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| Imprenta de calle en DF. Bonito podría haber sido que la crónica que sigue hubiera sido impresa en esta imprenta social al aire libre. |
CARTAS DE RELACIÓN, DE UN BURGALÉS EN MÉXICO (II)
SEGUNDA PARTE, PRIMERA ENTREGA
Decíamos ayer:
"!¡Holaaaaaa! ¿Hay alguien ahí?... Silencio contenido. Ah, ya, me marché a la francesa sin ni siquiera despedirme. Y hoy, vuelto de la Nueva España, que ahora dicen México, debo pedir humildemente perdón por el abandono del barco a sus señorías, pacientes amigo y navegantes en este carcomido arcón de sastre.
Sabida es la ambición de este cronista por contar eventos e historias que acontecieron a burgaleses más allá del Gran Mar, cosas de las que aquí dejamos constancia en el camarote Burgaleses de Ultramar. Durante el tiempo que ha permanecido este bergantín al pairo, dímonos prisa en visitar regiones y en aprender de la vida de los nativos del Nuevo Mundo, que ya no es tan nuevo, cosas que intentaré, Dios mediante, trasladar para el conocimiento de sus mercedes. Digo ahora, que la llegada a la capital de los mexicas nos maravilló grandemente desde la carabela voladora en la que navegamos, pues fue tal la impresión que recibimos en el aire que su recuerdo permanecerá imborrable y para siempre entre nosotros. En las maniobras de arribo la quilla apenas si podía esquivar los tejados de la infinita ciudad que se extiende más allá de donde alcanza la vista, en un vallellano rodeado de montañas lejanas tan grandes como nunca, antes, habíamos visto. Tomamos tierra el 17 de mayo de 2013, recibiéndonos en puerto familiares y amigos que antes que nosotros habían llegado a México, ahora llamada con el abrevio DF.
Vano sería describir lo que navegantes más avezados que nosotros, reconocidos conquistadores, así cono cartógrafos, frailes y escribanos, reflejaron tan profusamente en sus cartas de relación sobre este basto territorio. Aun y todo, digo a sus señorías que algún cabo suelto quizá pueda interesar a nuestros paisanos de Burgos".
Eso decíamos ayer, que vino a ser un 10 de junio de 2013. Y lo que decíamos ayer, es válido para hoy, a 11 de noviembre de 2025, que es cuando comenzamos resumir un nuevo viaje al Nuevo Mundo, el que nos ha permitido conocer otras maravillas del país hermano y querido. Prosigamos, pues, como si el tiempo no hubiera pasado, y vayamos descubriendo lugares y momentos de nuestro aventurero periplo. Nada que decir de la capital mexicana, siempre recibidora, que sigue tan grandiosa y en ocasiones tan hermosa, pero tan inabarcable y avasalladora como entonces, o quizá más.
GUANAJUATO
Salir de la capital mexicana no es
tarea fácil, lo comprobamos cuando, ya en el camión (es la manera en que llaman
los mexicanos al autobús), emprendimos ruta hacia Guanajuato, una de las
ciudades coloniales que siempre soñé y desee conocer. Los atascos por la gran densidad
de tráfico son exasperantes y para armarse de paciencia, pero al final se sale.
Y es entonces, salidos y en ruta, cuando uno comienza a ver la grandiosidad de un país varias veces
más grande que nuestro terruño patrio. Comprenderéis, queridos amigos de este Cajón de Sastre, que en
las cinco horas que dura el viaje hasta la ciudad minera de Guanajuato, a la
sazón Patrimonio de la Humanidad, mis ojos no perdieran ripio de todo lo que
iba apareciendo a izquierda y a derecha, en horizontes lejanos o más cercanos.
Y así, iban llamando mi atención, sobre todo, la presencia de sierras
montañosas que aplacaban las llanuras, espinazos en cuyas laderas nacieron
pequeñas aldeas, solitarias y aplastadas, grises como el cemento. Seguía su ruta el camión, íbamos
dejando territorios boscosos cuyas entrañas probablemente nuestros
conquistadores no llegaron a conocer ni a pisar. Pequeños rebaños de vacas en las
orillas, siempre con su pastor, eran signos de vida en esta parte del Bajío
mexicano, como lo eran también exiguas milpas que, junto a la
infinidad de ellas que veríamos después, nos recordaban el aforismo que retrata al país mexicano: "Sin
maíz no hay país”. Y así, disfrutando de este paisaje, vino a romper las soledades
Celaya, una población de cientos de miles de almas, de la que nada sabíamos pero
que no era objeto de nuestro destino y por eso la dejamos de lado. No tardó
mucho en aparecer la ciudad de Guanajuato, situada en un accidentado relieve y con
el animado colorido de su caserío que tanto le caracteriza, con las montañas de
las minas al fondo, minas de oro y plata que en algún momento de nuestra
estancia teníamos intención de visitar. Desde la terminal de autobuses un taxi
nos introdujo en el laberíntico y angosto callejero pasando por túneles-calle
excavados en la roca, amplios y diversos pasajes que comunican distintas zonas
de la ciudad (Los mineros guanajuatenses sabían de horadar las rocas y no
debieron tener mayores dificultades en las excavaciones). Tiene muchos
atractivos la capital del Bajío, los túneles-calle son uno de ellos. Pero
cuando se visita por primera vez una ciudad Patrimonio Mundial resumir todo lo
que ves en ella resulta una tarea extremadamente compleja. Para mayor suerte,
coincidió nuestra visita con el Festival Internacional Cervantino, que nos dio
oportunidad de asistir, en el maravilloso Teatro Juárez, a un concierto para
orquesta y coros de Chaikovski, interpretada por la sinfónica de la Universidad
guanajuateña y con Alexei Volodín al frente del piano. ¡Cómo olvidar!
Acabábamos de salir de Burgos, como aquel que dice, y nos encontramos con
semejante y extraordinario regalo en el otro lado del océano (gracias, Clara).
Pero el prestigioso Festival Cervantino aún nos había de deparar más sorpresas, y no me refiero
a las representaciones del teatro de calle, a dos de las cuales asistimos, sino
a un curioso encuentro. Lo veremos en próxima entrega.
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| Guanajuato, una explosión popular de colores. Al fondo, las montañas de oro y plata que le dieron fama. |
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| Universidad blanca de Guanajuato. |
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| "El infinito en un junco", Merecido homenaje en un banco callejero de Guanajuato. |




