El cuerpo del dragón |
Otra vista del dragón |
No parece el dragón que fue |
El dragón paralizado |
FOTOGRAFÍAS: Obtenidas y manipuladas en abril de 2015
Durante
muchos años el dragón Comepiedra atemorizó a los viandantes que osaban
adentrarse en el desfiladero. Su enorme dentadura trituradora producía tan
espantosos rugidos que hacían levantar la boina al más valiente. Había comido gran parte de la montaña y no
le era bastante. Cuando tenía hambre y pedía almuerzo, sus bramidos eran tan sobrecogedores que paralizaban la vida en la comarca. Tenía esclavos que le
suministraban comida arrancada a la montaña, pero nunca se saciaba y pedía más
y más piedra, su voracidad no tenía límite, parecía que quisiera comerse toda
la sierra. “¡Chuletas de piedra, quiero más chuletas de piedra!”, pedía a sus
esclavos a gritos y a todas horas. De tanto devorar, el estómago del dragón se
resentía con frecuencia y violencia, vomitando entonces grandes guijarros de
fuego al camino, con gran peligro para los arriesgados transeúntes que se veían
obligados a pasar bajo su aliento.
La situación
llegó a oídos del Rey, quien ordenó a su hijo, el príncipe Administraco, que pusiera remedio. Le dijo: “Hijo mío, tienes que ir a matar el dragón
Comepiedra, nuestros súbditos nos lo demandan y además está dejando al reino
sin la montaña que nos provee de caza. Llévate la espada mágica, la de papel
envenenado, y cuando por la noche la bestia esté dormida y tenga la lengua
fuera, se la clavas. Así lo hizo tu hermano Oficiacos con otro dragón que hace
años asoló también el reino y con magníficos resultados”.
Obediente,
el príncipe Administraco se apostó una tarde detrás de unos peñascos hasta
la llegada de la noche. Y cuando vio que el dragón había caído rendido,
espatarrado sobre sus propios vómitos de piedra, se acercó sigilosamente y le
hundió la espada de papel en la lengua, que tenía más de dos metros de larga y descansaba
babeante sobre una losa. El dragón apenas si se despertó, de tan letal que era
el papel envenenado, ya nunca más volvería a comer montañas. Su enorme cuerpo
quedó allí tendido hasta que el rey ordenó que le abrieran las carnes de piedra
y que sajaran su perversa alma. Desde entonces, su esqueleto fue disminuyendo
poco a poco, ante la dolorida mirada de la montaña herida.
Falta lo que comió el dragón |
Su apetito fue insaciable |
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