FOTOGRAFÍAS: Artieta. Casonas de Artieta. Panteones en el camposanto de Artieta. Panteón en Irús de Mena. Rejería menesa. Balconada añadida en la casona de Ruiz de Velasco, en Irús de Mena. (Tomadas el 13 de octubre de 2010).
Hay pueblos que, por una u otra causa, se quedan grabados en la memoria y ya no los puedes borrar. Puede ser por su historia, o por su situación geográfica, o por sus construcciones más o menos llamativas, o por las vivencias o experiencias que en ellos hayas tenido, afortunadas o desafortunadas. Las causas por las que recordemos especialmente un lugar, pueden ser muchas. A mí me ocurre con muchos pueblos, y uno de ellos es Artieta, del valle de Mena. Hace una docena de años, de camino hacia Berrandúlez, visité por primera vez este lugar y se me quedó grabada su magnífica situación, en un alto y dominando un vasto territorio menés y observatorio para la contemplación de los imponentes Montes de La Peña y de su guardián Pico del Ahorcado; su situación es tan favorable a la luz que alguien acuñó el dicho de “Atardecer en Artieta, noche prieta”, no en vano es el pueblo de Mena que disfruta del sol hasta su último suspiro. Pero no sólo su situación es privilegiada, también su caserío es especial, diáfano y con casonas hidalgas del XVIII, algunas enriquecidas por aportaciones de indianos que hicieron fortuna en América. Si uno se fija bien en las bellas casonas de Artieta ha de llamarle la atención las rejerías que las circundan, protegen y adornan; nos recuerdan que hubo un tiempo en que en el valle de Mena se trabajó el hierro con arte; se fundía en las muchas ferrerías que había repartidas por los pueblos y se le daba forma en las herrerías, que fueron también abundantes. La huella de la forja del hierro en todo el XIX y principios del XX es una de los grandes activos artísticos del valle de Mena y Sotoscueva.
Es, precisamente, la huella indiana lo que me llevó ayer a visitar de nuevo Artieta. Quería saber más sobre los apuntes que alguien, hace años, me hizo sobre el tema. Me habló de una familia que emigró a Chile y que hizo fortuna con la explotación del guano; aunque, no estoy seguro, quizá fuera con el salitre. El caso es que mi intención era la de seguir el rastro de los indianos a través de la arquitectura funeraria en los valles de Mena y Sotoscueva. No tuve mucho éxito en la aventura, la verdad. Las mayoría de las casonas que yo recordaba como posibles construcciones indianas no eben ser tales, sino simples residencias de recreo de pudientes familias oriundas pero que viven fuera del pueblo, en Madrid por ejemplo; y los panteones funerarios que yo recodaba haber visto, y que en mi ignorancia asocié a indianos, tampoco deben pertenecer a esta estirpe de emigrantes, sino a dichas familias; el soberbio ejemplar de Irús de Mena, de los Ruiz de Velasco, es un de ellos. En el camposanto de Artieta pudimos ver uno de estos monumentos, el de Francisco R. Martínez Llano (“don Pancho”), que emigró a Chile; pero aun siendo prominente, poco de particular, arquitectónicamente hablando, podemos ver en él; nada que ver con los magníficos ejemplares que pueden contemplarse en Asturias o Cantabria. En esta primera exploración en Artieta hemos de lamentar no haber visto ni conocido la casa natal de León de las Fuentes, de quien hay constancia que embarcó en 1802 rumbo a San Miguel el Grande (México) para reunirse con otros familiares que allí tenían negocio; quizá en otra ocasión podamos informarnos mejor. Veremos también si en una próxima visita, más detenida, sale algún panteón de categoría monumental en la zona y en todas las Merindades.
Aprovecho esta ocasión para enviar un cariñoso saludo a todos los amigos burgaleses que viven en América, seguidores de este Cajón de Sastre y que añoran sus pueblecitos de origen, sus raíces. Algunos en Argentina ya se han puesto en contacto conmigo a través de correos electrónicos. Os aseguro que en todos ellos pensaba cuando, en 2002, llevé a cabo, junto con mi familia, un periplo viajero por tierras de Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil. Dedicado a estos paisanos de ultramar inserto a continuación algunos fragmentos de las memorias escritas de aquel viaje. Memorias de Burgos podría constituirse así en un humilde punto de encuentro entre América y los pueblos de Burgos, entre la emigración y la despoblación. Quien lo quiera enriquecer con sus vivencias como emigrantes, tiene las puertas abiertas.
DE “MEMORIAS DE AMÉRICA”
(24 de julio a 19 agosto, 2002)
(En Buenos Aires)
De “Corralitos”
“... Otra vez en el duro asfalto, hoy sorprendidos por un intenso frío, caminamos por el centro de la ciudad buscando una oficina de turismo. Y en el paseo vemos una larga fila de gente que espera a las puertas de un banco para sacar dinero. La grave crisis económica que atravesaba Argentina desde hacía ya algún tiempo había obligado al gobierno a declarar lo que, popularmente, se conocía como El Corralito, que no debía ser otra cosa que impedir a la gente a que dispusiera libremente de su dinero depositado. Mis notas me dicen también que la noche anterior, antes de caer en brazos de Morfeo, vimos y escuchamos, en la CNN –canal que nos tuvo informados durante todo nuestro periplo americano– otra noticia alarmante, la de que en Uruguay había estallado lo que se veía venir: otra crisis financiera en América al estilo de la Argentina. Aquel día, el diario Clarín titulaba: URUGUAY: ESTALLÓ LA CRISIS BANCARIA. Con esta noticia, experimentamos cierta alarma, pues al día siguiente teníamos previsto salir para aquel país...”.
