martes, 30 de abril de 2019

EL CAPRICHO DE SANTA CECILIA


Una bodega muy especial en Santa Cecilia

Un capricho de algún ilustrado...

... para asombrarnos a todos.


Azulejos y color en una fantasía deslumbrante


Una ventana neo Art Nouveau


FOTOGRAFÍAS: Bodega en Santa Cecilia (tomadas en abril de 2019)

Uno de los espectáculos naturales más gratificantes que por estas fechas se pueden contemplar en Burgos son los campos verdes de cereal dibujados en suaves lomas y animados por tierras rojas sin sembrar. Yo mismo procuro no faltar ningún año a semejante regalo, entre abril y mayo y siempre por los mismos lugares, los cercanos a la Granja del Cristo de Villahizán y a Zael, donde las grandes y poderosas encinas se encargan de poner la guinda del pastel (si os digo la verdad, queridos amigos, me siento impotente para describir tanta belleza). Y hablando de la  Granja del Cristo, os confieso que en esta ocasión a mi compañera y a mí nos guiaba un doble objetivo, el de fotografiar una lucera de la iglesia de este lugar con tres rosetas hexafoliadas, una maravilla del románico que guardo con mimo en el ya repleto baúl de las rosetas. Cumplido este objetivo, seguimos ruta por los mismos campos, a velocidad de poder admirar, y así llegamos a Zael, donde buscamos rosetas y no las encontramos, y donde las agujas de su famoso reloj de albañilería siguen marcando, inamovibles como hace muchos años, una hora fija, las doce menos cuarto, sea la hora que sea en realidad. De aquí seguimos sin rumbo fijo, deseando que la luminosa mañana no avanzara. Que fue así cómo nos presentamos en Santa Cecilia, lugar en el que nos esperaba la gran sorpresa: ¡una obra desconocida de Gaudí! (perdón por la broma). La vimos asomar y brillar cuando comenzamos a bajar por el camino de las Bodegas de Arriba. ¿Qué era aquello, qué tipo de extraña construcción era aquella entre tantas casitas sin personalidad que cobijan los subterráneos del vino? Nos acercamos, y al hacerlo descubrimos que lo que tanto brillaba era en realidad una casita más entre todas, salvo que esta, por sus torrecillas de azulejos, colores y recursos decorativos, incluidas ventanas modernistas, recordaba, salvadas las distancias, a algunas obras de Gaudí, quizá a “El Capricho”, en Comillas (perdón por la  irreverencia). A las claras vimos que quien construyó y decoró esta increíble bodega debe o debió ser un ferviente admirador del gran arquitecto catalán; tal vez por esto nos pusimos de acuerdo en bautizarla como “El Capricho de Santa Cecilia”.

jueves, 25 de abril de 2019

UNA EXCURSIÓN POR TIERRAS DE PINARES (y III)

FOTOGRAFÍAS: Campanario de Rabanera. Ventana en Cabezón. Castillo en Hacinas (tomadas en abril de 2019). 

(…) Nos habíamos quedado en Navas del Pinar y sus cuentos, a punto de emprender el camino de vuelta a Burgos. Como aún quedaba mucha tarde y además la luz era generosa, decidimos continuar la rebusca en tantos pueblos como encontráramos en el camino. Primera parada, Rabanera del Pinar, lugar en el que solo su espectacular campanario rocoso parece haberse salvado de lo que fue el caserío antiguo, lo demás debe ser pura transformación a lo moderno. En 2008 descubrí esta sorprendente atalaya campanil, entonces un espacio vacío y sin protagonista; hoy, diez años más tarde, las campanas vuelven a ocupar su lugar y nada me hubiera gustado más que escuchar en la lejanía sus tañidos.


