Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

domingo, 31 de octubre de 2010

NOCHE DE ÁNIMAS



FOTOGRAFÍAS: Toque de Ánimas en Villanueva de Río Ubierna. "Procesión de las Ánimas" en el mismo pueblo (Tomadas en 2003).

Aprovechando la festividad de Todos los Santos nos movemos ahora sin freno de un lugar otro, por tierra, mar y aire, pero convendría recordar que hubo un tiempo, no tan lejano, en el que eso de salir de casa en semejante fecha podía conllevar cierto peligro. En los pueblos de Burgos no sólo estaba mal visto arrear la carreta o el burro ese día-noche, sino que, como digo, tenía sus riesgos, ya que podían salir las Ánimas del Purgatorio a tu encuentro y proporcionarte un susto de muerte. Me lo contaba mi amiga Ángeles en Tórtoles de Esgueva: “El Día de [Todos] los Santos no se salía de viaje porque decían que salían las Ánimas. El Día de los Santos, mi padre -que viajaba mucho ese día-, nunca salía”.

Fue tradicional también, en todos los pueblos de Burgos, tocar las campanas durante la Noche de Ánimas (la noche entre el 1 y el 2). Los mozos del pueblo se reunían en alguna casa, daban cuenta de una oveja machorra, bien regada con vino, y entre trago y trago subían al campanario de la iglesia para tocar a muerto (“Tocan a Ánimas”, decían los compungidos vecinos).

Otra costumbre muy arraigada en la Noche de Ánimas era que alguien recorriera todo el pueblo rezando y rogando por los sufrientes del Purgatorio. Podía ser una persona necesitada, a la que una “Cofradía de Ánimas” daba una limosna por dicho trabajo, o también los mismos mozos del pueblo. De esta última manera se realizaba en Villanueva de Río Ubierna. Yo mismo viví una Noche de Ánimas (2003) en este pueblo de las tres mentiras (pues no es villa, no es nuevo ni tiene río), acompañando al grupo que iba por las calles oscuras, tocando el esquilín y deteniéndose en cada puerta para recitar una vieja oración, al tiempo que en el campanario algún voluntario derramaba sobre el caserío el lúgubre clamor de la muerte. Lo viví, ya digo, y es estremecedor; pero me lo contó mejor mi amiga Eladia :

“Dos días antes de los Santos, los mozos iban a comprar una machorra, y la mataban para celebrar Los Santos. Y la víspera de Los Santos la mataban [e] iban a cenar. Cenaban, y luego, a las doce o así, iban unos al campanario [de la iglesia] a tocar a muerto y otros a rezar a las casas; y de una casa a otra, iban diciendo:

El que Dios ha de servir,
esta vida ha de ganar.
No jurar ni maldecir,
antes morir que pecar.
Si te da un accidente,
y te mueres de repente,
adónde irás a parar,
al infierno y nada más.

[A continuación] se tocaba el esquilín y [se rezaba] un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloriapatri por los difuntos de esta casa. Rezaban el Padrenuestro, iban a otra casa y cantaban lo mismo, en todas las casas cantaban lo mismo”.

viernes, 29 de octubre de 2010

PINTURAS GÓTICAS DE VALBUENA DE DUERO




FOTOGRAFÍAS: Pinturas góticas en el monasterio cisterciense de Valbuena de Duero (Tomadas el 22 de octubre de 2010).

Hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, os traigo un regalo. Bien es cierto que podría hablaros de mi reciente viaje a la Sierra de Francia, de los maravillosos pueblos que se cobijan en ella. Os podría hablar por ejemplo de un paseo nocturno, inolvidable, por las callejuelas ambarinas de Mogarraz, por el sorprendente laberinto de arquitectura mil veces popular. Os podría hablar también de Miranda del Castañar, de sus casas que se juntan para darse la mano los vecinos de uno y de otro lado de la calle. También de San Martín del Castañar, de sus maravillosos rincones en las sombras del barrio judío de la Penilla, donde la estrechez y la arquitectura tradicional compiten para sorprendernos, o de su elemental, tal vez surrealista, plaza de toros junto al castillo. Os haría, igualmente, la confidencia del espanto que me producen los tenderetes en La Alberca, los que rompen el hechizo que un día tuvo este lugar. De algo hay que vivir para no morir, me diréis. Sí. ¡Inolvidables pueblos de la Sierra de Francia! Y puestos a hablaros, no me olvidaría de la Peña de Francia, donde alguien hizo el milagro de construir un templo gótico, gigante, para una virgen morena. ¡Cómo subiría don Miguel de Unamuno a este místico fortín! Pensar en ello me produce vértigo.

