Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

viernes, 16 de septiembre de 2011

OJOS DE HIERRO

En un lugar del Ebro
de cuyo nombre no quiero acordarme


Lucía en una vieja puerta de Mahamud.
Ahora, quién sabe dónde.
FOTOGRAFÍAS: Pueblo anónimo y Mahamud (Tomadas en 2007).

Registrando en mi viejo baúl, queridos amigos y seguidores, he encontrado este tesoro. No digo donde se encuentra el original, solo apunto, por razones que todos entenderéis, que se halla en un pueblo burgalés del Ebro, en uno de esos lugares en los que todavía pueden verse bellezas artesanas de otro tiempo. No sabemos quién fue el autor de esta obra de arte, quién el anónimo artista de hierro y fragua que ahora nos deleita y conmueve. Seguramente fue un simple herrero de pueblo, un trabajador de obra negra cuya chispa creativa merecería figurar hoy en cualquier museo y en cualquier catálogo. Las cabezas de gran pico enfrentadas bien pudieran estar inspiradas en los buitres leonados que hacían cabriolas en el cielo de su fragua, o quizá en águilas de mirada seria, atentas en su picacho al sonar del yunque.
Recordemos, pues, con este ojo de hierro y con el desaparecido de Mahamud, siempre visible en la portada de este Cajón de Sastre, que hubo un tiempo en el que el arte vivía sin academia en el más humilde de los rincones y en los más sencillos detalles.

lunes, 12 de septiembre de 2011

PRADOLUENGO INDIANO


Viejo tango de ayer...

que el amigo encontró.

Casa de indianos.

Pradoluenguinos que fallecieron
en Buenos aires.

FOTOGRAFÍAS: Pradoluengo. (Tomadas el 11 de septiembre de 2011).

Hace unos días leí en la prensa local que Pradoluego, esa isla industrial en la provincia de Burgos que siempre fue, iba a celebrar su "4ª Feria indiana". Bueno, el evento era algo que no debía perderme, y mira que soy reacio a asistir a tanta fiesta historicista como, desde hace algún tiempo, se viene celebrando durante el estío en los pueblos de Burgos. Debía asistir aunque nada más fuera como agradecimiento a los muchos seguidores de ultramar que, con cierta asiduidad, siguen este Cajón de Sastre, en su gran mayoría de Argentina y México. Pero no sólo por eso, sino también por propio interés, ya que de siempre he tenido curiosidad por conocer de qué manera el indianismo influyó en la historia de la villa pradoluenguina. Siempre había sospechado que la magnífica y especial arquitectura que puede verse en la calle principal (salida hacia Belorado) podía deberse tanto a obra de potentes industriales del textil como a la de indianos que hicieron fortuna, aunque seguramente en más de una ocasión las dos cosas vayan juntas. Y así debió ser. Ayer, en mi visita a la fiesta indiana me encontré con un librito que me aclaraba algunas cosas. Ya el título del libro, “Pradoluenguinos en Argentina”, obra de Victor Mata Ochoa, era muy sugerente. En él se menciona a varios vecinos de Pradoluengo que cruzaron el Charco entre finales del siglo XIX y principios del XX y que se enriquecieron, seguramente con gran esfuerzo, en aquel país. Por otro lado, la sombra de los indianos en Pradoluengo puede seguirse también en el cementerio de la población, donde una serie de lápidas llevan inscrito el nombre de Buenos Aires como lugar de fallecimiento. De todos modos, el estudio del indianismo en Pradoluengo, como el de toda la provincia de Burgos, está aún por hacerse. Su interés está fuera de toda duda, no sólo por lo que significó en el aspecto social y económico, sino por la influencia en la trama urbana y arquitectura de algunas poblaciones. Pero volvamos a la fiesta. Ayer, queridos amigos y seguidores de ultramar, en la plaza del templete de la música, llena de público, pude asistir a una demostración de vuestro sin par y apretado baile, el tango. La música de allá, los atuendos de los bailarines y las viejas maletas, conformaban un ambiente porteño que impregnaba todo en la laboriosa villa calcetinera y boinera. Como remate de la fiesta indiana, por la tarde hubo concierto de habaneras, ¡como para poner los pelos como escarpias a quien cruzó el gran mar! Aquí os dejo una muestra fotográfica de lo que ayer pude captar.

