martes, 6 de julio de 2021

EMILIO ARCE, MEMORIA DE VILLARGÁMAR (I)

Emilio Arce Vallejo, toda una larga vida en Villargámar 


FOTOGRAFÍAS: Emilio Arce y Granja de Villargámar (Tomadas en 2021 y 2007) 

 

Ya en aquella ocasión pude darme cuenta de que su memoria habría de desenterrar historias que a todo burgalés curioso pueden interesar, a fin de cuentas esto era lo que me había llevado a Villargámar, un lugar lleno de sombras por el que siempre he sentido atracción pero para el que nunca encontré momento, hasta dar con Emilio.

 

DESCRIPCIÓN DE VILLARGÁMAR EN EL DICCIONARIO DE MADOZ

“… y a mil pasos O. del Hospital del Rey, la granja de Villargámar, situada a la inmediación del camino de Valladolid: su posición es sumamente pintoresca, pues domina toda la ciudad., y las estensas vegas de que se halla rodeada. Tiene una bonita iglesia  y un molino  destinado a fabricar fécula de patata. La huerta cercada de paredes y con riego constante, es de cabida de 12 fanegas de sembradura, estando poblada de árboles de esquisitas y variadas frutas. Los afanes y dispendios que en esta bella posesión ha empleado, y emplea asiduadamente su dueño D. Santiago de la Azuela, la constituyen en uno de los sitios de recreo, utilidad y más ameno de Burgos. La habitan 5 vecinos en casas de campo nuevamente construidas”   

 

Casona e iglesia de Villargámar


 Hablé con Emilio largo y tendido a la sombra de un viejo y palaciego  caserón, blasonado, y de una capilla adosada igualmente con escudos.  Situados en lo que hoy es conocido como Granja de Villargámar, en 1654 ambos edificios debieron pertenecer a Miguel de la Moneda y a Francisca de Quintanadueñas, a juzgar por la inscripción de una lápida, situada entre ruinas escondidas de un molino, donde aparecen estos nombres grabados. Con anterioridad a esta fecha me topé con una espesa niebla que me ha impedido hoy el seguimiento histórico completo, más allá de su cercanía y posibles vínculos con al Hospital de Rey y de la existencia de una iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Blanca “aneja a la de San Pedro de la Fuente” (sic. Diccionario de Madoz), sin olvidar tampoco que mediado el siglo XIX Villargámar era propiedad de Santiago de la Azuela. Esa bruma es la que no me deja ver en qué momento este lugar se convirtió en granja con régimen de aparcería, que es el que al parecer se encontraron el abuelo y el padre de Emilio Arce cuando llegaron a este lugar; probablemente pudo ser cuando su dueño era el mencionado Azuela.  


Lápida grabada en 1654 con los nombres de
 Miguel de la Moneda y Francisca de Quintanadueñas

El protagonista de este relato carga a sus espaldas 96 años, la friolera de un siglo. Y lo cierto es que no lo aparenta. Su vida fue el trabajo y el trabajo le ha conservado en buen estado y aún le da fuerza y agilidad. Ve pasar la vida como siempre, pegado a la tierra, manteniéndose así con sus actividades de hortelano en Villagámar, ahora  como distracción, en una extensa finca cuya tierra le reconoce a la perfección. De carácter afable, con permanente sonrisa y siempre dispuesto a contar su historia, en mi primera visita le encontré después de haber segado la hierba del gran patio (patio lo llama él y a mí me pareció mucho más que eso). Me entraron sudores al pensar en el esfuerzo que aquello podía suponer (ojo, 96 años me contemplaban). En el momento de presentarme le noté contrariado porque los conejos le estaban ganando la batalla, aquella y otras noches habían encontrado la manera de colarse por debajo de la valla metálica que rodea la finca y se habían ensañado con la parte dedicada a huerta; y no era la primera vez: “Tiene que haber sido por aquí por donde han entrado” -dijo mostrándome un pequeño hueco por el que apenas si cabía una comadreja desnutrida. Pronto, sin embargo, mi interrogatorio hizo que el conflicto con los animalitos pasara a un segundo plano y derivara a cuestiones seguramente menos importantes para él en aquellos momentos. Se desplomaba el sol sobre nosotros y nos guarecimos a la sombra de un gran nogal pegado a la mencionada capilla, hoy vacía de contenidos religiosos, y allí dimos comienzo al repaso de su memoria.

SIETE DE LA CABAÑUELA MURIERON EN EL AÑO DE LA GRIPE. DE UNA GRANJA A OTRA GRANJA. EL ADMINISTRADOR ERA EL MAESTRO

Emilio Arce Vallejo llegó a la Granja de Villargámar procedente de otra granja, la de La Cabañuela, en Quintanajuar, donde sus padres trabajaron como colonos. Al parecer y según nos cuenta, la Gripe Española (1918) había causado estragos en La Cabañuela llevándose por delante a siete renteros que allí trabajaban, con lo cual solo quedaron el abuelo y el padre de Emilio. “Murieron todos menos mi padre, mi abuelo y un sobrino de mi padre, que se quedó sin padre ni madre por la gripe. Y mi padre, después, al quedarse solo, pues se vinieron aquí, vendieron  todo lo que tenían, tierras y ganado, y cogieron esto. Se vinieron los tres aquí. Esto estaba libre de renteros y entonces se vinieron a Burgos. Mi abuelo y mi padre eran renteros aquí, en Villargámar. Cogieron unas tierras aquí para trabajarlas en renta, [y como renteros que eran] se pagaba por fanegas, aquí se pagaba por fanegas, no me acuerdo si por hectárea o por cuál. Me acuerdo yo que metíamos la renta… Cuando yo era chaval metíamos la renta en la iglesia, echábamos el grano donde están [ahora] las gallinas, en la ermita. Después, el Saldaña ése [el Administrador, que lo era también de La Cabañuela] lo vendía a los almacenistas”. Este Saldaña “Le teníamos de maestro aquí, en el Hospital del Rey, y vivía en el Hospital del Rey”.