Os podría hablar de todo eso y de mucho más. Pero hoy, ya digo, os traigo un regalo. De regreso a Burgos nos desviamos a Valbuena de Duero. Hacía 25 años de mi primera visita a este lugar cisterciense. Fue cuando con mi hermano Aurelio recogíamos los tesoros de la región para llevarlos a un álbum de cromos para escolares. ¡Que tiempos! ¡Cómo ha cambiado todo! En el poblado de San Bernardo, del franquista INC, apenas si vive nadie ya de los primeros colonos que llegaron del embalse de Buendía (me hablaron de una superviviente de 97 años, tengo que volver antes de que sea demasiado tarde para que me cuente). El monasterio en aquella visita nos produjo pena por su estado de abandono, pero hoy, pasado un cuarto de siglo y después de una magnífica restauración CEDER, luce como en los mejores tiempos. (¡Que hubiera sido del patrimonio sin CEDER!)

Y allí estaban todavía, en el intradós del ventanal museo. Milagrosamente, nadie había vendido ni borrado las deliciosas pinturas góticas del monasterio. Los cistercienses no eran amigos de florituras, bien es sabido, no había que distraer al personal. Pero no me preguntéis cómo, alguien gótico se saltó la norma y, para gozo nuestro, pintó escenas medievales de combates entre moros y cristianos como no se han visto. ¡Qué gozada de pinturas! Es mi regalo para vosotros, aquí van.
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lunes, 25 de octubre de 2010

LA ABADÍA DE SALAS DE BUREBA







FOTOGRAFÍAS: Conjunto de la Abadía de Salas de Bureba. Torre de la Abadía con escudo. Torre por el costado norte. Patio con arquerías cegadas y portería de fútbol. Interior de bodega. Taquillas de cine en la torre. (Tomadas en octubre de 2010).

Entre el rico patrimonio que contiene la villa de Salas de Bureba destaca, casi pegada a la iglesia parroquial, una vieja abadía-colegiata que los vecinos llaman ahora Casa del Cura. Muchas veces había pasado por Salas, y siempre haciendo la promesa de que algún día habría de visitar el edificio de grandes arcadas, visible desde la carretera y en la parte alta del pueblo. Hace dos días, por fin, de regreso del valle de Tobalina, hice un alto en el camino y pude conocer de cerca el monumento. Lo primero que llama la atención, además del deplorable estado general, es su gran torre de tres cuerpos, el último de ellos el campanario, que ahora tiene los huecos campaniles cegados y en el que brilla un gran escudo con sombrero y cordones, con armas de Andrés Pesquera, abad de Salas. La hiedra está cumpliendo con sus funciones y progresa y abraza los muros por el norte y por el este. Junto a la torre, un amplísimo edificio de dos cuerpos y buena sillería arenisca, cuya fachada principal tiene ventanas enrejadas, ocultas también por la hiedra. Si se mira por el lado del oeste, vemos que el edificio no es sólo de un cuerpo, sino de dos y haciendo escuadra, con grandes arcos cegados en cada una de sus dos plantas, que quizá en algún momento pudieron estar abiertos formando galería. Se aprecian también los arranques de otros arcos que avanzan hacia un amplio patio, lo que lleva a pensar que en tiempos quizá pudo existir algún tipo de claustro, pero todo esto son especulaciones. En la base del lado norte, entre maraña vegetal y derrumbes, puede verse también un gran arco que da acceso a un subterráneo, posiblemente a lo que fue bodega o lagar de la abadía, donde pudo fabricarse y almacenarse el vino cahacolí, tan característico de la zona.