Indianos en el trasatlántico Principessa Mafalda,
en el que también viajó a España Carlos Gardel.
El Principessa Mafalda, lleno de pasajeros,
naufragó el 25 de octubre de 1927 en las costas de Brasil.
(Foto obtenida del libro "En la villa de Pradoluengo.
Crónica gráfica 1889-1942").

miércoles, 7 de septiembre de 2011

LOS MURALES DE HERRÁN, ESPLENDORES DEL XVI





FOTOGRAFÍAS: Pinturas de Herrán (2000). 

En el valle de Tobalina, a orillas del río Purón, justo a la entrada de un angosto desfiladero que desemboca en tierras alavesas, se encuentra Herrán, uno de los pueblos que más y mejor han hecho en los últimos tiempos por la conservación de su patrimonio. Recuerdo mis visitas de hace ya treinta años, con motivo de algunas exploraciones eremíticas en la sierra de Árcena; entonces todavía vivía gente nativa, aunque ya había empezado la despoblación. Tan escondido como estaba, en lugar tan abrupto y tan alejado de la metrópoli, creía que su fin no tardaría en llegar. Pero, afortunadamente, eso no ha ocurrido. Hoy, Herrán, gracias al turismo rural, ha renacido y se ha convertido en uno de los puntos de referencia de la provincia de Burgos. Entre sus atractivos, además de los paisajísticos, están sus diversas y viejas casonas. Algunas son palaciegas y blasonadas, otras, valiosas representaciones de la arquitectura tradicional de la zona. Entre estas últimas figura una casa-torre en cuya presencia uno se traslada fácilmente al siglo XVI. Esta casa siempre había llamado mi atención, por eso la recordaba bien cuando en cierta ocasión, creo que puede hacer ya más de veinte años, me llegó la noticia de que, encontrándose en obras para su rehabilitación como casa de agroturismo, habían aparecido unas pinturas murales del siglo XVI. ¿Y quién supervisa la recuperación y el estudio de esas pinturas?, pregunte a mi informante, no recuerdo quién. “Pues creo que son dos profesoras o estudiantes de arte de Vitoria”, creo que me dijeron. Ah, ya. Pero el descubrimiento bien mercería ser controlado por parte de los responsables del Patrimonio en Burgos... Sí, pero... Ya sabes cómo son estas cosas, en fin ... Ahí dejé el tema aparcado. Pasó algún tiempo desde que recibí aquella información hasta que por fin visité la casa y sus pinturas. Tengo que decir que no esperaba aquel milagro, aquella visión. ¡Una habitación de unos 12 o 14 metros cuadrados con sus paredes decoradas de arriba abajo con maravillosas pinturas policromas con temas religiosos! Estábamos en una casa rural,  estábamos en una especie de sala biblioteca para los hospedados. Había alguna butaca en la estancia, me senté para no caerme de admiración. Miré y remiré, escudriñé los murales. Recuerdo el momento como algo inolvidable. Y pensé: qué suerte que esto se haya conservado, qué suerte que haya habido alguien sensible que haya recuperado, con enorme respeto y profesionalidad, aquellas pinturas del siglo XVI. Cerré los ojos y por un momento me situé en una habitación romana llena de frescos. Luego los abrí, y comprobé que estaba en Burgos, ante el Renacimiento pictórico. ¿Un tesoro enorme como éste es lo suficientemente conocido y protegido? ¿Es, siquiera, Bien de Interés Cultural? No conozco algo semejante en la provincia. Juzgad vosotros mismos, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, enamorados del arte.

lunes, 29 de agosto de 2011

LA ENCARNACIÓN, AQUELLA VIEJA FÁBRICA DE HARINAS

FOTOGRAFÍAS: Tomadas en agosto de 2011

Al amanecer del 3 de octubre de 1973, cuando el primer turno de operarios molineros se dirigía a su puesto de trabajo, una gran columna de humo se alzaba sobre la fábrica. ¡La fábrica se está quemando!, gritaron los que llegaban por caminos polvorientos desde Los Balbases, Villaverde, Villazopeque o Villaquirán. Apresuraron el paso por si pudieran colaborar en la extinción del fuego, pero era ya demasiado tarde, cuando llegaron la fábrica era una gigantesca e intratable antorcha.


