martes, 14 de abril de 2015

EL DRAGÓN COMEPIEDRA, CUENTO



El cuerpo del dragón


Otra vista del dragón

No parece el dragón que fue

El dragón paralizado


FOTOGRAFÍAS: Obtenidas y manipuladas en abril de 2015

Durante muchos años el dragón Comepiedra atemorizó a los viandantes que osaban adentrarse en el desfiladero. Su enorme dentadura trituradora producía tan espantosos rugidos que hacían levantar la boina al más valiente.  Había comido gran parte de la montaña y no le era bastante. Cuando tenía hambre y pedía almuerzo, sus bramidos eran tan sobrecogedores que paralizaban la vida en la comarca. Tenía esclavos que le suministraban comida arrancada a la montaña, pero nunca se saciaba y pedía más y más piedra, su voracidad no tenía límite, parecía que quisiera comerse toda la sierra. “¡Chuletas de piedra, quiero más chuletas de piedra!”, pedía a sus esclavos a gritos y a todas horas. De tanto devorar, el estómago del dragón se resentía con frecuencia y violencia, vomitando entonces grandes guijarros de fuego al camino, con gran peligro para los arriesgados transeúntes que se veían obligados a pasar bajo su aliento.

La situación llegó a oídos del Rey, quien ordenó a su hijo, el príncipe Administraco, que pusiera remedio. Le dijo: “Hijo mío, tienes que ir a matar el dragón Comepiedra, nuestros súbditos nos lo demandan y además está dejando al reino sin la montaña que nos provee de caza. Llévate la espada mágica, la de papel envenenado, y cuando por la noche la bestia esté dormida y tenga la lengua fuera, se la clavas. Así lo hizo tu hermano Oficiacos con otro dragón que hace años asoló también el reino y con magníficos resultados”.

Obediente, el príncipe Administraco se apostó una tarde detrás de unos peñascos hasta la llegada de la noche. Y cuando vio que el dragón había caído rendido, espatarrado sobre sus propios vómitos de piedra, se acercó sigilosamente y le hundió la espada de papel en la lengua, que tenía más de dos metros de larga y descansaba babeante sobre una losa. El dragón apenas si se despertó, de tan letal que era el papel envenenado, ya nunca más volvería a comer montañas. Su enorme cuerpo quedó allí tendido hasta que el rey ordenó que le abrieran las carnes de piedra y que sajaran su perversa alma. Desde entonces, su esqueleto fue disminuyendo poco a poco, ante la dolorida mirada de la montaña herida.


Falta lo que comió el dragón

Su apetito fue insaciable


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