viernes, 24 de enero de 2014

EL UBIERNA QUE NOS LLEVA (I) (MEMORIAS DE LAS ORILLAS)


Quintanilla Sobresierra

FOTOGRAFÍAS: Quintanilla Sobresierra. Cascada del nacimiento. La Terraplena en el Bar Flor (Tomadas en 1996). Puente de Vivar del Cid.  Mesón de Mata. La Poza (Tomadas en enero de 2014).


En fecha reciente tuve ocasión de descubrir en Quintanilla Sobresierra un monumento al pastor Domingo Fernández, a quien llegué  a conocer cuando aún estaba entre nosotros, y algún día más tarde tuve el placer de conocer a un familiar de mi amiga La Terraplena, memoria viva de Quintanilla. Y hablamos y recordamos. Esta confluencia de encuentros me hicieron recordar un olvidado y oxidado reportaje que publiqué en 1996 en Diario 16 Burgos. Como quiera que en este Cajón de Sastre cabe de todo, lo de hoy y lo de ayer, y como es muy posible que muchos, o la mayoría de vosotros, queridos amigos y seguidores, no tuvisteis acceso al mismo, me permito la licencia de la recuperación y reproducción. 

(PD: Ténganse en consideración los tiempos, pues fue escrito y publicado hace casi 20 años).


         Desde su nacimiento en el Páramo de Masa, en el término de Quintanilla Sobresierra, el río Ubierna fluye de norte a sur por el corazón de la provincia de Burgos durante cincuenta kilómetros, hasta su desembocadura en el Arlanzón, justo al lado de la depuradora de aguas residuales de Villalonquéjar.
Como suele ocurrir en la mayoría de los ríos que nacen en zonas calizas, y por tanto de alta porosidad, el Ubierna no tiene un solo alumbramiento, sino que, por el contrario, se surte de numerosas surgencias próximas entre sí. Bien es verdad, sin embargo, que sólo la conocida como La Cueva, de origen cárstico, y La Poza, a pocos metros de Quintanilla, brotan de manera perenne. Otras fuentes hay en el pueblo del páramo de Masa en las que los vecinos de Quintanilla Sobresierra no conceden importancia alguna por estar casi siempre secas; y algunas más que sólo adquieren cierto relieve en épocas de fuertes precipitaciones o rápidos deshielos, como la famosa Fuente Maján, situada a dos kilómetros al oeste de Quintanilla y donde la tradición sitúa un pueblo desaparecido que se llamó Maján, o la Cueva Rulladera, en el término de Valdemiguel. 


La Cueva, una de las fuentes 
del Ubierna.


Todos los aportes citados, y alguna otra “rulladera” (surgencia) ocasional, confluyen en Quintanilla para dar inicio al río Ubierna.  En su primer tramo, hasta el barrio de San Martín, donde se le junta el arroyo que viene de Castrillo de Rucios, avena tierras de Sobresierra (Quintanarrío, Mata, Villalbilla y Gredilla de la Polera). A continuación, y tras su salida del angosto callejón de San Martín, se encuentra con el pueblo que encastilló Diego Porcelos en el siglo IX, comenzando en este lugar  histórico su singladura por un ancho valle dentro de la Merindad que recibe su nombre.
Su afluente principal es el río Rioseras, que al decir de algunos vecinos de dicha Merindad y del Valle de las Navas, es tan importante o más que el propio Ubierna. El encuentro de los dos tiene lugar, actualmente y a causa de un famoso cauce molinar, en el puente viejo de Vivar del Cid, dándose la curiosa circunstancia de que, en el discurrir normal, por unos ojos de dicho puente pasan las aguas del Ubierna y por otros las del Rioseras.



Vivar del Cid.
Un puente para dos ríos. 

Por algunos ojos pasa el Ubierna y por otros el Rioseras.
Llegaban separados y aquí se unen para caminar juntos.


UN NACIMIENTO ESCONDIDO


            Las dificultades para acceder a la principal y más alta fuente del Ubierna, serían hoy  suficiente aliciente para que los amigos de la aventura, algún Livingtone o Stanley burgalés, se lanzara hoy a su descubrimiento. Esto hoy no sería posible, porque así como los citados exploradores tuvieron que hacer frente a las múltiples adversidades de un continente salvaje y desconocido para hallar las fuentes del Congo, los osados burgaleses tendrían que sortear también obstáculos de grueso calibre, fundamentalmente la infranqueable barrera de un complejo fabril en el páramo. Únicamente con el oportuno permiso de esa empresa, obtenido después de bien justificados los motivos de la visita, y con la compañía obligada de algún guarda de la misma, puede visitarse esta fuente. Una fuente, por lo demás, cuyas aguas brotan formando una preciosa cascada en la ladera de un vallejuelo. El nombre de La Cueva que recibe este nacimiento, posiblemente tenga su origen en una pequeña concavidad que se ha formado en la cortina de toba depositada en el salto de agua, y en la que apenas si cabe una persona. Cosa distinta es la Fuente Rulladera, que situada un poco más debajo de la anterior, forma una caverna en toda regla, en la cual, según los pastores de la zona, caben bastantes personas en pie.