Esqueleto de la fábrica y canal.
La Fabrica de Harinas La Encarnación, de Los Balbases, hunde sus raíces en la noche de los tiempos. En el origen debió ser un humilde molino, uno de los dos citados en la enciclopedia de P. Madoz entre dicho pueblo y Villaverde Mogina, a orillas del Arlanzón. Andando el tiempo, ya a comienzos del siglo XX, es cuando al parecer debió trasformarse en un gran centro de molturación, construyéndose para ello un gran edificio de cuatro plantas. Por aquellos inicios, y según nos ha sido trasmitido por la familia propietaria actual, la fábrica pertenecía al marqués de Lamiaco, título nobiliario con raíces vascas que nació con el siglo. Más tarde, sobre los años 20, la fábrica pasó a manos de Mateo Elúa Ansótegui, que ocupaba ya un importante cargo en la fábrica. Desde entonces y hasta el final, la harinera, cuyo nombre comercial completo era “Fábrica de Harinas La Encarnación”, comenzó a conocerse popularmente como la “Fábrica de los Elúa”. Al morir Mateo, su viuda e hijos encabezaron la empresa. En un estadillo de las diversas fábricas de harinas que había en Burgos en torno a  la mitad del siglo XX, en La Encarnación figuran como propietarios la “Viuda e Hijos de Mateo Elúa”. Más tarde, sería su hijo, Santiago Elúa, quien se puso al frente del emporio harinero, y a quien mejor recuerdan los más mayores del lugar. Todavía hoy la pertenencia sigue siendo de la misma familia.


La fábrica ya no existe, pero la vida sigue
en La Encarnación.

Pero La Encarnación no era, o no fue, sólo una fábrica de harinas. Fue mucho más. Quizá bien podría decirse que fue un pueblo más de Burgos, o incluso un polígono industrial. A su rebufo nacieron otros edificios y otras actividades. En torno a la fábrica hubo vaquería, serrería, gallineros, destilería de aguardiente... Todo un complejo en el que llegaron a trabajar en torno a veinte obreros, algunos de los cuales, junto con sus familias, vivían en La Encarnación, en viviendas humildes adosados a los caserones de los amos; otros llegaban a trabajar desde los pueblos colindantes. Y así, dada su magnitud, se crearon servicios para atender ciertas necesidades del personal, como escuela e iglesia. Todavía hoy pueden verse los edificios, algunos en estado ruinoso, como la destilería, cuyo alambique y otros aparejos fueron hace tiempo robados.

Arcos en el aliviadero, magnífica obra de cantería. 
Compuertas y canal. 

Han pasado 38 años desde el incendio. Nadie que trabajó en la fábrica permanece vivo, todos los obreros han muerto ya, también los que la dirigieron, y con ellos se fue el relato que podría ilustrar con detalle sobre sus características, las labores que se hacían en ella, las distintas máquinas de que se componía, así como los artefactos que producían la energía necesaria para moverlas. Enrique Elúa, nieto e hijo de Mateo y Santiago Elúa, respectivamente, siendo muy niño fue testigo del amanecer de las llamas. Con gran amabilidad, haciendo un paréntesis en la actividad agrícola, pues trabaja con gran esmero y pasión las fincas de La Encarnación, me facilitó la entrada a lo que queda de la fábrica quemada y me hizo partícipe de todo lo que de ella sabía. En el recorrido por las instalaciones me habló de la escuela del lugar, y de doña Crescen (Crescenciana Bárcena), la maestra, que “Venía todos los días en el [tren] “Rapidillo y se iba en “El Correo”; me habló también de la pequeña iglesia del lugar, donde él mismo hizo la Primera Comunión, que “era atendida por el cura de Los Balbases”. Para la visita, cruzamos el gran portón de acceso, bajo el caserón residencia de los dueños, por donde todavía pueden verse los raíles de una vía. “Por esta vía entraban los vagones con el trigo”, para descargar en “La Piquera”. En el centro de un amplio patio me mostró “La Placa”, plataforma para la vía en la cual se hacían girar los vagones. Abundando sobre este particular, Enrique me contó que, en cierta ocasión, un vagón desbocado, a gran velocidad, hizo acto de presencia en el gran patio y se precipitó con violencia contra la entrada de la fábrica, causando importantes destrozos. Y es que, el kilómetro y pico de línea férrea que hay desde el Apeadero de Los Balbases hasta la fábrica tenía un significativo desnivel.


