Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

lunes, 1 de julio de 2024

EL INCANSABLE BAILARÍN DE SAN MILLÁN


En grupo, solo o acompañado, bailar en las fiestas de los pueblos
es la pasión de Daniel.


FOTOGRAFÍAS: Fiesta de San Juan en Villazopeque (Tomadas el 24 de junio de 2024)


Interrumpo la serie sobre bodegas que aquí llevamos para contaros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, una experiencia que recientemente he tenido ocasión de vivir, y de disfrutar; involucra a una persona extraordinaria que de un tiempo a esta parte viene haciéndose popular en las fiestas de nuestros pueblos. Os cuento:

Invitado por dos buenas amigas a las fiestas patronales de su pueblo, Villazopeque, el día de San Juan acudí a este lugar, y como un participante sanjuanero más asistí a la programación con buen ánimo, pues lo tradicional y festivo de los pueblos, con sus reuniones familiares, gaitas, tamboriles y ropas de domingo, suele emocionarme; hay algo  de auténtico en ello que me hace creer que no todo está perdido. Por la mañana, a la salida de misa, hubo convite en el ayuntamiento, y mucha gente, mucha más gente que habitantes de a diario en esta villa nos arremolinamos en torno a pinchos y bebidas.     

Por supuesto, cuando recibí la invitación a la fiesta ignoraba que en su transcurso habría de conocer a un curioso personaje que, si no fuera de carne y hueso, como bien pude comprobar, pues le estreché la mano y sentí su calor, hubiera pensado que se trataba de un muñeco mecánico de cuerda larga, por no decir de movimiento continuo.


Daniel baila y baila sin parar, como si en ello le fuera la vida


San Juan de Villazopeque tiene quien le baile.


Por la tarde, tras la comida, cuando el sol más apretaba y sobraban las chaquetas, voltearon las campanas, sonó la música y se organizó la procesión. San Juan, el de la noche parrandera y la mañana mágica, fue sacado de su largo encierro como siempre se sacó en este día. Yo mismo recorrí las callejuelas del pueblo detrás de él, como un vecino más, mientras redoblaba el tamboril, sonaba la gaita y algunos danzantes bailaban la jota delante. Un cuadro que invitaba a la ternura, queridos amigos. Pero más conmovedor aún fue el hecho de que un danzante, a quien nadie conocía y con chaqueta y pantalón oscuros, bailara en el grupo sin parar, con la solvencia de un profesional y con tantas ganas que parecía que en ello le fuera la vida. ¿Pero, quién era aquel admirable bailarín que con tanta vehemencia y arte se movía? ¿Era acaso alguien contratado para la fiesta? Entre sorprendido y admirado, pregunté a varias personas que seguían la procesión y nadie supo darme razón de quien era aquel auto-invitado que, empapado de sudor, bailaba y no paraba de bailar. Nadie le conocía, nadie sabía de dónde había venido. “No es de aquí, he oído que debe ser alguien que va por los pueblos a bailar en las fiestas”, fue lo más que pudieron decirme.

Al volver de la procesión hubo un alto a la entrada de la iglesia, los joteros siguieron bailando al santo, y el infatigable y desconocido bailarín, seguía moviéndose como si nada bajo el inclemente sol de las cinco de la tarde. Pararon los demás y él seguía y seguía bailando, solo o con quien quisiera acompañarle, al tanto que chorros de sudor brillaban y corrían por su cuello.  A continuación, junto al ayuntamiento, se preparó el baile formal y un disk-jokey animó al personal (por lo general gente joven), con toda suerte de “piezas”, desde el obligado pasodoble al reguetón, pasando por “el serrucho”, “la mahonesa” y otros que ni conozco ni recuerdo. El bailarín no perdía comba, conocía los pasos de cada una y los interpretaba con tanta maestría y dedicación que a todos dejaba atónitos. Paró por unos instantes el dj y fue cuando, no pudiendo contener por más tiempo mi curiosidad, me atreví a dirigirme a él para saber sobre su persona, sobre el porqué de su especialidad bailona y sobre su presencia en Villazopeque. Me dijo su nombre, Daniel Arce, que era de San Millán de Juarros, que tenía 25 años, que su afición al baile le venía de muy chico, que le gustaban las tradiciones de los pueblos y que por eso, siempre que sabía de una fiesta,  acudía a ella con su coche para animar el cotarro y ayudar a que lo tradicional no decaiga. “Ah -le dije-, a mí me gustan también las tradiciones populares, incluso he llegado a escribir alguna cosilla sobre los pueblos”. Me preguntó mi nombre, y al dárselo fue cuando me estrechó la mano y me dio su permiso para escribir. 

Daniel Arce, el incansable bailador de los pueblos