Moncalvillo de la Sierra. |
Santiago Alonso bajo la placa de los emigrantes a México. |
Aportaron capital para la luz y el mobiliario de las nuevas escuelas. |
FOTOGRAFÍAS: Moncalvillo. (Tomadas en octubre de 2013). Antiguas (cedidas por Santiago Alonso e Isidra Alonso).
“Llorábamos cuando nos íbamos,
y luego llorábamos allí”.
“Mi abuelo decía que al marchar dijéramos hasta
mañana”.
“Yo lo que
quisiera es que hubiera tierra de por medio, que no fuera mar, para poder
volver andando”.
“Cuando a mi
abuelo se le fue un hijo a Estados Unidos le dijo que si no había un sitio más
cerca”
Una
placa en una calle de Moncalvillo de la Sierra, con el título de “AVENIDA DE
LOS EMIGRANTES A MÉJICO”, me puso recientemente sobre la pista. Indagaba
otro tema de uso particular y me salió la emigración a América. Lo agradecí. A
poco que rasqué la piel de este pueblo pude ver que su relación con el país
centroamericano era mucho más que una anécdota. Pregunté y contacté, y así
llegué a dar con Santiago Alonso Elvira, un vecino que decidió que su destino
estaba al otro lado del Gran Mar, un lanzado que se echó al océano buscando
algo más que lo que daba la pobreza de su tierra, que la escasez y dureza de
sus campos, que lo poco que había para repartir entre una gran población.
“Cuando marché yo [mediado el siglo XX] habría
cien vecinos por lo menos, y aumentó algo después. Nosotros éramos seis... y
este terreno es muy pobre; han cultivado aquí en sitios que parece mentira.
Todos los altos han estado arados, arábamos hasta..; era un pueblo muy esclavo
pero muy trabajador. Pero nos juntábamos para arreglar caminos, para ir a por
bellotas todos los vecinos y luego las repartíamos...”
Santiago
Alonso es uno de tantos moncalvillenses que emigraron a México ("¡Hasta 20 de Moncalvillo nos juntamos en lo que es México!"). Su
historia es una más de las muchas que se escribieron en este pueblo burgalés,
serrano y americano. Podríamos ir casa por casa y en cada una de ellas
encontrarnos con relatos parecidos,
efecto llamada, dramáticas despedidas, luchas y penurias calcadas, vidas
empezadas, alguna alegría, demasiada añoranza, fracasos y retornos imposibles.
Dicen que no hay una casa en Moncalvillo en la que alguno de sus jóvenes
moradores no marchara a América, las chicas, más a Argentina, en los “dorados”
20, y los chicos, más a México. Y si no fue a América, fue a Igualada a partir
de los años 30, y a veces, de una misma casa, a los dos sitios. Pero no es de
la emigración de los pueblos serranos a la industriosa ciudad catalana, que
incluso llega a tener una calle con el nombre de Moncalvillo, ni siquiera del
emigrante moncalvillense en Nueva York que murió en las Torres Gemelas, de lo que queremos hablar, que a
todo eso podemos referirnos en otra ocasión, pues bien que lo merece. Hoy nos
ceñiremos a México, dirigidos por el relato de Santiago Alonso Elvira, que a
poco no se hizo Veracruzano de por vida, aunque sí mexicano, pues tuvo que
nacionalizarse para poder residir largo tiempo.
EL
OCÉANO IMPRESIONA A LOS DE MONCALVILLO
Moncalvillo
tiene esa magia especial de los pueblos donde la carretera que te lleva muere,
no hay continuación, so pena de internarte por caminos de herradura que
conducen a pueblos de pinares. Moncalvillo es hoy un bello lugar de
supervivientes, con gente mayor en invierno y muchos veraneantes en verano,
como tantos pueblos burgaleses. Pero hubo un tiempo de gran población, que se
hizo de despedidas. Santiago Alonso, ahora con 82 primaveras a cuestas, se
despidió un día de enero de 1949. Tenía 17 años y uno de sus tíos le había
reclamado desde Veracruz. Y lo que son las cosas, se fue en avión, al contrario
que tantos que fueron en barco, y no fue por miedo. Algunos que fueron a
América, sin conocerlo, sí debieron tener temor al mar, y es que el océano era
tan distinto a los montes serranos... “Yo
lo que quisiera es que hubiera tierra de por medio, que no fuera mar, para
poder volver andando”, dijo un añorante de Moncalvillo que se fue con toda
su familia y las pasó canutas en la travesía; pensar en un posible regreso y en
el inmenso y bravo océano que se interponía le producía desazón.
UNOS
ERAN RECLAMADOS POR LOS QUE YA ESTABAN
Entre
los emigrantes de Moncalvillo a América hubo de todo menos indianos. Indiano se
dice del que fue a América, triunfó en sus distintas actividades, hizo fortuna
y, como remate, ostentación de
ello. El emigrante a secas, como lo
fueron los de Moncalvillo, era
simplemente un esforzado trabajador y harto tuvo con sobrevivir con cierta
dignidad. Como mucho, algunos llegaron a ser comerciantes, trabajando y
regentando pequeños y variopintos establecimientos. Este es el caso de Rosendo
de la Fuente, que fue el pionero de la familia que seguimos. Primero recaló en
Argentina, y de allí pasó a México. Recién llegado a Veracruz, hacia 1890, se
encargó de la limpieza de un teatro, “El principal”, para más tarde abrir un
bar. Después, a rebufo del tío Rosendo, desembarcaron en el país azteca cinco
hermanos, que eran poco más que niños,
tíos de Santiago, uno de los cuales, Matías Elvira, fue el primero en tocar
tierra americana. La llegada de estos hermanos a Veracruz fue escalonada y se
produjo entre 1910 y 1920, años convulsos, donde sonaban o resonaban voces
carrancistas, maderistas, porfiristas, villistas, zapatistas.., todo un coro de
celebridades e inestabilidades políticas, tiempos de revolución.
