Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

lunes, 29 de agosto de 2011

LA ENCARNACIÓN, AQUELLA VIEJA FÁBRICA DE HARINAS

FOTOGRAFÍAS: Tomadas en agosto de 2011

Al amanecer del 3 de octubre de 1973, cuando el primer turno de operarios molineros se dirigía a su puesto de trabajo, una gran columna de humo se alzaba sobre la fábrica. ¡La fábrica se está quemando!, gritaron los que llegaban por caminos polvorientos desde Los Balbases, Villaverde, Villazopeque o Villaquirán. Apresuraron el paso por si pudieran colaborar en la extinción del fuego, pero era ya demasiado tarde, cuando llegaron la fábrica era una gigantesca e intratable antorcha.


Esqueleto de la fábrica y canal.
La Fabrica de Harinas La Encarnación, de Los Balbases, hunde sus raíces en la noche de los tiempos. En el origen debió ser un humilde molino, uno de los dos citados en la enciclopedia de P. Madoz entre dicho pueblo y Villaverde Mogina, a orillas del Arlanzón. Andando el tiempo, ya a comienzos del siglo XX, es cuando al parecer debió trasformarse en un gran centro de molturación, construyéndose para ello un gran edificio de cuatro plantas. Por aquellos inicios, y según nos ha sido trasmitido por la familia propietaria actual, la fábrica pertenecía al marqués de Lamiaco, título nobiliario con raíces vascas que nació con el siglo. Más tarde, sobre los años 20, la fábrica pasó a manos de Mateo Elúa Ansótegui, que ocupaba ya un importante cargo en la fábrica. Desde entonces y hasta el final, la harinera, cuyo nombre comercial completo era “Fábrica de Harinas La Encarnación”, comenzó a conocerse popularmente como la “Fábrica de los Elúa”. Al morir Mateo, su viuda e hijos encabezaron la empresa. En un estadillo de las diversas fábricas de harinas que había en Burgos en torno a  la mitad del siglo XX, en La Encarnación figuran como propietarios la “Viuda e Hijos de Mateo Elúa”. Más tarde, sería su hijo, Santiago Elúa, quien se puso al frente del emporio harinero, y a quien mejor recuerdan los más mayores del lugar. Todavía hoy la pertenencia sigue siendo de la misma familia.


La fábrica ya no existe, pero la vida sigue
en La Encarnación.

Pero La Encarnación no era, o no fue, sólo una fábrica de harinas. Fue mucho más. Quizá bien podría decirse que fue un pueblo más de Burgos, o incluso un polígono industrial. A su rebufo nacieron otros edificios y otras actividades. En torno a la fábrica hubo vaquería, serrería, gallineros, destilería de aguardiente... Todo un complejo en el que llegaron a trabajar en torno a veinte obreros, algunos de los cuales, junto con sus familias, vivían en La Encarnación, en viviendas humildes adosados a los caserones de los amos; otros llegaban a trabajar desde los pueblos colindantes. Y así, dada su magnitud, se crearon servicios para atender ciertas necesidades del personal, como escuela e iglesia. Todavía hoy pueden verse los edificios, algunos en estado ruinoso, como la destilería, cuyo alambique y otros aparejos fueron hace tiempo robados.

Arcos en el aliviadero, magnífica obra de cantería. 
Compuertas y canal. 

Han pasado 38 años desde el incendio. Nadie que trabajó en la fábrica permanece vivo, todos los obreros han muerto ya, también los que la dirigieron, y con ellos se fue el relato que podría ilustrar con detalle sobre sus características, las labores que se hacían en ella, las distintas máquinas de que se componía, así como los artefactos que producían la energía necesaria para moverlas. Enrique Elúa, nieto e hijo de Mateo y Santiago Elúa, respectivamente, siendo muy niño fue testigo del amanecer de las llamas. Con gran amabilidad, haciendo un paréntesis en la actividad agrícola, pues trabaja con gran esmero y pasión las fincas de La Encarnación, me facilitó la entrada a lo que queda de la fábrica quemada y me hizo partícipe de todo lo que de ella sabía. En el recorrido por las instalaciones me habló de la escuela del lugar, y de doña Crescen (Crescenciana Bárcena), la maestra, que “Venía todos los días en el [tren] “Rapidillo y se iba en “El Correo”; me habló también de la pequeña iglesia del lugar, donde él mismo hizo la Primera Comunión, que “era atendida por el cura de Los Balbases”. Para la visita, cruzamos el gran portón de acceso, bajo el caserón residencia de los dueños, por donde todavía pueden verse los raíles de una vía. “Por esta vía entraban los vagones con el trigo”, para descargar en “La Piquera”. En el centro de un amplio patio me mostró “La Placa”, plataforma para la vía en la cual se hacían girar los vagones. Abundando sobre este particular, Enrique me contó que, en cierta ocasión, un vagón desbocado, a gran velocidad, hizo acto de presencia en el gran patio y se precipitó con violencia contra la entrada de la fábrica, causando importantes destrozos. Y es que, el kilómetro y pico de línea férrea que hay desde el Apeadero de Los Balbases hasta la fábrica tenía un significativo desnivel.


