Más de setecientas entradas
duermen apretadas en este Cajón de Sastre. Y siendo tantas, me sorprendo al
hacer revisión de no haber encontrado ninguna dedicada a la minería burgalesa,
ni a los mineros, trabajadores de los infiernos por los que siempre he sentido profunda
admiración.
Hoy, queridos amigos
de este Cajón de Sastre, quiero reparar esta ausencia en el blog reproduciendo
un artículo que, con el título de El abuelo fue picador, publiqué en
1993 en el extinto Diario 16 Burgos, y después en el libro Burgos en el
recuerdo II (1998). El reportaje trata de la minería del manganeso en los
Montes de Oca y del carbón en tierras de Juarros, con sus esforzados protagonistas
como eje principal. Sirvan las líneas derramadas entonces como homenaje de este
blog a todos aquellos que enfermaron, e incluso murieron por el polvo de las
minas burgalesas.
EL ABUELO FUE
PICADOR
El manganeso de Puras de Villafranca
Conforme
me iba acercando al gran salto, el estruendo del río precipitándose en las
profundidades se hacía más insoportable. ¿Qué era aquello, una mina o en verdad
el mismo infierno? ¿Pudo algún ser humano no solo adentrarse, sino también permanecer
horas, días, noches, arañando el manganeso en las galerías de aquel averno? Por
un momento, al avistar la cascada y la sima con entibados caídos, atravesados y
en descomposición, recorrió mi cuerpo un estremecimiento de terror. Todos mis
años vividos explorando el subsuelo como espeleólogo de nada me sirvieron para
soportar aquello que imaginaba en la negrura del fondo: un dédalo de galerías
siniestras, inundadas y concrecionadas por gritos de dolor.
Desde
que la mina fue abandonada, el impetuoso discurrir del agua debió ser incesante,
erosionando todo lo que encontraba a su paso. Pese a ello, en mi escalofrío, pensaba
que no podía haber borrado la huella de las páginas mineras escritas con sudor
y barrena, no era posible que lo hubiera borrado todo. De pronto, sentí la
imperiosa necesidad de salir cuanto antes del antro, y ya en contacto con la
luz exterior, junto a la boca de la mina, prometí seguir los pasos de los
hombres que construyeron y sufrieron el angustioso subterráneo que había dejado
atrás.
No
tuve que esperar mucho. Por un camino paralelo al río, el que de Puras de
Villafranca conduce a la mina del término de Los Valladares, observé que se
acercaba, con lentitud, un hombre anciano con su cachaba. Lo esperé al pie de
la bocamina. Me dijo su nombre, Eulogio Garrido, y sus años, noventa. Él no
trabajó en el interior, pero su relación con el manganeso y la minería de Puras
estaba perfectamente clara, al haber sido guardián del polvorín de la empresa
minera. “Está usted en la mina de Los Valladares, me dijo. En esta es donde más
mineral se sacó. Sobre los años veinte fue explotada por un tal Pradera. Esto,
entonces, parecía la guerra, todos los días se escuchaban los estampidos de los
barrenos. ¿Ve al otro lado del río aquella escombrera, ahora tapada de hierba?,
pues allí hay otra mina que se comunica con esta. Al lado estaban las oficinas
y el almacén del mineral”.
Tras estas primeras explicaciones nos dirigimos lentamente hacia el pueblo. Por el camino, Eulogio iba dando rienda suelta a su memoria y a sus recuerdos, y en un momento me hablaba de la precaria luz del candil de petróleo de los mineros (“cuando no había luz eléctrica”), y en otro del vendaval que hubo en Puras en 1940, que llegó a derribar trescientas hayas: “Con el dinero que se sacó de la venta de aquellos árboles pudimos montar una pequeña central eléctrica con la que se abasteció el pueblo”. Me hablaba de un tiempo en el que “el manganeso se sacaba a las vagonetas por medio de tornos de mano”.
Un pueblo sobre el vacío. No sabían que estaban enfermos. “El agua nos entraba por el cuello y nos salía por las zapatillas”
Llegados
a Puras, al pie mismo de la gran grieta-mina que, como una cremallera, desgarra
la montaña, me informa Eulogio de que “las galerías pasan por el pueblo” y de
que “debajo de él todo está hueco”. Me recomienda, por último, que visite a
alguno de los mineros que todavía viven en el pueblo: “Habla con Isaac, ese lo
sabe todo”.
Encontré
a Isaac en la parte más elevada del pueblo, en la última casa y frente a una
surgencia que, impetuosa, brota de la pudinga. Buen conocedor de las entrañas
mineras, donde laboró como barrenador y entibador, no tiene reparos en afirmar
que “cuando trabajábamos en las minas no se nos hacía reconocimiento médico
alguno. Así que, cuando las cerraron, hace 26 años, nadie de los que habíamos
trabajado en ella sabíamos que estábamos enfermos de silicosis. Pero un día llegó al pueblo un
coche de reconocimiento y nos auscultaron, y comprobaron que todos teníamos esa
enfermedad. El ingeniero nos decía que en estas minas no había silicosis, pero
al final fue que sí”.
Uno
de los principales obstáculos, sino el mayor, para la explotación de estas
minas, fue el agua, contra la cual la lucha era constante. Y es que, según
Isaac, “el manganeso de Puras, que salía de las piedras, estaba donde estaba el
agua. Por eso, cuando hacíamos u agujero con un barreno solía brotar un chorro
a presión que había que taponar con rapidez. Es decir, que teníamos que estar
continuamente, incluso los domingos, achicando el agua de las galerías, con dos
bombas que había de 15 y 10 caballos. Pero pese a esta humedad, no disponíamos
de ropa ni rajes especiales; había veces que el agua nos entraba por el cuello
y nos salía por las zapatillas.
Cuando
la empresa Cegasa, de Oñate, cerró en 1968 las minas de Puras, donde
encontraron ocupación gentes de Belorado, San Miguel de Pedroso y otros pueblos
cercanos, este precioso rincón burgalés y sus habitantes pudieron descansar del
estruendo de la dinamita, pero la estela dejada por el manganeso en la zona fue
únicamente de paro y enfermedad: “Total -cuenta Isaac-, por un sueldo de 85
pesetas el día que más, unas cuatro mil al mes”.
Tras mi primer contacto con los mineros del manganeso, sentí un irrefrenable deseo de saber más sobre los otros cientos de burgaleses, la mayoría de ellos labradores y ganaderos que, convertidos de la mañana a la noche en mineros, sin reciclaje alguno, descendieron osados al fondo de la tierra en busca de una riqueza que tocaron pero que nunca les llegó.
Se observa el desgarro en la montaña.
(En la construcción reza este cartel:
PROHIBIDO TIRAR BASURAS FUERA DEL POZO
MULTA 1000 PESETAS)
Continuará...
Estos retazos que dejas son mucho más que históricos, alimentan el candil de nuestros antepasados, la luz brilla en los recuerdos, gracias.
ResponderEliminarGracias, Rosa, de acuerdo en todo.
ResponderEliminarUn abrazo