En definitiva, se trata de un conjunto monumental, probablemente de finales del XVI, sobre el que habría que tomar alguna medida de protección y de conservación. Me informan de que el Ayuntamiento ha hecho sus gestiones ante el arzobispado en este sentido, pero de momento no se ha materializado en nada positivo y las ruinas avanzan sin tregua. Y cuando todo sea un montón de escombros, Salas de Bureba habrá perdido una de sus principales señas de identidad. Un desastre más del rico patrimonio burgalés.

Al gran edificio se le llama la Casa del Cura, ya digo, pero no parece una casa rectoral al uso, como tantas que existen en los pueblos de Burgos, mucho más humildes. Esta “casa” más parece un palacio que otra cosa. En ella vivieron los curas de la parroquia, desde luego, y quizá también, entre ellos, Pedro Segura Sáenz, más conocido como el Cardenal Segura, que ejerció de cura ecónomo en Salas durante un año (1908).

Se recuerda también a D. Amador, que fue el último cura párroco que habitó en la abadía, desde 1970 hasta 2006. Produce escalofríos pensar que en esta casona de fríos, silencios, oscuridades, goteras y resquebrajos, pudo vivir alguien en tiempos tan recientes. El hecho es que desde que este sacerdote dejó el pueblo hace cuatro años la vieja abadía ha quedado en el más terrible de los abandonos.

Hoy, quien visite este lugar de arte e historia, ha de sentir una gran tristeza y vergüenza ajena. Pero quizá también pueda escapársele una sonrisa al ver las dos toscas taquillas en una desvencijada puerta de la gran torre. Estas taquillas sirvieron para expedir las entradas a un cine que funcionó en la abadía en los años 60 del pasado siglo, auspiciado por el mencionado cura. Eran tiempos en los que se habían puesto de moda los teleclubs en los pueblos.

viernes, 15 de octubre de 2010

ARTIETA, DE INDIANOS Y PANTEONES






FOTOGRAFÍAS: Artieta. Casonas de Artieta. Panteones en el camposanto de Artieta. Panteón en Irús de Mena. Rejería menesa. Balconada añadida en la casona de Ruiz de Velasco, en Irús de Mena. (Tomadas el 13 de octubre de 2010).

Hay pueblos que, por una u otra causa, se quedan grabados en la memoria y ya no los puedes borrar. Puede ser por su historia, o por su situación geográfica, o por sus construcciones más o menos llamativas, o por las vivencias o experiencias que en ellos hayas tenido, afortunadas o desafortunadas. Las causas por las que recordemos especialmente un lugar, pueden ser muchas. A mí me ocurre con muchos pueblos, y uno de ellos es Artieta, del valle de Mena. Hace una docena de años, de camino hacia Berrandúlez, visité por primera vez este lugar y se me quedó grabada su magnífica situación, en un alto y dominando un vasto territorio menés y observatorio para la contemplación de los imponentes Montes de La Peña y de su guardián Pico del Ahorcado; su situación es tan favorable a la luz que alguien acuñó el dicho de “Atardecer en Artieta, noche prieta”, no en vano es el pueblo de Mena que disfruta del sol hasta su último suspiro. Pero no sólo su situación es privilegiada, también su caserío es especial, diáfano y con casonas hidalgas del XVIII, algunas enriquecidas por aportaciones de indianos que hicieron fortuna en América. Si uno se fija bien en las bellas casonas de Artieta ha de llamarle la atención las rejerías que las circundan, protegen y adornan; nos recuerdan que hubo un tiempo en que en el valle de Mena se trabajó el hierro con arte; se fundía en las muchas ferrerías que había repartidas por los pueblos y se le daba forma en las herrerías, que fueron también abundantes. La huella de la forja del hierro en todo el XIX y principios del XX es una de los grandes activos artísticos del valle de Mena y Sotoscueva.