Restos de maquinaria en el hundido
 "Cuarto de Electricidad". 
Desde allí, a través de otra puerta, se accede a lo que verdaderamente era la fábrica de harinas. Ahora poco cosa queda de ella, salvo el esqueleto de cuatro plantas y algunas poleas de hierro, con sus ejes, que en su día hicieron mover la distinta maquinaria. Viendo aquellos pobres y oxidados testimonios uno no puede imaginar un tiempo en el que allí se llegó a trabajar en tres turnos, de día y noche. La desaparecida maquinaria, a juzgar por la utilizada en otras fábricas de la época cercanas, y porque la empresa que las fabricaba tenía sucursal en Burgos, no debió ser otra que “Establecimientos Morros S.A.”, de Barcelona, que al parecer tenía la exclusiva en este tipo de maquinaria harinera. En un costado, arrimado a las mencionadas poleas y adosada a una de la paredes del edificio principal, puede verse una amplia dependencia; en ella, según Enrique, estuvo la “Central de Electricidad”. Con el piso hundido y aún con la huella del incendio en los renegridos travesaños, debajo discurre el agua sobrante del canal, cortando preciosos arcos de medio punto de piedra magníficamente trabajada; aquí, junto a los arcos y antes de que toda la factoría se moviera con electricidad, debieron estar los rodetes que proporcionaron en su día la energía hidráulica para mover la fábrica. En la planta baja, al fondo, estaba la sección de empacado de la harina, eso lo recuerda bien Enrique. En las otras plantas ahora sólo hay aire y nadie puede contar lo que antes hubo en ellas.

Los bajos de la fábrica. 
También Cecilia Santamaría y Juventino Hernando, la primera como hija de un empleado de la vaquería y habitante durante muchos años en La Encarnación, y el segundo, que aportó su caballo y pareja de bueyes para arrastrar los vagones de trigo durante algunos meses, ambos vecinos de Villaverde Mogina, tuvieron la gentileza de acompañarme y desgranar algunos detalles más sobre el complejo. Entre otras cosas dijeron que la fiesta de La Encarnación era el día del Carmen. “Aquel día se secaba el canal y ¡se cogía una de barbos...!”, rememora Cecilia. Por su parte, Juventino hace recuento de los pueblos que entregaban trigo a la fábrica: “Venían de Vallejera, Villamediana, Vizmalo, Valles [de Palenzuela], Los Balbases, Vallunquera, Valbonilla, Villazopeque, Villaverde...., y el trigo se descargaba en un almacén que había afuera, que todavía está; unas veces lo mandaban descargar en piquera y otras en el almacén. Veníamos con los carros a descargarlo”.

Lienzo occidental de la fábrica.

Rejillas en las compuertas del canal. 
Otras voces del Arlanzón nos hubieran podido contar otras historias vividas en La Encarnación, pero la corriente del río se las llevó para siempre. Hoy, no obstante, en este lugar ribereño la actividad y la vida continúan, venturosamente y ojalá que por muchos años. 

lunes, 8 de agosto de 2011

MESÓN DE MANCILES, ARQUEOLOGÍA DE UN LETRERO COMERCIAL

Letrero comercial.
Mesón de Manciles.
FOTOGRAFÍA: Manciles. (Tomada en julio de 2011).

