Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

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domingo, 29 de abril de 2018

UN PORTILLO EN EL ESPINAZO DE VALDELUCIO

Paso excavado y contrafuerte ciclópeo

Desde El Portillo, a lo lejos, se ven Barrio y La Riba 


FOTOGRAFÍAS: El Portillo, Barrio-Lucio y la Riba de Valdelucio (abril 2018)

        Fueron tiempos de portillos, de excavaciones en las rocas para pasar de un lado a otro, para atravesar montañas y cordilleras imposibles y evitar grandes rodeos. Fueron tiempos en los que nada se interponía en la comunicación de pueblos y lugares, bien para la relación entre vecinos o bien para aprovechar bienes o riquezas “del otro lado”. Nada asustaba, y si había que enfrentarse a las peñas hasta desgajarlas, abrir paso donde no había, se hacía con valentía y decisión, utilizando pesados mazos y picachones; no importaba el tiempo empleado ni el esfuerzo megalítico si al otro lado se encontraba el familiar o el amigo querido, las buenas tierras de cultivo o los verdes pastizales para los ganados.
        Hoy, queridos amigos de este Cajón de Sastre, os traigo un paso nuevo de montaña, uno más que añadir a la larga lista de los que ya llevamos guardados en este Cajón de Sastre. Localizado en el valle de Valdelucio, era conocido como “El Portillo” y servía para comunicar los pueblos de Barrio-Lucio y La Riba con los del otro lado del espinazo que parte en dos al valle de Valdelucio (Respenda, Mundilla, Villaescobedo...), así como también para acceder a los ricos pastos de Berrón, abajo del “espinazo”, hoy patatales, pero ayer buenos y extensos praderíos. Alguien nos contó, en este sentido, que fue facilitar el acceso del ganado de Barrio y La Riba a estos pastos el motivo principal para la abertura de El Portillo.
        Si hubiéramos encontrado vecinos suficientes en lugar de vacíos lugares, seguramente nos hubieran descrito relatos con alma en relación a este Portillo, pero la despoblación se llevó la memoria a peor vida. Aun así supimos de novios de uno y de otro lado que en numerosas ocasiones lo atravesaron para sus encuentros amorosos. 

viernes, 23 de febrero de 2018

PINCELADAS DE QUINTANAJUAR


Capricho del paso del tiempo y el abandono

Algo se vislumbra, pero mis ojos no lo captan

Tres rosetas como tres soles

FOTOGRAFÍAS: Pinturas en Quintanajuar (Tomadas en febrero de 2018)

        He vuelto a Quintanajuar, ¡después de veinte largos años! Y lo que entonces no logré, acceder a la iglesia arruinada, único edificio en pie que quedaba de lo que un día fue el pueblo, en esta ocasión lo he conseguido al estar la puerta abierta. No voy a contaros el penoso estado del templo, pues este es uno más de tantos en ruinas como llevo vistos en la provincia, todos ellos con parecidas rajaduras y hundimientos, y saqueos. Pero si quiero mostraros algunos fragmentos de pinturas murales, algunas policromas y muy difuminadas por el paso del tiempo y las humedades, que decoraron sus muros y que aún hoy se pueden ver en dos arcos rebajados y enfrentados. Y no es que muestren representaciones de interés (si las tuvieron, hoy están borradas o muy escondidas, salvo alguna roseta de ocho pétalos), pero sirven para dar rienda suelta a la imaginación, que es la mejor forma de vivir el arte.   



Es más lo que se adivina que lo que se ve

        Lo que aquí dejo hoy son restos, retales de lienzos pictóricos en una iglesia olvidada de un pueblo también olvidado, de pinturas que un día algún monje bernardo, de uno que pudo pertenecer al monasterio de Rioseco de Manzanedo, cuando aún tenía priorato en este lugar, plasmara con arte barroco para los fieles de este pueblo, antes de que estos decidieran salir de aquél apartado rincón burgalés en los años sesenta del pasado siglo. Son  retazos de obras significativas, más que figurativas, posiblemente en los que pocos se fijarían, y sin embargo, como pinceladas de la historia de este pueblo,  a mí se me antojan llenos de valor.

        
Los jarrones de Quintanajuar ¿Pureza cisterciense?


martes, 28 de octubre de 2014

CAMINO DE SANTA CASILDA (III) DESDE ROJAS POR EL PASO DE LAS CUEVAS



Rojas. A la izquierda de la imagen
 puede verse su castillo. 


