jueves, 21 de noviembre de 2024

DE NECRÓPOLIS ALTOMEDIEVALES (II)

 

Peña de San Clemente en Quintana María,           .
espolón rocoso sobre el que se asienta una necrópolis rupestre.

Necrópolis rupestre en la Peña de San Clemente.

Necrópolis en la Peña de San Clemente.
Se advierte un grupo de enterramientos infantiles,
alguno pudo pertenecer a bebé o mortinato.


FOTOGRAFÍAS: Necrópolis de Quintana María (Tomadas en noviembre de 2024)

La elección del lugar para el asentamiento de las necrópolis rupestres de la Repoblación podría ser un interesante motivo de estudio. Queda sugerido. Ya hemos visto cómo esos cementerios sin hoyo en tierra debieron estar separados de los poblados, decíamos que por motivos de salubridad, para no estar sujetos a la mala influencia de los cuerpos enterrados y en descomposición. Quedaría por saber por qué se excavaron en roca y no en tierra, y por qué están situados en los lugares en que se encuentran y no en otros. Para lo primero, la respuesta podría estar en el hecho de que aquellos grupos pensaran que en roca los cadáveres serían mejor conservados, sin opción a que los animales pudieran desenterrarlos y devorarlos, mientras que, en tierra, si no se hacía un hoyo muy profundo, dicha posibilidad sí podía existir. Podría ser esta una explicación, y también que se creyera que en roca las tumbas rupestres serían para siempre. Ambas soluciones estarían dictadas por nuestra propia y actual lógica, pero en aquel cristianismo remoto de la Repoblación el pensamiento pudo tener su propia idiosincrasia y pudo regirse por otros indicadores. Este es un asunto que nos llevaría muy lejos, queridos amigos de este Cajón de Sastre, conformémonos aquí en hacernos preguntas y no dar respuestas para las que no estamos preparados, que para esto doctores tiene la Iglesia.  

Sigamos con las tumbas. Decíamos que, excavadas en roca, debieron llevar pesadas losas (hoy desaparecidas), como sugieren los rebajes para su asentamiento, aunque no en todas. Ojo, no confundir estos rebajes con las acanaladuras para desviar el agua de lluvia, lo que ha de plantearnos otra duda más: los enterramientos infantiles, que en gran cantidad pueden verse en este tipo de necrópolis, ¿llevarían igualmente losas como cubierta?  Sobre esto cabría pensar que algunos si las tendrían y otras no, y en este sentido podría decirse que no podía ser lo mismo el enterramiento del cuerpo de un niño de seis años, por ejemplo, que el de un bebé de meses o un mortinato, suponiendo que estos mortinatos, se enterraran, cosa que, si así fuera, podría deparar nuevos campos de estudio y problemas para resolver. Sobre este asunto vendría a poner una pequeña luz la necrópolis de Quintana María, donde se observan, junto a pequeñas cazoletas excavadas y arrimadas a las tumbas, que bien pudieron servir para ofrendas, alojamientos para todo tipo de cuerpos, desde adultos hasta los más pequeños, con alta incidencia de los medianos, lo que llevaría a pensar en una alta mortandad del grupo en algún determinado momento. En todo caso, cuarenta sepulcros, que son los que están a la vista, no son muchos como para hacer una evaluación en este sentido. Quedaría por responder a la pregunta de por qué algunas de estas necrópolis se excavaban en lugares despejados (Revenga, Quintanilla de Santa Gadea) y otras en lugares escarpados y con  amplios horizontes, como es el caso de Quintan María, localizada en el borde de un cortado rocoso (“Peña San Clemente”) y desde el cual se domina una impresionante cadena montañosa, con el Monte Humión y la Muela de Frías como hitos lejanos, o como es el caso también de la necrópolis de Pajares, situada en la parte superior de una escarpada peña (“Peña el Mazo”), un lugar que hoy nos parecería imposible para implantar un cementerio. Ambos casos se explicarían por razones de ventilación, aunque no es descartable que podría tener un significado más simbólico o profundo, algo que pudiera tener que ver con el pensamiento mágico en un tiempo de oscuridad como el de la Alta Edad Media; así, una necrópolis con vistas tan amplias podría estar en ese trasfondo.  

