A Damián Montero
FOTOGRAFÍAS: El Portillo desde la distancia. Abrigo de roca para los muleros. Coronación del Portillo. Paso hacia El Portillo. Fuente de Santa Marina, junto a la ermita. Un piedra de La Venta. (Tomadas el 22 de abril de 2010).
Desde hace ya algún tiempo venimos siguiendo el camino de los muleros, una ruta comercial pecuaria olvidada que, arrancando en San Martín de Elines tenía su fin en Villadiego en una época de trasiego y ferias mulares. Recordemos que el primer día estuvimos con El Peseta, mulero de fama en Valderredible, caminamos con sus recuerdos por los páramos de Sargentes de la Lora y Rudrón y subimos el Portillo del Infierno, famoso por sus angosturas y por muleros asaltados o aterecidos. En una segunda ocasión seguimos la misma ruta desde La Rad hasta el ya hundido Molino Rasgabragas, allá por las honduras del río Rudrón. Más reciente, nos presentamos en el despoblado de Cuevas de Puerta, cerca de Talamillo del Tozo, y desde allí nos intrincamos en un pequeño desfiladero por el que discurre otro tramo del camino que llaman de Los Contrabandistas. De todo ello dejamos cumplida constancia en este cajón de sastre.
Hoy traemos un nuevo portillo-paso, el de Los Valcárceres, a caballo entre el desaparecido Cuevas de Puerta y Los Valcárceres, que bien podría llamarse de Santa Marina, ya que a pocos metros del alto, junto al camino mulero y en una pequeña planicie hubo una ermita bajo esta advocación, de cuya presencia todavía nos hablan algunos amontonamientos de piedras camuflados. Y junto a la ermita, una fuente que lleva su nombre. No tendría sentido la ermita en este estratégico lugar si no fuera para atender el paso de los muleros, o a otras gentes en su caminar de un pueblo a otro. No es difícil imaginar al ermitaño y su familia atendiendo a los esforzados con sus reatas cuando la noche o la nieve de San Andrés les sorprendía en el camino de regreso por estas fantasmales rocas, por estos espinazos de dragón que tanto abundan en la zona. Como ocurre con el Portillo del Infierno, de los peñascales de este paso se cuentan también historias de aterecidos, de personas que buscaron refugio en los abrigos rocosos y que no pudieron vencer al frío, seguramente cuando ya no estaba la ermita. Hay pocas personas en la zona que pueden contar la historia de estos pasos, que son ya de leyenda. "Era un espectáculo muy bonito ver bajar por la cuesta las mulas; ahora unas, después otras y otras. Por San Andrés, los chicos del pueblo nos sentábamos a verlas pasar", nos dice David, un vecino de Santa Cruz que tuvo el enorme privilegio de ver las reatas cuando asomaban por El Portillo.
A apenas 1 kilómetros de la ermita y siguiendo el camino de los muleros en dirección a Hormicedo, hay un término que llaman La Venta, junto al comienzo de un pinar. Guiados por David, visitamos el arqueológico lugar y encontramos algunos fragmentos de teja, significativos testimonios que dan fe de la vieja venta.
Una piedra en el camino y dos luces en la noche
Junto a las tejas, en el solar residual del edificio, vimos también, casi oculta por la hierba, una piedra solitaria y bien labrada. Interrogué a la piedra y me habló (cuando las personas que sabían no existen, son las piedras las que nos pueden contar la historia). Me contó que formaba parte de un establecimiento ventero al pie del camino de los muleros, y que fue en un tiempo el único signo de vida entre Talamillo y Hormicedo. Un farol de aceite en la puerta alumbraba por las noche a los que caminaban perdidos o despistados. Me dijo también que algunos reateros, los que menos carga de prisa tenían y más suelto llevaban el bolsillo recién apretado, acostumbraban a hacer noche en la venta del pinar cuando regresaban de Villadiego. Le pregunté por la ermita de Santa Marina y me habló de un ermitaño que atendió a los muleros de siglos antiguos. Me dijo: recuerde usted, señor curioso, que las ferias del Pilar y de San Andrés en Villadiego tienen muchos siglos a las espaldas, y las ermitas se ponían allá donde había o pasaba gente. ¿Y también tenía farol la ermita? Sí, porque no era fácil localizar por la noche el paso del portillo. La luz de Santa Marina podía verse desde aquí, y el ermitaño podía ver la nuestra.
Hoy traemos un nuevo portillo-paso, el de Los Valcárceres, a caballo entre el desaparecido Cuevas de Puerta y Los Valcárceres, que bien podría llamarse de Santa Marina, ya que a pocos metros del alto, junto al camino mulero y en una pequeña planicie hubo una ermita bajo esta advocación, de cuya presencia todavía nos hablan algunos amontonamientos de piedras camuflados. Y junto a la ermita, una fuente que lleva su nombre. No tendría sentido la ermita en este estratégico lugar si no fuera para atender el paso de los muleros, o a otras gentes en su caminar de un pueblo a otro. No es difícil imaginar al ermitaño y su familia atendiendo a los esforzados con sus reatas cuando la noche o la nieve de San Andrés les sorprendía en el camino de regreso por estas fantasmales rocas, por estos espinazos de dragón que tanto abundan en la zona. Como ocurre con el Portillo del Infierno, de los peñascales de este paso se cuentan también historias de aterecidos, de personas que buscaron refugio en los abrigos rocosos y que no pudieron vencer al frío, seguramente cuando ya no estaba la ermita. Hay pocas personas en la zona que pueden contar la historia de estos pasos, que son ya de leyenda. "Era un espectáculo muy bonito ver bajar por la cuesta las mulas; ahora unas, después otras y otras. Por San Andrés, los chicos del pueblo nos sentábamos a verlas pasar", nos dice David, un vecino de Santa Cruz que tuvo el enorme privilegio de ver las reatas cuando asomaban por El Portillo.
A apenas 1 kilómetros de la ermita y siguiendo el camino de los muleros en dirección a Hormicedo, hay un término que llaman La Venta, junto al comienzo de un pinar. Guiados por David, visitamos el arqueológico lugar y encontramos algunos fragmentos de teja, significativos testimonios que dan fe de la vieja venta.
Una piedra en el camino y dos luces en la noche
Junto a las tejas, en el solar residual del edificio, vimos también, casi oculta por la hierba, una piedra solitaria y bien labrada. Interrogué a la piedra y me habló (cuando las personas que sabían no existen, son las piedras las que nos pueden contar la historia). Me contó que formaba parte de un establecimiento ventero al pie del camino de los muleros, y que fue en un tiempo el único signo de vida entre Talamillo y Hormicedo. Un farol de aceite en la puerta alumbraba por las noche a los que caminaban perdidos o despistados. Me dijo también que algunos reateros, los que menos carga de prisa tenían y más suelto llevaban el bolsillo recién apretado, acostumbraban a hacer noche en la venta del pinar cuando regresaban de Villadiego. Le pregunté por la ermita de Santa Marina y me habló de un ermitaño que atendió a los muleros de siglos antiguos. Me dijo: recuerde usted, señor curioso, que las ferias del Pilar y de San Andrés en Villadiego tienen muchos siglos a las espaldas, y las ermitas se ponían allá donde había o pasaba gente. ¿Y también tenía farol la ermita? Sí, porque no era fácil localizar por la noche el paso del portillo. La luz de Santa Marina podía verse desde aquí, y el ermitaño podía ver la nuestra.