lunes, 13 de junio de 2016

RECUERDOS DE YUCATÁN (I) LA VIEJA HENEQUENERA



Desde la carretera vimos la gran chimenea

Se nos permitió acercarnos a las ruinas

Restos de lo que pudo ser la sala de máquinas.
Sorprenden los arcos conopiales.

bajo el palmeral platicamos con el actual dueño
de la vieja henequenera

Noria para extraer agua del cenote

Pudieron ser almacenes para el henequén, pero también
 viviendas para los obreros.
 


FOTOGRAFÍAS: Henequenera cerca de Izamal (Tomadas en  mayo de 2016)

Lo que son las cosas, dos días antes de mi viaje a México aún estaba por los páramos de La Rad fotografiando chozos de pastor y hablando con la persona que los construyó. Y de repente, apenas cruzado el océano, me encontraba manejando (conduciendo) por las carreteras de Yucatán. Bueno, ¡quién me lo iba a decir! Y es que el mundo se ha hecho hoy tan pequeño... De Yucatán había leído algunas cosas, entre ellas las cartas de relación de Hernán Cortés, donde se describen los primeros encuentros de los conquistadores españoles con los mayas y sus sorprendentes ciudades, las que hoy tanto nos maravillan. Aunque de todo lo leído, lo que más huella me había dejado era el libro de John K. Turner “México bárbaro”, donde el periodista y escritor norteamericano, que fue conocido como  “el periodista de México”, da cuenta de la explotación en régimen de esclavitud de los indígenas (yaquis traídos de Sonora y yucatecos), llevada a cabo por los terratenientes en las grandes haciendas, entre ellas las henequeneras. 

Nada de lo anterior nos había llevado a la cárstica planicie yucateca, creo que más bien fueron Chichén Itza y los lugares turísticos de Cancún y Tulum. Pero a decir verdad, para mí fue mucho más interesante nuestro periplo por tierra adentro de la península que las inacabables playas plagadas de establecimientos hoteleros, donde apenas si quedan accesos libres a la arena. Hago abstracción entonces del mar caliente y del infinito respeto que me merece la ciudad maya (de la que sería incapaz de escribir una sola línea coherente), y relato algunas de las cosas que vimos en el interior, aún más caliente. Partiendo de Cancún, nuestra primera meta fue Valladolid (sin Pisuerga), una de las ciudades coloniales y mágicas de la península en la cual hicimos dos noches. Pero no voy a describir nada de ella, pues buscando en Internet cualquiera puede encontrar pelos y señales. 



LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE YUCATÁN, 
LLEVADA A CABO POR DOMINICOS Y FRANCISCANOS PRINCIPALMENTE, 
DEJÓ BELLOS TESTIMONIOS ARQUITECTÓNICOS. HE AQUÍ TRES MUESTRAS

Convento franciscano de San Bernardino de Siena en Valladolid

Convento franciscano de San Antonio de Padua, 
en Izamal, a pleno sol y nocturno con luna llena






Iglesia colonial de Santo Domingo en la localidad de Uayma



De Valladolid, tras la visita a Chichén Itza, nos dirigimos a Izamal, la ciudad amarilla, por el color de sus casas, donde pernoctamos también dos noches. Y aquí, queridos amigos de este Cajón de Sastre, es donde quería yo llegar, pues en esta ruta fuimos a dar con las ruinas de una hacienda henequenera. Una gran chimenea que se alzaba en la llanada y próxima a la carretera, más algunas construcciones aledañas en penoso estado, nos alertaron de que podía tratarse de una de aquellas haciendas que denunció John K. Turner. Sentí una gran emoción ante la posibilidad de hallarme en un lugar protagonista de episodios que en su día tanto me conmovieron con su lectura. Era evidente, por otro lado, que lo que allí veíamos era un testimonio de arqueología industrial, uno más de los muchos que he tenido ocasión de conocer (ya sabéis mi debilidad por esta temática), pero esta vez tan lejos de nuestra tierra burgalesa. Armados de valor, decidimos que había que salir del carro, abandonar el ambiente fresco de su interior y enfrentarnos a tumba abierta con el sol abrasador. La curiosidad pudo más que la comodidad, de modo que nos encasquetamos los sombreros y tras recorrer un recto camino de apenas cien metros llegamos al edificio principal de la hacienda, que parecía recientemente remozado. Un hombre que trabajaba en no sé qué cosa, interrumpió su labor y nos salió al paso. Le  explicamos los motivos de la visita y nos condujo a otra persona que se hallaba tendida en una hamaca, que al parecer era el jefe, el amo de todo aquello. Esta persona podía muy bien habernos despedido con vientos destemplados, entre otras cosas por haberle interrumpido en su descanso hamaquero, pero no lo hizo, al contrario, fue todo cordialidad, y nos sorprendió con sus deseos de contar, de enseñar y de darnos facilidad para hacer las fotos que quisiéramos. Se notaba que más que un jefe era un viejo profesor. Nos habló de su voluntad en recuperar la vieja hacienda, no para obtener fibra del agave, como en su origen, sino como lugar de recreo respetando al máximo la imagen y los restos que encontró. Loable intención, sin duda, en línea con lo que yo mismo vengo defendiendo para tantos yacimientos de arqueología industrial en Burgos. Bajo el palmeral, el profesor nos fue indicando, a veces mostrando, los pocos elementos que aún quedaban: la noria mecánica en el cenote para la extracción de agua, restos de la sala de máquinas, almacenes de la fibra, la gran chimenea del horno donde se quemaban los deshechos... Las haciendas henequeneras fueron muchas en Yucatán, quizá cientos en tiempos de mayor bonanza de lo que se llamó “oro verde”, en ellas se enriquecieron algunos, con ellas crecieron ciudades, como Mérida. Algunas se han recuperado lujosamente como establecimientos hoteleros y para actos sociales, constituyendo ahora un reclamo para el turismo, otras esperan la acción de otro profesor soñador, y otras muchas se han perdido para siempre. Pero del henequén y de las haciendas henequeneras podríamos estar hablando mucho, mucho tiempo, el tema es apasionante, solo quería compartir con vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, la coincidencia de mis lecturas con lo que en Yucatán vimos y vivimos. 



Pacas de fibra apiladas en la bodega de la hacienda de Sanlatah.
(Fotografía obtenida en exposición sobre las henequeneras en Izamal)

      


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