Es, precisamente, la huella indiana lo que me llevó ayer a visitar de nuevo Artieta. Quería saber más sobre los apuntes que alguien, hace años, me hizo sobre el tema. Me habló de una familia que emigró a Chile y que hizo fortuna con la explotación del guano; aunque, no estoy seguro, quizá fuera con el salitre. El caso es que mi intención era la de seguir el rastro de los indianos a través de la arquitectura funeraria en los valles de Mena y Sotoscueva. No tuve mucho éxito en la aventura, la verdad. Las mayoría de las casonas que yo recordaba como posibles construcciones indianas no eben ser tales, sino simples residencias de recreo de pudientes familias oriundas pero que viven fuera del pueblo, en Madrid por ejemplo; y los panteones funerarios que yo recodaba haber visto, y que en mi ignorancia asocié a indianos, tampoco deben pertenecer a esta estirpe de emigrantes, sino a dichas familias; el soberbio ejemplar de Irús de Mena, de los Ruiz de Velasco, es un de ellos. En el camposanto de Artieta pudimos ver uno de estos monumentos, el de Francisco R. Martínez Llano (“don Pancho”), que emigró a Chile; pero aun siendo prominente, poco de particular, arquitectónicamente hablando, podemos ver en él; nada que ver con los magníficos ejemplares que pueden contemplarse en Asturias o Cantabria. En esta primera exploración en Artieta hemos de lamentar no haber visto ni conocido la casa natal de León de las Fuentes, de quien hay constancia que embarcó en 1802 rumbo a San Miguel el Grande (México) para reunirse con otros familiares que allí tenían negocio; quizá en otra ocasión podamos informarnos mejor. Veremos también si en una próxima visita, más detenida, sale algún panteón de categoría monumental en la zona y en todas las Merindades.

Aprovecho esta ocasión para enviar un cariñoso saludo a todos los amigos burgaleses que viven en América, seguidores de este Cajón de Sastre y que añoran sus pueblecitos de origen, sus raíces. Algunos en Argentina ya se han puesto en contacto conmigo a través de correos electrónicos. Os aseguro que en todos ellos pensaba cuando, en 2002, llevé a cabo, junto con mi familia, un periplo viajero por tierras de Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil. Dedicado a estos paisanos de ultramar inserto a continuación algunos fragmentos de las memorias escritas de aquel viaje. Memorias de Burgos podría constituirse así en un humilde punto de encuentro entre América y los pueblos de Burgos, entre la emigración y la despoblación. Quien lo quiera enriquecer con sus vivencias como emigrantes, tiene las puertas abiertas.


DE “MEMORIAS DE AMÉRICA”
(24 de julio a 19 agosto, 2002)
(En Buenos Aires)

De “Corralitos”

“... Otra vez en el duro asfalto, hoy sorprendidos por un intenso frío, caminamos por el centro de la ciudad buscando una oficina de turismo. Y en el paseo vemos una larga fila de gente que espera a las puertas de un banco para sacar dinero. La grave crisis económica que atravesaba Argentina desde hacía ya algún tiempo había obligado al gobierno a declarar lo que, popularmente, se conocía como El Corralito, que no debía ser otra cosa que impedir a la gente a que dispusiera libremente de su dinero depositado. Mis notas me dicen también que la noche anterior, antes de caer en brazos de Morfeo, vimos y escuchamos, en la CNN –canal que nos tuvo informados durante todo nuestro periplo americano– otra noticia alarmante, la de que en Uruguay había estallado lo que se veía venir: otra crisis financiera en América al estilo de la Argentina. Aquel día, el diario Clarín titulaba: URUGUAY: ESTALLÓ LA CRISIS BANCARIA. Con esta noticia, experimentamos cierta alarma, pues al día siguiente teníamos previsto salir para aquel país...”.

Paseando por Puerto Madero y las orillas del Plata

“... Seguimos caminando con un cielo gris y un intenso frío (en algún termómetro vimos que la temperatura era de seis grados) y llegamos a Puerto Madero, con sus edificios rojos de ladrillo, en otro tiempo con una gran actividad de tráfico marítimo y hoy reconvertidos para viviendas, oficinas y establecimientos hosteleros, todos ellos de lujo, o eso nos pareció. Las gigantescas grúas varadas en el puerto, ya inactivas, recuerdan tiempos de glorias portuarias, tiempos en los que grandes mercantes y trasatlánticos fondeaban en los puertos bonaerenses del Plata. Seguramente aquellos trasatlánticos en los que llegaron miles de emigrantes españoles, burgaleses también, despistados pero esperanzados con una nueva vida al otro lado del océano. En Puerto Madero tomamos un cafelito que nos hizo entrar en el mundo de los vivos, y tras de ello continuamos el paseo por una zona verde que llega hasta las orillas del Plata. Mis notas dicen que este parque recibe el nombre de RESERVA ECOLÓGICA DE LA COSTANA DEL SUR. El Río de la Plata se mostraba desde aquí inmenso, como un océano interminable; en el horizonte no se veía tierra, pero nosotros sabíamos que en la otra orilla estaba Uruguay. En nuestra imaginación, nos veíamos el día siguiente surcando estas aguas de conquistadores, con una cáscara de nuez como barco y la ambición como destino; también como “gallegos” con morriña por el suelo patrio, tan lejano...”.