Otras muchas preguntas sería lícito hacerse y para las que tampoco encontraríamos respuestas definitivas. Una última aquí sería si cuando había alta mortandad y morían a la vez o en pequeños intervalos distintos miembros de una misma familia estos se enterraban igualmente en tumbas antropomorfas individuales. Dado este caso, ¿quién horadaba los huecos?, ¿dónde permanecían los cadáveres mientras aquellos se hacían y cuánto se tardaba en hacer cada uno? Y aún más: supuesto que no había panteones familiares, ¿se colocaban juntos los fallecidos o simplemente se enterraba cada uno donde todavía quedaba sitio? Sobre esto, llama la atención en la necrópolis de la Peña San Clemente una suave elevación en el centro del promontorio rocoso donde se pueden ver, muy arrimadas unas a otras, media docenas de tumbas de niño; ¿acaso murieron en brevísimo espacio de tiempo?, ¿serían de la misma familia? Nunca lo sabremos. 

Estas preguntas y muchas más, todas a mi juicio oportunas, pueden surgir al visitar las “pintorescas” necrópolis rupestres de Burgos.


Sobre la tumba de un niño se aprecia una cazoleta, posiblemente para ofrendas.

En alguno de los enterramientos se aprecian los rebajes para las losas que los cubrían 

 

Desde la Peña y tumbas de San Clemente puede verse en el horizonte
el Pico Humión y el cerro de La Muela (Frías)
envueltos en la niebla.


Necrópolis en Quintanilla de Santa Gadea.
¿Hueco para mortinato, o vaso para ofrendas?


sábado, 16 de noviembre de 2024

DE NECRÓPOLIS ALTOMEDIEVALES (I)

 

Necrópolis de Cuyacabras (Quintanar de la Sierra).

FOTOGRAFÍAS: Necrópolis de Cuyacabras (2022), Quintanilla de Santa Gadea (2017) y Villanueva Soportilla (2024).

Recientemente he visitado varias necrópolis altomedievales excavadas en roca (Quintanamaría, Villanueva Soportilla, Cuyacabras, Revenga). Hay algo en estos cementerios de tumbas antropomorfas, de la época de la Repoblación, que me atrae especialmente; tal vez por mi vocación frustrada de arqueólogo, o quizá por la cantidad de dudas que siempre me surgen cuando estoy pisando sobre ellos. Se me dirá que mis dudas han sido estudiadas y respondidas por especialistas y que poco o nada puede añadirse ya. No estoy seguro de ello. Hay aspectos que, en mi opinión, y en mi ignorancia, creo que no se han tratado con suficiente claridad, lagunas que quedarían por despejar y que son las que siempre me han llevado a especular y a plantearme preguntas, seguramente las mismas o parecidas preguntas que os habréis hecho vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, cuando habéis visitado alguno de estos cementerios. En este sentido, la primera de las interrogantes surgidas a un profano en la materia sería la de conocer la localización del poblado, asunto fundamental pero casi siempre complejo de concretar. Cabe pensar que se encontraran prudencialmente apartados de las necrópolis, por la simple razón de protegerse de los malos efluvios e insalubridad que podía emanar de los cuerpos en descomposición enterrados (es muy probable que los sellados de las tumbas, con losas o capas vegetales,  no serían del todo herméticos). Pero esta ubicación, a veces, cuando no se ven restos arqueológicos en superficie, no es fácil de situar, pues si algún resto hubiera quedado, después de más de mil años transcurridos estará muy enterrado e imposible de descubrir si no es con métodos de rastreo y localización modernos, lujo que, intuyo, quizá nunca se van a emplear en yacimientos que, por lo general, deparan muy  pobres hallazgos. Abundando en ello, pienso que ni aun conociéndose los aportes histórico-documentales sobre grupos y movimientos de la Repoblación, ni ayudados por la toponimia (tan valiosa en ocasiones) serviría para situar con precisión dicha localización. Arqueólogos hay a los que compete esta cuestión.

