martes, 20 de julio de 2021

EMILIO ARCE, MEMORIA DE VILLARGÁMAR (III)



Patio del Sobrado
Fuente de la que bebió Emilio, de la que bebieron
los niños y niñas que iban a la escuela del Hospital del Rey.



FOTOGRAFÍAS:
Patio del Sobrado con Emilio Arce (Tomadas en julio de 2021)


PATIO DEL SOBRADO

La vida de Emilio Arce transcurrió siempre  paralela a la del Hospital del Rey y el Patio del Sobrado. En Villargámar, si se exceptúan los ventorros ya descritos, se carecía de cualquier servicio, por lo cual era a los lugares citados donde los vecinos de la Granja tenían que recurrir cuando les era necesario. En ellos tampoco es que hubiera gran cosa, pero al menos estaba la escuela, a la que Emilio Arce asistió en los años treinta, o la casa del médico, o la peluquería, o la fiesta. De todo ello, y de los vecinos que vivieron en el Patio del Sobrado y su pasaje guarda cumplida memoria el nonagenario. Hoy este patio presenta una imagen de abandono, con sus casas vacías y medio en ruinas, algunas derribadas no hace mucho y otras que parece esperan igual suerte; una pena burgalesa, ya que la arquitectura de alguna de ellas es ciertamente notable y por ello dignas de conservarse. ¡Y todo ello con el agravante de que este patio se halla adosado a la Universidad! Paradójico, sin duda. 

Tuve el privilegio de hacer una visita detenida por el Patio del Sobrado guiado por los recuerdos de Emilio. Y en lo que hoy la mayoría solo vemos abandono y ruina el granjero aporta testimonios de vida:


VECINOS. VÁTER PARA TODOS EN EL Nº 10

“Entonces [el patio] era de tierra, me acuerdo cuando íbamos a jugar al guincho. Aquí, en esta casa [señala la nº 10], estaban los váteres para todos, y aquí vivía una tía mía. ¡Huy, entonces vivían unos cuantos [vecinos]! En la última casa de allá es donde vivía el maestro; en la otra vivía el panadero; en esa otra estuvo viviendo una tía mía; en otra vivía un pastor que tenía ovejas, que se llamaba Juez, de apellido Juez; en la otra…; esas casas eran de las monjas; la del Juez ese, esa ya no era de las monjas, pero las tres primeras, sí, de las monjas de Las Huelgas; ahí tenían un patrimonio grande las monjas”.



Casa con escudo en el Patio del Sobrado.
La primera planta es de sillares calizos,
la segunda, de ladrillo mudéjar. 
"En esta casa estaba el váter para todos" 





Patio del Sobrado
Solar en el que estuvo la casa del maestro 


ESCUELA Y ELEVADA NATALIDAD

            El de Villargámar me mostró el lugar donde estuvo la escuela de los chicos, cuya entrada estaba a la derecha de la fuente del patio (“de ella bebíamos cuando íbamos al colegio”) y a la que asistía un número elevado de alumnos. Me enseñó también donde estuvo el colegio de las niñas, cuyas escaleras de acceso aún pueden verse adosadas al edificio de la Universidad. Así lo describe el nonagenario:  

“La escuela estaba en el Hospital del Rey, en el patio cerrao. Íbamos a le escuela del Hospital del Rey. ¡Si medio colegio éramos de aquí!. De aquí [de  Villargámar] bajábamos nueve. Ese de ahí, el padre de esos de ahí, ese, nacía uno [una criatura] y al año siguiente [tenía otro], se moría uno y al año siguiente ya tenía otro. Este [señala el solar de una casa que ya ha desaparecido] tenía nueve [niños]. En el colegio éramos sobre ochenta [chicos], ochenta en algunas temporadas.  Y de chicas, pues parecido. Iban [también] de la Fábrica de Sedas y de las granjas de por aquí. Los colegios eran de las monjas [de las Huelgas], cuando íbamos nosotros al colegio eran de las monjas, y el maestro era particular”.



