martes, 28 de junio de 2016

UN CONSTRUCTOR DE CHOZOS PASTORILES EN LA RAD


La Rad

Jesús Corral, el último constructor de chozos de pastor, 
 junto a uno de sus casitos

En un territorio de piedra, el casito parece una roca más

Un casito de corral. Antes que Jesús hubo otros pastores y otras
maneras de pastoreo en el páramo de La Rad. A veces las ovejas
hacían noche  en corrales y el pastor
 dormía junto a ellas en chozas.  
 


Una técnica del Neolítico pero efectiva


FOTOGRAFÍAS: Casitos pastoriles en el páramo de La Rad (Tomadas en junio de 2016)

  
          Como os prometí, queridos amigos de este Cajón de Sastre, he vuelto a los páramos del Tozo, concretamente a los que se despliegan entre Moradillo, La Rad y Santa Cruz del Tozo. Ya antes de mi reciente viaje a México había caminado por ellos y había localizado una serie de chozos pastoriles que llamaron mi atención por la manera en que estaban construidos. Aquel día prometí volver, pues tuve la suerte y el gozo de haberme encontrado en La Rad con la persona que los construyó, algo ciertamente insólito. Aquel encuentro significaba mucho para mí, pues estando acostumbrado a ver chozos de toda índole y por toda la provincia, jamás pensé que habría de encontrarme algún día con alguien vivo que se dedicó a hacerlos. 


Las historias de Jesús

          En La Rad vive desde hace 74 años Jesús Corral Arroyo, un súper-hombre que lo único que debe echar en falta en la vida es tiempo, horas para el trabajo. Es uno de esos colosos de la otra vida, infatigable, que no sólo se dedica a no estarse quieto sino que conoce como nadie la historia de su pueblo, y de los más cercanos, y la transmite con generosidad. Conoce, porque lo vivió, el paso por su pueblo de los muleros con sus reatas cuando iban a la feria de Villadiego, y de ello me contó pelos y señales. Me habló de cuando, desde un alto de su pueblo, vio salir una gran columna de humo negro del lugar del Molino Rasgabragas, sí, de aquel mítico molino de Isaac Arce en el hondón del Rudrón que tenía juego de bolos y convocaba los domingos a las gentes de los pueblos cercanos, de Ceniceros, Moradillo, San Andrés, Santa Cruz, La Rad... Vio, digo, la gran columna de humo cuando un aciago día de 1972 la aceña se quemó. Sobre el suceso, Jesús recuerda cómo su hermano bajó de inmediato con su coche para ver lo que ocurría y al llegar encontró que el fuego en la aceña era ya intratable y el tejado en aquel momento se estaba derrumbando.

          Cuando ascendíamos al páramo en busca de sus chozos, Jesús fue señalando viejos caminos que en su día fueron muy frecuentados pero que hoy ya pertenecen al olvido, todos con sus dificultades e historias de paso. Uno de estos caminos fue el que las gentes del otro lado del Rudrón utilizaron, según mi acompañante, hasta tiempo no muy lejano para ir a coger el coche de línea a la carretera de Aguilar. ¿Tan largo y montaraz camino para coger el autobús a Burgos?, me resultaba difícil de creer. “Sí, sí, yo los veía ir y volver al pasar por La Rad. Es que por la carretera [a Tubilla] era el doble de kilómetros que por aquí. Solían traer un borriquillo, y a veces iban dos, y a lo mejor salían a esperarles en un burro, otras veces no...”. Aquel relato despertó en mi nuevas inquietudes y me prometí escribir un capítulo sobre estos caminos del Rudrón, podría ser ocasión para abrir la abandonada carpeta de “Pasos de Montaña en Burgos” que aquí llevamos guardada.

          Más historias salieron entre chozo y chozos visitados (Jesús es una fuente inagotable), como la del campanero de Santa Cruz del Tozo, que también merecería un capítulo aparte. “Me acuerdo que tenía un camión que ponía:
  

JULIO PÉREZ BALLESTEROS

FUNDICIÓN DE CAMPANAS

Santa Cruz del Tozo


Aquí [a La Rad] venían los campaneros [de Santa Cruz] a por ceniza de encina. Cogían [maderos] de casas y tejaos que llevaran años caídos, porque la encina es buena, muy buena [para eso], pero tenía que estar seca, muy seca. Y lo tenían guardado seco hasta otra fundición; lo que más querían era eso. Es que esas vigas eran casi todas de encina”.