Molino de Los Congostos.


Molino de Los Congostos.


Gran cavidad en el paso de Las Cuevas.
En ella vivieron gitanos nómadas.
¡"Cuántos gitanos habrán nacido ahí en eso"!

Paso de Las Cuevas, camino de Buezo.
Hubo quien caminó descalzo por la roca.



Paso de Las Cuevas

Al final del camino se aprecia la entrada
 al paso de Las Cuevas.

Santa Casilda al borde del precipicio.


FOTOGRAFÍAS: Rojas. Camino de Rojas. Paso de las Cuevas. Santuario rocoso de Santa Casilda. (Tomadas en octubre de 2014). 

Hace dos años (¿dos años ya?) que en este Cajón de Sastre, para el capítulo de “Pasos de Montaña”, recorrimos algunas de las rutas que siguieron los devotos de Santa Casilda para llegar al santuario de la princesa mora convertida. Recordemos que la última de ellas fue la que, partiendo de Quintanavides, lleva a Buezo pasando por Reinoso. Dos años, ya digo, y parece que fue ayer. Hoy venimos con una nueva ruta, la que desde Rojas, como punto de confluencia de devotos de numerosos pueblos de La Bureba y de Las Torcas, pasaba por la estrechura conocida como Las Cuevas, camino de Buezo. Las Cuevas es un pintoresco pasaje entre peñascos calizos que debe su nombre a la existencia de algunas cavidades a uno y otro lado del río que discurre paralelo al camino. En una de ellas, la de mayor amplitud, se cuenta que salió un pollo que habían metido por la Cueva del Moro, de Quintanaurria. 

Rojas es un lugar con especial veneración a Santa Casilda, como lo demuestra que cada 9 de abril celebran su fiesta. Como lo demuestra también que cada día de San Juan y cada día de San Miguel, sus vecinos tenían y tienen la costumbre de subir en romería al santuario para celebrar sendas comidas campestres (había bailes y se mataba un pollo para cada ocasión) en torno a la ermita y al milagroso Pozo Blanco. Y si a todo ello le sumamos que generación tras generación sus vecinos han visto pasar por su calle mayor a infinidad de peregrinos camino del santuario, podemos decir que Rojas es un pueblo casildiano, si se admitiera tal definición.

A Rojas llegaban devotos desde lugares bien distantes, cada uno por donde le venía mejor, pero la mayoría confluyendo en el pueblo castelar. Los que llegaban de Las Torcas, Melgosa, Valdearnedo, Cobos, Abajas, Arconada, La Molina, los Rublacedos..., esos pasaban por Quintanaurria, el pueblo de las higueras, donde tomaban un camino montesino que los conducía hasta el molino de Los Congostos, inicio del paso de Las Cuevas, sin necesidad de entrar a  Rojas. Pero los que peregrinaban desde el oeste de la Bureba, dígase Poza de la Sal, Llano, Hermosilla, Castil de Lences, Lences, Carcedo, Quintanilla,.., esos tenían a Rojas como paso obligado. 

Rojas y su amplia y aseada calle mayor (desde 1910, Avenida de Toribio Saiz, benefactor del pueblo, ya que fue quien sufragó la traída de aguas), en efecto, era lugar de paso para los devotos de la santa. Sus vecinos de siempre los vieron pasar, andando o en burros, en grupos o en solitario, algunos descalzos haciendo penitencia para pedir favores ("De aquí mismo, de este pueblo [de Rojas] pues a una que tuvo un nieto la meningitis...., y el niño se quedó ciego, pues se ofreció a Santa Casilda. De rodillas subió la mujer toda la ladera, pero al chiquillo no se le quitó la ceguera ...".), otros ocultando en las alforjas los exvotos de cera que ofrecerían en el santuario. Todos en dirección a Las Cuevas, donde el camino a Santa Casilda se hace roca y ensombrece.


lunes, 23 de septiembre de 2013

TRAS LA HUELLA DE LOS MULEROS. RUTA DE MIRANDA DE EBRO. TRAMO DE NOCEDO A POZA DE LA SAL

En el horizonte está Nocedo. 

Nocedo han dejado atrás, pisan firme con tesón,

soñando en poder volver, todavía sin llegar,
portillos de infierno, nieblas de perdición,
los muleros avanzan, cabalga el mayoral.


Fuente Tistierna (cerca de Villalta).

Pueblo abandonado en el Páramo de Masa.