DE LA GRIPE ESPAÑOLA  A  LA PANDEMIA DEL COVID

Siete colonos murieron en La Cabañuela por la Gripe Española, siete hermanos nacieron en Villargámar, seis chicos y una chica. “Aquí nacimos los siete hermanos, en según entras a la derecha [señala un rústico cobertizo donde antes estuvo su casa natal]. No teníamos más que una hermana, que mi hermana se murió de las primeras del Covid. Y menos mal que no vino aquí [a nuestra casa], porque todos los años invitamos a mi hermana y mi cuñao a que vengan a la fiesta del Hospital del Rey, que es el 1 de marzo, que es el Santo Ángel de la Guarda, y este año no se ha celebrao por el virus”. Se refiere, obviamente, a que caso de haber acudido sus familiares, podrían haberse contagiado ellos también.   

LOS FRAILES CAPUCHINOS QUIEREN HACER UN COLEGIO EN VILLARGÁMAR, PERO FRANCO LES REGALA UN TERRENO EN MADRID  

Asegura Emilio que fue en 1952, cuando a penas tenía veinte, compró la propiedad a los frailes capuchinos, que por entonces estaban en Villargámar, bien es cierto que en reducido número, pues como cuenta también entonces había solo dos frailes: “Nunca ha habido más de dos frailes, a lo sumo, tres. Yo se lo compré todo a los frailes, se lo compré a uno que era de Santibáñez Zarzaguda, el padre Esteban. Todo lo que ellos compraron a la viuda de Azuela [incluida casona y ermita] se lo compré yo. Vivían en la casa grande, iban con su hábito y subía mucha gente aquí los domingos, para oír misa; venían [vecinos] del Hospital del Rey y de la Fábrica Sedas [¿?] ¡Pues porque les gustaba venir a ver a los frailes! Los otros días iban a decir misa a San Lorenzo”.  

La historia de los capuchinos en la Granja de Villargámar sería  digna de ser rastreada por los historiadores y en los archivos, pero eso quedará pendiente para los primeros, ya que de lo que aquí únicamente se trata es dejar constancia de la memoria de un vecino de casi cien años que vivió en este sitio histórico, una memoria que podría acarrear lagunas, y quizá hasta deturpaciones, pero que bien puede servir de arranque para estudios superiores. 


Se observa el apellido Azuela en la portada de la casona


EL PADRE POLICARPO COMPRA  VILLARGÁMAR A LA VIUDA DE AZUELA

Con respecto al tema de los Capuchinos en Villargámar, podemos deducir por el relato de Emilio que los frailes de esta Orden compraron la Granja a la viuda de Santiago de la Azuela, “que él era no sé qué del rey”, y que seguramente esa compra estaba pensada para construir en este lugar un nuevo convento o colegio Capuchino: “Los frailes se lo compraron a uno que era maestro, un tal Saldaña” [como ya se ha dicho, seguramente al que era su administrador, que lo fue también de La Cabañuela]. El [fraile] que vino aquí el primero fue el padre Policarpo, ese es el que se lo compró a la viuda de Azuela”.     

Sobre dicho proyecto el nonagenario da su versión: “Había dos frailes solo. El arzobispo Platero no les dejó hacer el convento, o colegio, que ya no me acuerdo, que iban a hacer aquí, querían tirar esto y hacer uno nuevo. Y entonces Platero dijo que en Burgos ya había muchos militares y muchos curas. Y entonces, el año 52 [1952] me lo vendieron a mí, pidieron permiso a Franco y lo hicieron allí; les regaló el terreno Franco y le hicieron allí; lo que iban a hacer aquí lo hicieron en El Pardo, no me acuerdo cómo se llama la calle, ¡pero tienen un negocio en la iglesia ésa…! Allí van todos los ricachones de Madrid a misa”.  


Emilio a la entrada de la capilla  


6 comentarios:

  1. Las memorias de Burgos son fieles reflejo de vidas dedicadas a que el tiempo perdure en algún rincón insondable de ese trazo que tan bien manejas. Gracias a los dos.

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  2. Tienes razón en lo que dices, Rosa. Personas como Emilio, que tanto nos enseñan y aportan, merecen que les hagamos un hueco en la memoria colectiva.
    Un abrazo

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  3. Muy interesante, un auténtico superviviente este hombre!

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  4. Muchas gracias Emilio, hacemos d vez en cuando la ruta x la granja y siempre tenía curiosidad x su historia, ahora la estoy leyendo y me ha gustado. Nieves.

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