Otras muchas interrogantes pueden plantearse, entre ellas las de cuánto tiempo de vida tuvo el poblado en un mismo lugar, de cuánto “vecindario” se compuso o cuáles fueron las causas de su desaparición, si fue por política de los conductores-directores de la Repoblación (por lo general monjes), por traslado a lugar más seguro o por haber sufrido algún fuego o epidemia de especial incidencia que los consumió, entre otras posibles causas, en realidad, todas las que podamos imaginar. Pudo suceder también que cuando decidieron moverse no se desplazaran a lugares lejanos y que, por el contrario, se establecieran cerca y dieran lugar así al nacimiento de alguno de los pueblos hoy existentes en su entorno. Podría ser. En cuanto al número de pobladores que componían el núcleo creo que sería muy difícil hacer una aproximación, ya que por aquellos tiempos oscuros (ss. IX y X) no debían hacerse padrones, y si por algún tipo de milagro se hubiera hecho algo parecido no ha llegado hasta nosotros. Resulta evidente, eso sí, que por el número de enterramientos que están a la vista, puede deducirse que unos poblamientos tuvieron mayor o menos número de habitantes. Así, grupos de mayor población debieron ser los de La Sierra (Revenga y Cuayacabras), con cientos de tumbas, y más reducidos los norteños de Quintanamaría y Pajares, por citar solo algunos.    

Sirvan las reflexiones anteriores como marco para situarnos en dichos cementerios de la Repoblación excavados en roca, monumentos singulares que tanto nos llaman hoy la atención, que sirven como reclamo turístico y que tantas interrogantes pueden plantear al visitante curioso, como es el caso de quien suscribe. Lo veremos en siguiente entrada.


Necrópolis de Santa María de Tejuela  (Villanueva Soportilla).

"Tumbas de los Moros", necrópolis en Quintanilla de Santa Gadea.


martes, 12 de noviembre de 2024

ATARDECERES DEL COVID, LOS DÍAS QUE SE FUERON


Monte del Arreadero, escenario fijo para los días que se van.

FOTOGRAFÍAS: Atardeceres en días de Covid (Tomadas en 2020)

Testigos del sufrimiento de los mortales que habitamos este planeta (amenazado por cualquier esquina que miremos, todo sea dicho) los días del malhadado Covid se fueron marchando a la chita callando, ocultándose detrás de montañas y horizontes lejanos. Su manera de irse fue silenciosa y melancólica, como era y es su costumbre desde que el mundo es mundo. “Ahí os quedáis, humanos, aliviad vuestro infortunio con mi arte, mañana os visitaré de nuevo y veré cómo va vuestra fiebre”, parece que decían, uno tras otro, al despedirse con retazos pictóricos de ensueño. Los días que se iban, con sus cautivadores atardeceres, recreaban y suavizaban una miga los forzados aislamientos a los que se nos había sometido.

Tuve el privilegio de contemplar aquellas despedidas siempre en el mismo lugar, siempre con el mismo fondo, queridos amigos de este Cajón de Sastre. Aquí os dejo un breve recuerdo, una bella muestra de los días que se fueron en tiempos de Covid, que la disfrutéis.


11 DE MARZO DE 2020


11 DE MARZO DE 2020

2 DE MAYO DE 2020

MAYO DE 2020

1 DE JUNIO DE 2020

9 DE AGOSTO DE 2020

18 DE AGOSTO DE 2020

28 DE AGOSTO DE 2020

      

domingo, 3 de noviembre de 2024

RAÍCES INMORTALES


Muñón de un gigante en Quintanilla de Santa Gadea


FOTOGRAFÍAS: Muñón de roble en Quintanilla de Santa Gadea (Tomadas en 2024 y 2016). 

Se acabaron los caminos nuevos, o es que ya no sé encontrarlos. Transito por aquellos que hollé en un pasado tristemente lejano. Ya nada por descubrir, solo los cambios invisibles y naturales que el tiempo depara. Vuelvo a pisar sobre lo pisado, una y otra vez, nada ha cambiado, solo las ruinas, quizá la mía. Ese roble gigante desmochado, ruina persistente en Quintanilla de Santa Gadea, lo conocí lleno de brazos que se apagaban en el tiempo feliz de los descubrimientos. "Poca vida te queda", le dije un día abrazando su rugoso corpachón. Y él me contestó: “Cuida de la tuya, pues yo soy de raíces inmortales”. Debió equivocarse.


En 2016 el gigante aún respiraba.