sábado, 11 de agosto de 2012

MEMORIAS TURCAS

MOMENTOS, RECUERDOS, SENSACIONES

 (A mis compañeras de viaje)

MOMENTO PRIMERO

Carrera en Estambul

Aeropuerto de Atatürk. Media noche en Estambul, noche cerrada. Los  aeropuertos de las ciudades grandes son parecidos, todos tienen un pasillo transportador que llevan a una salida de cristal donde se agolpan los taxis, en el caso turco, amarillo-anaranjados. El taxista, el primero que nos sale al paso, tiene cara de bonachón, y bigote, como casi todos los turcos que veremos,  (alguien nos dijo a orillas del Mármara que lo llevan para gustar a las mujeres ?). Le enseñamos un papel con la dirección escrita a la que nos tiene que llevar. ¿Üsküdar? ¿Kuzguncuk? Titubea y asiente extrañado. ¿Cuánto?: 50 liras. Ok. Arrancamos y el buen hombre, que por su aspecto nos parece que debería estar ya jubilado, arranca como una exhalación. Rueda a una velocidad que nos parece endiablada, casi suicida; que sea lo que Alá-Dios quiera, será nuestro destino. En la marcha vemos desfilar millones de luces, una altas, otras más bajas, en altos, en hondonadas, algunas brillan en la negrura del agua, imaginamos que del Mármara, o del Bósforo, aún no estamos situados. 

Cruzamos el puente y nos encontramos en Asia.

De pronto, aparece un gran puente coronado por luces diminutas y azules. Lo atravesamos y nos encontramos en Asia. ¡Asia!, qué nombre tan especial y bello, parece salido de un harén de azulejos y arabescos perfumados. Ayer estábamos en Madrid, comiendo en el Paseo de las Acacias, hoy llegamos a Üsküdar, tan desconocido: ¡qué diría Marco Polo! Es muy tarde, la vida parece apagada en este ¿distrito-barrio? turco-asiático, a miles de kilómetros del salón de nuestra casa, junto al Bósforo. El taxista se detiene, lee de nuevo la dirección, está extrañado de que alguien busque hotel en Kuzguncuk, un barrio de Üsküdar y un lugar de Estambul al que quizá nadie hasta ese día le había pedido que le llevara. Aquí debe ser... pero no está seguro... detiene el coche, mira el mapa callejero, duda, pregunta a otros taxistas que hacen guardia nocturna: “es esta calle de al lado”, señala uno. La calle es más bien estrecha, con algún coche subido en las aceras, con casas tirando a bajas, algunas de tipo otomano, con mucha madera en las fachadas; a estas horas de silencio y luz ambarina parece misteriosa. Con nuestras voces, los gatos durmientes, en su refugio de la noche debajo de los coches, erizan las orejas, y algunos perros ladran no muy lejanos. Comprobamos el número: es aquí, sí, esta es la casa. El taxista, cada vez más perplejo. Llamamos al timbre con las maletas a nuestros pies, en la calle. ¿Qué hacemos nosotros, aventurera pero sencilla familia burgalesa, a tan avanzada hora de la noche en este lugar tan remoto que Alá bien guarde? Tardan un poco en contestar, alguien ha abierto una ventana de la casa y ha dicho alguna palabra en español. A pesar de haber cobrado su carrera, el buen taxista sigue todavía ahí, se siente protector y piensa que aún estamos a tiempo, que debemos habernos equivocado, que eso no parecía  un hotel multiestrellado hacia los que normalmente se dirige en sus carreras para turistas, quizá... “¿The hause is friend?”, chapurrea. Yes, yes, Thank you, reímos agradecidos. Ensoñaciones. De noche todos los gatos son pardos.


Navegando por el Bósforo, bajo el gran puente.

MOMENTO SEGUNDO

Desayuno en Kuzguncuk

      Esta noche, entre sueños, he creído oír voces que llegaban de la calle; al mismo tiempo, he sentido ladridos de perros alborotados que parecían salidos de todo Estambul y se agregaban para formar coro y concierto. En la niebla del duermevela he creído, creo que con muy buen criterio para ser un sueño, que era el muecín en su turno quien provocaba la algarabía canina, y no me equivocaba, mi compañera me ha visto sonreír en mi sueño y me lo cuenta al despertar. Desde la ventana de la habitación he visto, ya bien amanecido, la calle que anoche nos pareció tan extraña. Nada anormal, la luz radiante que la ilumina le da un cariz totalmente amable. Al final estrecho de la calle, por una banda vertical azul turquesa, he visto desplazarse desde mi ventana, muy lentamente, una gran mole. ¡Pero qué...! Me he restregado los ojos: ah, es un buque gigante navegando por el Bósforo. Hay deseos en el equipo de salir cuanto antes a la calle, nos colocamos los ojos de escudriñar hasta el más mínimo detalle y salimos más contentos que unas castañuelas serranas de la sierra. Estambul nos espera, con todos los ingredientes de una ciudad histórica como ninguna y una geografía privilegiada también como pocas. Procede desayunar. En una calle paralela a la nuestra vemos en las aceras, a las puertas de pequeños establecimientos, algunos turcos sentados, con su bigotes y sus característicos gorritos, charlan al tiempo que toman su té en vasitos de cristal acampanados. Hay también en las aceras, junto a pequeños comercios de delicias turcas, algunas mesas pequeñas, con bancos muy bajitos para los parsimoniosos tomadores de té. No es un mal sitio para hacerlo nosotros, estamos en un barrio genuinamente turco-estambulino, y además en continente asiático, y decidimos que allí nos quedamos, que desayunar en Asia no se hace todos los días, menos si eres burgalés. La mañana es sumamente apacible, azul y nítida, con unos 20 grados, y el ambiente es de barrio-barrio, acogedor, exótico para nuestros ojos castellanos. 

Ya vemos el Bósforo, y los grandes barcos de recreo navegando de orilla a orilla, arriba y abajo y sin tregua,  pronto veremos un paisaje repleto de mezquitas. Pero esa podría ser otra historia, nuestro destino  y sueño es Capadocia. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Solo se admiten comentarios constructivos. Los comentarios anónimos, o irrespetuosos, no serán publicados, tampoco los que no estén correctamente identificados.