miércoles, 29 de febrero de 2012
jueves, 23 de febrero de 2012
LA SABINA DE FERNÁN GONZÁLEZ
FOTOGRAFÍA: Tomada en invierno de 2010.
Parece que se retuerce de dolor la
sabina. Es tan vieja que debe tener retortijones en el intestino de los
recuerdos. Sufre de ancianidad, sí, pero su memoria no le ha abandonado,
recuerda bien los viejos tiempos en los que el conde Fernán González se sentaba
a sus pies cansado de perseguir jabalís. ¡Cuánto ha llovido desde entonces en
el sabinar de San Pedro de Arlanza! El retorcido árbol, desde lo más
intricado del bosque, llegó a conocer
la vida del monasterio benito, distinguía bien cada toque de campanas, cada
oración y cada libación de los monjes, al arrullo del río Arlanza. La vieja
sabina ha sobrevivido a todo, al canto y al encanto del románico, también del
gótico; el monasterio murió, con sus eremitas, pero ella sigue ahí, en medio
del sabinar, con sus siglos de soledad y leyenda a cuestas. Sufrimiento vegetal hecho arte.
martes, 21 de febrero de 2012
EL CAMPANARIO HERIDO
Campanario de la iglesia de Barrio de Bricia. con huellas de la metralla. |
FOTOGRAFÍAS: Barrio de Bricia (Tomadas en 1996).
Con motivo de haber publicado la
entrada “Escorias en el castillo” (24 enero 2012), se ha suscitado un
interesante debate sobre por qué ciertas escorias aparecen adheridas a los
muros de algunos edificios históricos, así como también por el origen de las
mismas. Nos referíamos, concretamente, al castillo de Huérmeces y a la iglesia
parroquial de Vadocondes, ambos edificios salpicados por estos restos de
fundición. Entre las versiones que se vienen ofreciendo en el citado debate hay
una que es hasta cierto punto verosímil, aunque no definitiva; la idea es que
las escorias son restos de metralla, producto de alguna contienda bélica:
alguien desde fuera dispara con armas de fuego contra alguien que se defiende
dentro de los edificios. El tema es interesante, desde luego, y en él habrá que
profundizar, pero para ello ya existe su cauce en la citada entrada. El hecho
es que este asunto me ha hecho recordar otro edificio burgalés que, sin tener
restos de metralla en sus paredes exteriores, sí pueden verse con claridad los
estragos que aquella causó. Me estoy refiriendo a la iglesia de Barrio de
Bricia, junto al puerto de Carrales y límite con La Descampada, donde tuvieron
lugar cruentas batallas entre Nacionales y Republicanos en el trascurso de
nuestra Guerra Civil. Picado por una especie de viruela de odio, el campanario
herido es una muestra más de la saña con la que se combatió en esta zona cuando
en ella quedó establecido el frente de guerra. Es también un “monumento”
trágico que nos recuerda cómo, una vez
más, la brutalidad imperó sobre la razón. No sería malo trasladarlo a nuestro
rimbombante Museo de la Evolución Humana, allí luciría por derecho propio como
una muestra más de nuestros progresos evolutivos.
jueves, 16 de febrero de 2012
EL LABERINTO PERFECTO
FOTOGRAFÍAS: Villanueva Carrales. (Tomadas en otoño de 2006).
Las arañas debieron trabajar esa noche, o en ese amanecer (que no sé cuando tejen las arañas en el campo), como si en ello les fuera la vida. Una de ellas tengo la impresión de que llegó a tejer la telaraña perfecta, pues más parece su obra nuestro mapa neuronal, ese laberinto que nos guía a lo mejor y a lo peor de nosotros mismos, que otra cosa. No sé, se me ocurre pensar también que esta intrincadísima e impenetrable red debe parecerse a la que, en los últimos tiempos, los grandes poderes del mundo han tejido para nuestra confusión, para que, presos en ella, como moscas indefensas, seamos incapaces de salir y de entender nada de lo que sucede a nuestro alrededor. ¿Y si la araña tejedora conociera la salida? Otras arañas, más clásicas, quisieron seguir las enseñanzas de la gran maestra, pero no lograron sino muestras que ya conocemos bien. Siguiendo con la carpeta Arte en la Naturaleza, que hace poco iniciamos, os dejo aquí estas dos maravillas que una mañana otoñal encontré en Villanueva de Carrales.
