viernes, 23 de abril de 2010

"EL PORTILLO": ENTRE CUEVAS DE PUERTA Y LOS VALCÁRCERES







A Damián Montero



FOTOGRAFÍAS: El Portillo desde la distancia. Abrigo de roca para los muleros. Coronación del Portillo. Paso hacia El Portillo. Fuente de Santa Marina, junto a la ermita. Un piedra de La Venta. (Tomadas el 22 de abril de 2010).

Desde hace ya algún tiempo venimos siguiendo el camino de los muleros, una ruta comercial pecuaria olvidada que, arrancando en San Martín de Elines tenía su fin en Villadiego en una época de trasiego y ferias mulares. Recordemos que el primer día estuvimos con El Peseta, mulero de fama en Valderredible, caminamos con sus recuerdos por los páramos de Sargentes de la Lora y Rudrón y subimos el Portillo del Infierno, famoso por sus angosturas y por muleros asaltados o aterecidos. En una segunda ocasión seguimos la misma ruta desde La Rad hasta el ya hundido Molino Rasgabragas, allá por las honduras del río Rudrón. Más reciente, nos presentamos en el despoblado de Cuevas de Puerta, cerca de Talamillo del Tozo, y desde allí nos intrincamos en un pequeño desfiladero por el que discurre otro tramo del camino que llaman de Los Contrabandistas. De todo ello dejamos cumplida constancia en este cajón de sastre.
Hoy traemos un nuevo portillo-paso, el de Los Valcárceres, a caballo entre el desaparecido Cuevas de Puerta y Los Valcárceres, que bien podría llamarse de Santa Marina, ya que a pocos metros del alto, junto al camino mulero y en una pequeña planicie hubo una ermita bajo esta advocación, de cuya presencia todavía nos hablan algunos amontonamientos de piedras camuflados. Y junto a la ermita, una fuente que lleva su nombre. No tendría sentido la ermita en este estratégico lugar si no fuera para atender el paso de los muleros, o a otras gentes en su caminar de un pueblo a otro. No es difícil imaginar al ermitaño y su familia atendiendo a los esforzados con sus reatas cuando la noche o la nieve de San Andrés les sorprendía en el camino de regreso por estas fantasmales rocas, por estos espinazos de dragón que tanto abundan en la zona. Como ocurre con el Portillo del Infierno, de los peñascales de este paso se cuentan también historias de aterecidos, de personas que buscaron refugio en los abrigos rocosos y que no pudieron vencer al frío, seguramente cuando ya no estaba la ermita. Hay pocas personas en la zona que pueden contar la historia de estos pasos, que son ya de leyenda. "Era un espectáculo muy bonito ver bajar por la cuesta las mulas; ahora unas, después otras y otras. Por San Andrés, los chicos del pueblo nos sentábamos a verlas pasar", nos dice David, un vecino de Santa Cruz que tuvo el enorme privilegio de ver las reatas cuando asomaban por El Portillo.
A apenas 1 kilómetros de la ermita y siguiendo el camino de los muleros en dirección a Hormicedo, hay un término que llaman La Venta, junto al comienzo de un pinar. Guiados por David, visitamos el arqueológico lugar y encontramos algunos fragmentos de teja, significativos testimonios que dan fe de la vieja venta.

Una piedra en el camino y dos luces en la noche
Junto a las tejas, en el solar residual del edificio, vimos también, casi oculta por la hierba, una piedra solitaria y bien labrada. Interrogué a la piedra y me habló (cuando las personas que sabían no existen, son las piedras las que nos pueden contar la historia). Me contó que formaba parte de un establecimiento ventero al pie del camino de los muleros, y que fue en un tiempo el único signo de vida entre Talamillo y Hormicedo. Un farol de aceite en la puerta alumbraba por las noche a los que caminaban perdidos o despistados. Me dijo también que algunos reateros, los que menos carga de prisa tenían y más suelto llevaban el bolsillo recién apretado, acostumbraban a hacer noche en la venta del pinar cuando regresaban de Villadiego. Le pregunté por la ermita de Santa Marina y me habló de un ermitaño que atendió a los muleros de siglos antiguos. Me dijo: recuerde usted, señor curioso, que las ferias del Pilar y de San Andrés en Villadiego tienen muchos siglos a las espaldas, y las ermitas se ponían allá donde había o pasaba gente. ¿Y también tenía farol la ermita? Sí, porque no era fácil localizar por la noche el paso del portillo. La luz de Santa Marina podía verse desde aquí, y el ermitaño podía ver la nuestra.

