Ludivina Vegas, memoria de la Granja Basconcillos |
FOTOGRAFÍAS: Ruinas de Basconcillos de Muñó (2024)
Como
todos los años por estas fechas acostumbro a hacer un recorrido por la comarca
de Muñó, con el simple propósito de saborear el color de sus campos. La
primavera tiñe de verde intenso el largo periodo ocre de esta campiña donde crecen
torres, verde fertilizado, todo hay que decirlo, que, al mezclarse con las
tonalidades de la tierra sufriente, forma cuadros de especial belleza. Para
esta ruta tengo dos opciones, una es la carretera que lleva a Santa
María del Campo, y otra es la que conduce a Mahamud. Las dos rutas parecen calcadas en su paisaje-valium,
así que tanto da elegir una que otra si lo que se quiere es disfrutar de
belleza y relajarse. En esta ocasión elegí la segunda, pues la excursión tenía
una doble finalidad, la de llegar a Santa Cecilia para enseñar a mi querida
acompañante una bodega con construcción adosada que a cualquiera puede llegar a
confundir (ya hablamos de ella en otro lugar de este Cajón de Sastre, y
comentamos su gran parecido con las obras de Gaudi). Esa era la intención,
pero algo habría de cambiar nuestros planes, algo se cruzaría en el camino que
nos llevaría a vivir momentos para el recuerdo.
Restos de Basconcillos de Muñó |
GRANJA BASCONCILLOS
Ya en ruta, a unos quince kilómetros de Burgos llegamos al
punto donde resisten unas ruinas, a un lado y otro de la carretera, que siempre llamaron mi atención pero en las que nunca llegué a pararme, no tengo claro por
qué. En esta ocasión íbamos con tiempo
sobrado y nos detuvimos, siete ojos de bodegas destartaladas en una
ladera nos incitaron a ello. Había que fotografiar los restos de lo que en verdad parecía un naufragio. Qué
tendrán las bodegas, queridos amigos, que tanto nos atraen, ¿será tal vez su
aspecto prehistórico?, ¿megalítico tal vez? Y si esto no fuera, ¿podríamos
decir que las bodegas son una especie de catacumbas del vino? Miles de ellas se
distribuyen por casi toda la provincia, miles también las que si no están
caídas están a punto de hacerlo. Sin duda, el conjunto de todas, con sus
lagares, es un patrimonio de enormes dimensiones que, en mi opinión, aún no ha
sido suficientemente valorado. Picados por la curiosidad, quisimos saber detalles sobre este lugar de almas perdidas, así que procedía visitar el pueblo más
cercano, Villafuertes, dos kilómetros más adelante, considerando que allí podríamos obtenerlos. No nos equivocábamos. Encontramos en esa hora de la soledad
temprana a un vecino que se disponía a partir
con su coche. Hicimos que se detuviera y preguntamos. Y así supimos que las
mencionadas ruinas se corresponden con lo que fue la Granja Basconcillos. ¿Y usted sabe de
alguien vivo que vivió allí?, inquirimos sin mucha esperanza de encontrar una respuesta afirmativa. Pero se obró el milagro:
“Pues sí, en Villangómez hay una mujer mayor que vivió allí, se llama
Diluvina”. ¿Diluvina? Extraño nombre, debía ser un error, sospechamos que tal
vez sería Ludivina.
Bodegas de Basconcillos, una para cada vecino |
Y
fue así cómo, una vez más, nuestro rodar nos llevó al pueblo de los pollos, famoso ya
por los murales en sus medianías y ruinas, donde nosotros mismos habíamos
estado en septiembre de 2023 al reclamo de dicho arte. En aquella ocasión quedamos impresionados
sobremanera por un cuadro de gran viveza, el de una mujer mayor de afable presencia en acción de pelar una gallina, o un pollo, que vaya usted a saber las plumas.
Una mujer que podría haber salido de la imaginación del artista, pero que, en
realidad, y como a continuación se podrá ver, se trata de una
vecina que venturosamente vive en Villangómez.
Cuando la iglesia de Basconcillos todavía estaba en pie. Posan los vecinos Leopoldo Revilla y Benedicta Barriuso. (Foto: gentileza de Ángel Custodio) |
LUDIVINA, LA MUJER DEL CUADRO (nada que ver con la película)
Todavía en las beatíficas
horas de la mañana, callejeamos por Villangómez con intención de encontrar un alma a quien
preguntar por Ludivina. Afortunadamente no tardó mucho en aparecer, A lo lejos vimos a una mujer que parecía entrada en años. Corrimos hacia
ella, no fuera a ser que la perdiéramos al doblar cualquier esquina. Buenos
días, saludamos a cierta distancia. Ella se paró. ¿Sabe usted dónde vive la
señora Ludivina?, interrogamos. “No sé si en estos momentos les podrá atender”,
dijo ella, con cierta y castellana sorna, ante nuestra sorpresa, aunque en
seguida se identificó como la mujer que buscábamos: "Soy yo. ¿Qué desean?"
Así nació una conversación que habría de depararnos interesantes detalles sobre el despoblado de Basconcillos, a la sazón “Granja de Basconcillos", que es como ahora y desde hace mucho tiempo se conoció y conoce a lo que un día fue un pueblo normal y ahora es un conjunto insignificante de muñones, de casas, de la iglesia y de las bodegas. Ludivina Vegas, nacida en Villafuertes, vivió en esta Granja de colonos renteros, a donde la llevaron siendo niña pues allí trabajaba su padre, veinte años, desde los siete hasta los veintiocho, que es cuando marcharon a Villangómez. Fue un periodo suficiente para crear raíces, recuerdos y afectos. Por eso hoy bien se la puede considerar como guardiana de la memoria de aquel lugar yermo. Ahora, a sus 89 años, esta mujer, de carácter abierto y cordial, rememora, cuenta y transmite con gran generosidad: “Me acuerdo mucho [de Basconcillos], porque hemos vivido tanto y tan bien allí que lo añoro de verdad. Me acuerdo mucho, porque hubo una convivencia tan buena con todos los vecinos, y lo pasábamos tan bien…”.