Campaneros y campanas en la fábrica de Santa Cruz


Pero era ya tiempo de conducir a Jesús por el asunto que nos llevaba, sus casitos pastoriles, esos refugios de piedra que salpican el páramo, entre el pinar comido por la procesionaria, el lapiaz y los brezales: “Ahora los llaman chozos, pero aquí siempre se han llamado casitos”.


Historia viva de La Rad

Esperando que amaine la lluvia, o que las ovejas despierten 
de su siesta de cuatro horas cuando aprieta el sol

Comprueba el estado de los travesaños


De pastores, ovejas y chozos

          Antes de nada conviene recordar que en tiempos de plena población en La Rad cada vecino tenía su propio rebaño de ovejas, más o menos nutrido, y que todas pastaban juntas en el mismo páramo cuidadas por una pastor contratado por el pueblo. Mas llegó el tiempo de la despoblación, los vecinos y los rebaños fueron desapareciendo, hasta el punto de que llegó el momento en que solo quedó el de Jesús Corral, bien es verdad que muy numeroso, de casi mil cabezas. Fue entonces cuando Jesús tuvo que ejercer de pastor, subir al monte con su rebaño y experimentar en carne propia los problemas que el pastoreo acarreaba. No solo eran las inclemencias del tiempo lo que tenía que solventar, viento, lluvia, nieve, soles justicieros, sino el control y continuo trasiego de las ovejas hacia zonas nuevas de pasto. Y esto con ser muy importante no lo era tanto como tener que atender, en los días paritorios de las ovejas, que los corderos fueran atendidos por las madres, pues a veces solía ocurrir que las primerizas, las de primer parto, perdían el olfato y rechazaban su cría, o que “igual se ponían a parir y se quedaban atrás [los corderos] y ya no se encontraban”. Así, se le ocurrió que metiendo la oveja con su cordero en un casito y tapando la entrada con espinos y aulagas, para que ninguno de los dos pudiera salir, no les quedaba otro remedio a madre e hijo(a) que conocerse y aceptarse mutuamente. Para todas las contingencias citadas Jesús, en un principio, reparó algunos casitos antiguos que encontró en estado de ruina, pero una vez se hizo experto en reparaciones, construyó otros enteramente nuevos, hasta un total de 24, distribuyéndolos estratégicamente en distintas partes del monte.
         
Construidos en los años sesenta, en los ratos libres que le dejaba el rebaño, que era cuidado por cuatro mastines, los casitos de Jesús llaman la atención por su cubierta de tierra donde crece la hierba salvaje. Sobre una capa de plástico negro, “de esos de forrar fardos”, y soportada por gruesos travesaños de pino o roble, cada cubierta alcanza un grosor ciertamente considerable. Y es que, ya que no dominaba la técnica y el arte de la falsa bóveda de piedra, como lo dominaban los constructores de las chozas de Orbaneja del Castillo, recurrió a este práctico y laborioso sistema de cubrición.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la humedad va aceptando a los travesaños, por lo que Jesús lleva a cabo ahora labores de mantenimiento, sustituyendo alguno cuando es necesario. Es un esfuerzo y una voluntad que hoy parece tener poco sentido, pues hace años que se desprendió del rebaño, pero él sigue en su empeño conservacionista. Cuando Jesús falte, ya no habrá nadie que se ocupe de su obra.


3 comentarios:

  1. Muy interesante y meritoria la labor de Jesús y de Elías, autor del artículo.
    Este viernes, 19 de agosto de 2016 en Arcellares vamos a ir,un grupo a intentar recuperar uno de los muchos casitos que tenemos en nuestra parte de La Lora.Os invitamos a participar.

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  2. Gracias por tu comentario, Teresa. Espero que todo salga bien en la restauración del casito. Es una buena iniciativa para un testimonio valioso.

    Saludos

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  3. Una cosa:alguien sabe si queda en Santa Cruz el edificio donde se fabricaban las CAMPANAS?

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