sábado, 20 de agosto de 2022

EL VENDAVAL DEL 41, TARDE Y NOCHE DE FURIA

     

Cerámica de Pino de Bureba. Tras el paso del vendaval pudo fabricar tejas a pleno rendimiento. 


FOTOGRAFÍA: Tejeros llaniscos fabricando tejas en Pino de Bureba 


Nunca se había visto nada igual. Aquel vendaval entre los días 15 y 16 de febrero de 1941, aquel infierno de viento sur, que llegó a alcanzar rachas de hasta 200 kilómetros a la hora y que en Santander tuvo gravísimas consecuencias (incendio de la ciudad), tuvo también, aunque menos trágicos, sus efectos devastadores en el norte de Burgos, tanto para las casas y tejados de las poblaciones, incluidos campanarios de las iglesias, como para sus montes, algunos literalmente arrasados. Sería de gran interés tener un recuento de los daños que ocasionó en Burgos y hasta donde llegaron sus efectos. Hoy que tanto nos esforzamos en poner nombre a cada tragedia atmosférica, sorprende que este gran viento pasara sin tener el suyo. Como mucho, se dijo de él que fue una “surada” (expresión santanderina), o lo que es lo mismo, que fue un fortísimo vendaval con vientos del sur. Poca cosa, y poco expresivo para definir algo que tanto daño hizo en nuestro medio rural y para que su recuerdo permanezca en la memoria de la España Vacía. Hoy resulta difícil encontrar en nuestros pueblos a personas que vivieron aquel vendaval. Y si ya nadie queda, ¿quién entonces recordará en los desiertos venideros del tiempo aquella tarde y aquella noche entera de furia? Quizá en algún ayuntamiento quede constancia, es posible que las serrerías temporales que se instalaron en los montes damnificados, para el aprovechamiento de los árboles tronzados, dejaran su poso en archivos y sean una fuente en la investigación, pero de esto no tengo seguridad, sería una sorpresa que lo hubiera. Nos lo recuerdan mejor los testimonios orales que tuve la fortuna de recoger cuando empecé a intrincarme en los pueblos del silencio y a entrevistar a los mayores de estos pueblos en su diáspora. En aquella época, veinticinco años atrás, todavía encontré a gente que, por su edad, vivió y sufrió el vendaval y pudo darme noticias de él. Su testimonio lo guardé y ha dormido el sueño de los justos en carpetas que ya tanto huelen a viejas. Más recientes son los testimonios que obtuve sobre el mismo tema durante la elaboración del libro Etnografía del Alfoz de Santa Gadea (2022). Entre 2015, 2016 y 2017, pude entrevistar a personas de este Alfoz que recordaban el vendaval y sus efectos con total nitidez. Me complace hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, haceros partícipes de los relatos que me fueron descritos sobre este tema, tan poco o nada estudiado. No es mucho, pero podría servir para que alguien iniciara el trabajo exhaustivo que la cuestión merece. Sin duda, en esta empresa habría de valorarse la incidencia de los tejeros y tejeras burgalesas tras el paso del vendaval, es imaginable que unos y otras debieron trabajar aquel año a pleno rendimiento.

  

  

TESTIMONIOS

 SANTA GADEA DE ALFOZ

 “Temblaban los armarios, parecía un terremoto” 

“En la mata quedó arrasao. Fue una noche. Por aquí to las chimeneas tumbó, a mí me la tiró, y muchos tejaos levantó. Fue enorme, aquello fue un desastre. Pero ya digo, en el monte aquel [en la mata] ¡adiós todo! Me acuerdo que temblaban los armarios, los platos... parecido a un terremoto. Ahí arriba tumbó un portal que había ahí, tumbó aquello, porque venía el viento así, de lado, y me acuerdo que los ripios que bajaron por aquí nos rompieron los cristales de las ventanas; venían los ripios [volando] y, ¡pas, pas! Y el tejao, todo nos le levantó, los tejaos, todos. Fue enorme el vendaval, sí”. 

Informante: A.R.B. 

El vendaval duró una tarde y una noche entera. Atados a los carros para que no se los llevara el viento. 

“Yo me acuerdo de él como si fuera hoy, ¡mejor que lo que hago hoy! Tenía yo cuatro o cinco años, fue el 21 de febrero del 41 [1941]. Pues estando esperando a un hermano mío, que estaban aquí en el monte a buscar traviesas, y [estaba yo] allí en la ventana, y ¡que no vienen, que no vienen! (Era viento sur, duró una tarde y una noche entera). Y al final vinieron amarraos al carro, ataos, y los vimos entrar por allí y... “¡ya están, ya están, ya asoman por allí, míralos!”. Bajaban de aquí, del monte, pero no pudieron cargar ni nada, bajaron de vacío. Vendavales ya había habido [por aquí], pero es que ese fue muy gordo ¿eh? Dice que (yo lo sé de contarlo mi hermano) arrastraba una piedras ¡unos pinazos...! [Para hacerse una idea] tú, mira lo que hizo en Santander, y en muchísimos pueblos levantó casas enteras, levantó... Santander fue que se incendió y se quemó. Mi padre estaba ahí haciendo una hornera..., bajó ya con el vendaval, por la tarde, y dice que se puso allí debajo de un árbol, y cuando subió al otro día, dice que ya estaba tumbao el árbol”. 