Un campanario rupestre en Rabanera del Pinar

Una atalaya campanil de fantasía 


Abandonamos Rabanera, y ya en carretera, cerca de La Gallega, mirando de reojo hacia el sur, sentí que me llegaba una luz de Peña Aguda, del sobrecogedor castillo roquero y lígneo que hace treinta años tantos motivos me dio para fantasear. Un poco más adelante, mirando hacia el norte, recordé a Peña Salgüero, paredón natural de ermitaños con sus variadas cruces rupestres, otro lugar que conocí y guardé en mi libreta del Burgos insólito.
Luego, tras no encontrar nada de lo que buscábamos en La Gallega, apareció Cabezón de la Sierra, lugar donde de nuevo se  avivarían los rescoldos de mi memoria. Se encargarían de ello una fuente capilleta con aguas mineromedicinales al pie del pueblo, una peña de eremitas altomedievales, escondida en la espesura y guardada por dos fantasmas en sus correspondientes sepulcros de roca, y una estación del tren Santander-Mediterráneo arruinada, una que conocí con Jefe y viajeros, tan desvencijada hoy que encoge el alma de los que tomaron los humos en sus vagones. Hitos, exploraciones pasadas que se agolparon en torbellino incontrolable en un paisaje de titanes de piedra.  


UNA VENTANA CON DOS GUERRAS


Escudriñamos cada rincón de Cabezón, y así pudimos dar con una ventana que no se distingue por su nobleza sino por su leyenda y signos grabados. En el dintel en sombra lleva las iniciales de su constructor EM, la fecha en que este la esculpió (1896), más las esculturas de una gallina y un toro, cuyo significado se nos escapa más allá de que represente una actividad campesina de su autor. Por su parte, los pies derechos tienen  grabadas tres rosetas hexapétalas y una cruz en cada una de ellos, signos protectores por excelencia que nos sugieren que los dueños de la casa pudieron ser un tanto precavidos, miedosos, religiosos y supersticiosos, algo normal por aquella época.
Su constructor, además de artista escultor (mírese también el precioso león central) debió ser igualmente una persona comprometida con su tiempo y con su nación, cómo si no explicar el texto que dejó grabado y que hoy nos causa perplejidad. Por la fecha grabada y la mención a dos guerras parecería que se estuviera haciendo alusión a los conflictos que acabaron con la pérdida de la colonias españolas, Cuba y Filipinas. Es una pena que por la sombra proyectada no alcancemos a leer de quién podría ser la traición.


Una ventana ilustrada en Cabezón de la Sierra





INSCRIPCIÓN

Viva España que Afligida
Se ve hoy con las dos Guerras
Pero no será Vencida
Si no hay traición por las po…[ilegible] (¿potencias?) 
LO HIZO SU DUEÑO EUSTAQUIO DE MIGUEL LACALLE
A V DE DICIEMBRE DEL AÑO DE
MDCCCXCVI





Burgos, tierra y tradición de castillos

Finalizamos la excursión en Hacinas, donde nos aguardaba una sorpresa mayúscula. Buscábamos signos y nos encontramos con un castillo nuevo que desconocíamos, obra del artista Carmelo Carneros Gutiérrez. Quién sabe si una a vez que el paso de los siglos haya hecho su labor de ennegrecimiento en sus muros los estudiosos del futuro no llegarán a confundir esta construcción con la de algún conde medieval, quién sabe.


Un trabajo de doce años

martes, 16 de abril de 2019

UNA EXCURSIÓN POR TIERRAS DE PINARES (II)


FOTOGRAFÍAS: Aldea del Pinar, casonas, rosetas (abril 2019) Pozo Airón (1993) 

Sin pretenderlo, la primera entrega de esta excursión se convirtió en una retrospección de mis andanzas por tierras de pinares en un pasado ya lejano. No lo pude evitar, queridos amigos de este Cajón de Sastre, la intromisión de los recuerdos y aventuras vividas hizo que lo que pensaba en un primer momento, investigar sobre un nuevo tema, discurriera por caminos ya explorados. Hoy dejamos Hontoria del Pinar y nos dirigimos a Aldea del Pinar, otro lugar donde los recuerdos se presentan sin ser llamados (el Pozo Ayrón, la sierra de agua del Molino Beceda…) y al que llegamos con la pretensión de encontrar símbolos protectores, como sabéis, trabajo de recopilación que ahora me  ocupa y que me lleva a dar nueva vuelta a la provincia. Mi amiga roseta de seis pétalos fue esquiva en Hontoria del Pinar, pues ni una sola pude encontrar, por eso las esperanzas en Aldea, tan cercana y por ello tan fácilmente proclive a su influencia, eran más bien pocas. Mas hete aquí que en el mismo centro del pueblo, presidiendo un elaborado balcón, con gran alegría localizamos un ejemplar, ¡por fin una casa protegida! Pero la cosa no paró ahí, pues en la mismísima iglesia, en su sobria pero esbelta portada, pudimos localizar cuatro rosetas más, ¡todo un hallazgo! (en otra ocasión trataremos del significado de este símbolo según los distintos lugares en los que se encuentran). El largo viaje no había sido en vano. 
Después de estos descubrimientos seguimos escudriñando cada casa como desde hace tiempo venimos haciendo en cada pueblo, pues cada portada, cada alero en sombras, cada dintel, cada dovela, puede contener o esconder un signo. Pero el resultado fue negativo, si a esto se le pudiera llamar así, ya que en esa labor de escudriñe pudimos gozar de la maravillosa arquitectura tradicional de Aldea del Pinar, con sus casonas y portalones típicos de una actividad carretera, un impresionante patrimonio que los vecinos han sabido conservar y mimar. Gracias por ello.