domingo, 12 de febrero de 2012
UN PASEO POR VILLADIEGO
Arcos y farmacia. Renacimiento y modernismo. |
Cajonería de otra época. |
Un mostrador para el recuerdo. |
San Miguel cableado. |
Pescadería y carnicería entre nobles e históricos sillares. |
A la menor ocasión que se me presenta, tomo las de Villadiego. Quiero decir que me voy a Villadiego, a tomar un café o a lo que se tercie. Villadiego es uno de esos pueblos burgaleses que todavía conserva ese aire de pueblo sobrio, tan genuinamente castellano, rodeado de tierras de labor y encrucijada de caminos que llevan a pueblos perdidos entre lomas y llanos de cereal. Sólo por resguardarse en un día de lluvia o implacable sol bajo los cumplidos soportales de su plaza mayor ya merecería la pena la visita. Pero Villadiego tiene mucho más que ver, además de ese inteligente, cálido y encolumnado espacio, y no me refiero a las grandes cosas, arcos, iglesias o palacios, precisamente, sino a otras más humildes que, por lo general, suelen pasar inadvertidas. Si uno callejea con calma y escudriña su caserío, en cualquier rincón puede saltar la sorpresa. Para muestra, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, os ofrezco tres botones. El primero de ellos es su farmacia modernista en el corazón de la villa. La podéis encontrar bajo arcos renacentistas, una delicia, os lo aseguro; y una aspirina nunca está demás tener a mano. No muy lejos, podréis encontrar (si es que aún sigue vivo) un comercio de ferretería donde el tiempo se detuvo entre cajones de clavos, mostradores y vitrinas de madera propios de la época del Racionamiento; un gozo para los sentidos, un patrimonio cultural que en breve se ha de perder. Y dejé para lo último a San Miguel, un valioso conjunto escultórico, una joya que mira desde su agustino convento al palacio de los Velasco. No sé si habrá otro San Miguel de piedra tan bello en toda la provincia, mi reino por saber quién fue su renacentista escultor.
miércoles, 8 de febrero de 2012
COFRADÍA DE LAS CHISTERAS DE VILLASANDINO (II)
Villasandino. Calle y hospital (2011). |
FOTOGRAFÍAS: Villasandino, 1994.
Continuación
La comida
"oque plus"...
"manducati"
En esta ocasión, y como hecho excepcional, invitan al ritual de la comida a un estudioso del la ruta jacobea, que ha acudido para vivir la celebración, y a este cronista. La mesa está ya preparada con ocho cubiertos. La comida se las trae, no por su cantidad y calidad, que con el tiempo ha ido cambiando, por supuesto que a mejor (lo suyo era lo que comían los padres y abuelos de los cofrades presentes: sopa de cocido, garbanzos con berza y carne de vacuno cocida), sino por la liturgia que durante ella tiene lugar. Así, por ejemplo, las mujeres cofrades sólo participan de estas jornadas religioso-gastronómicas haciendo la comida, sin poder entrar al lugar donde los de la chistera celebran el banquete. Sólo al final, cuando éstos han terminado de comer, se les permite entrar. Por otro lado, el tamboritero, que no tiene la dignidad de cofrade, también se queda fuera del comedor, siendo él quien se encarga de transportar las viandas desde la cocina hasta la puerta del comedor, donde las recibe el Mayordomo, quien a su vez se encarga de servirla a los comensales. Participa igualmente de la comida el Padre Abad, o sea, el cura que ofició la Misa, que es el encargado de pronunciar la célebre y esperad fórmula “oque plus”, a la cual contestan a coro los demás: “manducati”, siendo este el momento de pasar al ataque. A partir de aquí es cuando, entre los vapores del buen vino de la tierra, puede surgir que algunos de los hermanos presentes pueda incurrir en falta al olvidarse del tratamiento, apareciendo con frecuencia los sancionables tuteos (tus) en lugar de los usted. Sin embargo, lo más normal es escuchar de los presentes frase como la que sigue: “Por favor, hermano Procopio (o el que corresponda), ¿puede usted servirme más vino?”. Continuando con el ritual, para levantarse de la mesa por cualquier circunstancia, aunque sea para ir al escusado, debe pedirse autorización al hermano Mayoral, quien, normalmente, no ha de poner ninguna traba. Y una vez finalizada la comida nadie podrá levantarse de la mesa hasta que no se haya rezado los Padrenuestros, Avemarías y Gloria Patris de rigor.
