lunes, 28 de noviembre de 2016

LA “CASA DEL VÍNCULO” EN QUINTANILLA DE LA PRESA


Fachada digna de un buen destino

Una ventana bien escoltada

Una maravilla con toscos remiendos



                                                              Preciosa ventana con escudo de los Llanillo


FOTOGRAFÍAS: Casona blasonada en Quintanilla de la Presa (Tomadas el 28/11/2016)

Como cada invierno en periodos de niebla, una vez más me he sumergido y perdido por tierras del partido de Villadiego. ¿Qué tendrán estas tierras que tanto me llaman? ¿Será la adusta faz de sus lomas, sus valles y vallejuelos que parecen ir a ningún sitio?, ¿quizá la soledad silenciosa de sus pueblos, tantos como hay, tantos como aún desconozco pues nacieron como si alguien hubiera lanzado semillas? No sé, pero tiene su encanto adentrarse en las nieblas de la mañana, en las plazas mayores de las aldeas, donde el reloj de la torre marca horas invisibles, donde alguien que no ves calienta glorietas, donde los perros te siguen hasta que ven que desapareces. Lo tienen aprendido. Será todo eso y quizá más. El hecho es que con niebla salí de Burgos en dirección a Villadiego y con niebla llegué, y me acompañó hasta que el cielo se abrió y descubrí el secreto mejor guardado: la maravillosa y desconocida joya de Quintanilla de la Presa, “La Casa del Vínculo”. Digo del Vínculo no porque sea conocida así (hoy, tristemente, no se la llama de ninguna manera, ni siquiera casona, o palacio a secas), sino porque merece ser recuperado este nombre de resonancias históricas, que en cierta manera viene a ser sinónimo de Mayorazgo. Podríamos llamarla la casa del Mayorazgo también, pero particularmente me gusta más decir la “Casa del Vínculo” (a ver si cuaja).

Describir la fachada de esta casona, cuyo mayorazgo fundó Diego Gutiérrez Llanillo, haría las delicias de estudiosos del arte y de la heráldica, y también de la Historia. Aquí, queridos amigos, vamos solo a tomar nota de sus ventanas para guardarlas en el cajón de las VENTANAS CON HISTORIA, que tan lleno se encuentra ya. Una de ellas, la central, flanqueada por dos grandes escudos, luce en la parte superior otro más pequeño en torno al cual puede verse grabada una data, 1666, y el apellido de los Llanillo.

Grandiosa fachada salida de la niebla, pues, que merecería un buen destino y una buena conservación. Pero me temo...


miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL POTRO EN LA CUEVA





FOTOGRAFÍAS: Potro de herrar en Fuenteúrbel (Tomadas en noviembre de 2016)


¡Qué maravilla, un potro de herrar en una cueva! Tiene su lógica, pues los herradores podían trabajar en días de lluvia sin mojarse, y además la madera se conserva mejor. Las cuevas suelen tener yacimientos arqueológicos, generalmente piezas de piedra o cerámica, algunas incluso grabados prehistóricos en sus paredes. Pero esta cueva tiene un yacimiento especial, tiene una pieza arqueológica (¿alguien puede decir que no es una pieza arqueológica?) singular y quizá única, ¡un potro de herrar, ahí es nada! Hoy que tantos potros se hacen en los pueblos, como recordatorios de los viejos que ya desaparecieron, relucientes, sin ninguna tara y para ningún uso, resulta sorprendente y entrañable ver uno auténtico, subterráneo y bien conservado como es este de Fuenteúrbel. Consérvese la reliquia. 


miércoles, 16 de noviembre de 2016

COMBATE MEDIEVAL EN SOTOPALACIOS


Con el majestuoso castillo de los Manrique como fondo


¿Pactando un acuerdo?
¡Hala, a combatir!