Restos de maquinaria en el hundido
 "Cuarto de Electricidad". 
Desde allí, a través de otra puerta, se accede a lo que verdaderamente era la fábrica de harinas. Ahora poco cosa queda de ella, salvo el esqueleto de cuatro plantas y algunas poleas de hierro, con sus ejes, que en su día hicieron mover la distinta maquinaria. Viendo aquellos pobres y oxidados testimonios uno no puede imaginar un tiempo en el que allí se llegó a trabajar en tres turnos, de día y noche. La desaparecida maquinaria, a juzgar por la utilizada en otras fábricas de la época cercanas, y porque la empresa que las fabricaba tenía sucursal en Burgos, no debió ser otra que “Establecimientos Morros S.A.”, de Barcelona, que al parecer tenía la exclusiva en este tipo de maquinaria harinera. En un costado, arrimado a las mencionadas poleas y adosada a una de la paredes del edificio principal, puede verse una amplia dependencia; en ella, según Enrique, estuvo la “Central de Electricidad”. Con el piso hundido y aún con la huella del incendio en los renegridos travesaños, debajo discurre el agua sobrante del canal, cortando preciosos arcos de medio punto de piedra magníficamente trabajada; aquí, junto a los arcos y antes de que toda la factoría se moviera con electricidad, debieron estar los rodetes que proporcionaron en su día la energía hidráulica para mover la fábrica. En la planta baja, al fondo, estaba la sección de empacado de la harina, eso lo recuerda bien Enrique. En las otras plantas ahora sólo hay aire y nadie puede contar lo que antes hubo en ellas.

Los bajos de la fábrica. 
También Cecilia Santamaría y Juventino Hernando, la primera como hija de un empleado de la vaquería y habitante durante muchos años en La Encarnación, y el segundo, que aportó su caballo y pareja de bueyes para arrastrar los vagones de trigo durante algunos meses, ambos vecinos de Villaverde Mogina, tuvieron la gentileza de acompañarme y desgranar algunos detalles más sobre el complejo. Entre otras cosas dijeron que la fiesta de La Encarnación era el día del Carmen. “Aquel día se secaba el canal y ¡se cogía una de barbos...!”, rememora Cecilia. Por su parte, Juventino hace recuento de los pueblos que entregaban trigo a la fábrica: “Venían de Vallejera, Villamediana, Vizmalo, Valles [de Palenzuela], Los Balbases, Vallunquera, Valbonilla, Villazopeque, Villaverde...., y el trigo se descargaba en un almacén que había afuera, que todavía está; unas veces lo mandaban descargar en piquera y otras en el almacén. Veníamos con los carros a descargarlo”.

Lienzo occidental de la fábrica.

Rejillas en las compuertas del canal. 
Otras voces del Arlanzón nos hubieran podido contar otras historias vividas en La Encarnación, pero la corriente del río se las llevó para siempre. Hoy, no obstante, en este lugar ribereño la actividad y la vida continúan, venturosamente y ojalá que por muchos años. 

lunes, 8 de agosto de 2011

MESÓN DE MANCILES, ARQUEOLOGÍA DE UN LETRERO COMERCIAL

Letrero comercial.
Mesón de Manciles.
FOTOGRAFÍA: Manciles. (Tomada en julio de 2011).

Muchas veces, al investigar mis “Pueblos del silencio”, me encontré con referencias a los viejos mesones del XVIII. El Catastro de Ensenada, fuente principal para esta documentación, es prolijo en la descripción de dichos establecimientos, recordándonos, por ejemplo, quiénes eran sus dueños, lo que rendían sus negocios a los mesoneros, lo que habían de pagar al “fisco”... A mí, estos datos sobre los mesones de los pueblos (ojo, no confundir los mesones con las tabernas), por insignificantes que puedan parecer, qué queréis que os diga, me emocionan. Pensar en las gentes que por ellos pasaban o pernoctaban, en los ambulantes de toda laya, salineros, trilleros, aceituneros, afiladores, buhoneros, y todos aquellos que pululaban por los caminos de polvo y barro, me retrotraen a un mundo y a una vida pasados que, todo hay que decirlo, tanto se parecen a nuestro actual y continuo trasiego por autopistas y hoteles. Sólo una cosa ha cambiado: mientras en la otra vida la gente se movía individualmente y por sobrevivir, entre la cochambre, ahora se hace en masas y por placer, entre el lujo y el sibaritismo. Aquí os dejo, pues, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, esta delicia de letrero en un dintel del viejo Mesón de Manciles, de 1739, y no de 1139, como alguien podría pensar al ver un siete tan particular.