Ya asoma Villalta, parador de nunca más,

es mitad del camino, pronto la noche caerá.
hay que llegar a Poza, antes del estrellar,
los muleros avanzan, cabalga el mayoral.


Camino de Nocedo a Poza. 

Reflejos en el páramo. 

Mirador sobre el diapiro.

 Salineros de Poza, que ya bajan los muleros,
mirad por Alto Oero, antes que dejéis la sal,
vienen del ancho páramo, descansar quieren sin más.
los muleros avanzan, cabalga el mayoral. 


FOTOGRAFÍAS: camino Nocedo-Poza de la Sal. Fuente Tistierna. Villalta. Caja de los Espejos. Mirador de La Bureba sobre el diapiro. (Tomadas en septiembre de 2013). Contraluz en el monumento a Félix Rodríguez de la Fuente en el portillo de Poza. (2008).  


... Los muleros de “El Peseta”, con su mayoral al frente de la reata, tras dejar atrás Nocedo, continuaron su larga marcha en dirección a Miranda de Ebro. Pero esta ciudad en feria de marzo (San José) aún quedaba lejos. A punto de caer la tarde, todavía sus decididos pasos estaban llegando a las proximidades de Villalta. Apuraron el paso por el camino recto de Nocedo a Poza para llegar a buena hora a la villa salinera, donde habrían de pasar la noche, su única noche en la ruta. Llegados a Fuente Tistierna, es muy probable que salieran del camino para dar de beber a su reata. Ni un segundo más. Y bien que Villalta estaba a la vista, con el viejo Parador de Agustín González, pero allí nada se les había perdido. Atravesaron la carretera Burgos-Bercedo y continuaron por el camino del Páramo de Masa, espiritual llanura, sobre pisadas que ya conocían bien, las suyas de los años anteriores. No muy lejos han visto ya el Alto Otero, y lo agradecen. El sol acababa de esconderse allá por la Peña Amaya, con rojo atardecer un día, con nieve de tempestad otro. El portillo de Poza por fin estaba a su alcance. Abajo, algunos salineros, reparadores de última hora, vieron cómo bajaban por la cuesta, en fila de a uno, el mayoral montado en su caballo y el criado en la yegua, con el cencerro conductor, delante; la reata mular, en orden militar, detrás. Cuando llegaron a la villa pozana, la noche era total. Allí cenaron, allí durmieron... 


En la retrospección no hemos dado cuenta del bosque de molinos eólicos que hoy ha crecido en el páramo, despistando el camino de los muleros que ahora seguimos. Un bosque de metal que algún día, después de siglos de dar vueltas, o de menoss años, se convertirá en chatarra para desguace. ¿Quién lo desguazará entonces? Su murmullo al girar rompe hoy el sosiego del páramo, aunque los contraluces de la tarde embellecen el horizonte. Una construcción de piedra, chapa oxidada y espejos, en una ladera del Alto Otero, parece puesta para emitir señales y contactar con inteligencias de otros planetas. ¿O quizá es una de obra de arte, o un multiplicador de molinetes? Demos rienda a la  imaginación. Para rematar el camino, asomémonos al mirador de La Bureba y soñemos, ¿habrá otro tan extraordinario? 




Contraluz en el portillo de Poza de la Sal. 


domingo, 15 de septiembre de 2013

TRAS LAS HUELLAS DE LOS MULEROS. RUTA DE MIRANDA DE EBRO. TRAMO DE VALDELATEJA A NOCEDO



Los muleros remontaban por el 
camino de Siero.

De los páramos de Sargentes bajaban a la
hendidura de Valdelateja.
Este pueblo poco se parece hoy
 al que encontraron los muleros.

Al ascender , los muleros podían
echar la vista atrás y contemplar este panorama.

Los muleros llegan a Siero...

... y encuentran las primeras ruinas. 


Atalaya de Santa Centola y Elena. 

Aparece el camino empedrado...

... con sus contrafuertes. 

Ya nadie utiliza  los caminos entre pueblos.