Una indumentaria de los siglos XIV y XV, de treinta kilos de peso,
para un combate que parecía de verdad

FOTOGRAFÍAS: Combate medieval en Sotopalacios (Tomadas  el 12/11/2016)


       Poco a poco va abriéndose camino en España el combate medieval como deporte y exhibición. En 2014 se celebró el primer Torneo Mundial en el patio de armas del castillo de Belmonte, en Cuenca, con la participación de la Federación Internacional de Combate Medieval. El pasado verano se celebró un nuevo encuentro en Frías y este fin de semana uno más en Sotopalacios, con el magnífico fondo de su castillo. Fui invitado a asistir a este último, y como recuerdo os dejo, amigos de este Cajón de Sastre, algunas imágenes del evento.   


Descanso del guerrero



martes, 8 de noviembre de 2016

ERMITA DE SAN PELAYO


El lugar de San Pedro de Arlanza sería otra cosa sin San Pelayo

Extraño ábside de San Pelayo

Ábside ¿prerrománico?

Bóveda del ábside


El escudo desaparecido (Fotografía de 1984)

En el parteluz se aprecia el hueco originado por
 el desgarro del escudo


Un sencillo tronco para sustentar la portada

Apoyado en una teja

Un verso suelto junto a marcas de cantero

Una inscripción todavía por descifrar

Muros de distintas épocas


FOTOGRAFÍAS: Ermita de San Pelayo, Hortigüela (Tomadas en octubre de 2016)


San Pedro de Arlanza, con su ermita de San Pelayo, es un lugar donde la historia, el arte y la leyenda conviven en perfecto desorden.
 

        Componer el puzzle histórico y arquitectónico en la ermita de San Pelayo (también San Pedro el Viejo), junto a San Pedro de Arlanza, no es tarea fácil. Por los restos de las ruinas resulta evidente que coexisten en ellas varias épocas, lo que hace que tengamos que fijarnos bien en cada detalle, más que nada para comprender los siglos que allí se encierran. Nos fijaremos en primer lugar, por lo que tiene de antecesor, en la cueva que se abre debajo de la ermita, con un asentamiento musteriense que nos lleva a 40.000 años atrás. Pondremos después atención en algunas piedras camufladas entre sillares, al modo de versos sueltos, que parecen de época romana o visigoda, como lo parecen también los enormes sillares que se pueden ver en el basamento del conjunto,  lo que vendría a demostrar que antes de que Fernán González supuestamente cazara en estos montes esta atalaya rocosa sobre el río Arlanza ya estaba habitada. A continuación daremos un pequeño salto hasta llegar a la alta Edad Media, tiempo en el que florecen las manifestaciones eremíticas. Haremos entonces caso de poemas y romances, también de la historia confusa, y nos encontraremos con los anacoretas Arsenio, Silvano y Pelayo, que al parecer allí vivieron, con el conde y su jabalí y otras leyendas generadas por los monjes de San Pedro de Arlanza. Observaremos después el originalísimo y diminuto ábside cuadrado, quizá de época condal, seguramente prerrománico, cuyos magníficos sillares, de bello tono rojizo, nos invitan a pensar que fueron aprovechados de alguna construcción preexistente. Luego escrutaremos las paredes, interiores y exteriores, y las veremos llenas de marcas de cantero, lo que nos trasladará a los siglos XII o XIII, netamente románicos, como lo parece también el ¿campanario? geminado a los pies de la ermita, en cuyo parteluz existió un escudo que en fecha no muy lejana fue arrancado y llevado quién sabe dónde. Menor importancia tiene la parte añadida a la románica, en el lado que mira al río, que parece del siglo XVIII y es de construcción mucho más pobre. 

 
Remedio casero para un gran monumento

Las piedras de San Pelayo son, pues, un libro en el que mirar la historia de uno de los lugares más emblemáticos de Castilla y uno de los más bellos. Parece mentira que sabiéndose todo esto nadie haga nada por consolidar las ruinas. Uno siente vergüenza ajena al ver los remedios para sustentar sillares a punto de desprenderse, como pueden apreciarse en las fotografías que aquí se adjuntan. La desaparición de lo que queda de San Pelayo sería una tragedia, para la historia, para el arte y para el paisaje.