vida trasmitiendo sentimientos y emociones, José Luis y tú fuisteis maestros en esta disciplina y me enseñasteis caminos.
    Un fuerte abrazo

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