Caminito
“... Llegamos al Caminito que cantara Carlos Gardel. Una calle con ese nombre y una tienda de recuerdos para turistas, donde antes hubo un famoso bar marinero, recuerdan los tiempos del también famoso tanguero uruguayo. Las bonitas luces de la tarde, aunque débiles, acentuaban, más si cabe, los llamativos colores de las casas del caminito que el tiempo ha borrado, rojas, amarillas, verdes..., y las sombras de los pocos paseantes que en aquel momento podían verse se proyectaban contra las paredes lisas superponiéndose sobre otras sombras de farolas también proyectadas. Un tango fuera de contexto puede gustarte más o menos, pero allí, en La Boca, en Caminito, ponía la carne de gallina. Muchos pintores del mundo habrán plasmado en sus cuadros ese sentir, cuadros que han hecho famoso al barrio, pero, qué pena, muchas casas de estilo colonial, todas bajas y artísticamente decoradas, se arruinan. En La Boca, cerca de Caminito, vimos la calle Garibaldi, lo que nos sugería que los inmigrados italianos, genoveses en particular, debieron pulular por el barrio en los mejores tiempos de su formación...”.

“...Habíamos pasado ya junto a “La Bombonera”, el célebre estadio futbolero del Boca Juniors, era tarde ya para comer, el sol envejecía con rapidez, hacía mucho frío y el precioso barrio se encontraba desierto; unas vendedoras callejeras se aprestaban a recoger sus tenderetes de recuerdos y mis chicas compraron algunos chales tangueros. Comimos muy bien, con vino de la tierra y mandioca, en el único restaurante que había abierto, junto a la taberna de La Perla, aquella del testamento de Carlos Gardel junto a los lavabos...”.

De librerías en el último día
“... Decidimos volver al centro para ver una película sobre la guerra de Bosnia; “El último día”, se titulaba, lo que parecía un aviso de que aquel día, tan intensamente vivido, estaba siendo el último de nuestra estancia en la capital del tango. Todavía al salir del cine tuvimos tiempo de recorrer algunas librerías, las que a esas horas permanecían abiertas, y de comprar algunos libros. Resulta curioso lo de las librerías en esta ciudad, pues además de tener muy económicos los libros (al menos en aquella ocasión), permanecen hasta altas horas de la noche abiertas al público. Visitamos una “de viejo”, en la que se respiraba ese olor tan característico del papel de los siglos, y yo no pude por menos que situarme en el prólogo de El Nombre de la Rosa, según el cual, en una de estas librerías, situada en Corrientes, “cerca del más famoso Patio de Tangos de esa gran arteria”, Umberto Eco tropezó con el librito Del uso de los espejos en el juego del ajedrez, que le ayudó a atar cabos para escribir su fabulosa novela.

Nos acostamos con las noticias de la CNN, que no paraban de repetir el tema del feriado uruguayo y de la visita que el Papa estaba llevando a cabo en México por aquellos días con motivo de la canonización de Juan Diego, a quien dicen que se le apareció la Virgen de Guadalupe...”.


La partida de Buenos Aires. Rumbo a Uruguay

“... La mañana estaba serena pero fría, el cielo y el Río de la Plata formaban un hermoso cuadro de grises en el que sólo por una parte del horizonte el sol parecía querer abrirse paso, seguramente para iluminar nuestra partida. “Mi Buenos Aires querido, cuando te volveré a ver...”, cantábamos a ritmo de tango, cada uno desde nuestras profundidades y en el momento en que el buque comenzó a moverse. La mágica bocana de Puerto Nuevo se abría para nosotros y para la nueva y gran aventura que estábamos iniciando. Próxima estación: Colonia de Sacramento.
Permanecimos mucho tiempo en la cubierta, contemplando cómo se alejaba la ciudad porteña, no importándonos los ocho grados del momento ni la fría brisa que cortaba el buque en el Plata invernal. Poco a poco Buenos Aires se fue convirtiendo en un sueño lejano y las Torres Catalinas de “La City”, cada vez más chiquitas, parecían decirnos: “adiós, hasta siempre, gallegos, aquí, en esta ciudad, queda algo de vosotros, compondremos un tango en vuestro honor...”.