jueves, 4 de agosto de 2011

PALOMARES DE CAPADOCIA, PALOMAS TROGLODITAS

Palomares colgados. 

Ventanas de palomas. Pinturas con simbolismo.

Valle Rosa. Restos de palomar. 

Valle Rosa. Entradas decoradas. 

Valle Rosa. Multitud de ojos de los palomares. 

FOTOGRAFÍAS: Palomares del Capadocia (Valle Rosa) Tomadas en mayo de 2010.

Hay veces que las asociaciones son inevitables. En la anterior entrada de este Cajón de Sastre salieron a nuestro encuentro algunos palomares notables en la zona de Villadiego. Y ello me hizo recordar, como ya advertí, que era éste un tema poco o nada estudiado en Burgos. Bien lo han sido los palomares de otras provincias castellano-leonesas, como por ejemplo Zamora y León, pero de Burgos no se conocen estudios que puedan así considerarse. Los ejemplares de Manciles y Arenillas de Villadiego me hicieron pensar en lo interesante que sería catalogar los distintos modelos de Burgos, y establecer comparaciones con los de otras zonas de España, y quizá del mundo. Y aquí es donde mi imaginación voló hacia los palomares excavados en la roca de Capadocia. Hoy quiero compartir con vosotros, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, algunas imágenes de estos palomares trogloditas, que en un primer momento llegaron a confundirnos, a mí y a mi familia, pues nos resultaba complicado diferenciar entre lo que eran viviendas, iglesias y otras oquedades artificiales, algunas en lugares inverosímiles e inaccesibles. Y así, ventanas y más ventanas en las rocas volcánicas de Capadocia, la mayoría decoradas con extraños dibujos, aparecieron ante nosotros provocadoras. Y aunque mentiría si no dijera que poco a poco fuimos intuyendo algo, quisimos saber, a ciencia cierta, qué eran todos aquellos ojos que nos miraban retadores, llenos de misterio. No tardamos en saberlo de boca de un nativo. Un joven guía de una fantástica y perdida iglesia rupestre, que tenía su “oficina-tienda” en un amplio abrigo rocoso, nos sacó de nuestras dudas: aquellos ventanas, aquellos orificios no eran otra cosa que palomares, palomares de siglos de antigüedad, algunos bizantinos, otros, otomanos... Precisamente, la cueva en la que nos encontrábamos era un palomar abandonado que perteneció a su abuelo. En un rincón de la cueva se veía un acceso ascendente que era por donde subió su abuelo a los pisos del gruyere para coger el guano de las palomas. Guano que, una vez apañado en el subterráneo, era sacado al exterior por las ventanas y luego recogido para fertilizar las huertas. Un explicación bien sencilla. Pero quedaba la segunda parte: el porqué de las pinturas en las bocas de los palomares, aquellos extraños dibujos en las ventanas que bien podían haber sido pintados por los artistas trogloditas cristianos que pulularon en masa por aquel lugar capadocio. Nos extrañaba sobremanera el tema, y nuestro amigo turco, que parecía dominar el tema, nos dio una explicación que nos dejó turulatos: ¡los dibujos servían para que las palomas acertaran a entrar cada una en su habitáculo correspondiente! (¡como si las palomas fueran capaces de entender dibujos!) Aunque también, pensamos nosotros, las distintas representaciones y colores podrían ser indicativas de la distinta pertenencia, o lo que es lo mismo, cada dibujo, un palomar y un propietario diferentes. Por no hablar de los simbolismos. Sobre este tema, seguro que en Turquía habrá sesudos estudios etnográficos y arqueológicos que nosotros desconocemos. Me gustaría conocer más sobre este apasionante tema.

jueves, 28 de julio de 2011

PÁRAMOS: TIERRA DE TORREONES Y PALOMARES


Arenillas de Villadiego, "Palacio de Platón". 
 