Muchas veces, al investigar mis “Pueblos del silencio”, me encontré con referencias a los viejos mesones del XVIII. El Catastro de Ensenada, fuente principal para esta documentación, es prolijo en la descripción de dichos establecimientos, recordándonos, por ejemplo, quiénes eran sus dueños, lo que rendían sus negocios a los mesoneros, lo que habían de pagar al “fisco”... A mí, estos datos sobre los mesones de los pueblos (ojo, no confundir los mesones con las tabernas), por insignificantes que puedan parecer, qué queréis que os diga, me emocionan. Pensar en las gentes que por ellos pasaban o pernoctaban, en los ambulantes de toda laya, salineros, trilleros, aceituneros, afiladores, buhoneros, y todos aquellos que pululaban por los caminos de polvo y barro, me retrotraen a un mundo y a una vida pasados que, todo hay que decirlo, tanto se parecen a nuestro actual y continuo trasiego por autopistas y hoteles. Sólo una cosa ha cambiado: mientras en la otra vida la gente se movía individualmente y por sobrevivir, entre la cochambre, ahora se hace en masas y por placer, entre el lujo y el sibaritismo. Aquí os dejo, pues, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, esta delicia de letrero en un dintel del viejo Mesón de Manciles, de 1739, y no de 1139, como alguien podría pensar al ver un siete tan particular.

jueves, 4 de agosto de 2011

PALOMARES DE CAPADOCIA, PALOMAS TROGLODITAS

Palomares colgados. 

Ventanas de palomas. Pinturas con simbolismo.

Valle Rosa. Restos de palomar. 

Valle Rosa. Entradas decoradas. 

Valle Rosa. Multitud de ojos de los palomares. 

FOTOGRAFÍAS: Palomares del Capadocia (Valle Rosa) Tomadas en mayo de 2010.

Hay veces que las asociaciones son inevitables. En la anterior entrada de este Cajón de Sastre salieron a nuestro encuentro algunos palomares notables en la zona de Villadiego. Y ello me hizo recordar, como ya advertí, que era éste un tema poco o nada estudiado en Burgos. Bien lo han sido los palomares de otras provincias castellano-leonesas, como por ejemplo Zamora y León, pero de Burgos no se conocen estudios que puedan así considerarse. Los ejemplares de Manciles y Arenillas de Villadiego me hicieron pensar en lo interesante que sería catalogar los distintos modelos de Burgos, y establecer comparaciones con los de otras zonas de España, y quizá del mundo. Y aquí es donde mi imaginación voló hacia los palomares excavados en la roca de Capadocia. Hoy quiero compartir con vosotros, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, algunas imágenes de estos palomares trogloditas, que en un primer momento llegaron a confundirnos, a mí y a mi familia, pues nos resultaba complicado diferenciar entre lo que eran viviendas, iglesias y otras oquedades artificiales, algunas en lugares inverosímiles e inaccesibles. Y así, ventanas y más ventanas en las rocas volcánicas de Capadocia, la mayoría decoradas con extraños dibujos, aparecieron ante nosotros provocadoras. Y aunque mentiría si no dijera que poco a poco fuimos intuyendo algo, quisimos saber, a ciencia cierta, qué eran todos aquellos ojos que nos miraban retadores, llenos de misterio. No tardamos en saberlo de boca de un nativo. Un joven guía de una fantástica y perdida iglesia rupestre, que tenía su “oficina-tienda” en un amplio abrigo rocoso, nos sacó de nuestras dudas: aquellos ventanas, aquellos orificios no eran otra cosa que palomares, palomares de siglos de antigüedad, algunos bizantinos, otros, otomanos... Precisamente, la cueva en la que nos encontrábamos era un palomar abandonado que perteneció a su abuelo. En un rincón de la cueva se veía un acceso ascendente que era por donde subió su abuelo a los pisos del gruyere para coger el guano de las palomas. Guano que, una vez apañado en el subterráneo, era sacado al exterior por las ventanas y luego recogido para fertilizar las huertas. Un explicación bien sencilla. Pero quedaba la segunda parte: el porqué de las pinturas en las bocas de los palomares, aquellos extraños dibujos en las ventanas que bien podían haber sido pintados por los artistas trogloditas cristianos que pulularon en masa por aquel lugar capadocio. Nos extrañaba sobremanera el tema, y nuestro amigo turco, que parecía dominar el tema, nos dio una explicación que nos dejó turulatos: ¡los dibujos servían para que las palomas acertaran a entrar cada una en su habitáculo correspondiente! (¡como si las palomas fueran capaces de entender dibujos!) Aunque también, pensamos nosotros, las distintas representaciones y colores podrían ser indicativas de la distinta pertenencia, o lo que es lo mismo, cada dibujo, un palomar y un propietario diferentes. Por no hablar de los simbolismos. Sobre este tema, seguro que en Turquía habrá sesudos estudios etnográficos y arqueológicos que nosotros desconocemos. Me gustaría conocer más sobre este apasionante tema.