Chisteras, Libro de la Cofradía, vela y saeta. |
En el transcurso del banquete de este San Sebastián 1994, atípico por cierto, por la presencia de dos personas no cofrades, van desfilando las glorias y las penas vividas a lo largo de la dilatada historia de esta singular cofradía, una historia que puede tener su fin si nadie lo remedia por la escasez de “vocaciones” actual: “Nadie quiere ser ya cofrade, nadie quiere montar el caballo, y ya ves, el Mayoral de este año lo lleva haciendo varios, cuando lo de ley es que cada año sea uno distinto”, explica el hermano Emilio. Y sigue desgranando lamentos: “Mira, ahora sólo somos seis cofrades, mientras que en las reglas se dice que podemos ser hasta veinticinco”. En efecto, el viejo libro así lo prescribe: “El número de cofrades no ha de pasar de veinte y cuatro y el que ha de entrar no ha de tener cuarenta años y pagará por su entrada doce reales y diez por su mujer, los que entregará el mismo días que se le admita”.
Pero no finaliza los actos en honor de San Sebastián con esta comida, todavía por la noche los cofrades se reúne de nuevo, como es tradicional, en torno a la mesa para compartir la cena, una cena que tradicionalmente también se compone de alubias y carne estofada. Quizá haya sido este potente menú una de las causas por las que algunos cofrades hayan desertado, pues no todos los estómagos pueden resistir tales excesos. Mayoral a la salida de la iglesia. |
Oración y Misa de Seteno
En las jornadas que se comentan ya no se reza aquella vieja y extraña oración del libro fundacional:
“Cofrades y amados en el Señor: almas Nobles Milanés, que Esforzas y Borromeos, reconocieron ilustre, a quien Narbona y Milán tributaron sangre noble. Al mancebo más gallardo que en los jardines de Chipre se pudo ostentar Adonis. Al soldado más valiente, que en la Palestra de Mártir sacó laureles por triunfo, sin que excesos militares, ni travesura del ocio le pegasen contagio. Al más famoso campeón, que con Bastón Gentil observó continua el alma”.
pero los cofrades de hoy intentan que la celebración no decaiga; y así, se le da continuación al siguiente día, como era preceptivo, con una misa de recuerdo de los cofrades difuntos.
“En el día siguiente, a la Misa de Seteno asistirán todos con su vela y saeta al toque de campana al hospital de esta villa; concluidos los divinos oficios nos regresaremos a la casa del mayordomo que haya de seguir el siguiente orden”.
Huelga decir que el acto de la Misa de Seteno tiene lugar también con la indumentaria ya conocida, y que, así mismo, el tamboritero abre camino por las calles del pueblo hasta llegar a la iglesia de La Asunción.
Huelga decir que el acto de la Misa de Seteno tiene lugar también con la indumentaria ya conocida, y que, así mismo, el tamboritero abre camino por las calles del pueblo hasta llegar a la iglesia de La Asunción.
Día 21
Ha amanecido más suave, pero gris y lluvioso. El pueblo parece más desolado todavía. A las 12, 30 se repite la procesión, que sale de la casa del Mayordomo. Antes, el tamboritero ha hecho su recorrido para llamar a los cofrades, quienes acuden al son del consabido
“Que me den, que me den, que me den
que me den tortón, tororón tonton”.
Reunidos los hermanos cofrades, caminan lúgubres y en silencio más sepulcral (estas alturas el avisado lector ya habrá notado que el silencio es obligado una vez que los hermanos se han encasquetado las chisteras) por las mismas calles y las mismas callejuelas. Este cronista no ha podido resistir la tentación y ha pedido capa y chistera prestadas para integrarse en la comitiva. Son prendas de hace más de cien años, me dicen. Creyéndome una especie de templario, camino con ellos “en banda de a dos” hasta la iglesia del frío.
El tamboritero rompe el silencio del pueblo. |
Por la tarde aún hay tiempo de celebrar la tradicional la fiesta del “Higuillo”, en la cual se reparten caramelos a la chiquillería. Este año sólo seis niños, a los que ha habido que ir a esperar al autobús, intentan coger con la boca un higo que pende de un palo sujetado por los cofrades.
¿Volverá a repetirse el año que viene?
De Burgos en el recuerdo II (23 de enero de 1994).
De Burgos en el recuerdo II (23 de enero de 1994).
martes, 7 de febrero de 2012
COFRADÍA DE LAS CHISTERAS DE VILLASANDINO (I)
FOTOGRAFÍAS: Villasandino, 1994.
“Que me den, que me den,
que me den tortón,
tororón ton, ton”.
Día de Reyes: se reúnen todos los hermanos en la casa del Mayordomo, que ha sido nombrado el año anterior, con el fin de ultimar los preparativos del día de San Sebastián.
