Robustiano sacaba música de los cencerros
FOTOGRAFÍAS: Robustiano afinando cencerros. Velortada. (Tomadas en 1995)
En los muchos momentos que
estuve con él nunca le vi maldecir ni quejarse por tener que arrastrar sus
piernas, pesadas como leños, al hacer algún desplazamiento. Era algo que tenía
asumido desde niño y que estoicamente superaba con el esfuerzo diario de dotar de
música a los cencerros del ganado. En realidad, los desplazamientos que yo le
vi, que tanto me impresionaban, eran muy cortos, no iban más allá de la poca
distancia que separaba el interior de la cabaña del solerón cubierto que cobijaba
su peculiar taller. Aquí, sentado en un banco de tres patas y provisto de un
martillo, enfrentado a los campanos, pasaba sus días repiqueteando hasta
conseguir entonaciones pastoriles escondidas o soñadas, muchas veces rebeladas
por díscolas. Fui testigo, en numerosas ocasiones, de su lucha con el metal para
extraer la música deseada. Por ello siento que fui un privilegiado, pues no
muchos habrá que puedan presumir de semejante espectáculo. El suyo era un oficio
de afinado continuo, de concentración y paciencia eremítica, la misma paciencia
que tuvo conmigo al tener que soportar los largos interrogatorios a los que le
sometí en cada una de mis visitas. Robustiano era fácil de encontrar, esa fue
mi suerte, pues al contrario que los pasiegos andantes, que unas veces estaban
a la hierba en cabañas de arriba, otras en las de más abajo y otras en las
vividoras, él siempre estaba en el mismo lugar, en su cabaña de Carredondo, en
Lunada. Por eso, siempre que me interesó disipar una duda en torno a las
costumbres pasiegas, supe dónde y a quien tenía que acudir, el Campaneru de
Salcediyu tenía respuesta para todo lo que yo quería saber.
Vivencia especial con
Robustiano fue cuando una tarde de verano nos desplazamos a San Roque de Río
Miera, él me lo había pedido y bien que lo agradecí, pues tuve ocasión, a mitad
del portillo de Lunada, de contemplar el sorprendente ejercicio de la velorta en
un prado cercano a una cabaña.
Qué sería sin tu memoria ni la de gentes tan entrañables como Robustiano, no sería igual. Gracias por estos reencuentros.
ResponderEliminarCuando los encuentros han sido buenos y especiales la memoria suele responder, amiga Rosa.
EliminarGracias y un saludo,