Patio del Sobrado
La escuela estaba en el Hospital del Rey
La de chicos estaba en la segunda planta. En la fotografía 
 se ven las ventanas sobre la portada.




Patio del Sobrado
Escaleras por las que se accedía al colegio de niñas 




Patio del Sobrado
Puede verse la rampa por las que se accedía
a la escuela de chicas. 




EN EL PASAJE VIVÍAN EL MÉDICO, EL CURA Y EL BARBERO

Recuerda igualmente Emilio a los vecinos que ocuparon el pasaje, entre El Sobrado y el Arco de la Villa, y al hacerlo señala un solar vacío donde ahora crece un gran saúco: “Aquí es donde vivía el médico de cabecera que teníamos nosotros. Aquí vivía el médico, Manuel Rivas se llamaba, aquí vivió hasta que se murió”, al igual que ocurrió con el peluquero: “Esas dos ventanas [señala las del centro del arco] era la barbería. Era un peluquero que se llamaba Jesús, Jesús el barbero le llamábamos. Estuvo muchos años,  hasta que se murió. Subíamos arriba por una escalera. Después, cuando se murió el barbero, su casa ha sido donde tenía las oficinas la Cofradía del Ángel de la Guarda”.



Patio del Sobrado
Las dos ventanas centrales correspondían a la barbería,
donde trabajaba "Jesús el barbero"" 


LA COFRADÍA Y LA FIESTA

Emilio Arce presume de ser el cofrade número 2 de la Cofradía del Santo Ángel de la Guarda, festivo patrono de Villargámar y el Hospital del Rey, incluidos el Patio del Sobrado y Pasaje del Arco de la Villa: “Yo tengo el número 2; el 1 pues será [de] alguien [que es] más viejo que yo; como mi padre era de la cofradía y se murió, me  quedé yo en el lugar de mi padre. Somos unos 170 cofrades, de los que vivían por aquí, ¡pero si antes, entre los que vivían en las granjas y esto vivía un montón de gente aquí!, todo estaba ocupao de vecinos; éramos muchos, ¡no ves que íbamos al colegio un montón de chicos! [La fiesta] se celebra en la iglesia del Hospital del Rey. Yo he sido de la Cofradía del Ángel, y lo continuo siendo, lo que pasa es que este año no nos han invitao ni a misa ni nada por el virus”.



Patio del Sobrado
El día de la fiesta se celebraba aquí el baile
La orquesta "se ponía encima de dos o tres carros".

 

BAILE EN EL PATIO DEL SOBRADO. EMILIO FUE “MOZO MAYOR” 

"Aquí [en el `patio] ponían el baile, el día de la fiesta del  Santo Ángel de la Guarda, y ahí afuera [junto a la casa de Delfina] también, ahí ponían el templete; donde más nos poníamos era ahí, ahí poníamos la orquesta. La música se ponía encima de los carros, [de aquellos] que había entonces; poníamos dos o tres carros y ahí se ponía. Entonces tenía yo 18 años, [era ] Mozo Mayor, el que mandaba en los demás, el que organizaba la fiesta. Los músicos eran militares la mayoría de ellos. Ahí nos poníamos en la puerta y no se escapaba uno sin pagar; uno daba un duro, otro dos, otros…”.    

CONTINUARÁ 


miércoles, 14 de julio de 2021

EMILIO ARCE, MEMORIA DE VILLARGÁMAR (II)

Casona de Villargámar (Vista al poniente)
Durante un tiempo sirvió como vivienda y negocio hostelero.
Aquí tuvo su venta o ventorro Ojeda.

