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Filigrana en uno de los rosetones de la iglesia de Tórtoles de Esgueva |
FOTOGRAFÍAS: Tórtoles de Esgueva. Terradillos de Esgueva. Santibáñez de Esgueva (Tomadas en febrero de 2019)
Un
pasiego amigo me habló de las veleidades de febrero, de su locura, y me dijo
que era buena idea tener a mano en este mes ropa de abrigo y algo con que
cubrirse la cabeza para protegerse del sol. “En febrero, siete capas y un
sombrero”, me dijo recurriendo a un refrán que aprendió de sus padres y abuelos
antes de que el cambio climático actual fuera una realidad. Este año nos ha
tocado tirar de sombrero, y eso, aunque nos desconcierte de igual manera a humanos, animales, árboles y plantas, es de agradecer para los que gustamos de las excursiones invernales
a cielo despejado. En día reciente tuve la suerte de hacer esa escapadita al sur
que desde hacía mucho tiempo tenía programada para localizar ventanas
singulares y rosetas. Mi amiga Rosa Cruz ("Entre bosques y piedras"), cuando le cuento mis intenciones, me dice
que aparte de sus Campos de Montiel, que tanto patea, disfruta y disecciona con
su cámara poeta, son las Merindades de Burgos, con sus valles y montañas, sus agrestes
bosques y patrimonio inabarcable, las que le hacen tilín. A mí también me lo
hace, aunque yo suelo discrepar cariñosamente con ella haciéndole ver que en
cualquier lado está la belleza y puede estallar la sorpresa, incluso en el sur con
sus adustas llanadas de Villafruela o de Valdezate, por decir solo algunas que
parecen prolongaciones del mismo cielo. No digamos de algunos de sus pueblos, Rosa, donde
la magia de los campanarios en los que anidan las cigüeñas y sobrevuelan las
palomas dan las horas solitarias que estremecen. En realidad, todo estremece
por su belleza en el sur: la estampa de los viejillos en la solana del
ambulatorio médico esperando su ración de poder continuar, las arquivoltas
románico-góticas incendiadas por el sol del mediodía, las bodegas que perforan
laderas rocosas, con sus puertas de mazmorra, ojos negros y frío aliento, la
visita del panadero que cada vez reparte menos barras, con la sombra de una
anciana acercándose lentamente a su llamada. ¿Podría pedirse más, mi querida amiga? Bueno, sí, quizá
todavía, si me permites, quedaría por mencionarte casas de arquitecturas y
ornamentos valientes, sobrevivientes de siglos, con adobes eternos, rojos y
grises, y ladrillos de alfares gloriosos que dejaron marca. Y aún podría ofrecerte
más alicientes del sur, si me forzaras a ello, pero creo que con esto ya te lo
estás pensando y quizá un día te pierdas por tierra abajo de Burgos como yo me
perdí un día reciente de este febrerillo el loco por las orillas del río
Esgueva.
Podría
componer un grueso libro con todo lo que vi y disfruté aquel día; Rosa. Podría
repetir lo que otros muchos ya han contado hasta la saciedad, pero no lo haré, amiga
mía, abomino ser copista, solo te dejaré imágenes para que a partir de ahora en
tus sueños anide también el sur.
Mi
escapada me llevó en primer lugar a Tórtoles de Esgueva, un pueblo mediano que rezuma
historia por cada rincón de su apretado, tortuoso y anárquico caserío. Aquí, Rosa,
recordé con cierta nostalgia mi primera visita (2002), cuando intentaba seguir
los pasos de Juana I de Castilla en su famoso periplo fúnebre. La soberbia iglesia
tortoleña no desmerece de tan importantes hechos; por su gran rosetón gótico debió
filtrarse la luz que realzó el mortuorio de Felipe y acarició las lágrimas de
Juana.
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Iglesia de Tórtoles de Esgueva, casi una fortaleza |
Siempre
supe que habría de volver a Tórtoles de Esgueva, pues pensaba que un lugar en el
que, tras mucho tiempo separados, se reunieron y abrazaron Fernando el Católico
y su hija la reina Juana I, y haber sido Corte durante siete días, podría haber
dejado huellas profundas. Pero no, sólo la tradición y alguna crónica de época guardan el recuerdo, nada
más.