La hierba que rodea el templo se halla en parte cubierta de nieve. Las capas y chisteras de los cofrades se recortan sobre ella con gravedad. No ha llegado todavía el cura, “el padre abad” de la Cofradía, y por eso la espera en la nieve se adivina glacial. Afortunadamente, pronto hace su aparición, grande, con boina y sotana caladas, confundiéndose por un momento con la negrura de los hermanos de la chistera. Se apea el mayoral y se desprende del casco: “mira, mira”, dice señalándose la hendidura que el metálico gorro le ha dejado en la frente. Su mujer se preocupa por él: “Ten cuidado en la iglesia, Ramón, que te vas a coger algo con tanto sudor; ya sabes lo fría que está la iglesia...”.
Villasandino. En primer término el puente medieval sobre el río Odra. |
“Que me den, que me den,
que me den tortón,
tororón ton, ton”.
Es el monocorde repiqueteo del tambor de la Cofradía de las Chisteras, de Villasandino, que año tras año y desde tiempo inmemorial atruena esta villa durante los días 19, 20 y 21 de enero en honor a San Sebastián.
Día 20 de enero, del mes negro, del mes más frío del año, temprana hora de la mañana. La comitiva acaba de salir de la iglesia de La Asunción y por la callejuela estrecha que conduce a esta iglesia la veo venir de frente. El “tamboritero" delante y cuatro cofrades detrás, llevando en andas al santo de las saetas. Caminan deprisa, entre copos de nieve desbocados que el viento helador hace salir de todos los rincones. Me interpongo en su camino para interrogar: “Oigan, por favor....”. Nada, su gesto es grave, ni una mirada, ni una mueca, y menos un saludo, siguen veloces con su carga santa. Cuatro negros espectros mirando al suelo, y el tamboritero detrás con su “que me den, que me den, que den tortón, tororón tontón” que no cesa. Fantasmagóricas figuras ataviadas con chistera, capa negra y corbata, en la gélida mañana, portando a San Sebastián desnudo, trasladándole desde una de las catedrales del pueblo hasta la de Barriuso (¡Que grandiosidad de iglesias para tan pocas almas como viven en Villasandino!).
El tamboritero precede a los cofrades. |
Sigo a la comitiva, sigo su paso, nadie más lo hace. Nadie se asoma por las ventanas de las casas, se ignora, por bien conocido, el estruendo del tambor. Las calles ocres de adobe están desiertas y ni siquiera los perros, si los hay, se mueven, sólo lo hacen los finos dardos de nieve que el cierzo lanza contra las callejuelas del Cid, de Los Peregrinos, del Hospital de San Ambrosio.... Son las 10, los hermanos cofrades han roto este año el secular horario, ya que esta parca procesión debería haber tenido lugar al amanecer.
Finaliza el recorrido en una casa, (más tarde supe que era la del Mayordomo de la Cofradía), más o menos en el centro del pueblo. Allí hace alto el cortejo y cesa el tambor. Se quitan los cofrades las chisteras, y es en ese momento cuando se dignan no sólo a mirarme, sino también a dirigirme la palabra. Hago mi presentación y a continuación entran todos en la casa, parece que por riguroso orden, dejándome en la calle. Pero..."pase, pase”, me dicen acto seguido..
En la glorieta del Mayordomo se está como en la idem. Hay en ella una mesa central preparada con galletas y licores varios mañaneros. “Coma y beba lago”, invitan. Del altillo de un armario uno de los hermanos baja un envoltorio. Contiene, dicen, los libros de la Cofradía, y milagrosamente, el de su fundación. Comienza este libro con algunas hojas amarillentas y rasgadas con letra de finales del siglo XVIII, muy difícil de leer en aquel momento. Más adelante y con cuidada caligrafía, destaca un titular: “Reglas del más noble milanés Capitán y Mártir San Sebastián hechas a pedimento de todos los hermanos de dicha Cofradía”. Y sigue: "En la villa de Villasandino a veinte de enero de mil ochocientos veinte y nueve; estando reunidos y congregados los cofrades del mártir y defensor de la iglesia de San Sebastián, presentes abades y hermanos...”, continuando con las reglas, una tras otra, desde la primera hasta la duodécima, que termina “al toque de la campana al capitán de esta villa”.
Resulta curioso observar cómo los cofrades se tratan de usted y de hermanos: hermano Procopio por aquí, hermano Crescenciano por allá. Y es que una de reglas es, precisamente, que “hable cada uno de por sí y según le toque, hasta decidir el punto; y esto será con palabras normales, sin alterarse ni levantar la voz; no se tratan tú por tú uno a otro; y si se sucediese en contrario se le reprenderá sus excesos por los señores oficiales; y no tomando los consejos saludables de éstos se le castigará por primera vez con media libra de cera, y si incidiese se le despedirá de la Cofradía”. En torno a la mesa, con los cristales de la ventana chorreando vaho, el hermano Emilio desglosa para este neófito parte del ceremonial:
Día de Reyes: se reúnen todos los hermanos en la casa del Mayordomo, que ha sido nombrado el año anterior, con el fin de ultimar los preparativos del día de San Sebastián.