 FOTOGRAFÍAS: Molino y Casona de Villargámar (julio 2021). Venta la Polilla y mujeres escardadoras en Monte Sano (archivo Cortés)


SIETE VECINOS EN VILLARGÁMAR

Mucho ha cambiado el especto del gran patio de Villargámar. Las humildes casas que había adosadas al muro que da al camino, cuando los capuchinos compraron la propiedad a la viuda de Azuela, fueron derribadas  por los mismos frailes. Emilio Arce recuerda todas las casas que había y a todos los vecinos que vivieron en ellas, un total de siete vecinos. “Los frailes lo tiraron todo, y aquello que teníamos nosotros se hundió cuando la guerra porque era viejo”, se refiere a la casa donde él y sus seis hermanos nacieron. Recuerda bien la disposición de las viviendas, también al vecino que vivía en el molino, “un tío mío que se casó con un hermano de mi mujer, que sembraba también las tierras de la granja; ahí tenía las mulas. Quitao que a Ojeda, los he conocido a todos [los vecinos]. Y sigue describiendo: “Aquí había cuadras…, aquí vivía el del bar y el hortelano  [se refiere a la casona], aquí salía el bar…, por aquí había una entrada….”.

¿Un bar?


VENTORROS EN VILLARGÁMAR, EL DE OJEDA Y EL DE LA POLILLA

Lo que leéis, queridos amigos: ¡un bar! Pero no un bar cualquiera, entonces no se llamaban bares, se los conocía como ventorros, y eran merenderos, algunos amenizados con organillos, que se ponían a las afueras de la ciudad. María Cruz Ebro cita media docena de ellos en sus Memorias de una burgalesa (“El Charro”, “La Sangre”, “Frutos”, “Pachobarri”, “Fuente Bermeja”, “El Capiscol”), y los burgaleses más mayores recordarán bien El Ventorro Madre Juana, en la carretera de Arcos, o el de La Hogaza, en la carretera de Villarcayo cerca del cruce con Fresdelval, por citar dos muy conocidos. Según cuenta Emilio, en Villargámar hubo dos ventorros, uno era el de Ojeda, que debía tener su acomodo en la casona, era regentado a principios del siglo XX por Félix Ojeda y Casilda Carcedo (Diario de Burgos, 5/2/2012) y fue germen de lo que hoy es el afamado restaurante Ojeda de la capital burgalesa. “Se fueron de aquí en 1914, se marcharon de aquí a donde están ahora -cuenta Emilio.  No sé cuándo vinieron aquí. Aquí tenían el bar. El primer bar que tuvo Ojeda era aquí. Lo sé porque venía un día en el periódico, y porque un hijo de uno de los Ojeda que está en la Caja Rural y que tenía mucha amistad con él, un día vino con su madre y me dijo “aquí teníamos unas parras”, y le dije: “mira donde están”.

Después de que Ojeda abandonara Villargámar, para asentarse en su actual ubicación, el ventorro pasó a manos de un tal Avelino, “Yo conocí a uno que se llamaba Avelino, recuerda Emilio, uno que cogió el bar después.  No sé cuánto estuvo, porque cuando la guerra le mataron por comunista.  Un poco sí le conocí, vivió en la misma casa que vivió Ojeda”.


Casona de Villargámar por el lado Este
En esta parte de la casona vivió un hortelano.
"Por un lado de la casona estaba la vivienda del ventorro, 
y por el otro estaba la de un hortelano", 
así lo recuerda y conoció Emilio.


Emilio Arce señala el lugar donde estuvo el ventorro
de Ojeda, y el de Avelino.
"Abajo de aquella ventana estaba la cocina".


     El casi centenario nos habla de otro ventorro junto a la Granja Villargámar: “Ahí abajo, en esa casa que está medio hundida, o hundida del todo,  había otro bar, el Ventorro la Polilla, que  le llamaban así a la que lo llevaba, “La Polilla”. Tuvo su sentido la ubicación de este ventorro junto al Camino de Villargámar, pues era lugar de paso para los que de Villacienzo y Renuncio se dirigían a Burgos y sus ferias, y en su momento pudo servir a los muchos obreros que trabajaron en la construcción del ferrocarril Santander-Mediterráneo.





