Los muleros remontaban por el camino de Siero. |
De los páramos de Sargentes bajaban a la hendidura de Valdelateja. Este pueblo poco se parece hoy al que encontraron los muleros. |
Al ascender , los muleros podían echar la vista atrás y contemplar este panorama. |
Los muleros llegan a Siero... |
... y encuentran las primeras ruinas. |
Atalaya de Santa Centola y Elena. |
Aparece el camino empedrado... |
... con sus contrafuertes. |
Ya nadie utiliza los caminos entre pueblos. |
FOTOGRAFÍAS: Valdelateja. Ruinas de Siero. Camino de Valdelateja a Nocedo. Nocedo. (Tomadas en septiembre de 2013),
Recapitulemos. Siguiendo
la ruta que transitaron los muleros cuando se dirigían a las ferias de Miranda
de Ebro, nos habíamos quedado en la ermita de San Antonio, en Valdelateja. Así
que, siguiendo las indicaciones de “El Peseta”, el más famoso tratante de mulas
del norte de España, habíamos recorrido ya en nuestro viaje un primer tramo, el
que tras haber salido de San Martín de Elines nos había dejado en la citada ermita,
a la entrada de Valdelateja. Pues bien, hoy continuamos el viaje, y lo hacemos
como ellos lo hicieron hasta la mitad del siglo pasado, cruzando el Rudrón y
ascendiendo por el camino de Siero. Uno se imagina hoy este empinado sendero,
uno de los más conocidos de la provincia, ocupado por reatas de mulas de más de
treinta unidades, y no puede por menos que maravillarse. El mayoral, montado a
caballo, hacía de guía; él encabezaba
la comitiva mular porque conocía mejor los senderos y trochas por haberlos recorrido tantas veces. Miranda
estaba aún lejos. Era marzo, habían salido de amanecida, recorrido los páramos
de Sargentes, y todavía faltaba mucho para llegar a Poza de la Sal, donde
hacían noche. San Martín-Poza, en efecto, era una de las dos etapas con las que
cumplimentaban la ruta de Miranda. Una barbaridad, sólo apta para gente
esforzada, gente de otro tiempo y de epopeya, tan dura como las rocas de los caminos que hollaban.
Nosotros seguimos hoy sus pasos borrados hasta donde nuestras fuerzas nos
lleven. Remontamos hasta Siero, hoy apenas una sombra de lo que fue; de este
lugar desaparecido sin memoria, sólo el cementerio de Valdelateja y una casa
quedan en pie, pegados a la iglesia arruinada, quizá aquella casa de la que vio
salir humo “El Peseta”, seguramente ya en los últimos estertores del pueblo.
Arriba queda la ermita de Santa Centola y Elena, destino casi único para los
senderistas modernos. Pero no era éste un lugar de entretenimiento para los
muleros, ¡bastante les importaba a ellos la historia y el arte!, lo dejaban
atrás y continuaban su ascenso, lo más rápido que podían, camino de Nocedo, un
hito habitado en su ruta. Nosotros seguimos sus pasos, con más parsimonia, con
lentitud, pues el espectáculo que se nos ofrece a medida que remontamos es de
ovación y bien merece una y mil
paradas. Echamos la vista atrás, sobre el empedrado del camino, y vemos
un espectáculo natural como pocos, lo que antes nos parecía alto y esforzado de
remontar ahora lo vemos muy bajo y con deseos de volar; Valdelateja, el Rudrón,
Siero y su nido de Santa Centola, quedan hundidos entre cañones, enmarcados por
farallones calizos de estratos con encefalograma plano. El camino de Nocedo a
veces parece sendero y a veces Camino Real, en ocasiones comido por la maleza y
otras veces luciendo empedrados y contrafuertes, dignas obras de titanes. Es un
camino para subir a las tierras altas, donde fue y es posible sembrar, un
camino que los muleros supieron aprovechar. Hemos remontado. Ya el paisaje es
paramero, propio para llamarse nava, los rastrojos grisáceos nos sugieren que
son tierras en barbecho. Un par de
kilómetros más y hacemos un alto para respirar los vientos que llegan del
lejano norte, por donde divisamos alturas conocidas, como los castros de
Bricia, Tureña, Cielma... Tras recorrer, escondidos, un tramo entre carrascas,
encontramos refugio en un núcleo de apriscos para el ganado abandonados, son
cercados de piedras hincadas que semejan cromlechs, pegados a roquedos
protectores. Aunque no es creíble que los muleros hicieran lo propio, pues Poza
todavía quedaba lejos y no era cuestión de entretenerse. A un tiro de fusil, o
quizá de piedra, hacia el sur, ya asoma el campanario de la iglesia de Nocedo.
Quién sabe si los muleros rezarían en este escondido rincón burgalés.
Los muleros llegaban a Nocedo. Todavía quedaba mucho para Poza de la Sal, su primera noche antes de llegar a Miranda de Ebro. |
En un tramo, el camino discurre bajo las sombras del bosque de carrascas. |
Nocedo. Los vecinos de este pueblo vieron pasar las reatas. |
Las reatas de “El Peseta”
siguieron camino de Villalta. En nuestra retrospección histórica, vimos cómo
las figuras de los cuadrúpedos se perdían por tierras de dólmenes y menhires,
encajonadas entre dos lomas... Veremos cómo y por dónde llegaron estas sombras de los caminos.
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