Día 19: Vísperas y Rosario: salen los cofrades de casa del mayordomo para dirigirse a la iglesia de La Asunción, se reza el Rosario y se recorre el pueblo uniformados, llevando al santo en procesión de una iglesia a la otra. Cuatro cofrades y el tamboritero. Lo dicen también las reglas: “La víspera del Santo nos hemos de reunir todos en la casa que los señores oficiales disputen, de donde saldremos con nuestros hábitos decentes, vela y saetas en dos bandas”.
Día 20: San Sebastián, mediodía: hace su ronda el tamboritero “que me den, que me den, que me den, que me den tortón, tororón ton ton” (el tortón era una torta de anís que antaño se hacía en este día), va de casa en casa en busca de los hermanos cofrades para que acudan todos a la del mayordomo, de donde de nuevo saldrán en procesión con sus Chisteras y capas.
Trasladan el santo de un a iglesia a otra. |
Que los cuatro cofrades más modernos tienen la obligación de llevar al Santo antes de misa mayor a la iglesia de varriuso con su capa y tambor delante |
Sigo al tamboritero solitario por las calles vacías, barrio abajo, barrio arriba. Al final, todos los cofrades confluyen en la casa de Félix, a quien este año le ha tocado ser el mayordomo. Llega el Mayoral, Ramón, que lleva treinta años de cofrade, también el hermano Emilio, con su yegua blanca engalanada. A las 12, 30 se encuentra reunida toda la comparsa. Todo listo, pues, para que la Cofradía de las Chisteras dé inicio a la procesión. En esta ocasión hay que aguardar a que el Mayoral, ya algo avanzado en edad, monte en la yegua; lo hace con dificultad, subiéndose a un banco de la CAM. Todos juntos, el tamboritero delante, al que sigue el pomposo Mayoral, con su flamante uniforme (casaca roja con bordados, pantalón azul con bandas verticales, botas altas de militar de caballería, y reluciente casco isabelino con penacho), blandiendo una bandera nacional, y a continuación el resto de los cofrades, “vela y saetas en dos bandas”, con su original y oscuro atuendo. Cerramos el cortejo un puñado de curiosos. Al fin todo se pone en marcha, y cómo no, bajo el monocorde repiqueteo del tambor. Al llegar cerca de la iglesia se unen algunos vecinos, muy pocos, que aguardaban bajo un tibio sol salido de la negrura invernal. Ondea con dificultad la bandera el Mayoral y se cumple el trayecto hasta la iglesia renacentista de La Asunción: “Que los cuatro cofrades más modernos tienen la obligación de llevar al Santo antes de misa mayor a la iglesia de varriuso con su capa y tambor delante”.
El Padre Abad se une a los cofrades. |
La hierba que rodea el templo se halla en parte cubierta de nieve. Las capas y chisteras de los cofrades se recortan sobre ella con gravedad. No ha llegado todavía el cura, “el padre abad” de la Cofradía, y por eso la espera en la nieve se adivina glacial. Afortunadamente, pronto hace su aparición, grande, con boina y sotana caladas, confundiéndose por un momento con la negrura de los hermanos de la chistera. Se apea el mayoral y se desprende del casco: “mira, mira”, dice señalándose la hendidura que el metálico gorro le ha dejado en la frente. Su mujer se preocupa por él: “Ten cuidado en la iglesia, Ramón, que te vas a coger algo con tanto sudor; ya sabes lo fría que está la iglesia...”.
Dentro del grandioso templo el grupo parece aún más pequeño. A un lado de San Sebastián, en el presbiterio, permanece firme y casi sin pestañear el vistoso Mayoral. Celebra la Misa el Padre Abad de la Cofradía. En los bancos de delante los hermanos cofrades con las saetas y las velas encendidas, detrás, bajo el coro, el tamboritero.
A la salida de la iglesia se forma de nuevo la comitiva para repetir el mismo trayecto. La guía el jinete coloreado, que no para de tremolar la bandera. Los vecinos ya no siguen a la procesión sin santo. Una vez más, llegan los cofrades a la casa del Mayordomo; en la puerta se desprenden de las chisteras y comienzan a entrar por orden de antigüedad, siendo los primeros en hacerlo los que más años llevan en la cofradía.
De Burgos en el recuerdo II ( 23 de enero de 1994).
Continúa...
De Burgos en el recuerdo II ( 23 de enero de 1994).
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