En Quintanavides confluyen dos caminos de peregrinaje. |
Reinoso. Peñas de los Huevos |
Reinoso. Peñas fantasmales, lugar para otear horizontes. |
Camino de Santa Casilda. |
Quedaron grabadas en la roca las ruedas del carro en el que viajaba la santa.. |
FOTOGRAFÍAS: Camino de Santa Casilda (Tomadas en septiembre de 2012).
Ya vimos en
reciente entrada una de las rutas que desde la ciudad de Burgos llevaba o lleva a Santa
Casilda. Hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, os traigo
una nueva ruta por la cual se llega al santuario de la reconvertida mora. Se
trata de un itinerario que fue muy seguido por devotos de los pueblos aledaños
al Camino de Francia, un itinerario con evocaciones a la santa e indudable
interés paisajístico. Parte de Quintanavides, lugar en cuyo callejero se puede
ver una placa que señala la dirección a seguir. Y algo asombroso, junto a esta
placa se ve también la concha de los peregrinos santiaguinos, lo que no deja de
ser una curiosa coincidencia, pues sugiere que el paso de Quintanavides nació
con vocación doblemente peregrina. Pero sigamos. Desde este soleado pueblo-camino se llega
a Reinoso, tras haber pasado por Revillagodos, pueblo de notables resonancias y
gran heráldica. En Reinoso se abandona el asfalto, es la hora del calzado
peregrino. Se empieza a ganar altura, se enfila una amplia senda de tierra, hoy
reconvertida para maquinaria agrícola. Al poco, aparecen las Peñas del Huevo,
lugar mágico donde los haya, con testigos rocosos de figura fantasmal y aires
dolménicos, donde alguien se entretuvo, un legendario día, arrojando huevos contra ellas hasta erosionarlas. Observad, querido amigos de
este baúl de recuerdos, que esta leyenda la encontramos también en muchos
lugares de la geografía burgalesa y nacional, que peñas abiertas o agujereadas a huevazos las encontramos en
Peñahorada, en Huidobro, en Corro, por citar sólo algunos ejemplos. El poder de
los huevos y de la fábula. Y sigue la senda por balcones de aire y despejado
panorama; a la izquierda, los Montes Obarenes, difuminados por la bruma, en el
lado opuesto, la Demanda serrando el cielo, y en medio, la Bureba del pan, tres hitos geográficos que marcan señorío en Burgos. Sigue el camino: no tarda en aparecer
una vieja y borrosa tablilla con flecha indicadora y el nombre de la santa, es
la dirección correcta, es jalón para los devotos que caminan a Buezo con su
pierna y brazo de cera, con sus trenzas, con sus cuadros. Y pronto se llega al
paso de la leyenda casildiana, lugar entre riscos calizos en cuya estrechura
quedaron grabadas las ruedas del carromato en el que viajaba la santa cuando se
dirigía a Buezo. Hoy estas huellas están borradas, pues el camino viejo, ya
digo, se transformó en tiempo moderno. Observad también, amigos de lo insólito,
que huellas de otros personajes famosos de nuestro pasado quedaron igualmente grabadas en otros lugares burgaleses y
nacionales, llámense Roldán, El Cid o el apóstol Santiago. Y aquí me paro, veo
que el camino sigue y sigue entre trigales, jalonado por molinos eólicos, esos
gigantes que nacieron como hongos de locura, hasta llegar al santuario, pronto
se juntará con el que viene de Burgos por San Pedro de la Hoz, y con otro que
viene de Quintanavides. Pero esa puede ser otra entrega.
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