Paseando por Puerto Madero y las orillas del Plata
“... Seguimos caminando con un cielo gris y un intenso frío (en algún termómetro vimos que la temperatura era de seis grados) y llegamos a Puerto Madero, con sus edificios rojos de ladrillo, en otro tiempo con una gran actividad de tráfico marítimo y hoy reconvertidos para viviendas, oficinas y establecimientos hosteleros, todos ellos de lujo, o eso nos pareció. Las gigantescas grúas varadas en el puerto, ya inactivas, recuerdan tiempos de glorias portuarias, tiempos en los que grandes mercantes y trasatlánticos fondeaban en los puertos bonaerenses del Plata. Seguramente aquellos trasatlánticos en los que llegaron miles de emigrantes españoles, burgaleses también, despistados pero esperanzados con una nueva vida al otro lado del océano. En Puerto Madero tomamos un cafelito que nos hizo entrar en el mundo de los vivos, y tras de ello continuamos el paseo por una zona verde que llega hasta las orillas del Plata. Mis notas dicen que este parque recibe el nombre de RESERVA ECOLÓGICA DE LA COSTANA DEL SUR. El Río de la Plata se mostraba desde aquí inmenso, como un océano interminable; en el horizonte no se veía tierra, pero nosotros sabíamos que en la otra orilla estaba Uruguay. En nuestra imaginación, nos veíamos el día siguiente surcando estas aguas de conquistadores, con una cáscara de nuez como barco y la ambición como destino; también como “gallegos” con morriña por el suelo patrio, tan lejano...”.
Caminito
“... Llegamos al Caminito que cantara Carlos Gardel. Una calle con ese nombre y una tienda de recuerdos para turistas, donde antes hubo un famoso bar marinero, recuerdan los tiempos del también famoso tanguero uruguayo. Las bonitas luces de la tarde, aunque débiles, acentuaban, más si cabe, los llamativos colores de las casas del caminito que el tiempo ha borrado, rojas, amarillas, verdes..., y las sombras de los pocos paseantes que en aquel momento podían verse se proyectaban contra las paredes lisas superponiéndose sobre otras sombras de farolas también proyectadas. Un tango fuera de contexto puede gustarte más o menos, pero allí, en La Boca, en Caminito, ponía la carne de gallina. Muchos pintores del mundo habrán plasmado en sus cuadros ese sentir, cuadros que han hecho famoso al barrio, pero, qué pena, muchas casas de estilo colonial, todas bajas y artísticamente decoradas, se arruinan. En La Boca, cerca de Caminito, vimos la calle Garibaldi, lo que nos sugería que los inmigrados italianos, genoveses en particular, debieron pulular por el barrio en los mejores tiempos de su formación...”.
“...Habíamos pasado ya junto a “La Bombonera”, el célebre estadio futbolero del Boca Juniors, era tarde ya para comer, el sol envejecía con rapidez, hacía mucho frío y el precioso barrio se encontraba desierto; unas vendedoras callejeras se aprestaban a recoger sus tenderetes de recuerdos y mis chicas compraron algunos chales tangueros. Comimos muy bien, con vino de la tierra y mandioca, en el único restaurante que había abierto, junto a la taberna de La Perla, aquella del testamento de Carlos Gardel junto a los lavabos...”.
De librerías en el último día
“... Decidimos volver al centro para ver una película sobre la guerra de Bosnia; “El último día”, se titulaba, lo que parecía un aviso de que aquel día, tan intensamente vivido, estaba siendo el último de nuestra estancia en la capital del tango. Todavía al salir del cine tuvimos tiempo de recorrer algunas librerías, las que a esas horas permanecían abiertas, y de comprar algunos libros. Resulta curioso lo de las librerías en esta ciudad, pues además de tener muy económicos los libros (al menos en aquella ocasión), permanecen hasta altas horas de la noche abiertas al público. Visitamos una “de viejo”, en la que se respiraba ese olor tan característico del papel de los siglos, y yo no pude por menos que situarme en el prólogo de El Nombre de la Rosa, según el cual, en una de estas librerías, situada en Corrientes, “cerca del más famoso Patio de Tangos de esa gran arteria”, Umberto Eco tropezó con el librito Del uso de los espejos en el juego del ajedrez, que le ayudó a atar cabos para escribir su fabulosa novela.
Nos acostamos con las noticias de la CNN, que no paraban de repetir el tema del feriado uruguayo y de la visita que el Papa estaba llevando a cabo en México por aquellos días con motivo de la canonización de Juan Diego, a quien dicen que se le apareció la Virgen de Guadalupe...”.
La partida de Buenos Aires. Rumbo a Uruguay
“... La mañana estaba serena pero fría, el cielo y el Río de la Plata formaban un hermoso cuadro de grises en el que sólo por una parte del horizonte el sol parecía querer abrirse paso, seguramente para iluminar nuestra partida. “Mi Buenos Aires querido, cuando te volveré a ver...”, cantábamos a ritmo de tango, cada uno desde nuestras profundidades y en el momento en que el buque comenzó a moverse. La mágica bocana de Puerto Nuevo se abría para nosotros y para la nueva y gran aventura que estábamos iniciando. Próxima estación: Colonia de Sacramento.
Permanecimos mucho tiempo en la cubierta, contemplando cómo se alejaba la ciudad porteña, no importándonos los ocho grados del momento ni la fría brisa que cortaba el buque en el Plata invernal. Poco a poco Buenos Aires se fue convirtiendo en un sueño lejano y las Torres Catalinas de “La City”, cada vez más chiquitas, parecían decirnos: “adiós, hasta siempre, gallegos, aquí, en esta ciudad, queda algo de vosotros, compondremos un tango en vuestro honor...”.