miércoles, 21 de abril de 2010

VILLAMORÓN, EL PUEBLO HERIDO







ECOS DE LA LLUVIA Y EL AIRE
FOTOGRAFÍAS: Andamiajes en la iglesia de Villamorón (2008). Iglesia de Villamorón y parvas (2008). Bodegas de Villamorón (2006).

La vieja camina encorvada, apoyada en su cachava, de un barrio a otro, de un pueblo cercano a otro de igual distancia. Separados por el río que les dio vida, los dos caseríos, uno de adobe y otro de piedra, cada uno con su catedral y su santo protector, hicieron uno desde lo más remoto. Todos los días, salvo los de sus achaques, la veo, acaricio y bamboleo su negrura. Se dirige desde su destino hacia su origen, y a la inversa. Ayer se llevó un susto de muerte: vio la iglesia de Santiago vendada por dentro y por fuera, vio un laberinto de hierro ocupando el espacio del arte. ¿Quién te ha herido con tal saña que tanto vendaje has necesitado?, dijo. Yo le podría haber contestado: fui yo, anciana, ése a quien llamáis Aire, y mi amiga Lluvia, que hoy está escondida, al acecho, detrás de montes que tú conoces, pero preferí decirle la única verdad: fuiste tú, sobreviviente de una historia milenaria, fuiste tú y otros como tú que no soportasteis mi aullido en los morados ocasos del invierno, que me sellasteis las puertas de vuestro miedo y mudasteis a otros arcos de vida.

De mi visita a Villamorón y Villegas
mayo de 2006

jueves, 15 de abril de 2010

CONJUROS Y CONJURADEROS






Publicado en el libro Creencias y supesticiones populares de la provincia de Burgos

FOTOGRAFÍAS: Arco conjuradero de Poza de la Sal (con fiesta del Escarrete). Arco conjuradero de Villegas. Relicario de Santa Bárbara en conjuradero de Villegas.

        Es sobradamente conocido el pánico que el campesinado español de siempre ha tenido a las tormentas, no sólo por los terribles efectos que los rayos pueden llegar a ocasionar a personas y haciendas, sino por los daños que las grandes granizadas suelen producir en las cosechas. La pérdida de uno o más animales, o la cosecha de todo un año, significaba una terrible desgracia en la economía de las familias en tiempos en los que los seguros todavía no se habían establecido en pueblos y aldeas

        Al igual que contra las sequías, contra los nublados nada podía hacerse, como no fuera recurrir a rudimentos naturales y arcaicos, que por lo general más tenían que ver con la magia que con la ciencia (toque de campanas, platos de sal, hachas de punta, arrojamiento de piedras, etc.), o invocar la protección del Cielo y de todos los santos que en él viven. Siendo esto último lo más recurrido, la Iglesia, o mejor, los sacerdotes de cada pueblo vinieron a desempeñar hasta tiempo reciente un papel de suma relevancia en semejantes trances. Y así, Santa Bárbara, designada por la jerarquía eclesiástica protectora oficial contra las tormentas, se convirtió en la santidad más invocada por las gentes del campo.

        Si bien en dicha jerarquía no fueron muy bien vistos los conjuros o exorcismos contra los nublados, efectuados por los párrocos de los pueblos en presencia del vecindario, llegaron a ser una práctica muy extendida en todo el territorio de Castilla y León, y nos atreveríamos decir que de toda España, como puede deducirse por la existencia de conjuraderos en regiones como Murcia, Aragón, Cataluña o La Rioja.