Probable lugar donde estuvo el ventorro de La Polilla (foto de finales del XIX).
Entonces la canalización del agua no era como ahora.
En la imagen de Cortés se aprecia el muro de la Granja en muy buen estado,
además de tres personas con atuendos propios de la época. 


MUJERES EN “MONTE SANO” PELANDO YEROS EN LA NOCHE

Emilio Arce no solo trabajó las tierra de Villargámar, tenía además fincas en las laderas de Monte Sano, junto al  Polvorín de la Rebolleda, y necesitó de obreras para trabajarlas: “Yo he llevado a montones de mujeres, llevaba to los años a las fincas mías. Igual las tenía [contratadas] quince o veinte días, allí y aquí. Las contrataba por aquí, de todas las mujeres de los barrios que había por aquí viviendo. Las había del Hospital del Rey, las había de la fábrica sedas y las había de[l barrio] San Pedro. Ellas mismas se encargaban [de buscar las obreras], si necesitabas diez, ellas se encargaban, se lo decías a una y ella llamaba a otras. Yo las llevaba para arrancar los yeros, a últimos de julio, que entonces se quedaban secos y ya no los podías regar (porque entonces no había máquina pa regar), para arrancarlos. Venían igual a las cuatro [de] la mañana o a las cinco, de noche, porque en el momento que les daba el sol [a los yeros] ya se desgranaban. Solo eran mujeres. Se traían el bocadillo, y a la hora de almorzar, si estaban ocho horas, pues media hora [para comer]”.


Mujeres trabajando en Monte Sano a finales del XIX (Archivo Cortés)


 

Ruinas de molino junto al camino de Villargámar.
Llegó a molturar fécula de patata 
 (Fuente: Diccionario Madoz). 


 

 

martes, 6 de julio de 2021

EMILIO ARCE, MEMORIA DE VILLARGÁMAR (I)

Emilio Arce Vallejo, toda una larga vida en Villargámar 


FOTOGRAFÍAS: Emilio Arce y Granja de Villargámar (Tomadas en 2021 y 2007) 

 

Ya en aquella ocasión pude darme cuenta de que su memoria habría de desenterrar historias que a todo burgalés curioso pueden interesar, a fin de cuentas esto era lo que me había llevado a Villargámar, un lugar lleno de sombras por el que siempre he sentido atracción pero para el que nunca encontré momento, hasta dar con Emilio.

 

DESCRIPCIÓN DE VILLARGÁMAR EN EL DICCIONARIO DE MADOZ

“… y a mil pasos O. del Hospital del Rey, la granja de Villargámar, situada a la inmediación del camino de Valladolid: su posición es sumamente pintoresca, pues domina toda la ciudad., y las estensas vegas de que se halla rodeada. Tiene una bonita iglesia  y un molino  destinado a fabricar fécula de patata. La huerta cercada de paredes y con riego constante, es de cabida de 12 fanegas de sembradura, estando poblada de árboles de esquisitas y variadas frutas. Los afanes y dispendios que en esta bella posesión ha empleado, y emplea asiduadamente su dueño D. Santiago de la Azuela, la constituyen en uno de los sitios de recreo, utilidad y más ameno de Burgos. La habitan 5 vecinos en casas de campo nuevamente construidas”   

 