En
medio de todo, el tío Matías dio empleo a su sobrino Santiago en la ferretería
que regentaba, que recibía el nombre de “La Estrella”.
“La
ferretería la tenía el tío Matías en Veracruz.
Estuve con el tío del 49 al 56, siete años. Y luego me independicé yo,
pero ya en la capital, en DF, y ahí estuve tres años, con un negocio pequeñito,
pequeñito, también de ferretería. Después volví a Veracruz, y entre otro
hermano y yo tomamos la ferretería del tío Matías, la llamamos “La Nueva
Estrella”.
Ferretería del tío Matías (primero por la derecha). Santiago, una empleada del comercio y Clara Aguilar.. |
La peripecia americana de Santiago
acabó cuando, después de doce años, en 1973, regresó definitivamente a su
querido y añorado Moncalvillo.
“En el 67 vine como para quedarme ya, quería
estar aquí. Estuve como año y medio, y entonces yo era mexicano, [pues] me tuve que
nacionalizar... Y tuve que pedir permiso para estar aquí [en España], entonces
no podía trabajar, venía como turista, y en los papeles que tenía que rellenar,
la prórroga y eso, puse que era para “estar con la familia”, y era cierto. Regresé para allá en el 69 y ya en 1971
volví para quedarme”.
UNA TRAVESÍA DE 28 DÍAS
En
sus idas y venidas de América a España, que fueron varias, Santiago prefirió
volar en avión. Aunque también llegó a mecerse en alta mar. En uno de los
viajes llegó a embarcarse en el trasatlántico “Virginia Churruca”, y cuando ya
regresó definitivamente, lo hizo también en barco, en el “Satrústegui” y en
clase turista. Esta última travesía, recuerda, le duró 28 días, casi un mes
para el balanceo y digestión de la historia que dejaba atrás.
Cuatro de Moncalvillo se dirigen al Consulado del Gobierno Español en el Exilio, en DF., para registrarse (1949). |
VENDÍAN TODO PARA PAGAR LOS PASAJES
Al parecer, debió ser legión la gente
de los pueblos de la sierra que emigró a América, y justo sería que algún día,
alguien, recogiera en tesis doctoral esta diáspora, tan importante como
desconocida. Santiago nos habla de jóvenes de pueblos cercanos al suyo que
conoció allá, de La Gallega, de Castrillo de la Reina, de..., de burgaleses
que, desembarcados en Veracruz, se desperdigaban al poco tiempo por lugares con
nombres que nunca antes habían escuchado, Orizaba, Puebla, Cornavaca, Tampico,
Lincoln, Cuautla..., que casaron con mexicanas de Texcoco, de Amecameca, de
tantos lugares del bello y lejano país. Nos habla también el moncalvillense de
familias completas que, tras vender todas sus pertenencias en públicas
subastas, para comprar los pasajes, abandonaban su pueblo para ir a un destino
incierto y quizá de nunca retorno.
“Algunos de los que se fueron a la Argentina [no pudieron volver], dicen que porque vendieron [todo];
es que vendían todo para el pasaje. Yo me acuerdo de pequeña de ir a la
subasta, [de] cómo lo vendían en la misma casa, debajo de la casa...
Vendían la casa, vendían las cosas, algunos las tierras... ¡Y llorábamos más
cuando se marchaban...! ¡Se marchaban tan lejos...! Mi abuelo, cuando nos
íbamos a Igualada, decía que le diríamos hasta mañana, que le
diríamos hasta mañana, que él no quería [despedidas para mucho tiempo].
Y cuando se fue un hijo a los Estados Unidos, pues mi abuelo le decía que si
no había otro sitio más cerca”. [sic.
Ana Abad, esposa de Santiago].
UN PAISANO SE ENCUENTRA
CON SANTIAGO EN VERACRUZ
Cuando estuve establecido en
México [DF], estaba yo allí en la ferretería y llegó un señor bien montado, con
sombrero y todo, y dice:
-Tú pareces paisano [de
Burgos], ¿eh?
Digo:
-Sí.
Dice:
-¿Pues de dónde eres?
Digo:
-De Burgos.
Dice:
-¿Pero del mismo Burgos?
Digo:
-No, soy de Moncalvillo –digo-,
del partido de Salas de los Infantes.
Dice:
-¿Pero del mismo Salas?
Digo:
-No, de Moncalvillo.
Dice:
-¡Cuántas veces he pasao yo por ahí! –Dice-,
iba con mi padre a arreglar carros y pasaba mucho a los pinares.
DIERON PARA LA LUZ Y PARA LAS ESCUELAS
Como
los indianos triunfadores, los emigrantes de Moncalvillo, aunque a menor
escala, hicieron también obras benéficas para el pueblo que les vio nacer. Una
veintena de ellos que vivían en México, aunados por Matías Elvira, acordaron aportar dinero para traer la luz,
de eso hace 42 años; hasta entonces les
llegaba, pobremente, de un central en Los Vados, igual que a La Gallega,
Cabezón o Castrillo. Aportaron igualmente para el mobiliario de las nuevas
escuelas, inauguradas en 1965. Tal mecenazgo requería un agradecimiento de todo
el pueblo, y es lo que explica las dos placas del callejero cuyas fotografías
aquí se adjuntan.
AGRADECIMIENTOS
A
Ana Abad, que acompañó la memoria de
Santiago.
A
Isidra Alonso, que subió al desván de su casa en Moncalvillo
y encontró una vieja fotografía del tío
Rosendo.
A
Santiago Alonso y a todos los emigrantes de Moncalvillo.