Palomar junto al palacio.

"Palacio de Platón", la vegetación se lo come.  

Escudo en la fachada del palacio. 

"El Torreón", Tobar

Solo una ventana en  El Torreón. 

Palomar en Manciles


Otro palomar en Manciles.
FOTOGRAFÍAS: Tomadas en julio de 2011.

Hay un palacio en Arenillas de Villadiego, indistintamente llamado “Palacio de Platón” o “Casa de Platón”, que se consume en su ruina. Su techumbre está hundida, la maleza invade y oculta sus muros, y apenas el escudo heráldico que luce en su fachada certifica su carácter palaciego. No es, sin embargo, esta ruina histórica lo que más me atrae ni la que me trae hoy aquí, sino un edificio anexo, en forma de torre, construido con maravillosa sillería y rematado con pináculos en las esquinas, al que los vecinos llaman El Torreón. Pero no es una torre al uso defensivo, ni siquiera un lugar habitable, como podría parecer en una primera vista, sino un palomar, un palomar que quizá sea el más noblemente construido, elegante y señorial de Burgos, una auténtica joya del siglo XVIII que merece ser preservada.

En otro lugar de Páramos, no muy lejos de Arenillas, existe otra edificación, probablemente del S. XVIII, a la que se conoce también con el nombre de “EL Torreón”. Se encuentra en el centro urbano de Tobar, es cuadrada, tiene solo una ventana, sobre la que luce un pequeño escudo, más dos ventanucos con repisa en la parte superior de la fachada principal para entrada y salida de palomas. El acceso es muy simple, una puerta sin carácter y para nada evocadora. En su interior nada delata la utilidad que debió tener la construcción. Totalmente vacía y sin divisiones originales de pisos, da la sensación de que es una obra inacabada, quizá nacida con vocación de palomar. Los vecinos de hoy no han conocido persona alguna viviendo en ella, ni saben nada sobre su historia, recuerdan tan solo que en los últimos tiempos, una mujer, que al parecer debía ser la dueña, la cedió al cura del pueblo, quien guardaba dentro una cabra (La cabra del señor cura es bien recordada por los vecinos más mayores del pueblo). En mi humilde opinión, una torre de semejante envergadura, blasonada pero con tan solo una ventana, da para la especulación. Por eso la traigo aquí, por si alguien puede y quiere aportar algún dato.

Los dos torreones me traen a la memoria otro que conocí muy cerca de ellos, en Villalibado, uno de mis pueblos del silencio. En 1999 lo encontré derrumbado, o semiderrumbado, al igual que la iglesia, pero me comunican ahora que ambos edificios han sido restaurados. Qué bien. Por lo demás, ha de llamar la atención la proliferación de la expresión torreón, aplicada en la zona descrita a sencillas torrecillas como las que acabamos de ver. El aumentativo parece quizá un exceso.

Finalmente, y ya que salieron a nuestro encuentro los palomares, permitidme, queridos amigos y seguidores de este Cajón se Sastre, que os traiga aquí dos preciosos ejemplares. Me refiero a dos que se hallan en la localidad de Manciles, bien cerca de los lugares anteriormente citados. Dos palomares que, según refiere una leyenda, fueron construidos por dos hermanos (o dos cuñados, que de las dos versiones se nos habla) que compitieron entre sí para ver quién lo hacía más bonito y mejor. De eso han pasado ya al menos dos siglos. Construidos siguiendo un modelo medieval, con cubierta a un agua e inclinada, y rematados con pináculos, uno de ellos presenta signos de incipiente ruina. Los palomares burgaleses son un patrimonio etnográfico poco o nada estudiado que habría que preservar.

