Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

EL CEMENTERIO DE “LA LOMA”

       




FOTOGRAFÍAS: Cementerio de La Loma (tomadas en noviembre de 2020)

En ese afán que todos tenemos de desprendernos de papeles cuando rebasamos cierta edad, motivado sobre todo por un deseo de no dejar rémoras a los que quedan atrás y más queremos, andaba yo revisando tantas y tantas carpetas y papeles como he ido acumulando a lo largo de los años, cuando… (no sé, tengo la sensación de que sobre esto ya he dejado algo escrito, quizá en este mismo blog, que huele ya a tan añejo como el papel que durante años duerme en una bodega). Andaba yo, ya digo, en ese trance de qué papeles guardar y cuáles tirar (esto sí, esto no, este sí, este no), en ese  trágico momento en el que, al  decidir, tienes la impresión de que se te escapa algo, o mucho, de tu ser, porque ves que periodos importantes de tu vida pueden ir a la basura, y tú con ellos. Nombres de personas con historias y de lugares olvidados, apuntes arqueológicos, escritos a bolígrafo, que un día tanto significaron y que de repente aparecen ante ti provocando graves problemas de conciencia. Andaba yo, repito, rebuscando, desenterrando carpetas, cuando ante mis ojos aparecieron cuatro folios escritos a mano, con letra no muy legible, más bien lo contrario, claramente se veía que fueron escritos deprisa, seguramente por la emoción del momento. Y ese momento fue, lo recuerdo ahora, pasada una veintena de  años, en torno a una mesa camilla y con dos mujeres entrevistadas que me contaban una de las historias más tristes y conmovedoras que nunca he escuchado.

PARA PROTESTANTES

La Loma es un alto situado al sur de Mozoncillo de Juarros, muy apartado del pueblo, demasiado, donde se juntan los límites de este término municipal y el de Salgüero de Juarros. Un lugar sujeto a los vientos más descarnados y donde el pedregal no admite otra cosa que no sea el encogimiento y el escalofrío. Allí, en esa desolación, existe un cercado de piedra, un cuadrilátero  hecho con rudimentarios muros que alguien no avisado podría llegar a confundir hoy con un aprisco de ganado. Se trata de un cercado repartido en dos mitades, una para Mozoncillo y la otra para Salgüero. A eso se reduce el llamado Cementerio de los Protestantes, aquel que un lejano día, probablemente de principios del siglo XX, debió construirse “para gente pobre  que se moría por los pueblos y que nadie los reclamaba“ (sic. Vecina de Mozoncillo), y probablemente también para suicidados, el mismo cementerio que después fue aprovechado para enterrar a aquellos que  practicaron en estos pueblos dicha rama del cristianismo en una época y en un lugar poco aptos para salirse del nacional-catolicismo. En su interior, entre los hierbajos, hace 23 años encontré algunos ramos marchitos que alguien debió dejar un Día de Difuntos (a saber de qué año) como recuerdo y homenaje a los “dos o tres” allí enterrados. Me produce escalofríos imaginar a alguien escalando hacia este desolado lugar un día de noviembre, cuando en los altos juarreños suele frecuentar la nieve y el viento escuernacabras, para depositar un ramo de flores en el inhumano cementerio. Hoy, al leer aquellos folios con olor a bodega, he vuelto a emocionarme y a sentir el silencio y la soledad de los ramos marchitos en el mortuorio cuadrilátero. Su revisión me ha hecho recordar el triste relato de dos hijas del último protestante de Mozoncillo. Me lo narraron un ya lejano día de 1997. Me hablaron de su abuelo, el último enterrado en La Loma, y de la triste manera en que su cuerpo fue conducido para su eterno descanso en el pedregal, de eso hace ahora 74 años. Mis apuntes con olor a bodega, transcritos de dicho relato, me recuerdan que aquel día había nevado, que el difunto fue trasladado en un carro tirado por una pareja de bueyes y que solo unos pocos familiares acompañaron en el montaraz y áspero camino (quizá también algún protestante llegado de fuera, alguno de los que leyeron en Mozoncillo sus biblias). Ningún convecino acompañó: aquel día los cuartillos de las ventanas del pueblo se cerraron a cal y canto, los visillos se corrieron hasta donde no se podía más y el cortejo fúnebre pasó delante de las casas ante el ostracismo general. Las campanas no tocaron a muerto, alguien lo decidió, pero los que seguían a la carreta fúnebre pasaron “con la cabeza muy alta por medio del pueblo”.