sábado, 9 de octubre de 2010

PORTILLO DE “EL COLLADÍO”: DE LA ENGAÑA A SOTOSCUEVA







FOTOGRAFÍAS: Tramo de camino empedrado en El Colladío. Cabaña semirupestre. Fecha grabada en la cabaña. Roca con incisiones. Posible capilla junto al camino. (Tomadas el 1 de octubre de 2010).


El Colladío es lugar de paso para comunicar los cabañales pasiegos del río Engaña con los pastos de altura y con el valle de Sotoscueva; posiblemente también para enlazar con el Portillo de los Carros, el que saliendo de Quisicedo, del citado valle, llega por las alturas del Somo a Cuatro Ríos Pasiegos, concretamente a Rioseco (Otro día hablaremos del Portillo de los Carros).

A principios del siglo XX se empedró una senda que ascendía del las cabañas de San Román, situadas junto al Engaña, hacia los montes de Sotoscueva. Y se empedró firmemente, con losas de gran calibre, lo que llevó a muchos y durante mucho tiempo a pensar que se trataba de una calzada romana. Y es que ya se sabe, de siempre los caminos empedrados han sido tomados como romanos, lo que no deja de ser un craso error. Hace poco que estas creencias han sido desechadas gracias a sesudos estudios históricos y arqueológicos que han demostrado que calzadas romanas hay muy poquitas, y esta no lo es.

Pero El Colladío no es un portillo normal, de echo ni siquiera recibe el nombre de portillo. Tiene varias particularidades que le hacen interesante, la primera de ellas, una gran roca con un sorprendente cinturón de huellas incisas cuya autoría, origen y utilidad son un misterio por descifrar. ¿Pudo tener una finalidad de orientación?, tal vez. Aunque, por no ir muy lejos en la especulación, quizá tengan más que ver con el momento del empedrado del camino, que debió coincidir también con la construcción del refugio semirupestre que se halla al coronar El Colladío, datado en 1918, como reza una inscripción de su interior. De igual época deben ser las cruces cercanas e incisas en una roca donde se ha colocado un pequeño hito y el cartel de M. P. (monte público); quizá se trate de un viejo mojón.

Al poco de comenzar a descender de El Colladío, en dirección a Sotoscueva (La Parte) puede verse también, al lado del camino, lo que parece una humilde capilla, de buena piedra y mejor tejado, que tiene también una fecha grabada: 1950. En el momento de la visita pudimos ver, apoyados en su interior, dos crucifijos que nos parecieron sacados de algún cementerio.

Un buen montañero o senderista no debe perderse las vistas desde Cantos Blancos, más arriba de El Colladío. ¡Se ve e mundo, os lo aseguro!

jueves, 7 de octubre de 2010

INTERNET TRAS LAS CELOSÍAS


FOTOGRAFÍAS: Un convento de clausura en Burgos. Una fuente en el mismo convento.(Tomadas el 6 de octubre de 2010).
Casualidades de la vida. Ayer, en un pueblecito escondido de Burgos, me encontré con estos ventanales de hierro por donde casi no cabe el viento. Y no hace una semana que recibí un correo electrónico salido desde un convento de clausura de la capital. ¡Madre mía, tiene que haber una relación!, pensé. Pero no quiero cavilar sobre ello. Más me interesa el hecho de que detrás de las celosías haya alguien, seguramente alguna monjita sonriente y dedicada de por vida a lo más Alto, que teclea el ordenador y navega por el proceloso universo de Internet. La verdad es que nunca se me había ocurrido pensar que Internet puede abrirse paso también por los barrotes de la clausura.
El milagro, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, sale del ciberconvento como el agua de esta maravillosa fuente, buscando la luz a través de la boca de un ser fantástico, tan fantástico como Internet.