FOTOGRAFÍAS: Valdelateja. Ruinas de Siero. Camino de Valdelateja a Nocedo. Nocedo. (Tomadas en septiembre de 2013),  



Recapitulemos. Siguiendo la ruta que transitaron los muleros cuando se dirigían a las ferias de Miranda de Ebro, nos habíamos quedado en la ermita de San Antonio, en Valdelateja. Así que, siguiendo las indicaciones de “El Peseta”, el más famoso tratante de mulas del norte de España, habíamos recorrido ya en nuestro viaje un primer tramo, el que tras haber salido de San Martín de Elines nos había dejado en la citada ermita, a la entrada de Valdelateja. Pues bien, hoy continuamos el viaje, y lo hacemos como ellos lo hicieron hasta la mitad del siglo pasado, cruzando el Rudrón y ascendiendo por el camino de Siero. Uno se imagina hoy este empinado sendero, uno de los más conocidos de la provincia, ocupado por reatas de mulas de más de treinta unidades, y no puede por menos que maravillarse. El mayoral, montado a caballo, hacía de  guía; él encabezaba la comitiva mular porque conocía mejor los senderos y trochas por  haberlos recorrido tantas veces. Miranda estaba aún lejos. Era marzo, habían salido de amanecida, recorrido los páramos de Sargentes, y todavía faltaba mucho para llegar a Poza de la Sal, donde hacían noche. San Martín-Poza, en efecto, era una de las dos etapas con las que cumplimentaban la ruta de Miranda. Una barbaridad, sólo apta para gente esforzada, gente de otro tiempo y de epopeya, tan dura  como las rocas de los caminos que hollaban. Nosotros seguimos hoy sus pasos borrados hasta donde nuestras fuerzas nos lleven. Remontamos hasta Siero, hoy apenas una sombra de lo que fue; de este lugar desaparecido sin memoria, sólo el cementerio de Valdelateja y una casa quedan en pie, pegados a la iglesia arruinada, quizá aquella casa de la que vio salir humo “El Peseta”, seguramente ya en los últimos estertores del pueblo. Arriba queda la ermita de Santa Centola y Elena, destino casi único para los senderistas modernos. Pero no era éste un lugar de entretenimiento para los muleros, ¡bastante les importaba a ellos la historia y el arte!, lo dejaban atrás y continuaban su ascenso, lo más rápido que podían, camino de Nocedo, un hito habitado en su ruta. Nosotros seguimos sus pasos, con más parsimonia, con lentitud, pues el espectáculo que se nos ofrece a medida que remontamos es de ovación y bien merece una y mil  paradas. Echamos la vista atrás, sobre el empedrado del camino, y vemos un espectáculo natural como pocos, lo que antes nos parecía alto y esforzado de remontar ahora lo vemos muy bajo y con deseos de volar; Valdelateja, el Rudrón, Siero y su nido de Santa Centola, quedan hundidos entre cañones, enmarcados por farallones calizos de estratos con encefalograma plano. El camino de Nocedo a veces parece sendero y a veces Camino Real, en ocasiones comido por la maleza y otras veces luciendo empedrados y contrafuertes, dignas obras de titanes. Es un camino para subir a las tierras altas, donde fue y es posible sembrar, un camino que los muleros supieron aprovechar. Hemos remontado. Ya el paisaje es paramero, propio para llamarse nava, los rastrojos grisáceos nos sugieren que son tierras en barbecho. Un par  de kilómetros más y hacemos un alto para respirar los vientos que llegan del lejano norte, por donde divisamos alturas conocidas, como los castros de Bricia, Tureña, Cielma... Tras recorrer, escondidos, un tramo entre carrascas, encontramos refugio en un núcleo de apriscos para el ganado abandonados, son cercados de piedras hincadas que semejan cromlechs, pegados a roquedos protectores. Aunque no es creíble que los muleros hicieran lo propio, pues Poza todavía quedaba lejos y no era cuestión de entretenerse. A un tiro de fusil, o quizá de piedra, hacia el sur, ya asoma el campanario de la iglesia de Nocedo. Quién sabe si los muleros rezarían en este escondido rincón burgalés.


Los muleros llegaban a Nocedo.
Todavía quedaba mucho para Poza  de la Sal,
 su primera noche antes de llegar a
Miranda de Ebro.

En un tramo, el camino discurre bajo las sombras
del bosque de carrascas.  


Nocedo.
Los vecinos de este pueblo vieron pasar las reatas.

       Las reatas de “El Peseta” siguieron camino de Villalta. En nuestra retrospección histórica, vimos cómo las figuras de los cuadrúpedos se perdían por tierras de dólmenes y menhires, encajonadas entre dos lomas... Veremos cómo y por dónde llegaron estas sombras de los caminos.

 

TRAS LAS HUELLAS DE LOS MULEROS. RUTA DE MIRANDA DE EBRO. TRAMO DE VALDELATEJA A NOCEDO



Los muleros remontaban por el 
camino de Siero.

