Casa hidalga con doble escudo en Rebolledillo de la Orden |
La cruz, la pluma y la espada en Salazar de Amaya |
Ventana con reja rematada en cruz de Calatrava |
Ruinas de la memoria en Salazar de Amaya |
FOTOGRAFÍAS: Rebolledillo de la Orden. Salazar de Amaya (Tomadas en enero de 2019)
Qué tendrán las mañanas soleadas de enero
que siempre me hacen salir de la esclavitud y rutina del ordenador, me
pregunto. Tal vez sea su tamizada y
purificadora luz, esa de hielo que incendia y enrojece hasta sangrar el adobe
de nuestros pueblos. Quizá la soledad de las callejas y calles reales, donde la
despoblación hizo muerte y memoria, que habla de pasados que no volverán, de la
paz de los desiertos donde voces del más allá, al igual que en el Comala de Rulfo, afloran entre amenazadoras
rendijas, tejados caídos y pirámides de escombros. Eso y más fue lo que vi y
sentí bajo el sol radiante de enero paseando por los campos y pueblos de Amaya. Aunque, a decir verdad, no todo fueron ruinas
y silencio, ese patrimonio tan abundante hoy en tantos lugares de nuestra provincia.
En Rebolledillo de la Orden (lugar que, lo confieso humildemente, desconocía)
me salió al paso una casa en pie de cierta relevancia; digo relevancia pues dos
escudos, uno en su gran arco de entrada
y otro en la única ventana de su fachada, proclaman la inconfundible hidalguía
de sus muros. Después, por más que rebusqué en el bien cuidado caserío, no
encontré más cosas reseñables que anotar en mi libreta, tampoco a nadie con
quien hablar. En pueblos y aldeas nadie sale a contar historias desde su
recogimiento en el crudo invierno, solo cuando llegan los héroes ambulantes,
con sus camionetas, hacen los vecinos fugaces apariciones.
Al acercarme a Salazar de Amaya (antes Salazar Junto a Amaya) pude ver el camino que lleva a Puentes de Amaya, el pueblo
de silencio cuyas ruinas me vieron llegar un día ya muy lejano; sí, aquel pueblo
donde un perro me atacó al doblar la única esquina que permanecía en pie. Este
Salazar es un pueblo rojo y bello por
sus adobes, pero pardo también por sus cubiertas de teja medieval. Poco o nada
desdice hoy en este lugar de su
primigenio origen, lo que es una suerte para el que guste de lo auténtico.
Pasear por su larga calle Real en aquella brillante mañana de enero fue como
sumergirme en un decorado de Leone, donde solo faltó el pistolero solitario y
el cardo volador. No hay grandes monumentos, salvo su iglesia, pero cada casa
lo es por sus centenarios adobes, ladrillos de tierra roja quemada por el sol y descarnada por la
lluvia, por los que se escapa la memoria de los
vecinos que se fueron. A un lado, en una callejuela paralela a la Real,
pude ver una construcción antigua de cierto interés patrimonial. Se trata de
una casa, mitad piedra mitad adobe, con un gran arco de entrada en cuya dovela
central tiene grabada una cruz flordelisada, insignia de la orden de Calatrava. ¿Podría tener que ver esta casa con el no muy lejano monasterio de religiosas comendadoras de la orden militar de Calatrava, titulado de San Felices y situado al sur de Sotresgudo? Tal vez. No tengo más datos, queridos amigos, ojalá alguno de
vosotros los tengáis e iluminéis esta entrada pobremente documentada. Pero no quiero
dejar el ruinoso y noble edificio sin mencionar una pequeña ventana abierta en
la fachada principal, cuyo vano se encuentra protegido por una preciosa reja
cuya forja se remata igualmente con una cruz flordelisada.
La preponderancia del adobe en Salazar de Amaya |
SUEÑOS ROTOS, LA CAMA
Cuando la casa de alguien se derrumba, algo se derrumba de su alma, algo deja ver de su interior que fue oculto a los demás. A veces, los derrumbes y las secciones ocasionadas dejan ver cosas de la intimidad, como las camas. Los sueños de esta casa, que tras el abandono quedaron suspendidos en la alcoba, escaparon para siempre al caer las paredes. Y entonces los vacíos quedaron más vacíos.
Una cama como testigo de vida |
Existen ciertas similitudes entre vuestros edificios rojizos impregnados de adobe y los de aquí, Campo de Montiel. Las órdenes de Calatrava y Santiago también dejaron su impronta en ellos. Y más cosas en común, el invierno que cierra las puertas, que esconde sus gentes, la soledad que campa por sus calles, el silencio estremecedor solo interrumpido por los ladridos de algún perro que se siente obviamante olvidado. Aunque aquí la despoblación no tiene los mismos tintes. Pero compartirmos a "esos héroes ambulantes" que dan calor a los fríos días de invierno. Qué gran suerte que Burgos siempre tenga quien le escriba. Un saludo.
ResponderEliminarCampos de Montiel, campos de Amaya, y otros campos que se abandonan, lo mismo es. Y en ese abandono paga el pato nuestro patrimonio, que se derrumba y desaparece.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Un abrazo
De las piedras que se ven en estas fotos, muchas ya no estan, como el antiguo y precioso tunel o pasadizo adosado a estas casas
ResponderEliminarPues es una pena. Gracias por la información.
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