FOTOGRAFÍAS: Reloj con decoración neoclásica. Torre de la iglesia y del reloj. Las tripas del reloj. (Tomadas en enero de 2011).
Apunte del relojero, de 1912, en la puerta del cuarto del reloj.
La niebla sigue, pertinaz, como si se tratara de un castigo. Ello me obligó a salir otra vez en busca del sol. Ayer no fui muy lejos, solo hasta Ros, uno de los seis pueblos burgaleses de tres letras. No vi el sol, todavía allí era reino de la niebla, pero a cambio disfruté con un reloj de torre fantástico, creo que el más bello de la provincia. Lo encontré hace años, incluso tenía fotografías, y sabía que tarde o temprano volvería a encontrarme de nuevo con él. Pero digo mal, sólo conocía el reloj en su parte exterior, es decir, conocía la esfera y el precioso y culto adornamiento que le rodea, neoclasicismo del más puro, me faltaba conocer las tripas, la maquinaria que daba sentido a tan monumental obra. Así las cosas, ayer domingo revolucioné al pueblo hasta conseguir acceder a la caracolada torre de la iglesia, y a través de ella al cuarto del reloj. Costó a la máxima autoridad de Ros abrir la puerta, pues hacía mucho que nadie entraba en la sala mágica, sólo los pichones, que no necesitan llave. Una y mil llaves probó el edil, hasta dar con la buena. Allí estaba, silencioso, abandonado y oxidado, el conjunto mecánico, el laberinto de ruedas dentadas puesto en su perfecto orden gracias a la sabiduría de algún mago del tiempo y de las horas. Allí estaba, apoyada sobre un rústico armazón de madera, la maquinaria que marcó los ritmos de la vida de los vecinos de Ros durante dos siglos. Me sentí un privilegiado, era como si en aquel mágico momento hubiera accedido al alma de sus antepasados. Todo estaba inmóvil, nada giraba ya. Hace cosa de veinte años un ambulante versado en las artes relojeras, que iba de pueblo en pueblo reparando e instalando artefactos nuevos, cambió el sistema antiguo, completamente mecánico, por otro eléctrico. Desde entonces, las pesas del reloj y la manivela de la cuerda yacen en el fondo de la torre entre cachivaches varios. Aquella manivela que el relojero del pueblo tenía para dar cuerda al reloj todos los días; aquel encargado que el pueblo pagaba en celemines para que el reloj guiara con precisión sus quehaceres, dando cuerda, atrasando o adelantando, a demanda del vecindario, cuando el artefacto se hacía el remolón o encabritaba. Esteban, Manuel y Honorio, nombres de los relojeros que se sucedieron y que se recuerdan. Maitines, Mediodía, Oraciones, cuartos, enteras..., toques familiares, imprescindibles para el buen funcionamiento del pueblo. La historia del reloj de torre más bello comenzó en 1807, dice la esfera.
Otra bonita redacción, que nos trasladas de tus experiencias envidiables, y que promocionan nuestra provincia burgalesa, más que Fitur.
ResponderEliminarEs una manera de sacar partido a un día de niebla, una forma de hacer patria. Gracias al responsable, que permitió acceder a la torre; sólo me queda la curiosidad por descifrar el apunte del mecánico en papel. Qué importancia, tan sonada tuvieron aquellos relojeros, Esteban, Honorio... y aquellos toques de maitines, difuntos, fuegos, etc.
Gracias, por la labor.
Que grande!!! Yo he veraneado en Ros toda la vida. Me gusta!!!
ResponderEliminarEste reloj, igual que el gran moral apoyado en su baston a un lado de la iglesia... han dado lo mejor de si mismos en momentos mas felices. Ah, ahora hay algún turismo rural en este pueblo que parece darle mas vida... dormia en mi autocaravana pegadito a la iglesia, risas y voces a las 2 de la madrugada, sorpresa en estos pueblos del paramo...
ResponderEliminaraprilio, jm ugartexea