La
tradición dice que no es esta casona palaciega el lugar donde se alojó Juana I durante
su estancia en Tórtoles, aunque bien pudiera haber sido, dada la nobleza y mérito de
su portada.
Anoto
la ventana blasonada, enmarcada por bella moldura, y la guardo junto a las que
ocupan el rebosante baúl de ventanas singulares que tú ya conoces.
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Antigua entrada al monasterio. Algunos abuelos residentes
en el viejo convento toman el sol del mediodía en esta portada |
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Hornacina en el monasterio. Bien podría haber sido una ventana,
para mi propio gozo |
Ocupado por monjas
benedictinas, Tórtoles tuvo un monasterio bajo el patronazgo de Santa María la
Real. Fundado en el siglo XII, aún quedan maravillosos restos de su glorioso
pasado. Se pueden ver con tan solo mirar
desde el exterior, como el antiguo y hoy escondido acceso, con portada del siglo XVI,
o la deliciosa hornacina sobre el portón de lo que ahora es Posada Real dedicada al turismo rural.
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Iglesia restaurada de Terradillos de Esgueva. Si te fijas bien, Rosa, podrás ver a la izquierda de la escalinata una estela medieval con tres rosetas hexapétalas. |
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Aspecto de la iglesia de Terradillos de Esgueva hacia 1976 |
LAS CIGÜEÑAS DESAHUCIADAS
Hace
más de una semana que una pareja de cigüeñas, totalmente desorientada, lleva dando vueltas en el entono de su torre-campanario tratando de
encontrar el nido que dejaron el pasado año. Pero no lo
encontrarán porque fue retirado recientemente por no sé qué motivos. Las desahuciaron,
Rosa, de su bien ganada torre y ahora no saben qué hacer, si volver a hacerle
de nuevo o buscar otro acomodo.
Por
su parte, las palomas posan en los aleros y sobrevuelan también los tejados de
la iglesia. Aunque no sé si es buena idea, porque los gavilanes y las águilas las
tienen allí como fáciles presas. (“Antes había muchas palomas más, pero ahora se las
comen las águilas”). Es un espectáculo, Rosa, cuando de repente despegan todas
a la vez alarmadas por cualquier sonido que le parece extraño; es entonces
cuando los tejados de las iglesias del sur adquieren otra dimensión.
Aquí,
en esta iglesia, descubrí una nueva estela medieval con roseta hexapétala. Está
colocada en un lado de la escalinata que lleva a la portada. Si te fijas bien,
en la foto en blanco y negro que acompaño también se ve la estela, aunque en
otra ubicación. Y ya que te pones a fijarte, verás el deplorable estado en el
que se encontraba la iglesia por aquellos años setenta.
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Noble fuente de Santibáñez de Esgueva, fechada en 1889 |
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Bodegas de Santibáñez de Esgueva, excavadas en la montaña de roca |
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Más bodegas en la misma montaña
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Construida
en 1889, como se refleja en un sillar entre las dos hornacinas, la preciosidad
de fuente que adjunto llama la atención por su esmerada obra, con sillares tan perfectos
que ni mandados hacer por el duque de Lerma. La cruz de piedra que preside el
conjunto nos habla de un tiempo de acentuada religiosidad popular en el que hasta el
agua de las fuentes tenía que ser de continuo bendecida o protegida.
Esta fuente se halla en el mismo montículo rocoso en el que
se encuentran excavadas las bodegas de Santibáñez. Más de cien habítaculos del
vino debe haber en sus ladera, las más ya abandonadas. Una pena, Rosa, porque
el conjunto es de incomparable belleza y merecería algún tipo de protección, como
tu querida Calzada de Aníbal, que tanto te inspira y por la que tanto caminas, te gustaría.
En
fin, amiga mía, como sé que eres una enamorada del románico, y todavía sin salir de
Santibáñez, te añado la imagen de una preciosa ermita románica que se levanta
en una ladera junto a la carretera del Esgueva. Espero que, con todo lo visto,
te animes algún día a visitar el sur.
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Ermita de San Salvador en Santibáñez de Esgueva, un regalo para los sentidos |