SIETE VECINOS, SIETE
CASAS, SIETE BODEGAS
“Éramos
siete vecinos [viviendo] en siete casas de adobe que, como no eran nuestras,
nadie se gastaba un duro para arreglarlas. Eran casas malonas, de planta y
piso, y encima había un palomar”. Así describe Ludivina
la Granja Basconcillos, un humilde lugar de colonos, a cuya dueña (o a una de
las dos dueñas, pues eran dos hermanas y cada una con una parte de las fincas),
María Varona, la misma que tuvo en propiedad el palacio de Villaverde Mogina,
pagaban rentas.
ESCUELA EN VILLAFUERTES
“A la escuela bajábamos a Villafuertes, 2 kilómetros, que
teníamos ahí la abuela. Bajábamos to los días a Villafuertes a la escuela,
cuatro o cinco niños juntos, y alguno no quería bajar y tenía que bajar la
madre con él”.
CEMENTERIO, LADRONES DE
CRUCES
“Había cementerio, estaba pegado a la iglesia, lo que pasa
es que los chatarreros se han llevado las cruces”.
ÚLTIMOS ENTERRADOS
“Unas niñas de un señor, que nacían mal cuando nacían, que
no sé qué le pasó [al señor], que esas niñas no se le criaron. Y luego una
señora, que se mató yendo en la bici y creo que trajeron [allí] las cenizas”.
José Ramón Vegas, un
hijo de Ludivina. Su nacimiento tuvo lugar el 1 de
mayo de 1966.
EL FINAL
Sucedió
cuando había dos mujeres viviendo solas, circa 1970. Ludivina lo recuerda así:
[La
última viviendo en la Granja] fue una abuela mía. Nosotros nos fuimos un
poco más pronto. Una abuela mía, tenía una tía soltera, y mi abuela, y esas se
quedaron solas. La abuela se llamaba Leonor Temiño, y la hija Clementina
González. Y luego ya, cada uno nos fuimos a un sitio. Estuvieron poco
tiempo la abuela mía y la tía, estuvieron muy poco tiempo solas, porque ellas
se quedaron solas allí, y entonces luego las trajeron aquí, y aquí murieron
luego ellas”.
LA IGLESIA Y LA FIESTA
La
iglesia está todo hundida. Aquí [en Villangómez] está la Virgen del Rosario,
que era la patrona de allí, esa la trajeron aquí. Allí to la vida fui a la
fiesta allí… la fiesta de Villafuertes es el mismo día, y entonces había
música, subían los músicos a darnos diana a las chicas, porque éramos entonces
cuatro o cinco mozas de mi tiempo allí, y subían a darnos diana los mozos. Y
luego, [para] el baile bajábamos a Villafuertes. [Venían] los almendreros, que
entonces los almendreros y aquellos del bote subían por la mañana. Y luego, ya
por la tarde, bajábamos a misa a Villafuertes, y a la procesión y al baile.
A LA CHARLA SE AGREGA
ÁNGEL CUSTODIO
Casi
al final de la conversación con Ludivina se agregó Ángel Custodio, vecino de
Villangómez pero que tuvo especial relación con la Granja Basconcillos. No en
vano, cuenta, “Yo tengo allí enterraos a mi madre, a mi abuela, la madre de
mi madre, una hermana de mi madre, que murió aquí y las cenizas las llevó allí,
un sobrino y una sobrina hijos de ella”.
CASETA DEL MAJUELO,
“COMO LA DE LOS INDIOS”
Ángel Custodio nos recuerda también que en la Granja se
trabajaron viñedos. Y para ilustrarlo pone como ejemplo la existencia de
casetas donde se apostaban vigilantes para evitar la sustracción de racimos: “Yo
me acuerdo que tenían una caseta como la de los indios. Y es que pasaban los
coches [por el pueblo] y cogían racimos. Cuando iba con mi difunto abuelo to
los domingos y los sábados al majuelo, que tenía ahí, y tenía una caseta hecha
como las de los indios, porque decía que pasaba la gente con los coches y se
paraban a coger los racimos. Tenían una caseta los majuelos, y recuerdo que
cuando iba allí…”.
SEÑORA LUDIVINA, LA
MUJER DEL CUADRO
Cuando
la conversación estaba llegando a su fin surgió un instante de asombro:
Pero…
pero… usted [por Ludivina] ¡es la mujer del cuadro que está pelando un pollo…
el famoso y premiado mural!”. “Esa soy yo”, dijo. ¡Cómo pudo ser que no lo
advirtiéramos antes! Seguramente por la
emoción que nos transmitía su relato.
Ludivina Vegas, la mujer del cuadro |
No se perderán nunca estos testimonios, gracias Elías
ResponderEliminarEsperemos que no, amigo anónimo. Gracias por el comentario.
Eliminarasun
ResponderEliminarNo se perderán estos testimonios ya sabemos gracias a quien. Se puede decir que no se perderán pero que casi estan ya perdidos. Pero si algo se puede hacer y en el futuro alguien quiere saber , pues lo aqui dicho servirá para mucho!