        Aunque fue muy generalizada la costumbre de hacer los conjuros en la misma entrada de las iglesias, pórticos, torres y balcones sirvieron también para este fin. En algunos lugares se llegaron a erigir construcciones especiales para conjurar las nubes y bendecir los aires. Estas últimas, normalmente pequeñas capillas, exentas o apoyadas sobre arcos y torrecillas, con balcón conjuradero y por lo general presididas por una imagen de Santa Bárbara, son las que en Castilla y otras regiones se conocen indistintamente como conjuraderos o conjuratorios. En lugares como Aragón y Cataluña, los conjuraderos reciben, respectivamente, el nombre de esconjuraderos y comunidors, y en ambos casos vienen a ser pequeños edículos o templetes, cubiertos y con arcos abiertos a los cuatro vientos, casi siempre situados dentro de las poblaciones y cercanos a la iglesia parroquial. Su pariente más cercano podría ser el peirón aragonés, que es una especie de torrecilla o monolito, con la imagen de algún santo protector en la parte superior, que servía, entre otras cosas, para proteger a los pueblos de tormentas y otros males. Desde algún peirón cubierto se bendecían también los aires y los campos, al igual que se hacía desde los conjuraderos.

        Siendo, como se ha dicho, una costumbre de gran arraigo en todo el territorio nacional, sobre todo en zonas de gran riqueza cerealística y hortícola, son contados los conjuraderos existentes en Castilla y León. Que conozcamos, sólo han llegado hasta nosotros los de Cuenca de Campos, en Valladolid, Cozuelos de Ojeda, en Palencia, y los de Poza de la Sal y Villegas, en Burgos.


MOVIMIENTO LÍRICO (ECOS DE LA LLUVIA Y EL AIRE)

CONJURADERO


Me preparo para lo inevitable, Aire, tú ahora descansas, te adormeces en una extraña calma y no mueves ni una hoja del arce donde te ocultas. Yo, en cambio, trabajo, tapizo de grises y negros mi nube, me multiplico y avanzo, formo temible nublo y cargo mi vejiga. Pero ya no podré aguantar mucho más, creo que lo que empezó siendo minúsculo y suave como rocío sanjuanero se está transformando en piedra. Estoy pesada, pronto tendré que soltar. Esos de ahí abajo quieren hacerme daño, unos encendiendo la vela a Santa Bárbara y poniendo hachas de punta y otros arrojándome guijarros bendecidos. Ilusos, a ninguno de ellos temo, porque uno a uno su poder es cobarde; más me preocupan la campana y el conjurador, al que por cierto ya veo preparándose para sus exorcismos; no falta mucho para que suba al balcón conjuradero con su asperges y su libro mágico. Lucirá su gorro de cuatro picos y reunirá a todo el pueblo en el atrio de la iglesia... temo por la fuerza de la masa. Me dirá cosas horribles en latín que no sé si podré esquivar. Pero me defenderé, y mi fuerza hará que su sombrero levite, le haré sudar. Para ti también tendrá algún regalo envenenado, Aire, para tus cuatro direcciones, cuídate mucho, que ya atruenan las campanas del tentenublo. Aquí va mi réplica.