Casona e iglesia de Villargámar


 Hablé con Emilio largo y tendido a la sombra de un viejo y palaciego  caserón, blasonado, y de una capilla adosada igualmente con escudos.  Situados en lo que hoy es conocido como Granja de Villargámar, en 1654 ambos edificios debieron pertenecer a Miguel de la Moneda y a Francisca de Quintanadueñas, a juzgar por la inscripción de una lápida, situada entre ruinas escondidas de un molino, donde aparecen estos nombres grabados. Con anterioridad a esta fecha me topé con una espesa niebla que me ha impedido hoy el seguimiento histórico completo, más allá de su cercanía y posibles vínculos con al Hospital de Rey y de la existencia de una iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Blanca “aneja a la de San Pedro de la Fuente” (sic. Diccionario de Madoz), sin olvidar tampoco que mediado el siglo XIX Villargámar era propiedad de Santiago de la Azuela. Esa bruma es la que no me deja ver en qué momento este lugar se convirtió en granja con régimen de aparcería, que es el que al parecer se encontraron el abuelo y el padre de Emilio Arce cuando llegaron a este lugar; probablemente pudo ser cuando su dueño era el mencionado Azuela.  


Lápida grabada en 1654 con los nombres de
 Miguel de la Moneda y Francisca de Quintanadueñas

El protagonista de este relato carga a sus espaldas 96 años, la friolera de un siglo. Y lo cierto es que no lo aparenta. Su vida fue el trabajo y el trabajo le ha conservado en buen estado y aún le da fuerza y agilidad. Ve pasar la vida como siempre, pegado a la tierra, manteniéndose así con sus actividades de hortelano en Villagámar, ahora  como distracción, en una extensa finca cuya tierra le reconoce a la perfección. De carácter afable, con permanente sonrisa y siempre dispuesto a contar su historia, en mi primera visita le encontré después de haber segado la hierba del gran patio (patio lo llama él y a mí me pareció mucho más que eso). Me entraron sudores al pensar en el esfuerzo que aquello podía suponer (ojo, 96 años me contemplaban). En el momento de presentarme le noté contrariado porque los conejos le estaban ganando la batalla, aquella y otras noches habían encontrado la manera de colarse por debajo de la valla metálica que rodea la finca y se habían ensañado con la parte dedicada a huerta; y no era la primera vez: “Tiene que haber sido por aquí por donde han entrado” -dijo mostrándome un pequeño hueco por el que apenas si cabía una comadreja desnutrida. Pronto, sin embargo, mi interrogatorio hizo que el conflicto con los animalitos pasara a un segundo plano y derivara a cuestiones seguramente menos importantes para él en aquellos momentos. Se desplomaba el sol sobre nosotros y nos guarecimos a la sombra de un gran nogal pegado a la mencionada capilla, hoy vacía de contenidos religiosos, y allí dimos comienzo al repaso de su memoria.

SIETE DE LA CABAÑUELA MURIERON EN EL AÑO DE LA GRIPE. DE UNA GRANJA A OTRA GRANJA. EL ADMINISTRADOR ERA EL MAESTRO

Emilio Arce Vallejo llegó a la Granja de Villargámar procedente de otra granja, la de La Cabañuela, en Quintanajuar, donde sus padres trabajaron como colonos. Al parecer y según nos cuenta, la Gripe Española (1918) había causado estragos en La Cabañuela llevándose por delante a siete renteros que allí trabajaban, con lo cual solo quedaron el abuelo y el padre de Emilio. “Murieron todos menos mi padre, mi abuelo y un sobrino de mi padre, que se quedó sin padre ni madre por la gripe. Y mi padre, después, al quedarse solo, pues se vinieron aquí, vendieron  todo lo que tenían, tierras y ganado, y cogieron esto. Se vinieron los tres aquí. Esto estaba libre de renteros y entonces se vinieron a Burgos. Mi abuelo y mi padre eran renteros aquí, en Villargámar. Cogieron unas tierras aquí para trabajarlas en renta, [y como renteros que eran] se pagaba por fanegas, aquí se pagaba por fanegas, no me acuerdo si por hectárea o por cuál. Me acuerdo yo que metíamos la renta… Cuando yo era chaval metíamos la renta en la iglesia, echábamos el grano donde están [ahora] las gallinas, en la ermita. Después, el Saldaña ése [el Administrador, que lo era también de La Cabañuela] lo vendía a los almacenistas”. Este Saldaña “Le teníamos de maestro aquí, en el Hospital del Rey, y vivía en el Hospital del Rey”.

