domingo, 2 de diciembre de 2012

LOS DEGOLLADOS DE ROJAS

Descarnado castillo de Rojas. 

Ventana oteadora en el castillo de Rojas. 

Ruinas con extraña ventana. 

Picón de los degollados. 


FOTOGRAFÍAS: Castillo de Rojas (Tomadas el 17-11-2012).  

Ahora que has aplacado tu ira, y que yo me muestro en sosegado sirimiri, ven junto a mí, Aire, recostémonos en el socallado del poniente y recordemos algo de lo que vimos y vivimos en este alcor  de desolación. Sí, Lluvia, tu memoria y la mía son hermanas, van de la mano, nuestros descansos no son fáciles en estas lomas y picones de colores extraños, acepto, pues, tu invitación. Pasado otro siglo más, rememoremos, declararemos como testigos de aquellos hechos que sucedieron cuando el rey Pedro, que decían XI, llegó de Briviesca a este castillo en son de paz. Lo recuerdo bien, amigo Aire, porque nuestra memoria no se resquebraja con el paso de siglos y ni siquiera de milenios. Por esta saetera libre de daños, donde ahora estamos recostados, y por otras que ya desaparecieron, se dispararon saetas al coronado y a quienes le acompañaban. ¡Qué osados, tirar contra el Rey! Los dos recordamos al rebelde que ocupaba circunstancialmente el castillo, un tal Diago Gil de Fumada, poca cosa, uno que estaba en nombre de López Díaz de Rojas, de los Rojas de siempre, dueños y señores, que a la sazón lo eran también de Poza, y de Cavia. Pero acércate más, Lluvia, mira por este hueco de mis resoplidos, observa cómo, abajo, los escudos y pendones reales paran las flechas que llegan de las hendiduras, y las piedras que caen desde el almenar. Ah, con qué saña combatieron los reales a los insurrectos traidores, hasta yo temblaba al ver el encarnizamiento, antes de la noche. Lo recuerdo bien, señor de los vientos y señor de estar ruinas, desde una solitaria nube vi cómo, al poco, el citado Diago determinó rendirse al monarca a condición de que ni a él ni a los hombres que con él combatían se les hiciese daño. Aceptó el rey, los dos lo vimos, los dos fuimos testigos, ¿verdad, Lluvia?, pero al fin y a la postre, el rey es un hombre y su palabra vale lo mismo con corona que sin ella. La guarnición del castillo se entregó y fue prendida, tomó posesión el rey y los suyos, que al fin podrían pasar la noche bajo techo. ¡Ah!, pero cuando Pedro tuvo el dominio del bastión, cuando se vio fuerte con el poder de las alturas y al amparo de las murallas, renegó de su palabra y promesa. Preguntó, eso sí, a los hijosdalgo que le acompañaban si los rebeldes habían incurrido en traición, y como todos respondieron afirmativamente, ordenó que se les degollara. Bien que lo recuerdo, Aire, sueño todas las noches con  el brillo del hacha al amanecer, con el correr de la sangre de Diago Gil y de otras diecisiete cabezas cortadas, en el patio de armas. Sí, Lluvia, yo mismo todavía me estremezco al ver los cuerpos desmembrados arrojados a un barranquillo cerca del castillo de Rojas, en un día aciago de 1333. 

 De Ecos de la lluvia y el aire

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