 “LA TERRAPLENA” Y EL BAR FLOR

       Existe un bar en Quintanilla Sobresierra, ya sin actividad, de rancia tradición y titulado Flor, en donde los posibles seguidores del Ubierna, o simplemente los amigos de las viejas consejas, pueden degustar las delicias de lo popular y las emociones de los tiempos pasados, sobre todo si se tiene la suerte de que en la tertulia participan Monserrat Arnáiz Girón, “La Terraplena”, y los pastores Domingo Fernández y Francisco Bujedo. (Tuve esa suerte en 1996).
Situado en una plazuela del pueblo, el Bar Flor (ya he dicho que sin actividad), no fue siempre un bar, ni tampoco llevó siempre este nombre. La Terraplena, dueña del establecimiento, presume de que ya su bisabuelo en el siglo pasado (XIX) tuvo en el mismo lugar un negocio de mercería; más tarde, “mi abuela Margarita puso un estanco, y finalmente, mis padres pusieron el bar”.


La Terraplena, memoria viva de Quintanilla,  
en el mostrador apagado del Bar Flor(1996).


Preguntada por el origen de su singular apodo, Montserrat se refiere a una ocasión en al que “mi abuelo paterno, que iba a por vino a Cebreros con los Bárcena de Covanera, se cayó con los machos por un terraplén y no le pasó nada. Desde entonces a todos los componentes de la familia nos conocen con ese apodo”.
El bar fue también tienda de ultramarinos. En él, además de ofrecerse el servicio tabernil, lo mismo podía encontrase una sardina arenque que una ración de escabeche, un frasco de brillantina que unas zapatillas de esparto. Todavía hoy sus paredes rezuman el aroma especial de aquellas tabernas-tienda que tanto abundaron en los pueblos de Burgos hasta comenzados los años sesenta del XX, y que generalmente eran regentados por familias dedicadas a la trajinería. Conviene recordar, en este sentido, que la carretera de Peñas Pardas, antiguamente Camino Real y hoy N-623, fue de especial tránsito, y que por ello a su vera se establecieron numerosos comerciantes. “Entonces el negocio se hacía en los pueblos”, asegura La terraplena, que recuerda también a alguno de aquellos mercaderes de lo vital:”A Los Petaca, los Marquina y Crespo, de Pesquera de Ebro y Cortiguera; a los Bañuelos, a los confiteros de Tubilla del Agua; a los Felicianos, de Masa; a la Dorotea, del Mesón de Mata;  a los Marijuanes, de Sotopalacios..., y nosotros, Los Terraplenes. Pero había pueblos en los que se movía más dinero”: La Terraplena y el pastor Domingo cuentan que “Los Billetas”, criadores y tratantes de machos y mulas para las reatas, de los pueblos de Quintanarrío, Robredo Sobresierra, Gredilla de la Polera, Villalbilla y Mata de Sobresierra, eran los que más dinero manejaban”, de ahí su apodo de “Billetas”. “Cada tratante de estos pueblos tenía sobre veinte o treinta animales, aunque había uno que destacaba sobre todos: Pablo Güemes, de Quintanarrío, que era el que tenía la parada”.



Detalle modernista en  el Mesón de Mata
       (1919)
               Mata fue uno de los pueblos "Billeta". 


LAS MESAS DEL CAFÉ CANDELA

Al indudable valor histórico de la actividad comercial en lo que es hoy el Bar Flor, desarrollado durante más de un siglo, hay que sumar como dato de interés el hecho de que este establecimiento, cerrado desde hace años, cuente con las mesas y sillas del desaparecido y mítico Café Candela, que estuvo en la Plaza mayor de Burgos. La feliz e insospechada  coincidencia se debe, según La terraplena, a que “como mis padres eran amigos del Candela, cuando este cerró nos ofrecieron el mobiliario, los bancos tapizados, mesas, sillas, cafeteras, etc., y mis padres lo compraron todo”.
          Tal vez sea por lo anterior, por el discreto encanto del mármol de las mesas, y por apetitosas liebres y ollas podridas preparadas por La Terraplena madre, por lo que al Bar Flor acudiera en época predemocrática lo más granado de la sociedad burgalesa, “cuando venían a cazar al coto de Quintanilla”. Y no sólo de Burgos: “Por aquí han pasado personajes como Iturmendi, que fue ministro de Justicia, Martín Artajo, López Bravo, el duque de Santa Cristina y el marqués de Pelayo”. Monserrat se emociona al recordar la lista de “ilustres” de Franco que honraron con su presencia el establecimiento de sus padres, al evocar el esplendor de una época en al que “hasta el cuartel general de la Columna Sagardía se abastecía de víveres en nuestra tienda”. Pero, apagada ya aquella gloria, todavía hoy el Flor sigue recibiendo la visita de alguna que otra personalidad, por ejemplo, la de Joaquín Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid, quien “cuando viene de paso hacia Santander, me llama de vísperas para que le tenga preparados unos pinchos de morcilla y picadillo”.