De mi visita a Villamorón y Villegas
mayo de 2006



viernes, 9 de abril de 2010

PRADOLUENGO Y LAS BOINAS DE JULIA



FOTOGRAFÍAS: Julia Rubio, monumento sobre monumento. Boinas. (Tomadas en abril de 2010 y 1994).
De siempre he admirado la villa de Pradoluengo, no sólo por la belleza y originalidad de su casco urbano, ¡casi una ciudad!, y del rincón de la Demanda donde está situada, tan espectacular y pintoresco. Durante mucho tiempo, su larga tradición fabril me parecía a mí que la convertía en una isla dentro de la provincia de Burgos, tan agroganadera ella y tan dedicada al sector “servicios”. El por qué de la secular actividad textil de esta villa de los batanes ya lo sabemos, hay buenos tratados, publicados, que lo explican al detalle. Por eso aquí no cabe enrollarse en el tema. Ocurre, sin embargo, que hace dos días conocí a una pradoluenguina que, de sus 90 años cumplidos, 46 los dedicó a fabricar boinas en una industria de su pueblo. ¡Madre mía, casi medio siglo haciendo boinas! ¡Cuántas cabezas cubiertas por “su culpa”, cuántos madrugones en la nieve! Se llama Julia Rubio, y tuve el enorme placer y el privilegio de hacer con ella un recorrido turístico por la villa del calcetín. En el paseo, me mostró todo lo que queda de la industria, y mucho de lo que ha desaparecido. A cada paso, un portal, cada portal, un obrador, cada cuesta del monte, una rambla de tinte, cada corriente de agua, un lavadero de lana, cada suave loma, un tendedero. Julia, que empezó a trabajar a los 13 años, por supuesto que con el correspondiente permiso paterno, ha conocido momentos gloriosos de la bayeta y del calcetín, pero sobre todo, de la boina, como los que se vivieron durante la Guerra Incivil Española. Conoció la bonanza, sí, pero también ha vivido el declive de empresas señeras, como la que tuvo el privilegio de contar con sus servicios. Ya nadie fabrica boinas a orillas del Oropesa.

En Pradoluengo existe desde 2003 una escultura a la Mujer Trabajadora, y no es para menos. Quizá no exista ninguna mujer en esta villa que no haya trabajado en alguno de los numerosísimos obradores que existieron (alguno aún existe), que lavaran lana en la corriente que baja de la montaña, o que tintaran bayetas, boinas y calcetines. La mujer de Pradoluengo se merecía este monumento y mucho más. Julia Rubio, con 90 años y una vitalidad y memoria envidiables, con medio siglo de boinas a sus espaldas, es un monumento vivo, un escultura de carne y hueso que merece mi particular homenaje, mi “calcetín del año”. ¿O tendría que ser una boina?


lunes, 5 de abril de 2010

CABAÑAS PASIEGAS QUE SE HUNDEN




FOTOGRAFÍAS: Cabaña de El Bernacho -Río Lunada-(Tomadas en 1995 y en 2010). Desaparecen unas cabañas y surgen otras (Río Trueba, abril 2010).

Se encuentra en El Bernacho, a los pies del majestuoso Castro Valnera, rey de los pasiegos. Era mi cabaña predilecta, estaba entera y tenía todos los elementos arquitectónicos y de servicio de las cabañas pasiegas de altura. Por eso la elegí como modelo para el trabajo que sobre los pasiegos de Burgos llevé a cabo en 1995. Han pasado 15 años desde entonces y la cabaña se encuentra ya en proceso de ruina. Abierta, con las puertas auxiliares arrancadas y el tejado de la colgadiza hundido, pronto irá a engrosar la larga lista de cabañas pasiegas de Cuatro Ríos arruinadas o desaparecidas. En realidad, es una muestra, muy significativa, de lo que espera a este patrimonio edificado, tan singular, una vez que los pasiegos han ido abandonando su natural hábitat gracias a las no ayudas de las administraciones. Siempre he mantenido que la tradicional vida de los pasiegos, que pervivió a través de siglos, y que llegó hasta nuestros días como un lujo cultural, era algo que necesitaba de alguna protección. Pero ya he comprendido el mensaje: a nadie le importa su desaparición. Desaparecerán todas las cabañas, como desaparecieron la mayoría de los pasiegos, y las que no, se venderán a personas no pasiegas que no tendrán el más mínimo escrúpulo en modificarlas a su antojo, la mayoría de las veces con soluciones de dudoso gusto. Y eso que existen unas normas subsidiarias que impiden esas intervenciones descontroladas. Al menos, podría hacerse in situ un centro de interpretación de los montes pasiegos, mostrando todo su patrimonio, lo que queda y lo que se nos fue. Pero no hay visos de ello. Bueno, la desidia junto a la incomprensión, es una opción como otra cualquiera.