DE LA GRIPE ESPAÑOLA  A  LA PANDEMIA DEL COVID

Siete colonos murieron en La Cabañuela por la Gripe Española, siete hermanos nacieron en Villargámar, seis chicos y una chica. “Aquí nacimos los siete hermanos, en según entras a la derecha [señala un rústico cobertizo donde antes estuvo su casa natal]. No teníamos más que una hermana, que mi hermana se murió de las primeras del Covid. Y menos mal que no vino aquí [a nuestra casa], porque todos los años invitamos a mi hermana y mi cuñao a que vengan a la fiesta del Hospital del Rey, que es el 1 de marzo, que es el Santo Ángel de la Guarda, y este año no se ha celebrao por el virus”. Se refiere, obviamente, a que caso de haber acudido sus familiares, podrían haberse contagiado ellos también.   

LOS FRAILES CAPUCHINOS QUIEREN HACER UN COLEGIO EN VILLARGÁMAR, PERO FRANCO LES REGALA UN TERRENO EN MADRID  

Asegura Emilio que fue en 1952, cuando a penas tenía veinte, compró la propiedad a los frailes capuchinos, que por entonces estaban en Villargámar, bien es cierto que en reducido número, pues como cuenta también entonces había solo dos frailes: “Nunca ha habido más de dos frailes, a lo sumo, tres. Yo se lo compré todo a los frailes, se lo compré a uno que era de Santibáñez Zarzaguda, el padre Esteban. Todo lo que ellos compraron a la viuda de Azuela [incluida casona y ermita] se lo compré yo. Vivían en la casa grande, iban con su hábito y subía mucha gente aquí los domingos, para oír misa; venían [vecinos] del Hospital del Rey y de la Fábrica Sedas [¿?] ¡Pues porque les gustaba venir a ver a los frailes! Los otros días iban a decir misa a San Lorenzo”.  

La historia de los capuchinos en la Granja de Villargámar sería  digna de ser rastreada por los historiadores y en los archivos, pero eso quedará pendiente para los primeros, ya que de lo que aquí únicamente se trata es dejar constancia de la memoria de un vecino de casi cien años que vivió en este sitio histórico, una memoria que podría acarrear lagunas, y quizá hasta deturpaciones, pero que bien puede servir de arranque para estudios superiores. 


Se observa el apellido Azuela en la portada de la casona


EL PADRE POLICARPO COMPRA  VILLARGÁMAR A LA VIUDA DE AZUELA

Con respecto al tema de los Capuchinos en Villargámar, podemos deducir por el relato de Emilio que los frailes de esta Orden compraron la Granja a la viuda de Santiago de la Azuela, “que él era no sé qué del rey”, y que seguramente esa compra estaba pensada para construir en este lugar un nuevo convento o colegio Capuchino: “Los frailes se lo compraron a uno que era maestro, un tal Saldaña” [como ya se ha dicho, seguramente al que era su administrador, que lo fue también de La Cabañuela]. El [fraile] que vino aquí el primero fue el padre Policarpo, ese es el que se lo compró a la viuda de Azuela”.     

Sobre dicho proyecto el nonagenario da su versión: “Había dos frailes solo. El arzobispo Platero no les dejó hacer el convento, o colegio, que ya no me acuerdo, que iban a hacer aquí, querían tirar esto y hacer uno nuevo. Y entonces Platero dijo que en Burgos ya había muchos militares y muchos curas. Y entonces, el año 52 [1952] me lo vendieron a mí, pidieron permiso a Franco y lo hicieron allí; les regaló el terreno Franco y le hicieron allí; lo que iban a hacer aquí lo hicieron en El Pardo, no me acuerdo cómo se llama la calle, ¡pero tienen un negocio en la iglesia ésa…! Allí van todos los ricachones de Madrid a misa”.  


Emilio a la entrada de la capilla