De los páramos de Sargentes bajaban a la
hendidura de Valdelateja.
Este pueblo poco se parece hoy
 al que encontraron los muleros.

Al ascender , los muleros podían
echar la vista atrás y contemplar este panorama.

Los muleros llegan a Siero...

... y encuentran las primeras ruinas. 


Atalaya de Santa Centola y Elena. 

Aparece el camino empedrado...

... con sus contrafuertes. 

Ya nadie utiliza  los caminos entre pueblos.


FOTOGRAFÍAS: Valdelateja. Ruinas de Siero. Camino de Valdelateja a Nocedo. Nocedo. (Tomadas en septiembre de 2013),  



Recapitulemos. Siguiendo la ruta que transitaron los muleros cuando se dirigían a las ferias de Miranda de Ebro, nos habíamos quedado en la ermita de San Antonio, en Valdelateja. Así que, siguiendo las indicaciones de “El Peseta”, el más famoso tratante de mulas del norte de España, habíamos recorrido ya en nuestro viaje un primer tramo, el que tras haber salido de San Martín de Elines nos había dejado en la citada ermita, a la entrada de Valdelateja. Pues bien, hoy continuamos el viaje, y lo hacemos como ellos lo hicieron hasta la mitad del siglo pasado, cruzando el Rudrón y ascendiendo por el camino de Siero. Uno se imagina hoy este empinado sendero, uno de los más conocidos de la provincia, ocupado por reatas de mulas de más de treinta unidades, y no puede por menos que maravillarse. El mayoral, montado a caballo, hacía de  guía; él encabezaba la comitiva mular porque conocía mejor los senderos y trochas por  haberlos recorrido tantas veces. Miranda estaba aún lejos. Era marzo, habían salido de amanecida, recorrido los páramos de Sargentes, y todavía faltaba mucho para llegar a Poza de la Sal, donde hacían noche. San Martín-Poza, en efecto, era una de las dos etapas con las que cumplimentaban la ruta de Miranda. Una barbaridad, sólo apta para gente esforzada, gente de otro tiempo y de epopeya, tan dura  como las rocas de los caminos que hollaban. Nosotros seguimos hoy sus pasos borrados hasta donde nuestras fuerzas nos lleven. Remontamos hasta Siero, hoy apenas una sombra de lo que fue; de este lugar desaparecido sin memoria, sólo el cementerio de Valdelateja y una casa quedan en pie, pegados a la iglesia arruinada, quizá aquella casa de la que vio salir humo “El Peseta”, seguramente ya en los últimos estertores del pueblo. Arriba queda la ermita de Santa Centola y Elena, destino casi único para los senderistas modernos. Pero no era éste un lugar de entretenimiento para los muleros, ¡bastante les importaba a ellos la historia y el arte!, lo dejaban atrás y continuaban su ascenso, lo más rápido que podían, camino de Nocedo, un hito habitado en su ruta. Nosotros seguimos sus pasos, con más parsimonia, con lentitud, pues el espectáculo que se nos ofrece a medida que remontamos es de ovación y bien merece una y mil  paradas. Echamos la vista atrás, sobre el empedrado del camino, y vemos un espectáculo natural como pocos, lo que antes nos parecía alto y esforzado de remontar ahora lo vemos muy bajo y con deseos de volar; Valdelateja, el Rudrón, Siero y su nido de Santa Centola, quedan hundidos entre cañones, enmarcados por farallones calizos de estratos con encefalograma plano. El camino de Nocedo a veces parece sendero y a veces Camino Real, en ocasiones comido por la maleza y otras veces luciendo empedrados y contrafuertes, dignas obras de titanes. Es un camino para subir a las tierras altas, donde fue y es posible sembrar, un camino que los muleros supieron aprovechar. Hemos remontado. Ya el paisaje es paramero, propio para llamarse nava, los rastrojos grisáceos nos sugieren que son tierras en barbecho. Un par  de kilómetros más y hacemos un alto para respirar los vientos que llegan del lejano norte, por donde divisamos alturas conocidas, como los castros de Bricia, Tureña, Cielma... Tras recorrer, escondidos, un tramo entre carrascas, encontramos refugio en un núcleo de apriscos para el ganado abandonados, son cercados de piedras hincadas que semejan cromlechs, pegados a roquedos protectores. Aunque no es creíble que los muleros hicieran lo propio, pues Poza todavía quedaba lejos y no era cuestión de entretenerse. A un tiro de fusil, o quizá de piedra, hacia el sur, ya asoma el campanario de la iglesia de Nocedo. Quién sabe si los muleros rezarían en este escondido rincón burgalés.