Casonas de Aldea del Pinar con pórticos carreteros...



...un patrimonio de enorme valor.

Inscripción de finales del XVIII en el balcón de una casona.
Cruz, pluma y espada parecen indicar la personalidad
de quien mandó grabarla, probablemente 
alguien que frecuentó
la espada como soldado y aficionado a la poesía,

amén de cristiano.


Balcón con roseta protectora


UN  POZO AIRÓN EN ALDEA DEL PINAR

Al poco de salir del pueblo me sentí obligado a explicar a mi compañera que pasábamos muy cerca del Pozo Airón, de sus misteriosas y profundas aguas negras protegidas por un dios prerromano de Hispania con este nombre. En 1993 tuve la suerte de ocuparme de su historia y leyendas y todo quedó reflejado en un capítulo del libro “Burgos en el recuerdo II”. Aunque esto no debería ser obstáculo para que aquí reproduzca de nuevo lo que se dice de él en el Diccionario de Pascual Madoz:

“ A 150 pasos caminando hacia Hontoria  hay una gran laguna todo pantanoso, y en su centro un pozo lleno de agua que siempre guarda un mismo nivel: Se llama pozo Ayrón, pues creen los naturales  que no tiene  suelo, de cuyo error no es fácil sacarles, por no poderse medir su profundidad, a causa de la laguna que le circunda; bien que algunos atrevidos han conseguido aproximarse a la orilla en tiempo de verano, que es cuando dicha laguna queda seca; y habiendo arrojado una piedra con muchas varas de cuerda, se han visto precisados a desistir, porque unas veces faltaba esta y otras sobraba, atribuyendo esta diferencia a las raíces de los pinos inmediatos que deben penetrarla; a las veces se ven unos peces enteramente negros, muy parecidos a las tencas”.


Pozo Airón en Aldea del Pinar,
de cuando las aguas eran protegidas por dioses


Después de comer en Hontoria nos acercamos hasta Navas del Pinar, un lugar ahora enteramente remozado, y por tanto sin ningún símbolo que anotar en mi libreta, del que tenía yo un gratísimo recuerdo. Os cuento: fue caída ya la tarde de un cálido día de octubre de 2001 cuando me presenté en este pueblo pinariego con ánimo de encontrar a quien me contara cuentos tradicionales. Y a fe que lo hice en buen momento, pues algunos hombres y mujeres habían salido de sus casas y disfrutaban del último sol en nutrido corro. Cómo olvidar aquel momento mágico de mi intromisión, la algarabía que se formó hablando todos al mismo tiempo cuando les expliqué mis intenciones; y cómo olvidar los maravillosos cuentos que me trasmitieron, “ Los animales en la posada”, “El leñador y las brujas”, “El zapatero sin miedo”, “El reparto de las almas en el cementerio”, joyitas de la cuentística universal y que ocupan un bien ganado espacio en el repertorio de cuentos burgaleses de tradición oral. ¡Cómo olvidar…!

