domingo, 9 de diciembre de 2012

ALFAREROS BURGALESES, MEMORIA DE UN RESCATE

Molde para catedral de  Burgos. 

Molde para acueducto de Segovia.

Molde identificador.  

Molde para torero herido. 
FOTOGRAFÍAS: Moldes alfareros de la familia Calvo. (Eliseo Rubio). Páginas de la revista Exposiciones y actividades. Museo Etnográfico de Castilla y León. 
Os traigo hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, una historia que tiene que ver con reconocidos alfareros de la capital burgalesa. Perdonad que en ella me vea involucrado. Ocurrió a finales de 1983, una noche en que nos encontrábamos cenando cuatro amigos del Grupo Edelweiss en el bar-restaurante Arriaga. Fue en aquella ocasión en que mi buen amigo Félix, a la sazón maitre-camarero del desaparecido y mítico establecimiento de la plazuela de Laín Calvo, al servirme el pescado se ofreció con la seriedad y gran profesionalidad que le caracterizaba: “¿Te lo limpio?” ¿...?; y a un servidor, poco acostumbrado entonces a semejantes sutilezas y pillado de sorpresa, no se le ocurrió otra cosa que preguntar: ¿qué pasa, está sucio? (¡Ah, el Arriaga!, mi recuerdo también para Julio). Fue a los postres de aquella cena y de aquella simpática anécdota cuando se presentó otro amigo para comunicarnos que acababan de demoler las viejas instalaciones y construcciones de un alfar en la Calle Alfareros, al parecer para levantar en su lugar bloques de viviendas (hoy calle Frías). El amigo, recién llegado de la demolición, nos habló de montones de escombros en la calle en los cuales afloraban abundantes moldes de yeso y escayola (unos enteros, otros fragmentados), aquellos moldes que la saga de los Calvo (Alejandro, Francisco,  Simón...) utilizó a lo largo de su muy dilatada actividad artesana en Burgos. Uno, que es muy sentido para estas cosas del patrimonio histórico, y que además se había criado por aquellos barrios, unas veces combatiendo en terribles dreas allá por el Molino de Viento, otras calentándose en los duros inviernos en los caleros de Tano, cuyos hornos se encontraban junto a la mencionada alfarería, sintió un profundo escalofrío al escuchar la noticia; fue una puñalada de la que tardé en recuperarme. Decidimos salir de estampida, había que ir para allá por ver si se podía salvar algo del naufragio. Era muy avanzada la noche (creo recordar que más de las doce) cuando, sorpresivamente, nos vimos escalando y escarbando en montañas de escombros para recoger los moldes blancos que iban surgiendo en la negrura, unos a flor de tierra y otros más enterrados. Qué dolor. Tristes, pero a la vez emocionados por rescatar piezas que creíamos únicas e irrepetibles, debimos levantar la voz más de lo que por entonces era permitido cuando los vecinos duermen. Y así, alguna ventana se abrió, alguien nos sorprendió en nuestra muy sospechosa  actividad y llamó a la policía. Los guripas llegaron al poco y nos interrogaron sobre lo que hacíamos allí. Nos identificamos, lo explicamos y se nos aconsejó que desistiéramos en la operación porque aquellas no eran horas. Así lo hicimos. Y así quedó la cosa, hasta que al día siguiente volvimos al lugar de la escombrera. Era el mediodía, unos chavales del barrio jugaban subiendo y bajando por los montones. Al principio comenzamos la búsqueda de moldes nosotros mismos, pero alguien del grupo pensó que era mejor dar una propina a los chicos y que fueran ellos los que, con más tiempo, se encargaran de la rebusca. Así quedamos, y así fue cómo, al día siguiente, pudimos recuperar algunas piezas más. Al poco de esto, los escombros del alfar desaparecieron, y con ellos parte de la memoria de los Calvo y del barrio de Los Alfareros.  

Convencidos de que las piezas recuperadas tenían valor etnográfico y arqueológico, las ofrecimos al Museo Arqueológico, por pensar que a falta de un museo etnográfico y antropológico en la capital (algo muy lamentable y que habría que subsanar) sería el lugar más indicado para conservarlas, pero no fueron aceptadas en esta institución, y no se nos ocurrió ninguna otra. Pasó el tiempo, y en 2007 yo mismo hice una entrega de las piezas más notables que obraban en mi poder al Museo Etnográfico de Castilla Y león, en Zamora, donde fueron mostradas en exposición temporal. En la revista “Exposiciones y actividades. Invierno-primavera 2008”, editada por dicho Museo, se “solicitaba encarecidamente que si en un futuro llegara a crearse algún museo de carácter etnográfico o artístico en la ciudad de Burgos, las piezas pudieran regresar a la capital del Arlanzón”. “Es una razón de peso que respetamos por entero”, decía la revista, como puede verse en una de las páginas que adjunto. 





   

2 comentarios:

  1. Fantástica historia. La casualidad hizo que estuvieras en el momento oportuno. Estas piezas entre los escombros es una muestra más de todo el patrimonio artístico que habrá ido a la basura por caer en manos desconocidas y carentes de conocimiento, y luego se guardan como oro en paño otras estupideces pensando que tienen un tesoro entre sus manos.
    Saludos.

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  2. Buenas noches, Elías Rubio Marcos:

    Qué suerte que pudieseis recuperar algunas piezas de esa saga de alfareros burgaleses.
    En la antigua Academia de Dibujo los alumnos aprendían a amar el arte. La copia del torero moribundo de Rossend Nobas .
    Con qué pocos recursos trabajaban: el molde del Acueducto tomando como modelo una fotografía.

    Saludos.

    P.D.: Y retomando la anécdota de la cena, nuestra Ciudad era ‘un pañuelo’ en el que todos de algún modo nos conocíamos.
    ¡Cuántos recuerdos! Mi abuela materna trabajó en ese restaurante.
    Qué amable Félix, el maître del Arriaga. Cómo apreciábamos todos en mi casa a su estupenda familia.

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