FOTOGRAFÍAS: La cruz de Ceniceros (Tomada en mayo de 2017)
Hacía 20
años que no visitaba Ceniceros, queridos amigos. Hace tres días lo hice y vi que las tres casas que resistían entonces han caído definitivamente. En cambio, la cruz de Rosa continúa en su lugar, respetada por los
saqueadores del abandono, como si el tiempo no hubiera pasado para ella,
representando a un vecindario que el aire hace tiempo se llevó.
CONTRA EL OLVIDO
Un cálido musgo que abriga el último sueño, líquenes que conservan la memoria, trepadoras que estrangulan el alma, bringazas guardianas cayendo del cielo, más un muro testimonial de un recinto postrero que solo la selva impide su total derrumbe. Todo para custodiar una cruz de hierro, solitaria y partida, para una placa de porcelana con un nombre que da vida y muerte a un pueblo que fue y ya no es, aunque este nombre remolinee para siempre en las alturas donde habitan los buitres del Rudrón. Esperaba ver flores marchitas junto a esta cruz de la despoblación, como homenaje de algún vivo, pero a veces los recuerdos se arrastran solo hasta donde pueden. Conozco en la provincia cementerios difuntos, sin cruces ni nombres, pero hasta en estos desiertos he llegado a ver vida floral, siquiera mustia por visitas de años recientes. En Ceniceros, no, en este bello mirador, de olvido y silencio, sola está la cruz con óxido casi centenario, con la identificación de una mujer que murió el día de su cumpleaños, en 1927, a los 28 años:
Rosa.