A partir de aquí la excursión por pinares aún debía depararnos sorpresas, todavía quedaba mucha tarde.


viernes, 5 de abril de 2019

UNA EXCURSIÓN POR TIERRAS DE PINARES (I)

Un puñado de nobles y serranas casonas,
 probablemente de ricos empresarios carreteros, 
se levantan en la parte baja de Hontoria del Pinar.
Constituyen un rico patrimonio que habría que conservar. 
                                                
                                           
Casona del siglo XVIII en Hontoria del PInar
Su gran arco de medio punto ya desapareció.
                                                                                                                                                                                                                  
                                    
Retrospección en Hontoria del Pinar                                
                                                                                                             
Una nueva y reciente excursión me llevó (mejor dicho, nos llevó, porque me acompañaba alguien muy querido) por el sureste de la provincia. Y como no podía ser de otra manera, pues todo lo que en ella vi formaba parte de un pasado vivido muy lejano, se convirtió en una alegre pero a la vez melancólica retrospección. En esta ocasión no llegué a Hontoria del Pinar en el tren de vapor del Santander-Mediterráneo, que tantos y tan gratos recuerdos me traía, ni tampoco era la espeleología la que me animaba a pisar de nuevo estas tierras riscosas y pinariegas. Hontoria del Pinar era para mí un retorno a paisajes, temas y gentes que me dejaron profunda huella. Me remonto a 1963, por entonces yo acababa como quien dice de salir de la adolescencia y empezaba a hacer mis pinitos espeleológicos. En aquel año el alcalde de Hontoria, José Navazo, creía firmemente que sus cuevas, la Blanca y la Negra, podían ser un atractivo turístico para su pueblo, y ni corto ni perezoso se puso en contacto con el Grupo Edelweiss, que por aquellos años ya tenía su fama (reciente estaba el célebre campamento internacional de 1958 en Ojo Guareña, “la mayor aventura subterránea del mundo”, como se llegó a decir), para que alguno de sus miembros las visitara y valorara el interés de ser habilitadas para el turismo. Y ese, queridos amigos, sin contar mis juegos de niñez en la Cueva del Moro del castillo de Burgos, fue mi bautismo subterráneo (en compañía de dos veteranos, por supuesto, a la sazón Carlos Melgosa y Aurelio Rubio). Las cuevas estaban ya por entonces muy estropeadas y nos apenó mucho tener que decir al edil que poco o nulo interés tenían para colmar sus expectativas. Más tarde volví a los montes de Hontoria para explorar otras cuevas, pero esa sería una historia demasiado larga; y más tarde, para investigar la actividad de los resineros y las pezgueras abandonadas, así como también de la fábrica de transformación de la resina de los pinos, donde se obtenía colofonia y aguarrás, por aquel tiempo todavía en producción. Luego, pasados los años, nuevamente volví a la pequeña "ciudad" de Hontoria (siempre me pareció algo más que un pueblo), en aquella ocasión (1998) para recoger restos de la tradición oral, otra aventura apasionante e inolvidable donde los nombres propios que anoté se entrecruzan en mi memoria hoy, veinte años más tarde y al teclear emocionado esta excursión; aquí cobran vida Prudencia Alonso (Pruden), que a sus 82 años recordaba, y tuvo la generosidad de transmitirme con encantadora narrativa, el  cuento maravilloso de Los tres consejos, así como también las andanzas del generoso bandolero Rocón, abatido por la Guardia Civil en la Era de los Ladrones; y acude a mi memoria también Lorenzo Galindo, empleado en la fábrica de aguarrás de su pueblo, hoy cerrada, que me enseñó las pezqueras arruinadas y su tradicional modo de explotación. Pero todos aquellos y todo aquello son hoy cenizas en mi memoria, recuerdos imposibles de borrar por más que un nuevo trabajo, el de la búsqueda de ventanas singulares, rosetas y otros símbolos protectores de las casas que hoy me lleva, se empeñe sacrílegamente en entrometerse.

Sobre las materias mencionadas tengo que decir que la búsqueda en Hontoria del Pinar resultó del todo infructuosa. Nada encontramos en las casas de la parte alta del pueblo, quizá porque allí todo respira modernidad constructiva, y nada en las antiguas y pinariegas casonas de la parte baja, que por la nobleza de sus sillares, portadas y balcones se podría sospechar que tuvieran algún tipo de símbolo.

Una visita obligada al hechizado “Puente Romano”, por el que discurre el río Lobos, fue nuestra despedida de Hontoria, ¿hasta cuándo?

Próxima estación: Aldea del Pinar.


El "Puente Romano". Por él debió pasar Rocón, el bandolero generoso, de camino hacia la Era de los Ladrones, donde según la leyenda fue abatido por la Guardia Civil.