EL PASTOR DEL AJEDREZ

          En torno a las pesadas mesas del Café Candela y del viejo mostrador del Flor, surge a veces la charla entre personajes de menor prosapia que los referidos, aunque no por ello de menor  dignidad. Así, no es difícil encontrar en animada conversación con La Terraplena  a Domingo Fernández, el único y último pastor de ovejas de Quintanilla Sobresierra. Conocedor como nadie de las fuentes del Ubierna y empedernido tallador de boj y otras maderas, este veterano del zurrón ocupa sus largas jornadas de pastoreo por el páramo en fabricar preciosas figuras de ajedrez, aunque, ¡oh, paradoja!, ignora los estratégicos movimientos que han de seguir en el tablero. De sus manos han salido cientos de perfeccionadas torres y reinas, reyes y caballos, legiones de peones, pero él no sabe jugar al ajedrez. Conoce a la perfección, eso sí, los movimientos de su ganado en el tablero de los rastrojos, porque su sabiduría está más en relación con los rebaños que cuida desde hace más de medio siglo. “MI taller es el campo, y el uso hace al maestro”, es la filosofía laboral que justifica el trabajo extra de Domingo. Pero, con todo, su ajedrez verdadero es el cielo y las estrellas, la tierra y sus inclemencias. Y nada en ese juego, por muy intelectual que sea la jugada del jaque, puede ser más importante e inteligente para él que comprender el lenguaje de los animales, saber cuando éstos, con sus comportamientos, anuncian que dentro de dos días va a nevar, o que mañana habrá bochorno. Domingo domina este juego, y así, sabe por ejemplo, que “cuando el ganado se está quieto es que al día siguiente va a cambiar el tiempo”, que “cuando las ovejas se pasan la noche moviéndose mucho y tocando los cencerros, al día siguiente sale nevando”, o que “cuando salen del redil con la cabeza gacha es que va a hacer mucho calor”. Sabe también que este invierno no tiene trazas de nevar, porque no ha habido caramas, y solo “a los cuarenta días de una carama fuerte te nieva seguro”, con lo cual y contrariamente a lo que se ha creído hasta ahora, puede decirse que el invierno de hoy sí se lo come el lobo. Y ya metidos en el terreno de la “bestia negra” de los pastores, el de Quintanilla no es que eche de menos la fiereza de los de antes, que “aquellos sí eran lobos de verdad”, pero los compara con los actuales y observa sensibles diferencias, quizá una cierta degeneración de la especie: “Antes, de cien ovejas que te mordía el lobo, una curaba, y ahora curan todas”.



Monumento al pastor
Domingo Fernández

en Quintanilla Sobresierra.


UN CACHARRERO “EN LA POZA”

Como ya se ha dicho, una de las principales fuentes del Ubierna es La Poza, nombre con el que se conoce a la surgencia existente a pocos metros del arranque de la carretera que lleva  a la fábrica del páramo y frente a la gasolinera. Se trata de un profundo pozo, que nadie nunca ha sondeado, enriquecido por la leyenda del carro tragado, tan habitual en pozos y lagunas de Burgos (Pozo del Aceite, en el nacimiento del río Odra; el Ojo del Aranzuelo, en el nacimiento de este río; Pozo Ayrón, en Navas del Pinar). Según Domingo, el pastor del ajedrez, en cierta ocasión “un cacharrero que venía con su carro a vender por los pueblos fue a dar de beber a las vacas y se metieron todos en la poza, el carro, las vacas y el cacharrero. Todavía en los días claros se ven blanquear las lozas en el fondo”.


La Poza, otro de los nacimientos del río Ubierna.
En su fondo, en un día claro, se ve brillar los cacharros. 

EL RÍO JORDÁN, TRIBUTARIO DEL UBIERNA 

Cerca también de la citada fábrica, en el lugar que llaman Los Pleitos, nace un arroyo al que se conoce con el sorprendente nombre de Jordán. Es tributario del Ubierna, al cual se une en Villlabilla Sobresierra, siendo por tanto su recorrido muy corto, apenas cinco kilómetros. Pero si bien son insignificantes su curso y escaso  caudal, no lo son tanto las connotaciones de tipo mágico y religioso que le acompañan. Hay indicios y coincidencias en la zona que ayudan a comprender el por qué de esta evangélica denominación. Por un lado está la iglesia parroquial, bajo la advocación de San Juan bautista, y por otro, está la costumbre arraigada entre los vecinos de dicho pueblo y entre los de sus vecino Gredilla de la Polera, de bañarse en sus aguas en la mañana de San Juan, antes de salir el sol, como prevención de enfermedades para todo el año. Los habitantes de estos pueblos, conocedores del secreto del agua solsticial de San Juan, que purifica, hace fértiles a las mujeres y sana a los enfermos, durante siglos y hasta hace pocos años han acudido puntualmente a la cita con el salutífero baño en la mañana mágica. Y si bien esta costumbre no es exclusiva de los dos pueblos, resulta mucho más notorio en ellos que en otros con parecida  costumbre por el hecho de que el baño  se realizaba no con las gotas del rocío o las aguas de un río cualquiera, sino con las de un río llamado Jordán, en Burgos. Todavía se recuerda entre los vecinos la expresión “Vamos a bañarnos al Jordán”.

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