Informante: F.M.D.

 El vendaval tumbó 300 hayas en la Mata de Santa Gadea

     “Ahí en esa mata [de Santa Gadea], toda la zona esa que da al sur, tumbó 300 hayas. A algunas levantó con las raíces. Dieron madera de hayas a tol pueblo, se repartieron entre los vecinos. Pusieron unos aserraderos ahí en la mata, pa serrarlo ahí. [Esa madera fue] pa venderlo luego, porque la madera de haya tenía mucha aceptación ¿eh? Aquí es una madera muy buena, muy especial, de la buena buenísima, la de esta mata; es que el haya depende donde esté, esta tenía mucha aceptación. De aquí se embarcó madera en Arija, en el tren de la Robla, vagones pa Valmaseda, que en Valmaseda todo eran talleres de muebles.

 Antes del vendaval ya se hacía subastas de hayas. Aquí han venido muchos [compradores] por la calidad de la madera”. 

Informante: F.M.D.                                

 Desde Montejo vieron el resplandor del fuego de Santander 

“Pues mira: se quemó Santander. Verás: yo era muy niña, yo tenía doce o trece años, y me acuerdo. Yo estaba en Montejo, porque yo soy de Montejo. Verás, [fue] el 23 de febrero. Y vinieron unas coplas [que decían]: 

El mar se pone furioso,

el viento azota con fuerza,

como cáscaras de nuez,

bailan las mares del puerto,

y corre la misma suerte,

general en la atalaya... [no recuerda más]

 

Aquello fue... Se veía la claridad, por encima del [puerto del] Escudo [se veía] la claridad del fuego de Santander. Lo veíamos desde Montejo, porque vivíamos un poco arriba y... “¡que se quema Santander, se quema Santander!”. Y ya a otro día, pues que se quemó todo, que se habían quemao veintidós calles, veintidós calles se quemaron en Santander, ¿qué te parece? Aquello fue horroroso. Fíjate, pa verse la claridad por encima del Escudo del fuego de Santander...

Fue por la noche, fue el viento sur, porque andaba el viento sur. En Montejo se cayeron muchos árboles; en [el monte] Laesa se cayeron bastantes robles”. 

Informante: E.H.L.

AEL 

          “Arrancó los tejaos y los árboles, hace muchos años ya”.

 

 HOZALLLA

 “Nos arrancó todos los tejados” 

“Nos arrancó todos los tejados, y eso que este pueblo está protegido. Donde más daños hizo fue en el monte. Contaron que había tirado lo menos 13.000 pinos, y [que] los pinos grandes que caían estropeaban los pequeños. Después los vendieron por poco dinero”.

 

QUINCOCES DE SUSO 

Desarbolados los tejados, fueron a por las tejas de la iglesia 

“Por efecto de aquel ciclón que hubo cuando la quema de Santander, pues se desarbolaron todos los tejados. Y entonces, aquellos vecinos que quedaron fueron a por tejas al tejao de la iglesia… el vecino a por las tejas. Era un matrimonio viejo, y con los hijos ya se habían marchao”. 

QUINTANAJUAR 

          “Hubo una especie de huracán en 1940. Tiró muchos árboles”.

 

REMOLINO

 

Arrasó la arboleda del valle de Manzanedo 

          “Según el secretario, fue en 1942. Fue cuando el incendio de Santander. Se declaró un viento sur, hubo un deshielo y no estaba todavía el pantano [de Arija].  

          A continuación de la riada vino un huracán que destrozó toda la arboleda del valle de Manzanedo”.

 

VALDELACUESTA 

“Vamos a las cuadras que nos levanta las casas". "Tuvieron que apuntalar las ventanas con trancas" 

          “Un huracán que vino un año, el 12 de febrero. En el portal de la iglesia estuvo el año que fue. Yo tendría diez o doce años cuando aquello.

          Nos levantó los tejaos, destrozó mucho. Decía mi padre: 

-¡Vamos abajo, a las cuadras, que nos levanta las casas! 

¡Un viento…!, tuvieron que apuntalar las ventanas con trancas, y un griterío…”.    

 

 

2 comentarios:

  1. Muy interesante todo lo recogido, nada puede detener a la naturaleza cuando se desata
    Gracias por tan interesantes testimonios

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