Los muleros llegaban a Nocedo.
Todavía quedaba mucho para Poza  de la Sal,
 su primera noche antes de llegar a
Miranda de Ebro.

En un tramo, el camino discurre bajo las sombras
del bosque de carrascas.  


Nocedo.
Los vecinos de este pueblo vieron pasar las reatas.

       Las reatas de “El Peseta” siguieron camino de Villalta. En nuestra retrospección histórica, vimos cómo las figuras de los cuadrúpedos se perdían por tierras de dólmenes y menhires, encajonadas entre dos lomas... Veremos cómo y por dónde llegaron estas sombras de los caminos.

 

viernes, 21 de septiembre de 2012

CAMINOS DE SANTA CASILDA (II) POR REINOSO, UN ITINERARIO DE LEYENDA


En Quintanavides confluyen
dos caminos de peregrinaje. 

Reinoso.
Peñas de los Huevos

Reinoso.
Peñas fantasmales, lugar para otear horizontes. 

Camino de Santa Casilda.

Quedaron grabadas en la roca
 las ruedas del carro en el que viajaba la santa..

FOTOGRAFÍAS: Camino de Santa Casilda (Tomadas en septiembre de 2012). 



Ya vimos en reciente entrada una de las rutas que desde la ciudad de Burgos llevaba o lleva a Santa Casilda. Hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, os traigo una nueva ruta por la cual se llega al santuario de la reconvertida mora. Se trata de un itinerario que fue muy seguido por devotos de los pueblos aledaños al Camino de Francia, un itinerario con evocaciones a la santa e indudable interés paisajístico. Parte de Quintanavides, lugar en cuyo callejero se puede ver una placa que señala la dirección a seguir. Y algo asombroso, junto a esta placa se ve también la concha de los peregrinos santiaguinos, lo que no deja de ser una curiosa coincidencia, pues sugiere que el paso de Quintanavides nació con vocación doblemente peregrina. Pero sigamos. Desde este soleado pueblo-camino se llega a Reinoso, tras haber pasado por Revillagodos, pueblo de notables resonancias y gran heráldica. En Reinoso se abandona el asfalto, es la hora del calzado peregrino. Se empieza a ganar altura, se enfila una amplia senda de tierra, hoy reconvertida para maquinaria agrícola. Al poco, aparecen las Peñas del Huevo, lugar mágico donde los haya, con testigos rocosos de figura fantasmal y aires dolménicos, donde alguien se entretuvo, un legendario  día, arrojando huevos contra ellas hasta erosionarlas. Observad, querido amigos de este baúl de recuerdos, que esta leyenda la encontramos también en muchos lugares de la geografía burgalesa y nacional, que peñas abiertas o  agujereadas a huevazos las encontramos en Peñahorada, en Huidobro, en Corro, por citar sólo algunos ejemplos. El poder de los huevos y de la fábula. Y sigue la senda por balcones de aire y despejado panorama; a la izquierda, los Montes Obarenes, difuminados por la bruma, en el lado opuesto, la Demanda serrando el cielo, y en medio, la Bureba del pan, tres hitos geográficos que marcan señorío en Burgos. Sigue el camino: no tarda en aparecer una vieja y borrosa tablilla con flecha indicadora y el nombre de la santa, es la dirección correcta, es jalón para los devotos que caminan a Buezo con su pierna y brazo de cera, con sus trenzas, con sus cuadros. Y pronto se llega al paso de la leyenda casildiana, lugar entre riscos calizos en cuya estrechura quedaron grabadas las ruedas del carromato en el que viajaba la santa cuando se dirigía a Buezo. Hoy estas huellas están borradas, pues el camino viejo, ya digo, se transformó en tiempo moderno. Observad también, amigos de lo insólito, que huellas de otros personajes famosos de nuestro pasado quedaron igualmente  grabadas en otros lugares burgaleses y nacionales, llámense Roldán, El Cid o el apóstol Santiago. Y aquí me paro, veo que el camino sigue y sigue entre trigales, jalonado por molinos eólicos, esos gigantes que nacieron como hongos de locura, hasta llegar al santuario, pronto se juntará con el que viene de Burgos por San Pedro de la Hoz, y con otro que viene de Quintanavides. Pero esa puede ser otra entrega.