FOTOGRAFÍA: Telefonía comparada (Tomada en agosto de 2015).
Soy de la
opinión de que, en muchos casos, las nuevas tecnologías nos complican la vida,
más que facilitárnosla, y nos hacen menos felices. Seguro que alguno de
vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, habéis pensado lo mismo en
alguna ocasión. Tengo un teléfono móvil pequeñito, diría que insignificante,
sin más servicios que los de responder y llamar. Apenas mis dedos pueden
manejarlo, pues a veces tecleo varios números a la vez y tengo que ponerme las
gafas de cerca para ver los números. Pero bueno, no necesito ni quiero más, aun
con todas las incomodidades, me voy arreglando. Ocurre, sin embargo, que no es
la cuestión de tamaño del aparatillo ni los escasos servicios que me presta lo
que más me molesta, sino las muchas veces que me lo pongo en la oreja para contestar a
números de teléfonos anónimos que me llaman y cuelgan sin decir nada. Estas
llamadas tramposas y sin identificar, por lo general siempre de los mismos números, pueden
interrumpirnos en momentos claves de nuestra vida, a veces en nuestros sueños,
que tanto nos ha costado conciliar, otras veces en el momento de una expresión de amor, y quizá, Dios no lo quiera, en el trance de un drama familiar que
necesita de nuestra máxima atención.
Y me
pregunto si estas llamadas no pueden ser perseguidas por ley, si esta impunidad
con la que algunos nos agrian la vida por teléfono debería ser tipificada como
delito (¿Lo es ya?).
¡Ah, qué
tiempos aquellos de Telefónica como único servidor! Recuerdo muy bien al
operario de esta empresa que venía presto a casa a reparar o revisar nuestro
teléfono de mesa cuando se producía alguna avería. Era como el cartero, el
lechero o el panadero o el de Círculo de Lectores, alguien entrañable a quien
conocíamos bien, como de casa. ¡Que tiempos los de aquellos teléfonos de mesa,
de volumen más que digno y de sonido potente y unívoco! Si se averiaban, el
operario nos ponía uno nuevo, de manera gratuita, y se acabó el problema. ¡Eso
era un servicio! Desgraciadamente, aquello no duró mucho, poco a poco los
aparatos sustituidos iban siendo de peor calidad y más pequeños, hasta que todo acabó con
las “nuevas tecnologías” y la eclosión de los móviles.
En fin, vamos sobreviviendo.
(perdón por escribir de un tema tan banal cuando está ocurriendo lo que está ocurriendo con el drama de la emigración, que llena el mar de cadáveres)
(perdón por escribir de un tema tan banal cuando está ocurriendo lo que está ocurriendo con el drama de la emigración, que llena el mar de cadáveres)
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