martes, 26 de julio de 2011

CAÍDOS DE LA GUERRA ENMARCADOS POR EL ARTE

Placa en ventana del ábside.
He visto muchas placas de caídos de la guerra (bien es cierto que sólo de una parte de los que contendieron) a lo largo y ancho de la provincia. Y estoy seguro de que esta abundancia se reparte por todo el territorio nacional. Son restos, secuelas de muerte que aún perduran y que conviven con el arte y el patrimonio histórico artístico de nuestros pueblos. La inmensa mayoría son sencillas y se encuentran adosadas a las iglesias, en cualquier muro, pero generalmente en los pórticos. También las hay monumentales, como la de Poza de la Sal o el  gigantesco hito de Pampliega, todo un alarde e igualmente junto a la iglesia. Ninguna, sin embargo, me había llamado tanto la atención como esta de Arenillas de Villadiego, que aparece colocada en el interior de una bellísima ventana románica del ábside de la iglesia. Son reliquias de un triste pasado que aún conmueven y remueven.

miércoles, 20 de julio de 2011

SEGUNDO CUMPLEAÑOS DEL ÁRBOL DE LA PROVINCIA

El árbol de todos. 

Los vecinos de jaramillo hacen tradición.
Niños que amarán al árbol. 
 
El alcalde de Jaramillo lleno de buenos deseos para su pueblo.  
FOTOGRAFÍAS: Jaramillo de la Fuente. Segundo aniversario del Árbol de la Provincia. (Tomadas el 17 de julio de 2011).

El pasado domingo (17 julio 2011) y en el trascurso del los actos programados para la fiesta de Jaramillo de la Fuente, celebramos el segundo aniversario del Árbol de la Provincia. Y una vez más este icono vegetal, que es la encina de todos los burgaleses, se convirtió en el Árbol de los Deseos. Como en el pasado año, vecinos de Jaramillo y amigos de distintos lugares colgamos lazos en el árbol engalanado pidiéndole que se cumplan toda suerte de sueños. La encina, todo sea dicho, goza de una extraordinaria salud, como se puede apreciar por las fotografías que aquí acompañan. Segundo año de vida, pues, para un árbol que, con vocación de vivir siglos, crece con tierra de todos los pueblos de Burgos, nada menos que 1233. ¡¡FELICIDADES!!

jueves, 14 de julio de 2011

VILLAHIZÁN DE TREVIÑO, DE LOS SIGLOS ESPLENDOROSOS

Entre la ruina puede verse el ábside románico.

No hace tanto que  los vecinos llenaban la iglesia,

Bellísima portada renacentista. 

Detalles renacentistas. 

Escudo eclesiástico.

Por los suelos. 

FOTOGRAFÍAS: Iglesia de San Martín (Villahizán de Treviño).


Me dejo perder ahora por las tierras del noroeste de Burgos, sin rumbo fijo, sin meta. Lo hago muchas veces y en cualquier estación del año, necesito hacerlo para poder respirar. Confieso que hubo un tiempo en el que solo me atraían los maravillosos valles, desfiladeros y montañas del norte, o serranos, no entendía de llanadas y horizontes sin caducidad. Ahora, tras sufrir no sé qué suerte de mutación, me dicen y cuentan los pueblos solos y perdidos en lejanías, los que siembran de adobe el espigarral bajo cielos que adormecen y lapidan. Cuando los veo a lo lejos, levantando apenas un palmo, siento que allí, donde crece la espadaña, debe vivir aún quien puede contar historias del viento, y debe haber algo interesante que ver de la otra vida. Y entonces, mis pasos se encaminan hacia el ignoto y desconocido lugar, que seguro ha de guardar más de una sorpresa. Y al entrar, no lo puedo evitar, siento que si hay alguna vida en él no tardará mucho en apagarse. Veo viejos, solo viejos, tal vez algún perro y algún gato, ruinas de un esplendor antiguo, llaves de un arcón de muchos ojos que, presumo, pronto habrá de cerrarse para siempre. Veo hermanos y hermanas de otras ruinas de adobe y piedra-páramo que un día fueron altivas y dominadoras. Permitidme, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, que de este ambiente extraiga una joya de los siglos esplendorosos venida a menos. Permitidme que os presente una ruina que nos habla de un pasado en el que se rendía pleitesía al arte y que en la actualidad es pasto de la despoblación y el abandono. Os estoy hablando de la iglesia de San Martín, en Villahizán de Treviño, bien de interés cultural que una asociación de amigos pretende recuperar ahora, casi seguro que con más buena voluntad que medios.