miércoles, 2 de octubre de 2013

DE VILLADIEGO A PARAGUAY


Palacio del siglo S.XVI en Villadiego. 

Placa conmemorativa junto al Palacio de los Velasco.


FOTOGRAFÍAS: Palacio de Bernardo de Velasco y Huidobro, en Villadiego (2011). Placa conmemorativa junto al palacio (2013). Río Paraguay. Mercado de Pettirosi. Caacupé. (2002).  

De nuevo he visitado Villadiego, que como ya os he dicho en entradas anteriores,  queridos amigos, hay algo en este lugar que me llama una y otra vez. Debe ser la paz que se respira en sus calles, sus rincones y plazuelas rezumantes de historia y sosiego, debe ser que aquí encuentro la vida detenida, los lunes, los martes, los miércoles... Las ciudades son como los niños, que no nos gusta que crezcan cuando tienen dos y tres años, pero crecen, y se hacen inhóspitas a veces. Villadiego se quedó en niño. Todo viene a cuento porque en el recorrido reciente por la villa con unos amigos, pude ver un detalle que aún no conocía; me refiero a una placa conmemorativa, instalada recientemente frente al que llaman Palacio de los Velasco y que se refiere al 200 aniversario de la independencia de Paraguay y al último Gobernador del país guaraní, Bernardo de Velasco y Huidobro, seguramente el constructor de este magnífico palacio del siglo XVI. La leyenda de la placa me hizo preparar las maletas y viajar por la memoria de mi estancia en Paraguay, de eso hace ya casi una docena de años. Al leer Paraguay en Villadiego, en este lado del Gran Océano, como un resorte, vinieron a mí historias e imágenes que llevo y llevaré siempre en el bolsillo del corazón: los bañados asuncenos en las orillas del río Paraguay, los camalotes deslizándose sobre su hijo Pilcomayo, El Chaco del otro lado, las misiones jesuíticas, la Guerra de la Triple Alizanza y sus consecuencia infanticidas, la de El Chaco, el Supremo dictador Francia, los palmerales, los colectivos, los copetines, los menonitas, la desigualdad, las indiesitas y sus abalorios en las calles, los trabucos en las farmacias, los caminos y hormigueros rojos, los claveles de aire, Clorinda y su frontera del fin del mundo, Caacupé, los amigos... Cerré los ojos al pie de aquella placa de Villadiego, en aquella plaza que visitó el Embajador guaraní en España, y las imágenes regresaban como si nunca se hubieran ido. Por eso hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, se me deslizan estas pequeñas notas que tomé hace once años luz, recuerdos de un viaje y de un país que aprendí a querer. 


Río abajo, los camalotes se deslizan
 por el Paraguay, por donde llaman Puerto Sajonia. 

Los colores de Caacupé. 


  
De “MEMORIAS DE AMÉRICA”

(Agosto, 2002)


En el mercado de Pettirosi

[...]. Son las 11 de la mañana, hora paraguaya. Cuatro burgaleses ponemos rumbo al mercado de Pettirossi. ¡Ah, qué gran mercado! ¡Qué colorido! ¡Qué humanidad tan sana! Toldos multicolores y abigarrados, viejecitas mestizas (a mí todas me parecían indias) vendiendo toda suerte de hierbas del campo, lo que en Paraguay llaman el yuyu y, que debe ser la obligada medicina de los pobres (sin menospreciar ni olvidar sus valores tradicionales). Pettirossi es un laberinto de calles fijas, con puestecillos de paredes y techos de tela, aunque también los hay de fábrica. Perderse en este dédalo de humilde consumo es sentir el pálpito de un pueblo que, aunque sencillo, todavía no ha perdido sus señas de identidad. En Pettirossi, gente viene y gente va, puede encontrase todo lo que no es superfluo, al contrario que en nuestro mundo, que es primero en despilfarro. Reclaman nuestra atención las tenderas, mujeres paraguayas afables, viejecitas mestizas, con facciones profundamente indígenas. Nos ven pasar, fisgar y, con decisión pero sin agresión, se dirigen a mi compañera:


Mamita, ¿qué buscas?,  o  ¿Qué buscas, mamita? o  Mamita, ¿qué te vendo?

Y los vendedores de chipa, que son legión, con su cantinela:

¡Chipa, chipa: cuatro por mil! (guaraníes). [...].


Artesana tabaquera en el
mercado de Pettirosi..

Mercado multicolor de Pettirosi, en Asunción.



Misión  jesuítica de Trinidad

[...]. En Encarnación, Rob, nuestro amigo, anfitrión y guía, continuó sorprendiéndonos para bien. Le expusimos nuestros planes de ir a visitar la reducción jesuítica de Trinidad, y él, antes de que nos diera tiempo a pedirle información de cómo llegar a este Patrimonio de la Humanidad, ya se había ofrecido a llevarnos con su propio coche. El paisaje se presentaba hermoso camino de Trinidad. Suaves vallejadas, pobladas de inmensidad de árboles, de especies desconocidas para nosotros, envueltos en una tenue bruma, embellecían la antesala de la misión. Pensaba yo en aquellos momentos que no era extraño que los jesuitas se fijaran en este lugar para fundar y levantar su reducción. Aquello bien pudo ser el Edén.
Ya en la Misión, observamos que, aunque todo está muy bien cuidado, no hay estructura turística ni parafernalia semejante a la de los más importantes lugares de peregrinaje turístico. Ello me sorprende, y en cierto modo me agrada, aunque ponga de manifiesto que el turismo en Paraguay está aún en mantillas. El acceso es humilde: una pequeña edificación de la Dirección General de Turismo del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones donde se sacan los billetes y una mesita en la entrada con algunos folletos sencillos de la misión jesuítica declarada Patrimonio de la Humanidad, nada más. Emocionados, nos adentramos en la gran explanada cuadrada, de mullido césped, a cuyos lados se  encuentran las ruinas, y dimos rienda suelta a la imaginación. Sobre nuestras cabezas el cielo se abría con un azul intenso, y el sol brillaba en su plenitud, todo lo cual acentuaba el contraste entre la roja piedra arenisca de las ruinas y el exuberante verde que las rodea. Sobre ésta y otras reducciones socializantes ya habíamos leído algo en Burgos (recuerdo un precioso trabajo de Roa Bastos) y teníamos una idea aproximada de cómo funcionaban; sin embargo, nuestra imaginación se dejaba llevar hacia la película The Mission y hacia su excepcional banda sonora. Y así, jesuitas un pelín progresistas en medio de la selva invadida, bandeirantes de esclavos, gobernantes portugueses y españoles repartiéndose tierras que no eran suyas, indios desnudos construyendo iglesias y tocando el violín, iban desfilando por nuestro ensueño, en nuestra visita por el conjunto [...].


Explanada y ruinas de la misión guaraní de Trinidad.

Misión de Trinidad.
Arte de las misiones jesuíticas.



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